LA CUMBRE MUNDIAL DEL CLIMA COP25 DEBIÓ CELEBRARSE EN CHILE, UN PAÍS QUE ESTÁ EN LLAMAS PORQUE LA SOCIEDAD DIJO BASTA.
Y LA SEDE ES MADRID CON MÁS DE 25.000 PARTICIPANTES. DONALD TRUMP Y LOS EE.UU ESTÁN AUSENTES. ¿EL MUNDO SEGUIRÁ ESCONDIENDO EL DEBATE O AVANZAMOS UN PASO?
Escribe el Dr. Christopher B. Anderson*
A partir de los años 1960, y de la mano de la consolidación de las ciencias ecológicas, desde los países centrales hubo un reconocimiento cada vez más generalizado entre los científicos, los políticos y la sociedad que estábamos frente una “crisis ambiental”. En la conceptualización predominante, dicha “crisis” radicaba en que la especie humana estaba en conflicto con la naturaleza.
Sin embargo, otras perspectivas subalternas pusieron en evidencia que no todos los seres humanos tienen la misma responsabilidad, principalmente desde las ciencias humanísticas, algunas posturas políticas de países del Sur Global y también muchas comunidades locales y pueblos originarios. Al contrario, pusieron de manifiesto que la “crisis ambiental” ha sido provocada por un modelo particular de civilización que algunos grupos sociales específicos llegaron a imponer sobre otras formas de ser/vivir.
Es así que las problemáticas ambientales, como el cambio climático, la degradación ecológica y la pérdida de biodiversidad, entraron en todos los niveles de la agenda política durante la segunda mitad del siglo pasado. Incluso se podría decir que actualmente existe un amplio consenso respecto a que tenemos que actuar ante la “crisis ambiental” para proteger el futuro del planeta y nuestra especie. Sin embargo, muchas decisiones, tanto públicas como privadas, no acompañan esta necesidad, y tales contradicciones nos invitan a repensar sobre lo que entendemos de los factores que gatillan esta crisis y cómo actuamos frente ella.
Desde el surgimiento de la Modernidad, ya hace unos cinco siglos, el imaginario social predominante en el Occidente separa el ser humano y la naturaleza. Es tan así que, con la consolidación de las ciencias modernas, en gran parte su orientación paradigmática fue por un lado u otro de esta dicotomía, llegando a estudiar lo humano y lo natural por separado (véase ejemplo A en la figura).
Luego, bajo la noción de “crisis ambiental”, se empezó a tomar en cuenta que el ser humano sí tenía una relación con la naturaleza, pero como un factor de perturbación (la parte B de la figura). Bajo esta conceptualización de una relación negativa y unidireccional, se generaron importantes políticas públicas como las áreas protegidas e iniciativas para evitar la contaminación del agua y el aire.
Más recientemente, se empezó a tomar en cuenta otras perspectivas socio-culturales, que dan cuenta de que las transformaciones ambientales que vivimos actualmente no solo son ecológicas sino son causa y consecuencia de grandes cambios sociales, como las migraciones causadas por la degradación ecológica, la pérdida de la diversidad lingüística a una tasa más rápida y en los mismos lugares del planeta en los que ocurre la pérdida de la diversidad biológica, la homogenización cultural, y la erosión de la salud y el bienestar de los sectores sociales afectados por los daños ecológicos, como por ejemplo el caso del efecto de la contaminación por las agroquímicas.
VIVIR EN UN AMBIENTE SANO
En los años 1990, se revindicó la idea (ya establecida en muchas culturas y formas subalternas de pensar) que el ser humano no sólo degrada el ambiente sino también que depende de él para “bienes y servicios”. Estos conceptos fueron tomados inicialmente de las ciencias económicas, pero combinados con una perspectiva ecosistémica dieron origen a una nueva disciplina denominada la “economía ecológica” que busca cuantificar las contribuciones de la naturaleza para la sociedad en un sentido más amplio, ya sean en términos monetarios o también en otros aspectos del bienestar como la salud, la identificad cultural, entre otros valores simbólicos y relacionales. A su vez, esta perspectiva se implementó en otras nuevas disciplinas híbridas, como la “ecología política”, que indaga sobre aspectos de equidad y justicia en la distribución y acceso de estos beneficios de la naturaleza entre distintos actores sociales. Es así que llegamos al panel C de la figura, lo cual también se ve expresado incluso en la Constitución Nacional del 1994, donde se reconoce el derecho de los ciudadanos argentinos de vivir en un ambiente sano.
A partir del nuevo milenio, la tendencia académica hizo insostenible mantener una postura que no integrara lo humano y lo natural. Incluso, ya no se habla de ecosistemas y sociedades sino de sistemas socio-ecológicos o socio-ecosistemas, y en vez de conservación biológica o equidad social se busca la conservación biocultural y justicia socio-ambiental en reconocimiento de la relación íntima, recíproca e insoslayable entre lo social, lo económico, cultural, lo político y lo ecológico (ejemplo D en la figura). Si bien la degradación ecológica es innegable, este cambio de paradigma permite enfrentar la “crisis ambiental” de otra manera. Esto pone en evidencia que no es el ser humano quien está en conflicto con la naturaleza, sino algunas prácticas humanas. En este sentido, no es una condición de nuestra especie agotar los recursos naturales, sino son ciertas formas de pensar/ser/vivir que generan estos problemas. Al reconocer las dimensiones humanas de la naturaleza, podemos ver también que existen diversas formas de relacionarse con el ambiente y que nuestro bienestar está basado en él.
LAS VOCES AUSENTES DE LA CRISIS AMBIENTAL
Por lo tanto, repensar la “crisis ambiental” nos permite incorporar las “voces ausentes”, que históricamente fueron excluidas, no solo en estas formas de concebir el ambiente sino también en la toma de decisiones, ya sea porque al nivel académico fueron disciplinas consideradas ajenas o al nivel social representaban cosmovisiones o sistemas de valores considerados anticuados o marginales.
Un nuevo imaginario social sobre lo que significa la relación humano-naturaleza no solo existe al nivel conceptual entre algunos académicos, sino que también se está empezando a permear en los espacios políticos. Por ejemplo, la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistemas (IPBES por sus siglas en inglés) es una institución multilateral creada en 2012 bajo el alero de la ONU, conformada por 134 Estados miembros, con la misión de mejorar el vínculo entre la toma de decisiones y diversos tipos de conocimiento sobre la naturaleza, incluyendo a la ciencia. A través de informes comisionados por los países miembros de IPBES, se evalúa el estado de arte sobre diferentes temáticas, incluyendo no solo la experticia de científicos sino también incorporando el conocimiento de pueblos indígenas y comunidades locales. Es así que, por ejemplo, se ha demostrado que el 70% de los medicamentos para el cáncer se obtienen a partir de compuestos naturales que se conocen no sólo gracias a la ciencia sino también a través del conocimiento ecológico tradicional.
Además, se ha puesto en valor que múltiples pueblos originarios, gracias a sus conocimientos ancestrales, usaron las especies vegetales silvestres para generar los cultivos agrícolas que hoy nos dan comida y que tienen además un alto valor cultural en la identidad de los pueblos, incluyendo la gran diversidad de maíz y papas que se originaron en América. A su vez, estos cultivos son parte de sistemas de vida más complejos. El 75% de ellos dependen de la polinización por especies silvestres para su productividad, o sea, la naturaleza nos brinda “gratis” un servicio a través de la biodiversidad de insectos, aves y murciélagos. De esta forma, se demuestra claramente que es necesario mantener y resguardar la diversidad biológica y cultural para asegurar algo tan básico como nuestra seguridad alimentaria.
ESPACIOS VERDES Y ESPACIOS AZULES
Tradicionalmente el debate sobre la “crisis ambiental” ha sido dominado por ecólogos-científicos y ambientalistas, y en un sentido, la incorporación de estas voces históricamente ausentes es un imperativo ético. No obstante, al mismo tiempo, se requiere disponer de otros conocimientos y sistemas de valores para tomar decisiones cotidianas más efectivas, y la pluralidad de voces además deja en evidencia que las relaciones socio-ecológicas positivas no son solamente ancestrales. Por ejemplo, desde el año 2014, la ONU advirtió que la mayoría de los seres humanos existentes vive en ciudades, lo cual es un hito en la historia evolutiva de nuestra especie. Por lo tanto, en las grandes urbes modernas, la consideración de la naturaleza a partir de los espacios “verdes” (por su vegetación) o “azules” (por la presencia de cuerpos de agua) es un tema que desde una perspectiva solamente ecológica podría justificarse para mantener reservorios de biodiversidad en las ciudades, pero además desde el paradigma socio-ecológico es imperativo para lograr el bienestar humano.
Específicamente, se ha comprobado que el acceso a estos espacios naturales genera impactos sociales positivos, como menor obesidad infantil, niveles de estrés, e incluso recuperaciones más rápidas después de intervenciones médicas, como la quimioterapia o cirugías. Por consiguiente, podemos afirmar lo que ya nos han enseñado desde siempre muchos poetas, abuelas y religiosos, que lo humano y lo natural van de la mano, y no en un sentido poético, romántico o metafórico, sino como un hecho contemporáneo y concreto.
Claramente, las formas más plurales de pensar la relación humano-naturaleza no son nuevas ni fueron inventadas por los estudios del ambiente en la segunda mitad del siglo XX. Incluso en el Occidente podemos encontrar y revindicar las voces de personajes como San Francisco de Asís, quien rezó a “hermano sol” y “hermana luna” y fue reconocido por comunicarse con los animales, o el escritor estadounidense Henry David Thoreau, quien llamó en los 1840-50 a “re-crearse” en el sentido literal, y no como actividad recreativa, a través de experiencias en la naturaleza. Entonces, si bien no son nuevas para el Occidente, estas voces han sido subalternas ante la visión hegemónica que considera la especie humana como un ser egoísta, consumista y bélico. Sin lugar a dudas, la idea de “crisis ambiental” en la segunda mitad del siglo pasado permitió que los científicos, gestores y políticos del Occidente volvieran a aprender lo que muchos ya sabían, que los mundos natural y humano están interconectados. Actualmente, en el siglo XXI, tal vez el principal desafío que enfrentamos es hacernos cargo de este cambio de paradigma, lo cual requiere de la validación e incorporación institucional de otras voces con sus saberes tradicionales y locales.
Por suerte, nuestro continente americano nos brinda un abanico de posibilidades para aprender de la diversidad de voces conviviendo con una infinidad de especies y ecosistemas. Es aquí donde tenemos la diversidad ecológica y cultural más alta del planeta. En América, se encuentran 7 de los 17 países más biodiversos del mundo que albergan el 15% de sus idiomas. Además, con tan solo 13% de la población humana mundial, disponemos de 40% de su “biocapacidad” (o sea, la capacidad del ambiente de proveernos recursos y procesar desechos). También, nuestro continente es el hogar de miles de pueblos originarios, pero también tenemos una gran diversidad de inmigrantes de todo el mundo, haciendo una composición biocultural única con distintos tipos de saberes y relaciones humano-naturaleza que se pueden ver expresadas en la miríada de ecosistemas que tenemos literalmente de polo a polo.
APRENDER LO QUE YA SE SABÍA
Por otra parte, en América tenemos experiencias pioneras relevantes, como el informe de la Fundación Bariloche en los años 1970 denominado Catástrofe o Nueva Sociedadque interpeló al famoso informe Límites del Crecimiento, producido por los países centrales agrupados en el Club de Roma. A través del modelo computacional “World Model 3”, supuestamente neutral en sus valores y ecuaciones “racionales” y “matemáticos”, se concluyó que la solución al agotamiento de los recursos naturales que nuestra especie provocaba era bajar la población humana y reducir el consumo.
En réplica, los pensadores latinoamericanos respondieron con su “Modelo Mundial Latinoamericano” que es necesario explicitar, en lugar de ocultar, los valores y que su meta no era racionalizar el uso de los recursos naturales, sino generar un mundo sin miseria, ya que dos-tercios de la población humana del mundo no vivía la “posibilidad” de una catástrofe planetaria, sino que para ellos ya era una realidad. No obstante, las repercusiones de este informe fueron casi nulas, debido a que coincidente a su lanzamiento se provocaron una serie de golpes de estado en Argentina y países vecinos que instalaron años de dictaduras cívico-militares que aniquilaron la posibilidad de diálogo de estos temas desde la diversidad de nuestros pueblos del Sur.
A QUIÉN LE IMPORTA EL AMOR POR LOS PÁJAROS
Hoy en día se percibe la necesidad tanto ética como práctica de construir el conocimiento sobre el ambiente desde la pluralidad de valores, lo cual implica la integración de las “voces ausentes” mediante nuevos sistemas de participación. No obstante, todavía tenemos pocos instrumentos para efectivizar este tipo de valoración más integral. Por ejemplo, ante una Audiencia Pública, contemplada en el contexto de una Evaluación de Impacto Ambiental para una obra de infraestructura planificada por el gobierno, si mi abuela dice que no apoya la obra porque “ama” ese lugar o los pájaros que nidifican ahí, ¿qué lugar tiene ese valor – el amor – en la toma de decisiones?
En general, instrumentos políticos como los análisis de costo-beneficio requieren una comparación dentro del mismo sistema de valores (es decir, manzanas por manzanas, peras por peras). Y es así que casi todo el sistema político-institucional ha sido diseñado en el último siglo para tomar en cuenta solamente valores monetarios y es por eso que veneramos indicadores en esas unidades, como el Producto Interno Bruto, pero luego se generan problemas para interpretarlos en el contexto de una meta real, como el bienestar y la justicia social que no se pueden reducir a dólares. Entonces, la frontera de trabajo – tanto académico como político – hoy en día es operacionalizar métodos de valoración y toma de decisiones que contemplen los múltiples valores de la naturaleza y las múltiples formas de pensar/ser/vivir que generan estos distintos sistemas de valores.
Desde Tierra del Fuego, miro al resto del mundo y reconozco nuestra posición socio-ecológica privilegiada; en vez de ser un lugar marginal, subalterna o el “fin del mundo”, en muchos sentidos somos el “norte” a seguir o con una voz que puede contribuir nuevos aportes a un debate mundial. Por mucho tiempo, hemos pensado en nuestra relación con la naturaleza como una “crisis” y una metáfora común es pensar en el planeta como una nave y mientras perdemos especies y degradamos ecosistemas vamos perdiendo pernos y tuercas en esta nave.
Lógicamente, llegará un momento cuando perdemos una parte que haga caer la nave, matándonos a todos. Pero sostengo que, si bien existen límites reales que no podemos sobrepasar, en la práctica esta metáfora no ayuda a mejorar nuestras decisiones en el día a día. Prefiero pensar en el mundo como un tapiz de gran belleza. La erosión de la diversidad biológica y cultural es como sacar hilos de este tapiz. Con tantos hilos, en la práctica puedo seguir sacando de por vida sin que el tapiz “caiga” de la pared, pero en el entre tanto va a ser cada vez menos bello. La pregunta, entonces, es ética no racional-científica y recae en nosotros determinar qué tipo de mundo queremos tener y luego hacernos cargo del efecto que puede tener cada pequeño hilo. Porque si bien el tapiz no se cae de la pared, igual van apareciendo agujeros que son sectores (de personas o de otras especies no humanas) que se pierden y dándonos cuenta de estas intricadas y estrechas relaciones no podemos mantenernos indiferentes.
Las relaciones entre el bienestar ecológico y social se ven claramente expresadas en el tapiz que es el ambiente, y mantenerlas requiere la integración de lo humano y lo natural desde una la pluralidad de voces y valores que tienen que estar presentes en todas las decisiones que tomamos. Al nivel conceptual, se están consolidando los espacios discursivos para entender que existen múltiples relaciones, valores y modos de vida respecto al ser humano con la naturaleza, y ahora debemos seguir apoyando los espacios políticos para que esta pluralidad se incorpore en el diseño de instrumentos y políticas más eficaces, éticas y justas. Las nuevas institucionalidades como el IPBES o los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU están llegando a ser una nueva norma respecto al abordaje de la “crisis ambiental”.
En América, tenemos tradiciones ancestrales y contemporáneas, muchas veces olvidadas como es el caso de la Fundación Bariloche y sus aportes de los años 1970, y hoy existen diversos movimientos socio-ambientales campesinos, indígenas, afro-latinos y otros que se están viviendo a lo largo del continente. Además, tenemos los índices más altos de diversidad biológica y cultural, sumado a una productividad ecosistémica inigualable.
Podemos aprovechar estas singularidades, tradiciones y oportunidades para repensarnos a nosotros mismos y a nuestros sistemas socio-políticos ante la “crisis ambiental” y encausar transformaciones que nos permitan pensar/ser/vivir en diversidad, pluralidad e integridad.
Dr. Christopher B. Anderson
Investigador Independiente, Centro Austral de Investigaciones Científicas, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Ushuaia, Tierra del Fuego, Argentina
Profesor Asociado, Instituto de Ciencias Polares, Ambiente y Recursos Naturales, Universidad Nacional de Tierra del Fuego, Ushuaia, Tierra del Fuego
Autor Principal Coordinador, Capítulo 2 de la Evaluación sobre las Diversas Conceptualizaciones de la Naturaleza y los Múltiples Valores de sus Beneficios, Plataforma Inter-gubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), Bonn, Alemania y Morelia, México
se le agradece a Dr. Alejandro E.J. Valenzuela por su revisión de este texto y aportes a la clarificación y precisión de las ideas.