Tras su enorme derrota de junio de 2024, cuando el 80 por ciento de los votantes rechazaron al presidente «centrista» francés Emmanuel Macron, y obtuvo la primera minoría legislativa el Frente Popular, seguido por la ultraderecha prohijada por Le Pen, Macron dijo que entendía la ira del pueblo francés. En el Reino Unido, el perdedor conservador y niño mimado de la City de Londres, Rishi Sunak, dijo lo mismo sobre la ira del pueblo británico. Y eso mismo repite ahora el laborista Keir Starmer mientras estalla la ira.
Por supuesto, tales frases de tales políticos normalmente significan poco o nada y consiguen menos. Ellos se limitan a seguir calculando la mejor manera de recuperar el poder cuando lo pierden. En eso, son como los demócratas estadounidenses tras la actuación de Biden en su debate con Trump, tal como los republicanos estadounidenses tras la derrota de Trump en 2020. En ambos partidos de EE. UU, un pequeño grupo de altos dirigentes [las cúpulas partidarias] y los grandes aportantes, tomaron todas las decisiones clave y luego organizaron el teatro político para ratificar esas decisiones. Cúpulas partidarias, esquema repetido…
Independientemente de que puedan o no explotar políticamente la furia de los votantes, ningún líder en Occidente, incluido Trump, parece realmente «entenderla». En su mayoría sólo ven hasta donde pueden culpar plausiblemente a sus oponentes en las próximas elecciones. Así Biden culpó a Trump de una «mala» economía en 2020, mientras que Trump invirtió la misma culpa en el último año [y Bolsonaro talla sobre las dificultades de la economía brasileña, Giorgia Meloni, antes de asumir, sobre la realidad italiana, y Milei y el macrismo hicieron lo propio en Argentina]. Los adversarios presidenciales, según la geografía, pero crecientemente en sintonía, culpan al otro por la «crisis de la inmigración», o por desproteger a la industria [estadounidense u otra, según quién hable] de la competencia china, de los déficits presupuestarios del Gobierno y de la exportación de puestos de trabajo, que deja sin trabajo a “nuestros compatriotas”.
Ningún líder de la corriente dominante [basta ver cómo caen gobiernos y alianzas en el Occidente global] «entiende» o se atreve a insinuar o sugerir, que la furia de las masas de esta época podría ser algo más y diferente de una colección de quejas y demandas específicas. Esa ira es más que el tema de la inflación, la presión impositiva, armas, el aborto, las guerras, etc. Ni siquiera los demagogos a los que les gusta hablar de la «batalla cultural» se atreven a preguntarse por qué esas «batallas culturales» están tan de moda ahora. Los furiosos fanáticos norteamericanos del «Make America Great Again» (MAGA) son notablemente vagos y están mal informados. Quienes lo dicen rara vez ofrecen explicaciones alternativas persuasivas para la furia de los que quieren ‘hacer grande a América’.
En particular, nos preguntamos,
¿podría esa furia, esa ira, estar expresando un genuino sufrimiento masivo que aún no ha comprendido su causa?
¿Podría ser esa causa nada menos que la debacle del capitalismo occidental y todo lo que representa? Si los tabúes ideológicos y las anteojeras impiden admitirlo, ¿podrían los resultados de ese declive -ansiedad, desesperación, furia e ira- centrarse en chivos expiatorios adecuados?
¿Acaso los Trump, Biden, Macron, Milei, Modi y tantos otros, eligen chivos expiatorios para movilizar una ira que malinterpretan y no se atreven a explorar?
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El capitalismo occidental ya no es el amo colonial del mundo
Después de todo, el capitalismo occidental y el imperio estadounidense que sucedió a los imperios europeos ha entrado en decadencia. El próximo imperio será chino o, de lo contrario, la era de los imperios dará paso a una auténtica multipolaridad mundial. Pero no es solo eso: el capitalismo occidental ya no solo [y tal vez por ello] no es el amo colonial del mundo, sino que tampoco es el centro dinámico de crecimiento mundial, pues se ha desplazado hacia el Este. El capitalismo occidental está perdiendo claramente su antigua posición de poder último, unificado y seguro de sí mismo, agazapado y almidonado detrás del Banco Mundial, las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el dólar estadounidense como moneda mundial.
En términos de huella e impacto económico mundial, medida por los PIB nacionales, Estados Unidos y sus principales aliados (el G7, o sea, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) abarcan un PIB Total agregado que ya es significativamente menor que los PIB agregados comparables de China y sus principales aliados (los BRICS, o sea, Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica y desde 2024 Egipto, Etiopía, Indonesia, Irán y los Emiratos Árabes Unidos).
Las huellas de los dos bloques de poder económico mundial eran aproximadamente iguales en 2020. La diferencia entre ambas huellas se ha ido ampliando desde entonces y sigue haciéndolo. China y sus aliados de los BRICS son cada vez más el bloque más rico de la economía mundial.
Nada preparó a los habitantes del capitalismo occidental para este cambio de realidad ni para sus efectos. Especialmente los sectores de esos pueblos que ya se han visto obligados a absorber las costosas cargas del declive del capitalismo occidental se sienten traicionados, abandonados y furiosos. Las elecciones no son más que una forma que tienen algunos de ellos de expresar esos sentimientos.
La pequeña minoría rica y poderosa del capitalismo occidental practica una mezcla de negación y adaptación a su declive. Los políticos, los grandes medios de comunicación y los académicos dominantes siguen hablando, escribiendo, analizando, proyectando y actuando como si el conjunto de Occidente siguiera siendo globalmente dominante. Para ellos y sus formas de pensar, su dominio global desde la segunda mitad del siglo pasado nunca terminó. Las guerras en Ucrania y Gaza [y las interminables guerras que financian en África], dan testimonio de esa negación y ejemplifican los costosos errores estratégicos que produce.
Sin embargo, cuando no niegan la nueva realidad, una parte significativa de los ricos y poderosos del capitalismo occidental van ajustando sus políticas económicas preferidas, alejándose del neoliberalismo y acercándose al nacionalismo económico, de ahí la guerra de aranceles y “tarifas” que fuertemente comenzó con el primer gobierno de Trump y su “America First” y ahora se ve potenciado a escala global.
La principal justificación de ese ajuste neoliberal hacia una suerte de proteccionismo es que sirve a la «seguridad nacional» porque puede al menos [imaginan] frenar «la agresividad de China».
Lo cierto es que la clase dominante de ricos y poderosos de cada país occidental utiliza sus posiciones y recursos para trasladar los costes del declive del capitalismo occidental a sus compatriotas: la masa de asalariados, y los sectores de renta media y más pobres [este ajuste es planetario y Milei es su estrella actual]. Empeoran las desigualdades de renta y riqueza, recortan los servicios sociales gubernamentales y las pensiones, endurecen las políticas securitistas, de vigilancia y policial, y las condiciones penitenciarias [por eso crece el negocio de las cárceles privadas y lo que propone Bukele, Trump, Patricia Bullrich].
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Negar la debacle del capitalismo alimenta demagogos de ultraderecha
La negación del declive facilita el declive sin freno del capitalismo occidental. Se hace demasiado poco y demasiado tarde contra problemas aún no admitidos. El deterioro de las condiciones sociales derivado de ese declive, especialmente para las rentas medias y los pobres, brinda oportunidades a los demagogos de derechas de siempre.
Siempre los demagogos han culpado de las crisis y del declive a los inmigrantes, los extranjeros, el excesivo poder del Estado, el funcionamiento democrático, a China, al secularismo, al aborto y los enemigos de la batalla cultural, con la esperanza de reunir así un electorado ganador. Lamentablemente, los comentarios de la izquierda se centran en refutar las afirmaciones de la derecha sobre los chivos expiatorios elegidos. Aunque sus refutaciones suelen estar bien documentadas y son eficaces en el combate mediático contra las derechas [algo de eso explicó Kamala Harris con eficiencia y quedó demostrado con la absoluta paralización de la industria de la construcción en varios estados por la amenaza de deportación de inmigrantes, que prefirieron no salir de sus casas], los progresismos rara vez invocan argumentos explícitos y sostenidos sobre los vínculos entre la furia que tienen las masas y el declive del capitalismo.
Las izquierdas y los progresismos no exponen suficientemente que los entes reguladores del Estado y gubernamentales, por muy bienintencionados que sean, han sido capturados por los especuladores capitalistas privados, y subordinados a ellos.
Por tanto, la masa de la población se volvió profundamente escéptica a la hora de confiar en el gobierno y el Estado para corregir o compensar los errores del capitalismo privado. La gente comprende, a menudo sólo intuitivamente, que el problema actual es la fusión de capitalistas y gobierno. La izquierda y la derecha se sienten cada vez más traicionadas por todas las promesas de los políticos de centro-izquierda y centro-derecha. La mayor o menor intervención del gobierno/Estado ha cambiado demasiado poco la trayectoria del capitalismo moderno.
Para un número cada vez mayor de personas, los políticos tanto de centro-izquierda y progresistas como de centro-derecha, parecen igual de dóciles y siervos de la fusión capitalismo-gobierno que constituye el capitalismo moderno con todos sus fallos y defectos.
Este es el nudo central que explica que la derecha [y la ultraderecha] actual tiene éxito sí y solo sí se presenta como no centrista, no progresista / de centro-izquierda ni progresista de centro-derecha de tipo liberal republicanista. Los candidatos y candidatas de la derecha y ultraderecha son explícitamente anticentristas. La izquierda es más débil porque demasiados de sus programas parecen seguir vinculados a la idea de que las intervenciones estatal-gubernamentales corregirán o compensarán los ‘defectos’ del capitalismo.
En resumen, la furia de las masas está desconectada del hecho central de la decadencia del capitalismo en parte porque la izquierda, la derecha y el centro niegan, evitan o descreen de ese vínculo.
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¿Por qué la indignación de las masas no se traduce aún en políticas anticapitalistas explícitas?
En parte porque son muy pocos los movimientos políticos organizados que actúan en ese sentido.
Los funcionarios, como la nueva ministra de Hacienda laborista británica, Rachel Reeves, anuncia alegremente: “No hay dinero». Prepara al público -y excusa preventivamente al gobierno- para lo poco que éste intentará hacer [el sitio Strike Map da cuenta de cientos de huelgas en Gran Bretaña durante 2024 y 2025]. Pero ¿Qué propone el laborismo que se pretendió socialista? Define su objetivo clave como «desbloquear la inversión privada». ¡Si hasta las palabras que eligen reflejan lo que los viejos conservadores quieren oír y dirían ellos mismos! En los capitalismos en declive, en todas las geografías, los cambios electorales pueden servir, y a menudo sirven, para evitar o al menos posponer el cambio real.
Las palabras de la ministra británica garantizan a las grandes corporaciones y al famoso 1% [contra el que se movilizó aquel movimiento Occupy Wall Street “somos el 99%”] que el Partido Laborista de Starmer no les aplicará fuertes impuestos. Esto es lo que les importa [de eso hablan en Davos]: precisamente ese «mucho dinero» que dice no tener está en las grandes corporaciones y en los ricos. La riqueza del 1% más rico que podría financiar fácilmente una reconstrucción genuinamente democrática de una economía que, al menos en el caso británico y a pesar de haber propugnado que si salían de Europa [con el Brexit] iban a ‘despegar’, lo cierto es que está empequeñeciéndose desde 2008. Así, el laborismo [como muchos otros progresismos] asumen los gobiernos con los típicos programas que usaron las derechas y los conservadores, que priorizaban la inversión privada, y que son los que llevaron al Reino Unido a su triste estado actual. Ellos fueron el problema; no son la solución.
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El deporte de administrar el capitalismo
Para continuar con el caso británico, como un modelo explicativo, el Partido Laborista ha tirado por la borda su historia socialista y quiere administrar el capitalismo británico contemporáneo con un poco menos de dureza, y entonces trabaja para persuadir a la clase trabajadora británica de que «menos duro» es lo mejor que pueden esperar y por lo que pueden votar. Las derechas y los conservadores pueden relajar y sonreír, y aprobar todo con condescendencia, y eventualmente discutir con el gobierno progresista de turno [supongamos, el laborismo británico] sobre cuánta dureza y ajuste «necesita» el capitalismo actual.
Macron, que también fue socialista, desempeña un papel similar en Francia. De hecho, también lo hacen Justin Trudeau en Canadá y Olaf Scholz en Alemania [y Cyril Ramaphosa en Sudáfrica y otros en América Latina…]. Todos ofrecen la administración de sus capitalismos contemporáneos, pero ninguno [ni ninguna] tiene programas dirigidos a resolver los problemas básicos, acumulados y persistentemente sin resolver de los capitalismos modernos.
¿Por qué? Porque para intentar otras soluciones los países del núcleo capitalista central requerirían admitir primero cuáles son esos problemas: inestabilidad cíclicamente recurrente, distribuciones cada vez más desiguales de la renta y la riqueza, corrupción monopolizada de la política, los medios de comunicación y la cultura, y políticas exteriores cada vez más opresoras que no logran compensar el declive del capitalismo occidental. La negación impide admitir esos problemas, y mucho menos habilita el diseño de programas para un cambio real. Los gobiernos alternativos administran; no se atreven a liderar.
Sus administraciones probarán con políticas de libre comercio y proteccionistas, y tal vez oscilen y pendulen entre ellas, como hicieron a menudo los gobiernos capitalistas del pasado. En Estados Unidos, los recientes pasos del Partido Republicano y del Demócrata hacia el nacionalismo económico siguen siendo excepciones en busca de votos.
Las megacorporaciones occidentales, incluidas muchas con sede en Estados Unidos, ven con satisfacción el nuevo papel de China como campeón mundial del libre comercio [a pesar de que Pekín, oh sí, Pekín, de vez en cuando toma represalias moderadas contra los aranceles y las guerras comerciales iniciadas por el conjunto de Occidente]. Siguen apoyando negociaciones para dar forma a repartos del mundo, bajo esquemas generalmente aceptables para los flujos comerciales y de inversión. Para las corporaciones estos bloques y divisiones son rentables, así como un medio para evitar guerras peligrosas. Las elecciones, claro, seguirán incluyendo enfrentamientos entre las tendencias librecambistas y proteccionistas del capitalismo.
Pero la cuestión más fundamental de las elecciones de 2024 en todo el mundo, y las que siguen en 2025, es la furia de las masas en Occidente, despertada por su declive histórico y los efectos de ese declive en la masa de los trabajadores y ciudadanos medios. ¿Cómo influirá esa ira en las elecciones?
La derecha más extrema reconoce y se monta en la ira más profunda sin, por supuesto, comprender su relación con el capitalismo. Marine Le Pen, Nigel Farage en Inglaterra, Geert Wilders en los Países Bajos [Milei, acaso?], y Trump son ejemplos de ello. Todos ellos se burlan y ridiculizan a los gobiernos de centro-izquierda y centro-derecha que se limitan a administrar lo que ellos describen como un barco que se hunde y que necesita un liderazgo nuevo y diferente. Pero su base de donantes y aportantes de campaña (capitalista) y su ideología de siempre (procapitalista) les impiden ir más allá de los chivos expiatorios extremos: los inmigrantes, minorías étnicas, los pueblos originarios, las sexualidades heterodoxas y todo tipo de ‘demonios’ extranjeros.
Los principales medios de comunicación tampoco captan la relación entre la furia de las masas y el capitalismo, y entonces descartan esa furia por “irracional” o porque las personas influyentes han enviado un «mensaje» inadecuado.
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Las masas ¿son ahora de derecha?
La izquierda y el progresismo están celosos de la importante base de masas que tiene ahora la extrema derecha en las zonas obreras. En la mayoría de los países, la izquierda y el progresismo ha pasado las últimas décadas tratando de mantener su base obrera en la misma proporción que la corriente dominante la alejaba, mientras que las políticas gubernamentales de centro-izquierda la alejaba. Eso significó un cambio cada vez más mayor hacia propuestas «moderadas». Ese cambio que se operó durante décadas incluía restar importancia al objetivo de un postcapitalismo completamente diferente, en favor del objetivo ‘a la mano’ de un capitalismo más suave y humano [capitalismo con rostro humano], fomentado por el Estado, en el que los salarios y los beneficios fueran mayores, los impuestos más progresivos, los ciclos más regulados y las minorías menos oprimidas [un manual-recetario progresista que no modificó la creciente pobreza estructural en todos los países capitalistas]. Para esas izquierdas, la rabia de las masas que sí podía reconocer, estaba motivada en los fracasos en la implementación y administración de ese capitalismo más blando, fomentado por el Estado, pero jamás esos progresismos quisieron decir claramente que siempre se debía a la decadencia del capitalismo.
Lo cierto es que a medida que el centro dinámico del capitalismo se trasladaba a Asia y a otros lugares del Sur global, se iba instalando el declive entre sus antiguos centros, más o menos abandonados [en esos países centrales nacidos del racismo colonial]. Los capitalistas del viejo centro participaron y se beneficiaron enormemente cuando el sistema reubicó su centro dinámico. El capitalismo, los capitalistas -tanto estatales como privados- de los nuevos centros dinámicos de producción, se beneficiaron aún más.
…Y entonces, en los viejos centros, los ricos y poderosos trasladaron las cargas del declive a las masas. En los nuevos centros, los ricos y poderosos [de esos centros] acumularon la nueva riqueza capitalista en sus manos, pero con suficiente goteo hacia abajo para satisfacer a parte de sus clases trabajadoras [por eso salieron de la misérrima condición de vida 300 millones de chinos]. Así es como funciona el capitalismo y siempre lo ha hecho: gran acumulación, enorme explotación, derrame -si acaso- por goteo y por breves períodos.
Sin embargo, para la mayoría de los asalariados, cuando el centro dinámico del capitalismo está donde ellos trabajan y viven es mucho más agradable y esperanzador que cuando llega el declive. Ese fue el ciclo en Europa, Estados Unidos y Canadá después de 1945. El derrumbe de ese ‘ser centro’ provoca depresión y traumas. Cuando ese declive y ese encono no se admite ni discute, la primera solución a mano es la derecha y ultraderecha que cambiará y mejorará todo de la noche a la mañana, con decretos…
En cualquier caso, como el problema es la decadencia terminal del capitalismo, lo que persistirá agazapada, en lenta ebullición, es la furia de las masas.
Edición de Darío Bursztyn (2025), sobre el ensayo de Richard Wolff publicado originalmente en www.counterpunch.org
Las esculturas pertenecen al escultor argentino Leo Vinci (1931) y no pueden reproducirse ni comercializarse por ningún medio. Forman parte de su exposición en el Centro Cultural Borges – Buenos Aires
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REGISTRO ISSN 2953-3945