LA INMUNIZACIÓN SOCIAL

Casi una década antes de la pandemia actual, politólogos y pensadores alertaron sobre la pretensión de ‘inmunizarse socialmente’ a partir del aislamiento y los dispositivos securitarios. Lejos de apuntar contra el necesario aislamiento preventivo en una emergencia sanitaria como la actual, el artículo que publica www.purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis, subraya el uso instrumental de ese paradigma en la sociedad en su conjunto.

El paradigma de la inmunización constituye una clave interpretativa de la sociedad actual. Cuidado y negación de la vida conllevan prácticas e instituciones que clasifican los riesgos, generan pronósticos de peligrosidad, y enuncian medidas de seguridad preventivas y ofensivas respecto a toda peligrosidad contagiosa.


En ese sentido, como bien señala Roberto Esposito, la inmunización tiene un carácter ambivalente: positivo y negativo, protección y rechazo, creativo y destructor de toda existencia individual y colectiva. Pero en términos sociales, la señalización de ‘poblaciones peligrosas’ implica maneras negativas de afirmación de la vida, en tanto que resultan destructoras de esas, pero también del resto.

La inmunidad necesaria para la conservación de la vida –ninguno de nosotros quedaría con vida sin el sistema inmunológico de nuestros cuerpos–, termina contradiciendo su desarrollo si se toma de forma exclusiva y excluyente respecto a cualquier alteridad” (Esposito, 2012b, p. 107), afirma el pensador italiano. He aquí el modo paradójico en que la sociedad intenta defenderse de los peligros: contradiciendo otras obligaciones de dar y hacer respecto a la vida de todos. En efecto, el cuerpo inmunizado divide las poblaciones en virtud de sus “estados o modos de ser más o menos peligrosos”, calculando sus niveles de amenaza y de capacidad de producir daño social, así como las medidas de seguridad, preventivas y ofensivas, orientadas a la inmunización de los riesgos de cada grupo social, debido a sus condiciones endógenas (físicas) y exógenas (sociales, políticas y culturales).

En el ámbito biomédico, la inmunización alude a la respuesta de un organismo contra una agresión bacteriana, viral o parasitaria, induciendo una respuesta subsiguiente, más intensa y protectora. En la esfera política se refiere al privilegio, propio de ciertos sujetos, que se encuentran dispensados de la ley común.

En uno y otro caso, la inmunización alude a la defensa y la exoneración por parte de ciertos individuos frente a los peligros exteriores y las obligaciones comunes, especialmente, de cuidado a los otros. No obstante los aparentes confines médicos y legales del paradigma inmunitario, éste se extiende paulatinamente a los imaginarios, los discursos, las prácticas y los espacios de la vida contemporánea, encerrando la existencia y la libertad en una suerte de jaula o armadura de hierro, tan cruel como inhumana. He aquí la contradicción: “Aquello que salvaguarda el cuerpo –individual, social, político– es también aquello que impide su desarrollo. Y aquello que también, sobrepasado cierto punto, amenaza con destruirlo” (Esposito, 2009, p. 17).

Toda sociedad, incluso, la más democrática, demanda su autodefensa mediante el rechazo y la eliminación de toda amenaza real o potencial. La reducción de la vida cualificada a la desnuda base biológica, resulta inmediata.


En palabras más exactas, la protección negativa refuerza la inmunización y sus dispositivos de defensa y negación, que confinan toda experiencia individual y colectiva al miedo, la enemistad y la crueldad. El sistema inmunitario se ensancha y fortifica en las exigencias sociales. Eso son las prácticas institucionales de castración biológica de delincuentes sexuales, el internamiento administrativo, la expulsión o el encarcelamiento de los inmigrantes irregulares, la segregación en guetos y el tratamiento penitenciario de amplios grupos de desocupados, jóvenes marginales, toxicómanos, pospenados, quienes aceptan como “normal” que su relación con la sociedad y el Estado sea “la sospecha, la recopilación de datos y el control”, al decir de Giorgio Agamben (2014) y Alessandro De Giorgi (2006).

En este sentido, los cierres fronterizos, el alzamiento de muros divisorios, la proliferación de centros de encierro, la construcción de diques y barreras de circulación y, en general, las pequeñas fortalezas vigiladas, se amplían con asombrosa rapidez.

Así las cosas, la circulación social cede su lugar al aislamiento, la apertura al confinamiento, la exterioridad a la clausura, amenazando, de esta forma, la propia destrucción implosiva.



La protección mediante la negación es, por tanto, semejante a la inyección de microorganismos muertos o de organismos vivos debilitados en el cuerpo individual o colectivo. La contradicción entre aseguración y riesgo, defensa y negación, protección y eliminación admite una doble valencia tan subrepticia como peligrosa: las demandas ofensivas y defensivas de algunos respecto a otros, terminan por deslizarse en una forma de enfermedad autoinmune, atacando sus propios cuerpos hasta la disolución definitiva.

He aquí la cuestión. El miedo que todos comparten al riesgo de la contaminación y, en consecuencia, al contacto y la comunicación resulta perverso, puesto que el hombre actúa como un animal en peligro que huye en una manada intimidada: la energía de la fuga crea una ilusión de aparente salvación colectiva, pero pese al anhelo de una fuga en masa, los individuos advierten la imposibilidad de un movimiento general: “Cuanto más lucha cada cual ‘por su propia vida’, más evidente resulta que está luchando contra los demás, que lo obstaculizaban por todos lados” (Canetti, 2011, p. 85). La autoconservación exige una respuesta inmunitaria, cada vez más acrecentada y explayada respecto a la superficie social, desgarrando incluso el propio cerco de protección. De ahí la premisa inmunitaria: “Conservar a los individuos mediante la aniquilación de todo vínculo entre ellos” (Esposito, 2012a, p. 68)

La inmunización modula las subjetividades, precipitando la hostilidad ante cualquier contacto. La sociedad, recluida en el corazón de su propia subjetividad temerosa y hostil, alza pequeños muros –a la manera de una fortaleza asediada por el fuego–, eliminando el afuera hasta implosionar dentro de sus propios muros. El sistema inmunitario opera, pues, a la manera del phármakon griego, esto es, como cura y veneno: “Elevar continuamente el umbral de atención de la sociedad frente al riesgo –como desde hace tiempo estamos habituados a hacer– significa bloquear su crecimiento, haciéndola regresar a su estadio primitivo” (Esposito, 2009, pp. 115-116).


Los dispositivos inmunitarios –tanto lingüísticos como no lingüísticos: discursos, instituciones, edificios, leyes, medidas de policía, proposiciones filosóficas, que operan bajo una red de relaciones de poder con funciones estratégicas sobre los factores de riesgo, incluyendo la “población peligrosa” (Agamben, 2016, p. 9)– se ajustan a la percepción social del riesgo, o lo que es igual, los peligros se exacerban artificialmente mientras se propagan los discursos y las prácticas de negación.

La sociedad se rinde a la promesa inmunitaria, sin vacilación, eclipsando todo contacto en nombre de la seguridad. Entretanto, el miedo ante otros refuerza la fantasía institucional de la agresión preventiva, y, lógicamente, privativa de todo vínculo distinto a la enemistad y el rechazo.

El esquema de pensamiento que trazan Esposito, Agamben y De Giorgi tienen claves para pensar qué pasa y nos pasa hoy en medio de la pandemia, pero permiten ahondar en las raíces y la lógica de las sociedades securitarias.



Que el paradigma inmunitario escinde el mundo social entre normales y anormales, amigos y enemigos, ciudadanos y extraños a la comunidad inasibles al organismo social, es claro. Fortifica los mecanismos de protección y negación de la vida. Sin embargo, la obsesión por la inmunización hace imposible la existencia individual y colectiva; no hay duda. La ampliación de los mecanismos inmunitarios envuelve su máxima contradicción: “Todo ciudadano –en tanto que sea un ser vivo– es un terrorista en potencia. Pero ¿qué es un Estado, qué es una sociedad gobernada por un axioma tal? ¿Es posible aún definirla como democrática, o incluso como política?”, se pregunta Agamben (2014).

Esa pregunta es la que queda abierta para cuando la humanidad encuentre los mecanismos de estar a salvo de esta última pandemia. Pues una vez controlada la emergencia sanitaria mundial, todos los otros miedos y constructos sociales, así como la expansión de los estados de excepción permanentes deberán ser analizados y cuestionados a fondo.

La sociedad inmunitaria es tan inhumana como cruel.


Las demandas de protección reclaman por doquier la selección de un conjunto de “individuos peligrosos”, objetos de numerosas medidas de seguridad, así como de su deshumanización en nombre de la defensa social. En este punto, la tarea exige pensar otras formas de relación distintas al miedo y a la crueldad frente al contacto:

¿Qué es, cómo puede ser, una sociedad que reconozca en la interdependencia y la correlatividad los fundamentos esenciales de la existencia y de la libertad, esto es, que acepte que ninguna vida puede prosperar sin la atención y el cuidado de los otros?

¿Qué significa y cómo podría desarrollarse una política que desactive progresivamente las prácticas inmunitarias de defensa social, que se sirven del sacrificio, en principio, de algunos, y, posteriormente, de otros, hasta lograr la propia destrucción implosiva?


Este estado de cosas demanda un esfuerzo por pensar el mundo social, esto es, la vida humana y la experiencia de la libertad, sin vacilar ni capitular ante la tarea de transformar la inmunidad en su opuesto: la responsabilidad política y social ante la pluralidad.

Más muros, más cámaras, más cárceles no brindarán seguridad a nadie. Lo subrayamos. La pretensión de eliminar el afuera (peligroso) solo puede conducir a implosionar dentro de los propios muros.


Autora:

Adriana María Ruiz Gutiérrez Doctora en Derecho y magíster en Filosofía Contemporánea. Docente e investigadora de la Escuela de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Pontificia Bolivariana, Coordinadora del Grupo de Investigación sobre Estudios Críticos- Medellín. Colombia. [email protected]

Este texto es tomado de Ruiz, A. (2020). Una lectura de la “defensa social” desde el paradigma inmunitario: La criminalización como respuesta a la vulnerabilidad. En Julia Urabayen y Jorge Casero. (Eds.), Espacio público y violencia (pp. 87-105). Medellín, Colombia: Editorial Universidad Pontificia Bolivaria


Referencias bibliográfcas

Agamben, G. (2014). “Cómo la obsesión por la seguridad hace mutar la democracia: una ciudadanía reducida a datos biométricos”. Le Monde diplomatique, París. Enero de 2014. En: http://www.elcorreo.eu.org/Como-la-obsesion-por-la-seguridad-hace-mutar-la-democracia-por-Giorgio-Agamben?lang=fr.

Canetti, E. (2011). Masa y poder. Obra completa 1. (J. del Solar, trad.). Barcelona: DeBolsillo. Castro, E. (2011). Diccionario Foucault. Temas, conceptos y autores. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.

De Giorgi, A. (2006). El gobierno de la excedencia. Postfordismo y control de la multitud. (J. Brandariz & H. Bouvier, trad.). Madrid: Traficantes de sueños.

Esposito, R. (2009). Comunidad, inmunidad, biopolítica. (A. García, trad.). Madrid: Herder.

Esposito, R. (2012a). Communitas. Origen y destino de la comunidad. (C. Molinari., trad.). Buenos Aires: Amorrortu.

Esposito, R. (2012b). Inmunidad, comunidad, biopolítica. Las torres de Lucca. Revista Internacional de Filosofía Política, 1 (1), 101-114. En: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4588647.

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