Sobrevuelas la periferia de Abbotabad. Estás sobre su casa. Esperas. Nada se mueve/
Sorbes tu café y cuentas los nombres que figuran en la planilla.
Bilal lqbal es tu tercer objetivo hoy
Todavía tienes otros cinco para vigilar. El tiempo pasa rápido. Y no quieres que este asunto quede en manos del equipo que sigue. Básicamente, no les tienes confianza/
Bilal lqbal sale al patio con su hijo. Cargan su camioneta. Deberías ver mejor qué hacen. Entonces desciendes 500 metros. Pero no ves más que cajas de cartón/
Agregas algunas palabras a tu informe y continúas observándolos/ Toman la ruta de siempre. Que ya conoces de memoria. Hace dos meses que los vigilas/
Tu mirada se detiene un segundo en las fotos de tu familia pegadas sobre el borde del monitor justo debajo de la lista de sospechosos. Tu mujer y tu hija te sonríen. Y apenas abajo de ellas tu hermana te mira con aire circunspecto
-Parecés un poco perdido en ese container mínimo, frente a tus diez pantallas. Se ve en ti al niño. Es conmovedor. ¿Te recuerdas que de adolescente te pasabas todo el tiempo en los juegos en red? No cambiaste nada, evidentemente.
-No estoy en un juego, Hannah. Es la guerra.
-Será tu guerra, porque por acá cerca no hay nada. Sal de tu aislamiento. Es el desierto de Nevada. El silencio, el vacío, la calma, la aridez de esta tierra de nadie. No explota ninguna bomba cerca de tu cabeza. El enemigo está lejos. Haces la guerra a doce mil kilómetros de distancia en un país que sólo conocés por fotoreportajes retocados que circulan por ahí.¿Por qué? Porque nadie ataca.
-Hannah, la guerra cambia como el mundo. Sacamos el cuerpo vulnerable del entorno hostil. Y el fardo del riesgo se transfiere. Proyectamos poder sin proyectar la vulnerabilidad.
-Ay hermanito… No sos vos el que habla. Abres la boca y la política oficial te rebalsa. ¿No te acordás? Queríamos ser libres como los nómades, dar la vuelta al mundo, tomarnos un velero y huir del sistema. Y a fuerza de creer en todos los cuentos de hadas que nos contaron terminamos por adoptar esta bella falacia.
No es eso. Sigue enfocado en tu objetivo. Tu hermana no está ahí. Nadie te habla. No es más que una voz creada en tu cabeza/
Vuelves a tu monitor. Bilal lqbal se detiene frente a una cabaña. Comienza a descargar sus bártulos. Tres barbudos lo esperan. Esto se está poniendo interesante para ti. Uno de los hombres abre una caja. Tus músculos se contraen/ El hombre saca un rollo de tela. No es precisamente lo que buscas. Bilal lqbal está sospechado de tráfico de armas. Pero quizá bajo esos rollos se ocultan balas. Estás ahí para encontrar evidencias. Lo has estado siguiendo por un tiempo. Sabes todo acerca de él. A veces tienes la impresión de que es parte de tu entorno/
Más allá de los discursos de tus superiores que les hablan sobre la importancia de vuestras acciones.
Bilal lqbal acaso no sea más que un padre de familia como vos. Lo sabes, lo presientes. Y sin embargo ejecutas órdenes. Y desde el momento mismo en que la duda se te instala. Mirás el retrato de tu hermana/
Ella murió hace dos años en un atentado en Tailandia. De vacaciones, en la playa. Quería huir del día a día. Y regresó en un ataúd de metal envuelto en la bandera nacional/ Víctima colateral de una guerra que ella siempre desafió. Del mismo modo que a tu compromiso con esta unidad militar.
-No insistas más, Hannah.
-Pero, ¿por qué? Querías otra cosa… Siempre dijiste que te encantaría crear videojuegos. El ejército no es broma.
-No tenía chance, Hannah. Me pagaron la escuela. Me ofrecieron un puesto de trabajo. Tengo un hijo.
-Pero justamente por eso no deberías haberlo hecho. ¿Querés hacer estallar una guerra de la cual ni siquiera entendés de qué trata?
-¿De qué modo podía pagar? Aquí y ahora toda actividad remunerada no es más que un arma de guerra. Solo que no se dice. Incluso vos misma haces la guerra. Detrás de tu puesto en el shopping center ofreciendo créditos a clientes desesperados. Sabes bien que nunca van a poder pagarlos.
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Bilal lqbal vuelve a su camioneta y retoma la ruta. Y partes con él mientras tus recuerdos se alejan. Se detiene en el mercado. Su hijo mira una bicicleta. Le habla. Bilal lqbal se enardece. Te gustaría saber realmente qué se dicen. El chico insiste. Bilal lqbal le da una paliza. Y ahí te recuerdas/.
Para Navidad le compraste una bicicleta Disney Princess a tu hija. Ella nunca la usó/¿Qué te lleva ahora a mezclar las cosas? ¿De dónde te viene esta culpa de porquería? Estás ahí para marcar a los enemigos del pueblo. En nombre de la democracia, de los derechos humanos, de la paz/
Te encantaría poder ahora armarte un cigarrillo para calmarte un poco.
Pero no puedes salir de tu cabina antes de que tu sesión haya terminado. Hay medidas de seguridad reforzadas. Estás ahí hace seis horas. Y tendrás que soportar otras cinco más para terminar. Vamos Bilal lqbal haz algo, muévete. Da una señal. Deberíamos terminar. Esto se hace muy largo.
Son las seis de la mañana. Dejas tu cabina. Tu cabeza, embotada de cafeína. En Pakistán ahora es de noche. Las últimas imágenes que viste en infrarrojo fueron: Bilal lqbal y su mujer a punto de hacer el amor sobre el techo de su choza. Te enterneció. Aunque no debiste. Bilal lqbal tiene ahora el estatus de “objetivo legal que merece la muerte”. Toda la tarde elementos sospechosos fueron a dar a su casa. Y llevaron una segunda carga de telas.
No hay prueba directa pero está el riesgo de que ingrese a la ‘secret kill list’ En pocas horas el presidente decidirá si debe o no ser abatido/
Fumas tu cigarrillo al lado del container y piensas en todo eso. Te encantaría que fuera ejecutado cuando no estés en tu puesto. No quisieras vivir eso. Ya no hay distancia entre vos y el caso. Antes de irte lo miraste largamente como diciéndole adiós. La suerte está echada.
-Juega, vamos.
-Espera.
-No podemos esperar. Nos van a matar.
-Avanza.
-Sígueme.
-Dispara, Hannah. Estos sí que son jodidos.
-Esperemos. No tengo demasiadas municiones. No tiramos sobre cualquiera. Arriesgamos perder puntos. ¿Cómo sabés que son los malos?
-Porque usan los colores.
-¿Y entonces? Eso no quiere decir nada. Primero hay que ponerlos a prueba. Y después tirarles.
Estás conduciendo por la State Route 375 – Extraterrestrial Highway. Y vuelves a ver esta escena. Dos niños: tu hermana y vos. A través de sus pantallas creen ser los salvadores del mundo en un videojuego/
Domingo después de misa. Ustedes tenían su ritual. Habitados por las palabras de la prédica. Combatían el mal/
Nada cambió finalmente. Ahora te pasas la vida frente a diez pantallas. Conectado con la otra punta del mundo a través de drones. Tu objetivo son los que llevan los colores del mal. Y cuando llega la orden: disparas. Es un juego en red, cero riesgo para vos. La sangre corre a doce mil kilómetros de distancia. Y en tu pantalla ya perdió su color rojo. Eso ni siquiera te da miedo
La guerra ocurre lejos.
Se aparta al cuerpo vulnerable del entorno hostil. Se transfiere la carga del riesgo.
El sol se eleva sobre la State Route 375. Las estaciones de servicio, las casas rodantes y los restaurantes con temática extraterrestre. Toman forma. La vida está a punto de comenzar para todo el mundo. Y te preparás para entrar en la noche. Nunca estás en sintonía con los otros/
Una hora más tarde estás en casa. Una pequeña construcción de madera en una ciudad derruida. Te metés en la cama al lado de tu mujer. Ella se pega a tu piel. Sus manos te acarician. Y descienden hacia tu miembro. Su lengua intenta meterse en tu boca. Pero no sientes deseo alguno/. Hace meses que no pasa nada entre ustedes. A veces te haces el dormido. Pero ella sabe que recién entrás/ Insiste. Te dejas hacer. Te encantaría llegar al clímax, pero no ocurre. Estás inmóvil en tu cuerpo.
Cierras los ojos. Y reaparece la última imagen de Bilal lqbal. Sobre el techo, haciendo el amor con su mujer. Ahora debe dormir ignorante de que pueden ser sus últimos instantes/
Tu mujer te abandona. Deja el lecho. Comienza su día. Debe preparar a la niña para la escuela. Cierras los ojos. Y te dices que en este preciso momento el presidente de tu país se instala en su escritorio, examina la kill list y marca con un círculo los nombres de los que ustedes deben ejecutar.
-¿Sentiste la muerte Hannah? ¿Tuviste tiempo de tomar conciencia de tu fin? ¿En qué pensaste en ese último instante? ¿Sentiste la explosión? ¿Viste la luz, el túnel? Parece que el cuerpo no siente nada. Se desintegra en pocos segundos. Vi una vez el cuerpo de un soldado que corría sin cabeza. Pero ocurrió hace mucho, en un documental de la Segunda Guerra Mundial. Todo cambió ahora. Nuestras guerras son limpias. Por qué no dices nada, Hannah. Háblame…
Las voces resuenan en tu cabeza. Tu cuerpo se funde con las sábanas. De vez en cuando un espasmo se apodera de tus músculos. Estás lejos/
Aterrizas en tus sueños en infrarrojo. Te desplazas por una playa, vestido con tu uniforme caqui. Que te quitas para entrar en el mar. Comienzas a nadar. Y ahí, una ola de cadáveres te atrapa. El mar se tiñe de rojo. Quieres volver a la playa. Pero los cuerpos te impiden avanzar. No haces pie. Te ahogas. El aire abandona tu cuerpo/
Te despiertas sudado/
Durante treinta segundos no sabes dónde estás. Miras tu reloj pulsera. 17:20
Debería comenzar tu jornada. Pero algo te impide arrancar/ No estás listo. Querrías quedarte un poco más en la cama. El sentimiento que te embarga es que estás desconectado de la humanidad.
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Te acercas a la base aérea. Pasas al lado de un grupo de veteranos que enarbolan banderas. Y eslóganes.
“Vamos muchachos aquí está nuestro apoyo
Aniquilen el terrorismo
El país necesita de ustedes en esta guerra”
Los saludás y estrechás sus manos. Te hace bien cruzártelos cada noche. Antes de empezar tu servicio/ Sobre todo hay uno que te toca. Perdió sus piernas en Vietnam. Cada vez que lo ves piensas en la suerte que tienes. De ser operador de drones.
En una guerra limpia, asimétrica, sin víctimas de tu bando/
Algunos metros más lejos dos activistas sostienen una pancarta pacifista sin emitir palabra. Te importa un carajo/ Sabes que en gran parte tienen razón. Pero haces un trabajo como los otros. Si no lo hicieras vos, lo haría otro/
Sos vos mismo quien interrumpe a cada momento tus propios pensamientos/ Te das cuenta. Hablas con palabras que no te pertenecen/
Te sentás frente a tus pantallas. Un mensaje parpadea sordidamente: “Bilal lqbal objetivo a abatir”. Es tu misión del día/
Miras a tu colega en busca de un poco de complicidad. Pero está centrado en su joystick.
Tú manipulas el dron. Que lanza su ataque. No tienen necesidad de hablarse. Todo está en tus manos. Vuestras cabezas son piloteadas a distancia/
Te sientes solo. Miras la foto de tu hermana. Y pareciera como si volvieses de nuevo a la infancia.
-¿Por qué no duermo más con vos, Hannah?
-Porque ahora yo soy grande. Me molesta.
-Tengo miedo de estar solo
-Ya no sos tan chico. Hay que crecer.
-Tengo miedo de la oscuridad. Me gustaría tener el poder de ver en lo oscuro.
-¿Sabes que eso se puede? Con rayos infrarrojos
-¿Ya los probaste?
-No, los soldados los tienen. Si quieres ver en lo oscuro tendrías que entrar en el ejército cuando crezcas
-No sé si me gusta. Los soldados mueren pronto.
-No necesariamente. Uno puede morirse en cualquier momento.
-Hannah, me gustaría que nos muriéramos juntos. Morirme solo me daría miedo.
Direccionas el dron sobre la casa de Bilal lqbal. Y esperas/
La voz de tu superior te habla a través de tu casco. Que habrá que esperar que otros hombres de su célula lleguen a él/
¿Y su mujer? ¿Y su hijo?
Salieron/ El colega que piloteó el dron antes lo escribió en su reporte. La vía está libre/ Empiezas a temblar. Tienes frío/ La temperatura está siempre en 17 grados. Usas siempre un pullover debajo de la chaqueta, pero sigues temblando. Y el olor acre de tu transpiración te pone loco/ Sueles vaporizar con algunas gotas de aceites esenciales el puesto de comando. El eucalipto te calma
La guerra huele bien de este lado del mundo/ Tiemblas, sudas. Tu transpiración se mezcla con la de los otros militares que pusieron también su cuerpo frente a estas mismas diez pantallas. Cada uno hace su guerra a solas durante su horario de trabajo. La única huella que queda es ese olor a cuerpo aterrorizado ante las imágenes que desfilan.
-Por qué tiemblas?
-Tengo miedo, Hannah.
-¿De qué? Estás bien a resguardo acá en la safe zone, perdido en el desierto de Nevada. Tus bombas explotan lejos. Nadie te ataca.
-Sí. En mi cabeza. Esto se me volvió demasiado denso. Escucho voces. No entiendo bien. Empecé a soñar en árabe y ya no hay más colores en mis noches. Todo es en infrarrojo.
-Relájate. Respira. Va a pasar.
-Miento, Hannah. No es eso. Tengo miedo de no poder disparar
-Pero vos no disparás. Es tu colega el que aprieta el botón. Lo único que haces es elegir el perímetro a bombardear. Ya lo hiciste cien veces
-Hannah…¿En qué piensas cuando el cuerpo explota? ¿Dura mucho? ¿Se siente el dolor? ¿Será todavía un cuerpo?
Lanzar operación.
Esas dos palabras rebotando en tu casco se anclan profundamente en tu cabeza/ No entró nadie. Está solo/
Quisieras decir algo pero no tienes el derecho de cuestionar una orden. No eres más que un soldado, un ejecutante, un dron/
Miras a tu colega, pero tampoco hay respuesta. Él permanece reconcentrado en su objetivo/ Aprietas un botón y marcas el techo. Él apoya su joystick.
16 segundos/ Cierras los ojos por un instante. Se hace largo: el tiempo perdió su textura. Miras la foto de Hannah.
-Es por ti
-No. No me metas a mí en este asunto.
-Tengo que darle un sentido a todo esto.
-Conmigo no. Yo no soy más que una víctima colateral.
8 segundos/ Podrías detener todo. Pero no lo vas a hacer. Nadie lo hace. Con el tribunal militar no se jode.
3 segundos/ Un niño entra en la casa. “¡No. Vete!”. El niño sale. El niño cae. Haces zoom sobre su cuerpo
-¿Es un niño?
-Tal vez sea un perro.
Esas fueron las primeras palabras articuladas por tu colega/ Lo miras. Te encantaría creerle. Tienes necesidad, pero eso no ocurre.
-¿Los perros tiene dos patas?
-Sí, es un perro, evidentemente.
Es tu superior quien les habla. ¿Dónde está?. No sabes. En un despacho más confortable en un piso superior. A miles de kilómetros de ahí. En Washington, en el Pentágono, quién sabe dónde. No hay rostro, no hay cuerpo. Sólo una voz en los altavoces del container. Igual que vos. No tienes rostro, ni cuerpo, ni voz.
Bilal lqbal no vio a su asesino. No eres más que un dron.
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Son las seis de la mañana. Sales de la cabina. En Pakistán empieza a hacer de noche.
¿Qué sucede con los cuerpos? No pudiste enterarte cómo terminó el caso de tu crimen. Te ordenaron desplazarte a otra parte con tu dron/ Hay trabajo en muchos lados. Vigilar, rastrear, analizar, seleccionar, apoyar, matar.
“No, esto no puede ser así”. Esto no es un crimen. Estamos en guerra. Tengo el derecho de matar. No hago otra cosa más que defender mi patria/ Te lo repites una, dos veces. Te lo repites una y otra vez como un mantra. Es lo que te enseñaron a hacer.
Apartamos el cuerpo vulnerable del ambiente hostil.
Los riesgos se transfieren.
Proyectamos poder sin proyectar vulnerabilidad.
Te lo repites una y otra vez. Pero esta vez no funciona/. Tu cabeza está vacía y rechaza escuchar la más mínima información/
Subes al auto. Aceleras, vas a fondo. Bajás los vidrios. El viento mece tu pelo
Por un instante te sientes libre/ Te vienen a la memoria los 16 años, junto a Hannah y sus amigos. En un descapotable sobre la costa oeste. Estaban en el asiento de atrás pegados uno al otro.
-Ahora empieza la vida. La verdadera vida.
-Ya no tengo miedo
-Estoy orgullosa de ti
-¿Hannah?
-Si.
-Vamos a estar siempre juntos. Incluso si te vas lejos para estudiar no nos olvidemos
-¿Cómo piensas que me voy a olvidar? Vamos a estar juntos aun cuando nuestros cuerpos estén lejos
-Pero no vamos a dejar que nuestros cuerpos se separen por mucho tiempo
-El tiempo no existe. Está todo en nuestra mente. Ir no importa dónde, con alguien que se quiere, siempre
-Yo te seguiría adonde sea, Hannah.
Tu auto circula a 130 por hora. Desafías el tiempo. Quisieras salir de la cabina/
No seguiste a Hannah. No seguiste a nadie. Ni a tu sombra/ Sólo seguiste el camino trazado por otro. Sin elegir nada/. Soportar. Aceptar. Encajar. Respetar las reglas. Satisfacer las necesidades. Estar a la altura. Lo hiciste todo, ¿y ahora? ¿Qué te quedó después de esta repetición mecánica e infinita?. El mismo guión de siempre.
Ocho horas por día frente a las mismas pantallas. Abatir mediante un pequeño y minimalista movimiento de mano cuerpos desconocidos. Perdiste el gusto por el juego/
Aceleras el auto. Deseas un envión de libertad. Decidir solo. Cambiar de ruta.
Mañana no vas a ir. Vas a rechazar someterte al orden. ¿Y eso a quién le sirve? Te pedirán que posiciones tu dron encima del cementerio de Abbottabad para contar los cuerpos enterrados/ Necesitan un listado de víctimas. Una cifra para poner en informes rápidamente publicados por la prensa/ El contribuyente financia esta guerra. Y tiene derecho a conocer la data de este negocio. ¿Es rentable o no?. Se sigue aportando, se buscan resultados, cifras, imágenes
Mañana no te vas a presentar a manejar tu dron. No quieres que tus superiores te rodeen alrededor de un círculo, por demás inquisidor/ Por ahora sólo sabés que no se trataba de un perro.
-¿Todo bien?
-Todo bien, Hannah.
-No te preocupes, voy a estar bien. ¿Allá todo bien?
-Genial.
-¿Hay buen tiempo?
-Espléndido, hace calor, nado todo el tiempo.
-¡Qué bueno!
-Tenemos que hacer eso juntos la próxima vez.
-Si tuviera el tiempo…
-¿No te acordás? De chicos queríamos dar la vuelta al mundo. ¿Qué quedó de todo eso ahora? Vos te pudrís en una base militar y yo ofrezco créditos miserables, ¿qué es esta mierda? La vida está en otra parte.
-¿Qué me querés decir con eso? Que descubriste que la vida en una playa paradisíaca en Tailandia, que estás llena de revelaciones budistas, que pudiste abrirte del sistema y que me equivoqué de vida. Basta con eso. Ya me lo dijiste. Cada uno sigue su camino…
-De acuerdo, te dejo entonces…
Hasta pronto. Las últimas palabras que escuchaste en el teléfono. Esas mismas palabras que te repetís por lo bajo cada vez que marcas el objetivo a abatir.
Las mismas palabras que les decís a tu mujer y a tu hija por la mañana cuando salen de casa/ El lenguaje se desgasta. Ya no tienes necesidad de palabra alguna
Ya no tienes necesidad de nada.
Aceleras un poco más. 160 km por hora/ Doblas a la derecha. Te sales de la ruta
Conduces por el borde de un acantilado. El vacío te atrae como un imán. En unos segundos serás libre/ Muerto en combate/ El único caído en tu campo. La única víctima de una guerra justa/ Ves el borde. Te acercas al fin. Ves tu ataúd envuelto en la bandera nacional. Tu mujer y tu hija vestidas de negro en medio de una multitud de uniformados. Escuchás las palabras que serán pronunciadas. Héroe, deber, coraje, patria. Ha sabido combatir al enemigo
Mentiras, todas/ Tu enemigo no está en la pantalla sino en tu mente. Y no lograste matarlo/. Te confiscó la vida. Al menos recuperarás tu muerte/
Pero volteas bruscamente el volante hacia la derecha y clavas los frenos/ El airbag se abre. Tu cuerpo es golpeado por la bola gigante de plástico. El efecto de una ducha fría. Un despertar violento. Una salida de emergencia.
Has perdido el control de tu dron. Retomas las riendas de tu vida//
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Texto de Alexandra Badea, escritora, directora teatral y cineasta rumana nacida en 1980 y residente en Francia desde 2003, ha publicado siete obras y una novela.
Extremófilo,de la cual este texto forma parte, es un drama de cuatro personajes centrales sin conexión entre sí, estrenado en París en 2017
Los drones de los EE.UU mataron a 200 niños en Pakistán desde 2004 a 2016. https://www.defenseworld.net/news/16235/US_Drones_Killed_Over_200_Children_In_Pakistan