Escribe Gustavo Provitina, especial para www.purochamuyo.com
Tomar una posición. Tomar conciencia. Tomar la palabra. Tomar nota. Tomar coraje. Tomar el tiempo. Tomar en cuenta. Tomar las calles. Tomar medidas. Tomar las armas. Tomar en serio. Tomar en broma. Tomar distancia. Tomar el toro por las astas. Tomar el cielo por asalto. Casa tomada. Ser tomado por idiota.
Hete aquí un índice espontáneo de algunas de las variantes que ofrece y oficia el verbo tomar, todas articuladas por el nervio vital de la voluntad.
Tomar, en este escrito, significa apropiarse de aquello que insta ser tomado aun cuando se trate de una rogativa indirecta o subterránea. Se toma aquello que sólo es dado alcanzar mediante un impulso preciso y coordinado y con la intención de remediar algún agravio.
Hay un modo reversible de pensar el verbo tomar puesto que no se toma sino contra, frente, a favor, en relación a algo o a alguien, desafiando la falsa neutralidad. Es preciso vencer un tabique interno o externo al momento de tomar una decisión. Ninguna toma obedece a un origen gozoso, por el contrario suele ser el colofón de una crisis. Tomar una posición en el tablero entraña el riesgo de cantar “jaque” sin la más remota garantía de triunfar; es ubicarse en una zona de riesgo continuo frente a quienes observan los movimientos desde una confortable distancia y sin mostrar el juego.
1
Tomar coraje
Tomar, en cada uno de los casos mencionados, involucra la función determinante del cuerpo. Sin el compromiso físico, corporal, el acto de tomar se frustra. La idea o la emoción previa a la voluntad de tomar remite, lógicamente, a una imagen, a una figura material anhelante de quebrantar la inercia.
Si un dedo eligiera por azar detenerse en algunas de las variantes del verbo tomar que ya enunciamos, no tardaría en descubrir que todas ofrecen -como correlato- la matriz de un acto latente o manifiesto, la gramática del cuerpo orientado hacia el grito, la consigna vital, el puño en alto.
Tomar es reconocerse dispuesto a pasar del estado de reposo al movimiento. Tomar en cuenta, por ejemplo, lleva implícita una pregunta intrínseca: ¿qué se hará luego? La simple acción de comunicarlo ya compromete al cuerpo. Si se ha tomado en cuenta algo o a alguien es al cabo de un proceso crítico; el paso siguiente es materializar ese plano de la conciencia moralmente conquistado en un acto que espeje ese reconocimiento, porque tomar algo es siempre un acto de reconocimiento.
Una frase de George Bataille exige tomar su lugar en este escrito:
no basta con reconocer, lo único que eso pone en juego es el espíritu; es necesario también que el reconocimiento se lleve a cabo en el corazón (actos íntimos a medias ciegos)[1].
El corazón es el resorte de la intervención física sobre la realidad, el complemento afectivo funciona como el acicate que conduce el acto hacia el cumplimiento de su legítima intención. La media ceguera del corazón equilibra la lucidez parcial de la razón. Estamos en tierra de cíclopes. El componente emocional, pulsional, que guía al cuerpo propone secuencias de acción, conductas orgánicas tendientes a un fin. Sartre, en su crítica del enfoque psicoanalítico de las emociones, nos advirtió oportunamente que
un hecho psíquico como la emoción, que suele ser considerado como un desorden sin regla, posee un significado propio y no puede aprehenderse en sí mismo, sin la comprensión de ese significado[2].
La esencia de la emoción –si fuera posible reconocerla, esa sustancia que la define- participa de las gestas colectivas; hablo de la esencia porque el significado es un asunto siempre subjetivo. Tomar las calles en una marcha, imagen cercana por estos días, representa una manifestación colectiva cuyo resorte interno, de naturaleza lógica y emocional, se enlaza en una masilla compacta e indisoluble. Los reporteros radiales o televisivos, los entusiastas movileros preguntan en cada marcha a los actores sociales por qué salen a las calles. La respuesta no siempre es de carácter racional, el tesoro que buscan alcanzar los movileros, tantas veces maltratados, no es la frase repetida a lo largo del día en todos los medios y portales de noticias, sino la pepita de oro inesperada impulsada por la catapulta emocional.
Cada uno de esos cuerpos que corean canciones de protesta, consignas movilizadoras o cargan con banderas y pancartas, o simplemente caminan atentos a cada circunstancia, lo hacen en un diálogo íntimo con el sentido emocional de la protesta. Alguien que en una marcha universitaria lleva un inmenso libro de cartón o papel maché que, en letras mayúsculas, dice EL FUTURO y lo flamea, generosamente, está apelando a la conciencia emocional de una comunidad en crisis. La palabra futuro como consigna de un reclamo universitario hace vibrar primero la cuerda emocional, la aspiración a la movilidad social, pero sin dejar de pulsar, al mismo tiempo, el bordón del pensamiento crítico.
2
Tomar el toro por las astas
Enemigo acérrimo de la tauromaquia, elijo, sin embargo, esta figura porque ilustra de manera didáctica el carácter secuencial de cualquier toma. El torero -antes de tomar las astas- debe tomarle el tiempo al toro, medir los intervalos de su furia, refrenar la ansiedad en beneficio de la observación, calibrar el ritmo de los movimientos, esa es la secuencia previa al acto en cuestión.
Las combinaciones secuenciales que el verbo tomar ofrece, prometen el trazo móvil de un proceso, articulado en fases sucesivas con las tensiones y conflictos inherentes a todo compromiso. Tomar nota, por ejemplo, es el paso previo a asumir una posición o una toma de conciencia que culmine en una acción transformadora. Las imágenes, los conceptos, articulados en la escritura permiten visualizar, en algunos casos, los tensores necesarios para abandonar la comodidad del reposo y actuar. La frase de Ionesco: el hecho de que yo no cambie las cosas, hace que las cosas cambien[3] es la antítesis de la voluntad de quien toma para no ser tomado.
Tomar –no está demás insistir al respecto- significa orientar la energía hacia una acción imperiosamente transformadora. La frase de Ionesco es determinista -sucederá lo que deba suceder, esa es la lógica que expresa- pretende encubrir la cobardía de quien teme arriesgar el cuerpo en una toma decisiva.
Si lo pensamos en términos secuenciales, tomar una posición es la consecuencia de un conjunto de actitudes previas: tomar conciencia (volver consciente una situación que impugna la neutralidad, verla en toda su magnitud y sentirla detonar los reparos de la voluntad); tomar nota de los aspectos a considerar, favorables y perjudiciales, antes de actuar, evaluar los pormenores del tablero donde será preciso moverse; tomar la palabra y organizar en el lenguaje los argumentos y razones de la posición tomada y comunicarlos sin rodeos y, por último, tomar coraje para sostener la decisión fijada.
Siempre el cine viene en nuestra ayuda. Abundan los catálogos de películas y relatos de iniciación narrando la suma de secuencias necesarias para gestar o imponer una toma de posición. En Recursos humanos (1999) de Laurent Cantet un joven recién graduado, hijo de una familia obrera, toma conciencia, trabajando en la fábrica donde labora su padre, de las condiciones de usura y explotación que padecen los empleados. Lo ha visto y padecido en carne propia, ha tomado conciencia y fijado su posición en contra del abuso empresarial y siente que ha llegado el momento de encarnar la protesta.
3
Tomar nota
Toda posición tomada por un sujeto social plenamente consciente de sus actos reviste un carácter moral y en ese plano serán juzgadas o condenadas las derivas de su orientación. Oscar Wilde advirtió en una frase mordaz como su estilo: la prudencia y la razón me desorientan[4]. Prescindir de la prudencia o de la razón sería temerario pero quien las invoca lo hace ubicado en un paradigma moral destinado al acierto táctico o a la cobardía. Desprovistas del acicate pasional, estas fuerzas conspiran contra la energía vital necesaria para emprender una acción transformadora. La prudencia nos sujeta mentando el fantasma del miedo; la razón lo hace desde la comparación de las fuerzas en disputa, dirigiendo la energía hacia los cálculos de probabilidad que derivan en todo género de especulaciones.
Los gobiernos autocráticos limitan el control de las posiciones dentro del gran tablero social –la metáfora del ajedrez no por manida deja de ser poderosa- y para lograr ese control imponen una posición hegemónica cuya base de sustentación moral es la insipidez y la violencia. Es un modo burocrático de advertir: no se molesten en pensar, nosotros lo haremos por ustedes. El resultado fáctico de esta operación es la borradura de las voces disidentes. Desarticular el punto de encastre entre la conciencia social y la ideología política ha sido el objetivo de las autocracias desde la primera revuelta popular.
“La marcha universitaria es política” declaró el Subsecretario de Política Universitaria. El funcionario político creyó, tal vez, que al hacer abuso de semejante tautología (léase, decir lo mismo en griego; ejemplo: A=A) estaba refiriendo algo relevante.
Toda marcha, ergo movilización colectiva, es de naturaleza política, si no lo fuera se trataría de una peregrinación o de una práctica cultural o deportiva. La tautología empleada por el burócrata se funda en la falsa premisa de que la palabra política connota, en términos generales, intereses partidarios espurios y la sola mención de esa expresión alcanza para deslegitimar la marcha estudiantil frente a un sector de la sociedad que mira sospechosamente a la “política”. Toda contienda social es ideológica y por desplazamiento inmediato, moral y política.
Si leemos con la suficiente atención: toda contienda social es ideológica y por desplazamiento inmediato, política, resulta evidente la imposibilidad de desvincular una revuelta comunitaria de los resortes políticos e ideológicos que la fundamentan. Los gobiernos autocráticos criminalizan la protesta social y para deslegitimizarlas atacan, conceptualmente, el combustible de todo reclamo comunitario: lo político y lo ideológico asimilándolos como formas encubiertas de inmoralidad.
Estar encuadrado en un marco político e ideológico sugiere una posición tomada frente al mundo. Esa es la primera toma que a los autócratas altera cuando encuentra su correlato en una demanda colectiva. Marcha y manifestación política son sinónimos (dato ignoto solo para numerarios con rango de ministro). La toma de posición del burócrata es contra la política, entendida como fuerza colectiva que toma las calles y los espacios de militancia para peticionar públicamente (tal como lo autoriza la Constitución).
Unas líneas de un texto de Horacio González, sobre la Comuna de París, subrayadas con un lápiz celeste se deslizan en este párrafo: Las “ideologías” no estorbaban, como creyó Bourgin. Ellas siempre nos indican dónde buscar[5]. ¿Buscar qué? Pregunta el burócrata alarmado. Buscar un programa, el sustento moral de una acción política coordinada, un encuadramiento doctrinario vital y decisivo.
Sé de buena fuente que el dueño de una inmobiliaria, ubicada en el porteño barrio de Belgrano, intima al futuro inquilino a firmar una declaración donde debe dejar constancia de su nula participación en cualquier frente de militancia política. La anécdota, verosímil y convenientemente chequeada, actualiza una vieja impostura de la hipocresía oligárquica, una voltereta ética rancia y previsible, que reclama para sí la suma de la moral y la decencia en su expresión más diáfana (fachada imprescindible para cometer las más variadas estafas).
4
Tomar la palabra
Lucho por una educación que nos enseñe a pensar y no a obedecer se lee en una pancarta que acompañó una de las marchas universitarias. El autor de la frase es nada menos que Paulo Freire. Inmediatamente recuerdo un texto de Jean-Luc Nancy:
obedecer viene del latín ob audire que quiere decir aguzar el oído, escuchar bien. No es en primer lugar ejecutar bien, sino entender bien[6].
La oposición pensar/obedecer ondea sobre la pancarta biselada por los matices del sol en medio de un océano humano. Nancy ha ido a la fuente y, en el origen, pensar y obedecer son fuerzas complementarias articuladas por un verbo central: entender. Para tomar una posición en el tablero social es preciso entender. Obliterar el entendimiento es una de las batallas que ha venido a librar el gobierno. Eso explica que la confusión y los agravios –además de subestimar a la sociedad- constituyan el modelo comunicacional del oficialismo.
Tomar la palabra para espejar un clima social es lo que transmiten las consignas escritas en banderas y pancartas. Son frases anónimas y colectivas, aforismos con síntesis de grito liberado para fundir las rejas de los tiempos oscuros.
El diario El Litoral de Santa Fe publicó la imagen de una pancarta que sintetiza el contexto actual con la perspicacia del mejor de los tituleros: Hace falta entender que sin educación pública el futuro es de unos pocos. ¿Hará falta recordar que la añoranza oficialista persiste en un supuesto ‘país ideal’, anterior a la Reforma Universitaria de 1918?
Los pobres sí llegamos a la universidad se lee en otra pancarta que parece flotar en la esquina de la Avenida Entre Ríos y Alsina. Respuesta a una falacia instalada por María Eugenia Vidal, cuando gobernaba la provincia de Buenos Aires; la entonces mandataria tuvo la osadía de afirmar: nadie que nace en la pobreza llega a la universidad. Además de descubrir la ignorancia y el prejuicio de clase de Vidal, releva de un deseo: la necesidad imperiosa de excluir a los sectores sociales de bajos recursos de las casas de altos estudios. Constituye una reacción, evidente, contra la gratuidad universitaria, una de las conquistas medulares del peronismo: “La universidad se llenó de hijos de obreros, donde antes estaba admitido solamente el oligarca”, Perón dixit. La gratuidad universitaria es el principal medio de movilidad social, razón suficiente para delimitar el terreno de disputa entre la oligarquía y el proletariado.
5
Tomar por idiotas
Quienes hayan seguido el hilo de la palabra idiota hasta el origen de la madeja sabrán que, en la Grecia antigua, se utilizaba esa expresión para referirse a aquellos ciudadanos reacios a participar de la vida pública. Eran idiotas quienes se ufanaban de ignorar la esfera política. Tomar por idiota es, en el contexto de marras, invalidar como interlocutor al adversario. Las tautologías, el insulto, la falsía son los mecanismos oficiales para tomar por idiota a la población
Un ejemplo harto difundido. El presidente pregunta en una reunión empresarial: “¿Ustedes están a favor de los chorros y que no los auditen y que utilicen las universidades para afanar con la política? Porque esa es la pregunta”. Esa es la pregunta que pretende instalar el oficialismo en una triple operación: criminalizar a los docentes y a las autoridades de las universidades públicas, acusar de cómplices a los alumnos que protestan y desviar el foco de la discusión. En el centro de la pregunta retumba la palabra política asociada a la malversación.
La amenaza que sostiene a esa estrategia discursiva es que tomar una posición en favor del plan de resistencia desplegado en las universidades públicas es volverse cómplice de un delito. Quienes repiten y propagan la infamia presidencial desconocen que la Ley de Educación Superior establece que las universidades públicas están bajo el control de la Auditoría General de la Nación, cuya órbita es el Congreso, y además deben someterse a las auditorías internas desarrolladas en el seno de las casas de altos estudios.
Es burda pero no arbitraria la falacia oficialista, redunda sobre una posición habitual del conservadurismo vernáculo: mostrarse como garante moral de las cuentas públicas. Si pudiéramos seguir, imaginariamente, el trayecto de ese discurso falaz de boca en boca atravesando casas, calles, ciudades, provincias resultaría fácil medir su eficacia en términos sociales pero también –y a esta altura de lo acontecido en materia política- podríamos hacer un censo de idiotas (según la acepción original de esta expresión).
6
Tomar el tiempo
Pidamos lo imposible: tomar el tiempo. De ilusiones también se vive, dice el refrán y no hay nada más ilusorio que el tiempo. Un juego de palabras fácil y, por eso mismo falible, nos sale al cruce: el tiempo nos toma antes de que intentemos hacer el primer movimiento. Si se tratara de una competencia de ajedrez y pudiéramos imaginar una partida inverosímil diríamos que el tiempo anticipa la primera pieza que será movida antes de que se arme el tablero. Tomar el tiempo no es un gesto metafísico; no lo es, al menos, en este escrito. Tomar el tiempo es pensar, cavilar, intuir el momento previo al paso decisivo para anticiparse al ataque artero, inopinado. Los grandes actores conocen el efecto de la pausa psicológica espontánea y oportuna, hija de la observación y la perspicacia. Un súbito cambio de ritmo para desorientar al rival es, acaso, el modo más acertado de tomar el tiempo.
Pieza tocada, pieza movida, indica el reglamento de ajedrez. Tomarse el tiempo para discernir entre la quietud y el movimiento, esa es la cuestión.
Todas las combinaciones posibles del verbo tomar participan de la gran toma mayor cuyo aliado, rehén o instrumento revolucionario es el tiempo. Cuando el adversario nos toma el tiempo, orienta el ritmo a su favor y hace de nosotros objetos maleables, útiles, falibles de ser manipulados.
Tomar para no dejarse tomar, como al descuido, por la mano fatal de la indolencia que imita el gesto fugaz del jugador altivo, resuelto a soltarnos, sin mirar, en la casilla mortal del sacrificio.
Gustavo Provitina – Graduado en la Universidad Nacional de La Plata con el film El Sur de Homero, ensayo audiovisual centrado en el universo político y poético de Manzi. Provitina es guionista, director de cine y docente universitario en la UNLP y la Universidad Nacional de las Artes – UNA.
Ganador del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2013) en la categoría ‘Ensayo’ por el libro El Cine-Ensayo. El Ministerio de Cultura de la Nación, en 2015, lo distinguió con una mención especial en el Concurso Federal de Relatos La Historia la ganan los que escriben. En 2017 estrenó La sombra en la ventana en el Cine Gaumont en el Festival de Cine Inusual de Buenos Aires. Publicó El matiz de la mirada (Curso de Cine Italiano); en julio de 2021 apareció su libro Nouvelle Vague, Bajo el signo de Lumière, y en marzo 2024 su último libro El cine italiano, (ed. La marca).
También de Gustavo Provitina, en www.purochamuyo/Cuadernos de Crisis
[1] Bataille, G. El suplicio en Para leer a Georges Bataille, Selección I. Díaz de la Serna y Ph. Ollé-Laprune, México, Fondo de Cultura Económico, 2012.
[2] Sartre, J-P . Bosquejo de una teoría de las emociones, Madrid, Alianza, 1987
[3] Ionesco E. Diario II , Madrid, Guadarrama, 1969
[4] Wilde, O. Mínimas Buenos Aires, Goncourt, 1976
[5] González Horacio Los asaltantes del cielo, Buenos Aires, Editorial Gorla, 2006
[6] Nancy, J-L ¿Por qué obedecemos? Buenos Aires, Capital Intelectual, 2016
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