Escribe Alejandro Falco
Tucumán presenta una característica específica en toda la geografía del noroeste argentino: la menor extensión geográfica, la mayor densidad poblacional, cuadros políticos que cíclicamente aportaron a los gobiernos nacionales y una vastísima y densa historia de luchas. También es donde sus habitantes votaron como gobernador, ya avanzada la reinstalación democrática, a un genocida militar.
Es 9 de julio, y allí se declaró la Independencia Nacional. Es hora de hablar de Tucumán.
- Primero fue el azúcar
La economía tucumana de fines del siglo XIX, es un caso paradigmático: una economía agroindustrial mercadointernista, con diversos niveles de proteccionismo, en el marco de un capitalismo dependiente agroexportador.
Este derrotero no es ajeno al tipo de Estado que va a cerrar 60 años de guerras civiles en Argentina. La derrota de la provincia de Buenos Aires, a manos de los ejércitos de línea nacionales en los enfrentamientos de Los Corrales Viejos (Parque Patricios), Puente Alsina y Barracas, propicia la federalización de Buenos Aires, con lo que la ciudad deja de ser de la provincia para ser de la nación. Al mismo tiempo, se trata de un estado nacional cuya hegemonía será fruto de un pacto interoligárquico: la preeminencia de los intereses de la gran clase agroexportadora pampeana podrá contemplar los de los grupos burgueses (en formación) de algunas regiones que venían languideciendo desde la revolución y la guerra. El caso de la vitivinicultura mendocina y la economía azucarera tucumana, responden a este patrón.
La presidencia de Roca, general y tucumano, marca de alguna manera esta nueva estabilidad que expulsa las diversas tendencias centrífugas que habían poblado la política vernácula del siglo XIX.
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Desde los años de la década de 1820 el azúcar había empezado a producirse en forma paulatina en la provincia, con una estructura productiva provincial diversificada y aún más vinculada al espacio altoperuano (Bolivia) y trasandino (Chile). Desde mediados de 1870, con la llegada del ferrocarril a la provincia desde Córdoba, se profundizan las inversiones en el azúcar, en tanto este transporte vincula a la región con el espacio pampeano, mercado que crecerá enormemente dada la migración aluvional del período 1880-1930.
La llegada del ferrocarril tuvo un resultado de doble vía: no solo brindó la posibilidad de vender en las urbes de la región pampeana, sino que le aportó a Tucumán maquinaria moderna. Muchos ingenios -las fábricas de azúcar y derivados- llevaron adelante desde estos años un fuerte proceso de inversión que aumentó exponencialmente la productividad de la mano de obra y las toneladas a disposición. Al mismo tiempo, el estado oligárquico desarrolló una política proteccionista hacia el azúcar que lisa y llanamente posibilitó su existencia. Este proteccionismo no se realizó sin fisuras: en los medios públicos importantes o en el Congreso, algunas fracciones de burguesía e intelectuales librecambistas y “consumidoristas” fustigaban esta política, acusándola de abusiva en tanto cargaba sobre las espaldas de los consumidores, los mayores costos del azúcar nacional, comparado con los costos de importar el dulce desde Brasil, Perú o algún punto del Caribe.[1]
El desarrollo azucarero tucumano plasmó en la provincia una determinada estructura de clases, que lejos de tender “naturalmente” a la concentración, dinamizó una serie de conflictos que serían clave en la urdimbre política y social provincial. Los ingenios más importantes estaban en manos de grandes empresarios azucareros, muchos de los cuales tenían intereses diversificados en la economía pampeana (Torquinst). Sin embargo, para la fabricación del azúcar dependían de la provisión de caña que realizaba el otro sector clave: los cañeros independientes. Este, a su vez, tenía hacia dentro una considerable estratificación: en su cúpula, encontramos cañeros con una buena dotación de hectáreas, que utilizan mano de obra y tienen posibilidades de acumulación, pudiendo ser caracterizados como una burguesía cañera media; mientras que en su base, encontramos miles de pequeños productores con fundos de no más de cinco hectáreas, que utilizan mayormente trabajo familiar. No cabe duda de que estos últimos son campesinos pobres, sin posibilidades de acumulación, cuyos ingresos son menores, generalmente, que los de la mayoría de los trabajadores de la fábrica azucarera.[2]
Como suele suceder, la mayor parte de la producción (un 60%) estaba en manos de los fundos más grandes, mientras que el resto, correspondía a miles de productores de un tenor y tamaño variado.
Esta variada composición de clases, se completa con una clase obrera -de fábrica y surco, es decir, quienes trabajan en los establecimientos y quienes lo hacen en los campos- que tendrá al trabajo golondrina como una de sus características, en tanto se requiere de mayor cantidad de mano de obra en tiempos de zafra (mayo/octubre) que en otros momentos. Casi la mitad de los trabajadores de la industria estaba en esta condición, siendo las provincias cercanas y Bolivia los sitios desde los que los trabajadores migraban para conseguir conchabo en Tucumán. Y si los salarios obreros eran un 40% más bajos que los de la región pampeana, los que recibían los trabajadores golondrinas eran menores aún.
Esta situación despertó tempranos intentos de organización sindical, registrándose la primera huelga obrera en 1906. Socialistas, anarquistas y sindicalistas son los protagonistas de estas organizaciones embrionarias, que se plasmaron en diversas sociedades de resistencia y sindicatos por fábrica.[3]
La economía del azúcar -el peligro de la mono producción siempre latente- proveyó a la provincia de una situación fiscal que hoy sería envidiada por muchas: hacia 1910, el ochenta por ciento de los gastos provinciales se sufragaban con los impuestos provinciales, sin depender de la coparticipación federal. Al mismo tiempo, ese desahogo fiscal tuvo un efecto multiplicador: el “azúcar” posibilitó el desarrollo de otras industrias vinculadas y eslabonadas: alimentos, metalmecánica (fabricación de partes y repuestos), textil, transporte,[4] servicios, comercio, etcétera.
- Sobreproducción y regulación
Desde el año 1896 el azúcar tucumano estará sometido a recurrentes crisis de sobreproducción y caída de precios. Esto tensionaba toda la estructura azucarera y sus vínculos con las diferentes instancias estatales. Industriales, cañeros, trabajadores, estados provincial y nacional (no de igual forma, por supuesto) serán cruzados por la baja de la actividad y la disputa (a veces feroz) por los dividendos de la protección y los precios.
Entre los años 1927 y 1928, al final de la presidencia radical de Marcelo T. de Alvear, ante una de estas crisis, recrudeció el conflicto entre cañeros e industriales. Ambos sectores habían constituido corporaciones representativas (Centro Cañero y Centro Azucarero, respectivamente), y se volcaron decididamente a presionar al que sería el actor clave hasta la definitiva destrucción de la economía provincial, con las medidas tomadas por la dictadura de Onganía en los sesenta: el Estado. Sobrepasado el gobierno provincial en su capacidad de mediación, ambos grupos recurrieron al presidente de la nación para que mediara en el conflicto. El “Laudo Alvear”, así nombrado en la época, trajo novedades nada gratas para el sector industrial: reconocía la necesidad de compartir las ventajas de la protección con los productores cañeros, y la importancia que los pequeños productores tenían dentro de este a la hora mantener la “paz social” en la provincia. En este sentido, el radicalismo provincial cosechó las simpatías y el apoyo de los cañeros independientes.[5]
El “Laudo Alvear” marcó el contexto en el cual se desarrollaría la economía del azúcar hasta los años ‘60: regulación, mediación estatal, disputa por la renta entre las fracciones burguesas, presencia en las calles de los cañeros y trabajadores.
- Los trabajadores: el nacimiento de la FOTIA
EL nacimiento de la FOTIA (Federación Trabajadores de la Industria del Azúcar) marca un antes y un después en el desarrollo de la clase obrera azucarera. Nacida en 1944, al calor de las políticas laboristas desarrolladas por la Secretaría de Trabajo encabezada por Juan Perón, ella sintetiza más de tres décadas de lucha del proletariado en pos de la formación y consolidación de las organizaciones gremiales del sector. Es decir que lejos de considerarse a la FOTIA como un sindicato organizado “desde arriba” por el estado, este está íntimamente vinculado a la experiencia de los trabajadores del azúcar.
Ya desde los años treinta, la militancia socialista y comunista había intentado la organización de los sindicatos por fábrica, haciendo frente a un contexto muy desfavorable dada la oposición patronal y del estado, o a la incapacidad de este último de tener poder de intervención a favor de los trabajadores en sus reclamos. En 1936 se fundaron el Sindicato Obreros de la Industria Azucarera (SOIA) en Famaillá y la Unión General de Trabajadores de la Industria del Azúcar (UGTIA). Si bien estas experiencias sindicales no pudieron propagarse como reguero de pólvora en los otros pueblos azucareros, dado el contexto antiobrero y represivo de la ‘década infame’ y las limitaciones de un contexto muy adverso
“(…) la clase obrera azucarera empezó a forjar una experiencia organizativa que implicó el desarrollo de prácticas sindicales (reuniones con los dirigentes de FPT, canalización de las demandas a través de delegados de la central obrera, mayor conocimiento de la legislación laboral) que, sin duda, influyeron en la posterior creación de la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) en 1944. Asimismo, las frustraciones e imposibilidades de la UGTIA acrecentaron las expectativas y anhelos reivindicativos de los trabajadores, que el gobierno emanado del golpe de Estado de 1943 supo capitalizar.”[6]
En este sentido, la fundación de la FOTIA, lejos de ser una novedad que aparece por la acción de elementos estatales exógenos a la clase, es la resultante de la resignificación de la experiencia obrera tras años de lucha, que se concreta en una coyuntura estatal propicia. En ese trienio vertiginoso -1943/1946- la Federación se convertirá en el sindicato más poderoso del Norte argentino y en el principal canal de expresión de la nueva identidad político-sindical de los trabajadores tucumanos (y de la Argentina): el peronismo. La organización tomará en sus manos la creación de la principal herramienta electoral con la que se concurrirá a las elecciones de 1946: el laborismo.[7]
La FOTIA se asumirá como la principal “responsable” del triunfo peronista en Tucumán, desde 1946 “la más peronista de las provincias”, dado lo rotundo del triunfo de la fórmula Perón-Quijano y la ventaja de esta sobre la Unión Democrática. Esto implicó un nivel de penetración nunca visto de los elementos obreros en las diversas instancias públicas, fundamentalmente en el Poder Legislativo.[8] Un proceso de activación militante que influyó profundamente en el modus operandi de los obreros azucareros tucumanos. Un testimonio del “17” provincial nos ilustra sobre cómo los trabajadores vivieron el acontecimiento y que urdimbres y experiencias adquirieron.
“Ese día la radio quemaba, ya estaba paralizado todo Tucumán. No se movía ningún ingenio y todos estaban listos para concentrarse en la plaza. Así que el 17 de octubre estaba toda la gente, ¿cómo le puedo decir? En pie de guerra. La gente sabía e iba a cometer cualquier cosa… ¡Mire lo que le digo! Como en Buenos Aires. Porque no creo que haya habido en la historia una manifestación más fuerte que el 17 de octubre. Por eso es histórico…Todo el pueblo; no había fuerzas armadas que lo pare, no había nada. Porque cuando el pueblo se levanta no hay fuerza armada que se tenga…Aquí nosotros…Toda la gente en la calle, en las esquinas, reunidos todos escuchando la radio. El sindicato había puesto parlantes y se seguían todas las alternativas hasta que lo liberaron al tipo. Y recién la gente se quedó tranquila. Había un estado de júbilo bárbaro. Han entrado al ingenio y han empezado a tocar las sirenas; sin permiso de nadie, de nadie. Estábamos dueños nosotros y los tipos no sacaban ni la cabeza. No se los veía por ninguna parte. Y menos mal que no se los veía, porque si se los llegaba a ver ese día, los masacrábamos, nosotros los colgábamos juntos ahí a todos. Había una cruz mayor quera (sic) linda para colgarlos, que queden como Jesucristo, ahí.”[9]
La FOTIA se organizará con un estatuto laxo, en donde los sindicatos por planta y surco tenían una dosis de libertad no menor para manejar sus cuestiones sin injerencia de la central (incluidas las huelgas en las plantas), aunque era potestad de la Federación declarar una huelga general en el sector. Esto posibilitó la independencia de las plantas y una situación de “desborde permanente de las bases frente a la dirigencia sindical, comportamiento que impulsó al estado provincial y nacional a instrumentar canales de negociación y arbitraje que, con frecuencia, también fueron desconocidos por los sindicatos”.[10] Esta situación, sumada a un cuerpo legal sociolaboral de efectivo cumplimiento garantizado por el Estado, restringió la autoridad patronal azucarera en surco y planta, algo a lo que los elencos empresarios del sector no estaban acostumbrados.
En este contexto, se produce en 1949 una de las reiteradas crisis del sector, sobre impresa sobre la más general crisis del capitalismo mercadointernista del peronismo: dificultades en el sector externo, caída de los términos de intercambio, déficit de las cuentas públicas, disparada inflacionaria. El sector vive huelgas por reclamos salariales y por una serie de despidos en varios ingenios.
El conflicto de 1949 corona un ciclo de huelgas obreras iniciadas en 1945 que se caracterizan por el rebasamiento de las bases a las direcciones naturales, interpelando a los poderes provinciales y al mismo estado nacional. La agudización del conflicto lleva a la intervención de la FOTIA hasta 1955, y la intervención del estado nacional decretando aumentos salariales extra-paritarios, y negociando la incorporación de los despedidos.
Las conclusiones del conflicto son aleccionadoras: los obreros tucumanos compartían con sus pares del resto del país la práctica de rebasar muchas veces a sus direcciones orgánicas, poniendo en el centro de la escena a los cuerpos de delegados y comisiones internas de fábrica. Por otro lado, el enfrentamiento de los obreros azucareros con los patrones y el estado no se hizo desde el antiperonismo o alguna identidad político sindical no peronista. Muy por el contrario, su lucha se afirmaba en un peronismo obrero que sentía amenazado sus derechos adquiridos, cocinado a fuego lento en décadas y experiencia fabril y del surco.
- La Argentina pos-1955
El golpe de estado que derrocó al general Perón en 1955 tenía como principal objetivo disminuir el peso de la clase obrera y los sindicatos en la vida política, económica y social nacional. De allí la proscripción (total o parcial) de peronismo en la vida política argentina, en tanto que con limitaciones, era la ideología mayoritaria de una clase obrera industrial madura, con altos grados de sindicalización y poder de respuesta. Al mismo tiempo, se abre una etapa dentro de la industrialización sustitutiva con preeminencia del capital transnacional en áreas clave como la industria automotriz, la petroquímica, petrolera, informaciones e infraestructura. Aumenta la inversión en bienes de capital en estos sectores, con el objetivo de aumentar la productividad de la mano de obra. El desarrollismo, tal la denominación de la época, fue el marco ideológico de esta modernización del capitalismo argentino en áreas clave, teniendo dos períodos fundamentales: el gobierno de Frondizi (1958-1962) y la dictadura del general Onganía, entre 1966 y 1970.
¿Qué pasó con el azúcar?
La producción azucarera provincial iba ser muy agredida. Los diagnósticos desarrollistas encontraban imprescindible la “eficientización” de la economía derogando subsidios y protecciones. Ya durante la gobernación de Celestino Gelsi, en 1958, la FOTIA protagonizó duros conflictos contra las políticas de racionalización y cierre de ingenios que impulsaba el ministro de Economía de Frondizi, Álvaro Alsogaray de los que salió airosa, con la dirección de un histórico, Benito Romano.[11] Como ocurriera a fines de los años ‘20, en la antesala del Laudo Alvear, también el sector cañero volvió a activarse ante la crisis, realizando movilizaciones multitudinarias a la capital provincial, en 1961 y 1962.
Durante el efímero intento pseudo-democrático[12] del gobierno radical de Arturo Illia, los militantes obreros del azúcar integraron las filas del neoperonista Acción Provinciana, organización con la cual pudieron entrar al Parlamento provincial el ya citado Benito Romano y otro dirigente que tendría gran importancia en la década posterior, Leandro Fote.[13]
- La Revolución Argentina, el principio del fin de Tucumán como era
La dictadura de Onganía que capturó el poder en 1966 venía a plasmar un régimen político que estuviera en consonancia con las fracciones predominantes dentro del capitalismo argentino: el gran capital monopólico multinacional en los sectores dinámicos ya nombrados. En ese sentido, llevó adelante una agresiva política de racionalización contra las actividades tradicionales del “viejo” capitalismo vernáculo. Inmediatamente puso en la picota al sistema de regulaciones y subsidios que recibían los ingenios azucareros tucumanos, acompañando esta política con agresivas campañas de prensa en los principales medios nacionales (Primera Plana, Clarín, La Nación, Panorama), en donde se enfatizaba la “irracionalidad” e “ineficiencia” económica que “todos” los argentinos sostenían con sus impuestos, para mantener empresas viejas que producían caro y mal. No tardó en llevarse a cabo la intervención nacional de los ingenios provinciales, con un nombre ampuloso, situación afecta a las prácticas castrenses de la época: Operación Tucumán.
Este asalto bárbaro y criminal a una economía regional, que tenía problemas como muchos sectores del capitalismo argentino, produjo un desastre demográfico pocas veces visto en la realidad nacional. Mientras se prometían gigantescas inversiones que nunca se produjeron, la dictadura cerró la mitad de los ingenios de la provincia y forzó la concentración en los establecimientos más grandes, que se vieron favorecidos.[14]
Impacto similar tuvieron estas medidas en el sector cañero. Ergo, una de las características “ecológicas” que tenía la producción tucumana y que era sostenida desde el Laudo Alvear de 40 años atrás, era la existencia de un importante sector de productores industriales y cañeros medios, fue destazada. El impacto fue letal. En tres años la provincia perdió el 20% de su población, comparados los Censos Nacionales de 1960 y 1970. Obreros y sectores populares tucumanos pasaron a ser migrantes internos en busca de mejor suerte en todos los rincones del país, hacinándose muchas veces en los pobreríos de las grandes ciudades pampeanas. No podía ser de otro modo: “el azúcar” no era solo eso, su vitalidad daba vida a los pueblos, demandaba herramientas y equipos que eran fabricados localmente, era el sostén de un sistema ferroviario intraprovincial, del comercio y de otras industrias vinculadas.
En un contexto de radicalización y politización como era el de finales de los años sesenta, las explosiones populares no tardaron en producirse: tres gigantescas puebladas –los tucumanazos,[15] siguiendo también una pauta epocal- se sucedieron entre 1969 y 1972. Estas grandes manifestaciones populares contaron con la participación de otros actores también característicos del momento: la juventud universitaria de la Universidad Nacional de Tucumán, y la nueva izquierda formada a la luz de la experiencia cubana y la reinterpretación del peronismo.
Si bien luego de 1973 se procuró retrotraer las cosas, el modelo no retornaría.[16] La vuelta del peronismo en ese año y el intento de reabrir los ingenios a través de la CONASA (Compañía Nacional Azucarera), empresa de la que fue director Benito Romano hasta el golpe de 1976, no pudo revertir el daño hecho.
Como epílogo, cabe mencionar la experiencia de la guerrilla rural en la provincia, con el establecimiento de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez del PRT-ERP hacia 1974.[17] Si bien no contó con fuerzas numerosas (se calcula en 2500 personas entre combatientes y simpatizantes) llegó a tomar la localidad de Acheral, haciendo centro de su actividad en la ladera de las serranías, entre los ingenios Santa Lucía, Monteros, La Fronterita y el Nueva Baviera, ubicado en Famaillá.
La represión a la guerrilla fue encabezada por el Ejército con el genocida Bussi al mando en 1975, con el Operativo Independencia. Siguiendo con el manual de la contrainsurgencia, la intervención castrense fue la antesala del terrorismo de estado que se desataría con la dictadura de 1976. Demás está decir que el saldo de miles de detenidos desaparecidos en la provincia a partir de este período, excede en mucho a las filas perretianas: docentes, sindicalistas, profesionales, abogados sindicales, se encuentran en las listas. La localidad de Famaillá albergó a uno de los principales centros de tortura y detención: La Escuelita.
Las secuelas de la contrainsurgencia no iban a ser neutrales en la provincia: el autoritarismo calaría hondo, a punto tal de convertir al genocida en gobernador electo en los años noventa.
En definitiva, las luchas de los cañeros y los obreros, la formación de un sindicato clasista, las huelgas que sobrepasaron a las jerarquías sindicales, la expansión de la economía provincial a partir de un denso entramado de bienes y servicios posibilitados por el azúcar, luego la infausta Operación Tucumán de Onganía, los tucumanazos, la experiencia artística reflejada en Tucumán Arde y más tarde el Operativo Independencia, dan cuenta no sólo de a dramática historia tucumana sino de un espejo en versión reducida, a una escala menor, de la dolorosa historia argentina reciente.♦♦
- ALEJANDRO FALCO es Historiador, Facultad de Ciencias Sociales, UBA (Universidad de Buenos Aires).
- FOTOS: MARTIN BOZZANI- 2016 – «“Fui a Tafi Viejo porque quería conocer los talleres, los trenes. Ver el abandono en el que todo quedó. Respirar ese olor a viejo, gastado y dejado de lado. Sentir esa tristeza, esa nostalgia de algo que está pero no. Tuve el agrado de conocer a un maquinista quien pasó gran parte de su vida dentro de esas enormes máquinas, llevando y trayendo miles de personas hacia sus diversos destinos. Conocí parte de la historia, de su historia. En esas horas en que recorrí los talleres, pude sentir lo mismo que noté en su mirada: nostalgia. Por momentos sentí la presencia de espíritus en los vagones que desde adentro todo lo observaban, aferrándose al pasado, sin querer salir.
Los siguientes fueron días en que intenté encontrarle explicación a esa sensación. Al principio me pareció un poco contradictorio pero luego entendí que lo que se siente, casi nunca va de la mano con la razón. A pesar del abandono, el olor a viejo y el óxido, fue lo más bello que vi en años.”
NOTAS:
[1] Esta situación fue calificada por el historiador tucumano Roberto Pucci como “sacarofobia”, ya que cada tanto aparecía en el Congreso o en el diario La Prensa, algún político acusando de irracional al régimen de protección y a los empresarios azucareros de “barones”, grandes señores feudales que condenaban a sus trabajadores a condiciones de existencia inhumanas, mientras lucraban con la protección. Sin desoír estas denuncias humanitarias que fueron bien plasmadas en el Informe de 1904 del médico catalán Juan Bialet Massé, es dable destacar que las condiciones inhumanas que sufrían los obreros, no eran condición privativa de la industria azucarera, ni del capitalismo argentino, como bien lo demuestra el alto grado de conflictividad obrera que cruza todo el mundo capitalista en el período. En tanto el proteccionismo azucarero, tuvo más enemigos en el naciente radicalismo y en el socialismo, que en los conservadores oligárquicos, que veían en él una política pragmática, que no solo había colaborado al desarrollo de una determinada región, sino también garantizado la consolidación del estado nacional. Para más detalle véase Roberto Pucci. Tucumán 1966: la destrucción de una provincia. Buenos Aires: Imago Mundi, 2012.
[2] En Tucumán son de menor importancia los establecimientos que concentran verticalmente ambas producciones, caña y azúcar, como sí ocurre por ejemplo en las provincias de Salta y Jujuy, siendo la empresa Ledesma de los Blaquier, un ejemplo de esto. Aquí el sector industrial necesitó siempre de la provisión de caña de los productores cañeros.
[3] Al respecto véase Florencia Gutiérrez y María Laura Parolo. El trabajo: actores, protestas y derechos. Buenos Aies: Ediciones Imago Mundi/Ente del Bicentenario, 2017 y Gustavo Rubinstein. Los sindicatos azucareros. San Miguel de Tucumán: UNT, 2005.
[4] Especialmente el ferrocarril. A la red nacional, la provincia le añadió un tendido de vías férreas interingenios que vinculó a una gran cantidad de pueblos, siendo los obreros ferroviarios el otro sector de la clase de gran importancia en la dinámica provincial. En su momento, lo Talleres de Tafí Viejo – en donde se reparaban y construían locomotoras – llegaron a tener más de 5.000 obreros.
[5] El “Laudo” estuvo precedido y “acompañado” por una, hasta ese momento, insólita movilización cañera, la más importante ocurrió en 1927, que no dudó en ocupar la capital provincial, San Miguel, con miles de productores de a caballo o con sus chatas y carros. En este contexto, hasta se oficializó un efímero Partido Cañero, que se presentó a elecciones con pocos resultados. No en vano, el otro pico de movilización del sector ocurrió a principios de los sesenta, con la crisis final tocando las puertas.
[6] Florencia Gutiérrez y María Laura Parolo, op. cit., pág. 127.
[7] No vamos a abundar aquí sobre esta coyuntura clave. Solo destacaremos que rescatado Perón por la manifestación obrera del 17 de octubre, la coyuntura electoral le imprimió al coronel una necesidad insoslayable: tener un partido político para presentarse a elecciones. Sus intentos con el radicalismo sabattinista de Córdoba fueron infructuosos. Los sindicatos que se aliaron al coronel crearon el partido Laborista, que junto a un pequeño grupo de radicales y algunos políticos conservadores ninguneados por la Unión Democrática (una alianza antiperonista formada por la UCR, el PS, el PDP y el PC) conformó la herramienta para el triunfo electoral peronista de febrero de 1946.
[8] En el período hay once diputados provinciales de origen obrero o que defienden estas posiciones. En senadores, son entre nueve y once por lo que “en Tucumán la FOTIA o los legisladores de origen obrero componen la mayoría de la Legislatura”. Moira Mackinnon. “El protagonismo del movimiento obrero tucumano en la formación del Partido Peronista”. En Formas tempranas de organización obrera. Buenos Aires: Instituto Di Tella/La Crujía, 2003.
[9] Testimonio de Héctor Lobo, secretario general del Sindicato del Ingenio Fronterita entre 1946 y 1951. Entrevista de Fernando Siviero. En Gustavo Rubinstein. Los sindicatos azucareros en los orígenes del peronismo tucumano. San Miguel de Tucumán: UNT, 2005.
[10] Florencia Gutiérrez y María Laura Parolo, op. cit., pág. 137.
[11] Benito Romano había nacido en Ranchillos, Tucumán, en 1958. A los 17 era dirigente sindical del gremio. Luego del golpe fue perseguido, exiliándose en Bolivia. Volvió en 1958 para encabezar el gremio. Participó de la resistencia peronista y fue diputado provincial en los sesenta. Luego del golpe de Onganía, se sumó a la CGT de los Argentinos encabezada por Raimundo Ongaro. En los setenta se vinculó a la Tendencia Revolucionaria del peronismo. Se encuentra detenido desaparecido desde el 14 de abril de 1976.
[12] Illia fue ungido presidente con algo más del 20% de los votos y con la proscripción del peronismo.
[13] Trabajador del ingenio San José, Leandro Fote fue secretario general del gremio en 1964. Peronista combativo, integró la experiencia de las candidaturas obreras dentro de Acción Provinciana, que eran elegidas en asambleas en los ingenios. Nunca pudo asumir su bancada, ya que antes se produjo el golpe de 1966. Si bien siempre se reivindicó peronista, se sumó al PRT-ERP en los setenta. Fue detenido desaparecido en Tucumán el 12 de enero de 1976.
[14] No está demás agregar que también se vieron favorecidos los ingenios de Jujuy, fundamentalmente el de la familia Blaquier, Ledesma.
[15] Al respecto véase Silvia Nassif. Tucumán en llamas. El cierre de ingenios y la lucha obrera contra la dictadura (1966-1973). San Miguel de Tucumán: Humanitas, 2016.
[16] Según caracterizaciones de Jorge Schvarzer en Argentina: un modelo sin retorno. Buenos Aries: CISEA, 1990.
[17] Si bien excede a estas páginas y ya ha sido objeto de investigación, cabe destacar que Mario Roberto Santucho había sido contador en los ingenios tucumanos, y que dentro de sus caracterizaciones consideraba al proletariado cañero como vanguardia dentro de los trabajadores argentinos, dado su alto grado de combatividad. Vése al respecto. Pablo Pozzi. “Por las sendas argentinas”. El PRT-ERP la guerrilla marxista. Buenos Aries: Imago Mundi, 2004.