La manera en que se entiende, se organiza y se gestiona el cuidado en las sociedades capitalistas contemporáneas da cuenta de un solapado, vasto y transversal universo de desigualdades.
Como parte de la serie de Debates sobre el trabajo asalariado y el Salario Ciudadano, hoy escribe Gabriela Marzonetto, especial para purochamuyo.com/ Cuadernos de Crisis
Las desigualdades en torno a los cuidados se dan al interior de las familias, en el mercado laboral y entre clases sociales; a su vez esas desigualdades son sostenidas y reproducidas por el Estado. El cuidado tiene múltiples aristas. De manera continua intercambiamos nuestro rol de personas cuidadas y de cuidadores, y se involucran diversos actores en el modo en que éste se organiza, entre ellos: la familia, el Estado, el mercado y la comunidad.
El cuidado se convierte en un problema visible debido a la combinación de dos fenómenos temporalmente paralelos: la insuficiencia de un único salario para la subsistencia familiar y la creciente participación femenina en la educación superior y en la esfera pública, que conjuntamente resultaron en la entrada masiva de las mujeres al mercado de empleo.
Vamos a decir que esta problemática se viene discutiendo hace poco, y que surge en los debates feministas, aunque nos estemos refiriendo a una actividad inherentemente humana, básica y necesaria para la reproducción de la vida de las personas y para la organización social: desde cambiar un pañal, preparar el almuerzo, hacer las compras del hogar, poner el lavarropas, ofrecerle una taza de té a esa persona querida que está enferma, y un sinfín de actividades rutinarias del día a día de todas las personas. Pero ¿por qué hablamos entonces de cuidado?, ¿por qué problematizarlo si, después de todo, es algo propio de las relaciones sociales de todas las personas y todos -en algún momento de la vida- recibimos y damos cuidados?
El problema fue (y sigue siendo) que la participación de las mujeres en el mercado laboral no las desliga de las responsabilidades del hogar. Así las mujeres llevamos lo que las feministas llamamos una doble carga de trabajo. Esto último ha sido probado por medio de encuestas del uso del tiempo, que demuestran que las mujeres ocupadas destinan más de 6,4 horas diarias a las tareas de cuidado no remuneradas mientras que los varones que realizan actividades de cuidado sólo destinan 3,4 horas, según datos de la Encuesta Sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo realizada por el INDEC en 2014.
Las mujeres que salen al mercado laboral para su desarrollo profesional lo hacen a expensas de aquellas que salen por la necesidad de un segundo salario para la subsistencia del hogar
Es decir, este fenómeno genera un desequilibrio en las formas familiares tradicionales y deja a la vista la importancia de las tareas necesarias para la reproducción de la fuerza de trabajo a futuro y de la vida cotidiana de las personas, a la vez que pone en evidencia las fuertes desigualdades entre varones y mujeres tanto en el hogar como en el mercado laboral (esto último debido a que la carga de trabajos de cuidado sobre las mujeres dificulta su participación en actividades laborales en igualdad de condiciones con los varones).
Esta situación toma diferentes matices cuando en la escena entran las diferencias de origen de clase de las mujeres: el ingreso masivo de las mujeres al mercado de trabajo se da en mayor medida como resultado de los dos factores mencionados, pero no de la interacción de estos. Es decir, las mujeres que salen al mercado laboral para su desarrollo profesional lo hacen a expensas de aquellas que salen por la necesidad de un segundo salario para la subsistencia del hogar.
En palabras de Nuria Becú: “si algunas mujeres hemos logrado un montón de cosas en la vida es porque explotamos a otras mujeres, no nos confundamos; tenemos servicio doméstico”.
Esto tiene grandes implicancias en materia de cuidados. Para ser más productivos en el mercado laboral requerimos de más trabajo reproductivo, pero la falta de mecanismos de conciliación y de instituciones públicas de cuidado (por ejemplo establecimientos de desarrollo infantil de jornada extendida, lugares de cuidado diurno para adultos ancianos y personas con enfermedades crónicas), hacen que las tareas de cuidado se basen en un círculo vicioso de explotación, primero entre varones y mujeres, luego entre mujeres de diferente clase social.
PRECISO UNA CHICA PARA CASA
La contratación de empleo doméstico para las familias de clase media -aun con salarios magros- implica un gran esfuerzo, pero sin él, en la mayoría de los casos, quedan limitadas las posibilidades de las mujeres de lograr la participación en el mercado laboral y su desarrollo profesional, sobre todo cuando existen necesidades de cuidado de niños y niñas pequeñas. En la vereda de enfrente, están las empleadas domésticas. Para ellas la situación es mucho peor: hay un continuo ininterrumpido de tareas de cuidado que deben realizar, primero en sus hogares gratuitamente y sin alternativas que le permitan soliviar la carga, y luego en el mercado de trabajo por salarios mínimos y condiciones de gran precariedad.
El trabajo de la empleada doméstica beneficia al conjunto de los miembros del hogar, incluyendo los varones ocupados en el mercado laboral
Por varios motivos, el trabajo en el sector del servicio doméstico es una forma muy particular de empleo. Es un sector que:
i) históricamente ha presentado, y continúa presentando, tasas muy altas de no registro;
ii) la unidad de prestación del servicio de trabajo es la vivienda del empleador y no una unidad productiva o de prestación de servicios;
iii) como la vivienda es una unidad doméstica, no se encuentra sujeta a la política de inspección laboral;
iv) constituye un tipo de relación laboral marcadamente genérica, que se concentra en actividades reproductivas, y donde el vínculo laboral se establece generalmente entre una mujer empleadora y una mujer trabajadora, cuyo servicio sin embargo beneficia al conjunto de los miembros del hogar, incluyendo los varones ocupados en el mercado laboral; y
v) el desarrollo en un ámbito doméstico supone una trabajadora aislada de otros trabajadores, limitada en su organización y acción colectiva, donde las condiciones laborales quedan determinadas discrecionalmente en la relación entre cada trabajadora y su empleadora.
La situación se vuelve más compleja -y agotadora- para “la chica que ayuda” cuando se entrelazan sentimientos de cariño hacia quienes cuida, conflictos en la gestión del cuidado de su propia familia y condiciones de extrema vulnerabilidad. En definitiva, las relaciones de cuidado, al pertenecer al lado íntimo de la vida de las personas, en muchas ocasiones puede presentarse como un doble juego de explotación sobre las personas que realizan estas tareas.
Las malas condiciones laborales, la menor dedicación horaria, la desvalorización social del trabajo doméstico y de cuidado y el hecho de que las condiciones de empleo se resuelvan en el estrecho marco de la relación directa entre la trabajadora y su empleadora, dan cuenta de los bajos ingresos que perciben las trabajadoras de casas particulares. La modalidad de contratación en el servicio doméstico es diversa, desde el trabajo “por horas”, algunos o todos los días de la semana, hasta el servicio sin retiro o “cama adentro”, en el cual la trabajadora pernocta en la vivienda del hogar donde trabaja, teniendo libre sólo algún día del fin de semana.
En síntesis, las actividades de cuidado las realizan en su mayoría las mujeres, y entre ellas las más pobres que son las que mayores cargas de cuidado llevan a sus espaldas porque en la realización de estas actividades de manera remunerada no está en juego la liberalización, la autonomía femenina, o la realización personal de las mismas, sino la subsistencia de sus hogares -cuestión que se agrava frente a los nuevos arreglos familiares caracterizados por la jefatura femenina de hogar-.
La chica que ayuda en nuestra casa, no ayuda, trabaja y su trabajo es imprescindible
La chica que ayuda en nuestra casa, no ayuda, trabaja y su trabajo es imprescindible para que nosotros, los que podemos pagar su magro salario, podamos desarrollarnos profesionalmente y destinemos nuestro tiempo de cuidado a actividades más recreativas y/o placenteras que lavar y planchar la ropa o hacer la comida.
La chica que “ayuda” muchas veces no es tan chica, y además está cansada. Ese cansancio deviene del hecho de que está empleada en una ocupación socialmente desvalorizada, de alto nivel de precariedad, y que históricamente ha estado regido por una normativa discriminadora que implicaba estándares laborales devaluados, y que sólo recientemente ha sido reemplazada por un marco de regulación que equipara los derechos de las trabajadoras de casas particulares a los del conjunto de trabajadores y trabajadoras.
En consecuencia, mientras las trabajadoras de casas particulares gozan en la práctica de escasos estándares laborales y de muy débil protección social; con un nivel de organización y sindicalización mínimo, no tienen una contraparte empleadora organizada. Las condiciones de empleo y remuneración se resuelven en la asimétrica y privada relación entre la empleada y la empleadora (que a su vez no está absolutamente desligada de las tareas de cuidado y sólo relega aquellas que le permiten conciliar su participación en el mercado laboral con la gestión y organización del cuidado de los miembros de su hogar).
En definitiva, cuando hablamos de cuidado hablamos de un problema social que atañe estrechamente a las mujeres, y por sobre todo a las más pobres. Pero ¿qué podemos hacer para que el cuidado deje de ser un problema?
Tenemos que comenzar por la desnaturalización de las capacidades de las mujeres para cuidar. Es indispensable poner en práctica un abanico de mecanismos tales como:
– promoción de la incorporación de los varones a este tipo de actividades,
– a través de la ampliación de licencias por paternidad y de cuidados,
– así como con una transformación cultural de los estereotipos y los roles tradicionales de género,
– la ampliación de opciones estatales de cuidado de los niños más pequeños que permitan soliviar la carga de cuidados de las mujeres, sobre todo de aquellas que participan como cuidadoras en el empleo y en el hogar, y
– la efectiva equiparación de los derechos laborales de las trabajadoras de casas particulares, para revalorizar socialmente este trabajo que es tan necesario para la reproducción de la vida de las personas.
Muchos aspectos quedan por explorar, en particular las razones culturales que pueden existir detrás de las diferencias que se advierten al interior de las actividades de cuidado. Pero sin lugar a dudas, las ganancias asociadas a adoptar este tipo de medidas se verían tanto en el plano material como simbólico, puesto que como las experiencias internacionales lo demuestran (sobre todo en países escandinavos), la adopción de políticas que permitan la corresponsabilidad de los cuidados y su valorización social, tienen efectos positivos tanto en la mayor participación laboral femenina como en la reducción de la reproducción intergeneracional de la pobreza.♦♦
Gabriela Marzonetto es Licenciada en Ciencia Política y Administración Pública de la UNCuyo; Magister en Políticas Públicas de la UNSAM y Doctorando en Ciencia Política.