CUCHI LEGUIZAMÓN. LAS HUELLAS FUNDANTES DEL PIANO
escribe y analiza 6 creaciones para piano Antonio Formaro– Doctor en Musicología, concertista argentino.
“No necesitás ser abogado para hacerle trampa al tiempo. Lo que pasa es que hay muchos tiempos, así como en plástica hay muchas perpectivas. Hay una que es una ley matemática, geométrica, pero hay otra sentimental, que depende de vos, que te hace deformar las cosas de acuerdo al sentimiento. Y esa es más interesante que la otra.”
(Cuchi Leguizamón)
Los mayoría de pianistas clásicos argentinos entienden, por convención, que la música para piano fusionada a lo nacional tiene su cima en la intención romántica de los compositores de la Generación del Centenario (1910), en las investigaciones de Andrés Chazarreta, en las compilaciones de Gómez Carrillo o, más tarde, en la célebre estilización de Alberto Ginastera o en el intimismo del santafesino Carlos Guastavino.
Sin embargo, la existencia de figuras como Gustavo “Cuchi” Leguizamón y una línea de pianistas que concluye en Oscar Alem, Eduardo Lagos, Hilda Herrera, Lilian Saba, Nora Sarmoria o Carlos Aguirre y que tiene personajes tan notables como Carlos García, Ariel Ramírez, Manolo Juárez o Adolfo Ábalos, nos coloca en un lugar algo incómodo, porque es todo un grupo de pianistas de gran virtuosismo sonoro, técnico y sobre todo artístico. Salir a la búsqueda de esos notables pilares, fundantes de la cultura argentina del siglo XX es encontrarse con un dato poco discutible: en los años 60 se produce una eclosión de la renovación folclórica que también afectó al piano tanto en el folclore como en el tango, baste nombrar a Horacio Salgán.
Ese talentoso universo más bien está grabado antes que escrito, pero es en éstas grabaciones, en éstos discos, que se descubre un universo tan interesante como el del nacionalismo posromántico anterior, con figuras de compositores y pianistas que perteneciendo a otro género, en mí, alcanzan la misma altura. En el centenario del nacimiento de Gustavo “Cuchi” Leguizamón (1917-2000) propongo un recorrido, un camino de descubrimiento y de deslumbre desde la música clásica hacia el arte de un pianista autodidacta y un gran compositor.
En Salta existe una corte de seguidores del Cuchi. Una suerte de ‘iglesia maradoniana’ centrada en el creador de La pomeña cuyo torrente de anécdotas es virtualmente inabarcable. Quienes han sido alumnos del Cuchi en un colegio secundario atesoran todo un microcosmos para contar sobre él, sobre sus tocadas de piano o su canto en las peñas en una década del ’60 con una movida cultural específica de la época, en Salta y en toda la Argentina.
En 2016 pude recorrer y conocer algunos pianos que a él le gustaban -algunos están en “Coronel Moldes” o en el “Club 20 de Febrero” de Salta-, y también a los melómanos que tenían curiosamente presente la imagen del Cuchi como pianista. Teniendo en cuenta la dimensión de Leguizamón como coautor de memorables canciones y ritmos que alcanzaron fama en todo el país y el mundo, me interesó justamente ese dato: que haya quienes lo colocan en un pedestal por su melodía, por su toque pianístico. Traté de investigar sobre los estudios de Cuchi con algún profesor y todo me indicó que la información la tenían los profesores de barrio.
Entre recuerdos de las bromas que hacía el Cuchi hablamos del Carnavalito del Duende, del Sapo Rococo y de otros elementos del mundo Leguizamón -unos recordaban que a veces en vez de dar clase se ponía a tocar música, otros decían haberlo encontrado tocando en los piano más inesperados de Salta-, y una de las cosas que más me impresionó entre tantas anécdotas fue algo que con un acento bien salteño a veces le decía a sus alumnos: “Ustedes saben una cosa, la chacarera es Rocóco”.
Con unos vinos de Cafayate y unas empanadas salteñas se me hicieron vívidas las anécdotas, y muy particularmente escuchando el lado “A” del álbum Piano y guitarra que editó Philips en 1966, donde el Cuchi toca seis canciones en piano solo.
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Aquí sigue «El sapo rococo», para empezar a compartir con la lectura la música de Gustavo Leguizamón
Al oírlo, sin cantar, sin hablar, no se me iba de la cabeza su sonido y lo asociaba con varios autodidactas argentinos que a veces hubo en el piano, más allá de que Cuchi no era un pianista típico, exclusivo de su instrumento, sino que la guitarra, la voz, la composición eran tomadas como un todo. Habiendo tenido noticia de la enorme cultura que él poseía, escuchando algunos audios de él hablando en reportajes o en sus peñas, empecé a encontrar ese rococó en su toque, a encontrar esa voz interna al oírlo sobre todo en sus contracantos.
Lo que más me impresiona a mí como pianista es cómo su acercamiento tiene que ver con esa fantasía, con ese imaginario rococó, ya que si bien, por mi parte, ya había estudiado en la licenciatura en música la influencia de las danzas galantes de origen francés en nuestro folclore, la mezcla con raíces autóctonas y la simbiosis generada, hay algo en el toque de Leguizamón que lo pone en un particular lugar. Recordaba el enorme pianista clásico argentino Manuel Rego, que en gran parte fue autodidacta y tenía un amplísimo respeto por los pianistas de música popular, que siempre decía sobre Salta y sobre el Cuchi: “Salta está más relacionado con París que con Buenos Aires”, en tono de broma, quizás siempre mencionando a una clase privilegiada de salteños.
Pero al oír tocar a Cuchi empecé a pensar que todos sus adornos, sus retruécanos pianísticos, su toque seco, su toque que ha sido llamado asonante, a veces incisivo, empiezan a recordarme al clave, al clave característico de los maestros del rococó, Couperin, Rameau. Y se me ocurría por qué no pensar que éste Sapo Rococó, que por un lado llena de imitación de sonidos, de la caja, y por otro lado expande ese estilo humorístico y totalmente desacralizante que él tuvo con la música folclórica y que de hecho la llevó a una renovación impresionante que sigue influenciando a los mejores pianistas del folclore y el tango. El tecladismo del clave, que en la música para piano argentina, si se dio en el neoclasicismo del Grupo Renovación en los años 30, fue de una forma bastante especular a la europea, con voces muy separadas, con toques tocatísticos, por así decirlo stravinskyanos. Y acá aparece como detalles alrededor de ideas, totalmente originales, ideas surgidas de la tierra y tomadas por el inconsciente colectivo que fuertemente salen del Cuchi.
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Aquí seguimos con la música de Gustavo Leguizamón, es la «Vidala del corso»
La escucha atenta de sus contracantos en estas piezas para piano que Cuchi grabó en la década del 60 me llevan más a un Domenico Scarlatti que a un Bach, aunque él amaba a Bach, pero lo encuentro en el toque tan incisivo y también a veces los devaneos, esa insistencia en el registro medio, la carencia de esos bajos profundos. Es así como algunas apelaciones a Ravel o al Stravinsky neoclásico adquieren en él una potencia propia unida a lo que es característico de nuestro folclore del norte, uniéndose a los ruidos, no como disonancia en sí de un neoclasicismo que ya había ocurrido, sino en esa renovación que estaba ocurriendo en la música. Todo esto desde la visión de un pianista clásico como yo, que no puede más que desde la intuición y la sensibilidad acercarse con admiración a un pianista autodidacta, pero como todo gran autodidacta, lo viví con mi maestro y hasta se dijo del mismo Ferruccio Busoni, era inigualable.
El compositor y pianista Sebastián Pozzi Azzaro afirma sobre Gustavo Leguizamón: “Él tiene recursos que son más modernos, un trabajo diferente de la disonancia y de lo rítmico si lo comparamos con los anteriores cruces entre el folklore y los recursos académicos. Hay alguna relación con la aproximación de Thelonius Monk al piano. Como un estar presente en tanto intérprete, buscando las notas que quiere tocar, priorizando el diálogo interno entre las voces antes que la textura amplia del piano, más orquestal, que a veces aparece por otras veces se reduce mucho. Él juega mucho desde ese lugar semi improvisado, atento”. Esto lo diferencia de la aproximación decimonónica del piano a los géneros populares. “Si el romanticismo llevó el piano a la orquesta, -agrega Pozzi- él quiso llevar al piano los elementos notorios y característicos del folclore, que son más pequeños, que pasan por otro lado; que tienen que ver con la compensación entre la percusión grave y aguda que se puede hacer en el bombo, dependiendo si tocan el parche o tocan el aro, la guitarra, alguna segunda voz, y no mucho más. Evoca ese espacio sonoro.”
Para bucear en el “antes” de Cuchi Leguizamón hay que detenerse en la figura de Carlos Guastavino, quien es según muchos (basta revisar los estudios de la Lic. Silvina Mansilla) en la música académica quien llevó el nacionalismo argentino romántico a su máximo esplendor, a su máxima depuración, y como tal en los años ’50 fue quien en algunos romances, en los retratos llamados Mis Amigos y finalmente en las canciones populares se aleja del gesto grandioso posromántico y va hacia un contrapuntismo tomando ideas del folklore, aunque, naturalmente, con el rigor de lo académico, propio de un músico docto y hecho como Guastavino, gran profesor del Conservatorio Nacional. La influencia que Guastavino ha tenido en los arreglos vocales posteriores, los de la música de la renovación folclórica de los ’60, no fue quizás notada en ese momento.
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Continuamos con la música del Cuchi Leguizamón, es «Chacarera del zorro»
Percibí que esta manera de tocar de Cuchi justamente podría ser un paso más, tanto del lado de lo que Guastavino planteó en los años ’50, como de lo contrario, porque no me parece en su toque un romántico expansivo o un contrapuntista académico, sino un buscador de ecos, de sonoridades a través de elementos surgidos de la música de las vanguardias del siglo XX: van hacia lo más tradicional pero sin opacarlo y ni siquiera con ninguna intención paródica, sino justamente renovando algo que ya existía para Leguizamón en el folclore mismo, renovando tanto la raíz de baguala que lograba encontrar en cada una de las voces de la zamba o la chacarera o en cualquier ámbito melódico de su folclore como esta danza “Rocóco”.
Como bien apunta el Lic. Sebastián Pozzi Azzaro, “uno de los rasgos, entonces, es la incorporación de las disonancias como un color característico en la armonía. Cuando sucede un acorde, sobre todo como punto de llegada, incorpora ciertas notas como se haría en el jazz, y creo que la influencia es bastante clara. Hay una relación también en el uso de la disonancia y los acentos con los que se toca, el relieve que le da. Hay un manejo del ritmo por momentos bastante libre, declamatorio, sin perder cierto swing propio del folclore que está muy desarrollado”.
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Particularmente atrayente me resultó la «Zamba del Mar«. Escuchemos la música mientras la analizamos.
En la Zamba del Mar, donde, en lugar de buscar la resonancia entre tecla y tecla, mantiene unas notas resonando y otras separadas, como si hubiese un soplo de aire, con pequeñas percusiones mínimas en algunas notas internas. Me sorprende cómo la melodía superior no pierde el lirismo sino que lo gana gracias a este entramado casi inaudible del centro. Y en lo particular, las ornamentaciones del centro del piano que pasan de ser adorno o detalle a ser la savia rítmica de la pieza.
En definitiva, cuando oímos las versiones instrumentales del Cuchi, ¿hablamos de canción o de música de cámara?
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Sigamos con la escuha. Esta es «La cucarra»
Según Sebastián Pozzi, “hay un trabajo de desarrollo de las ideas musicales y del arreglo que merece por lo menos una mirada atenta. Una canción puede ser transmitida, por ejemplo, a través de lo que se llama cifrado, que es la información básica de los acordes, la estructura de la armonía sobre la cual se canta una melodía. Y a partir de allí se construyen versiones muy diferentes. Así se propagan los géneros musicales, en papel o incluso mirando y copiando. Pero aquí, en cambio, hay segundas voces, es decir “segundas melodías”, ritmos cruzados, en fin, hay algo que está pautado, que es muy interesante y que pienso que hay que tomar como música de cámara”.
El del Cuchi es un toque pianístico escindido de una tradición porteña. En el suyo, la cuerda está tañida casi como si se la tocase, como si se tuviera una cuña. Encuentro que hay algo muy propio del norte argentino, bien antiguo. Algo que él encuentra y que es casi como un clavicémbalo, de pronto tan seco entre nota y nota, cuidando los mínimos detalles al nivel de Monk o de Glenn Gould.
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Disfrutemos, finalmente, de la «Zamba del pañuelo»
En una búsqueda totalmente moderna pero al mismo tiempo tradicional. Sin duda la trascendencia se debe a lo que encuentra ahí. Hubo otros que hicieron cosas grandes con el folclore al piano. Adornarlo exquisitamente, por así decirlo.
Lo del Cuchi es otra cosa.
Hey! Formaro… O me lo perdí o no hiciste alusión al pianista rafaelino Remo Pignoni… el Cuchi lo admiraba justamente por su facilidad para incorporar interválos poco usados en nuestra música…
Gracias Quique por tu lectura!!
sí, es cierto, Remo Pignoni fue un grande y en el listado que elaboramos debimos incluirlo. Muchas gracias por tu aporte. Un cordial saludo
Estimado: El «Sapo Rococo», es así SIN ACENTO, porque no tiene nada que ver con el estilo rococó. Es una clase de sapo típica del norte argentino. Qúe estudió para ser doctor? Con el mismo «criterio» podría afirmar que la Vidala del Corso estuvo dedicada a Napoleón. No pude seguir leyendo el artículo, porque a partir de esto me pareció poco serio. De todos modos rescato y agradezco los registros sonoros.