La India todavía crece a tasas impresionantes. Más del 7% anual desde el año 2003. De enero a marzo de 2016 este gigante asiático tuvo un PBI de 435 mil millones de dólares.
Sin embargo hay intensas protestas y huelgas. El 2 de septiembre hubo una a la que se sumaron casi 300 millones. En algunos estados como Andhra Pradesh, Bengala y Kerala fue absolutamente masiva.
Tal como publicó Higinio Polo en Rebelión, “No es la primera huelga general convocada contra el derechista Narendra Modi, que llegó al gobierno en 2014, tras su victoria electoral encabezando la Alianza Democrática Nacional, cuyo principal integrante es su partido, el Bharatiya Janata Party. El BJP es una organización conservadora, de matriz hinduista, que ve a los indios musulmanes como enemigos, y es peligrosamente nacionalista. Con la convocatoria de la huelga general los sindicatos exigen la retirada de la reforma laboral que impulsa el Bharatiya Janata Party, el aumento del salario mínimo, una actualización de las pensiones y pretenden que el gobierno acceda a ampliar la seguridad social a los sectores obreros del país, muy numerosos, que siguen sin estar protegidos. Anteriormente, Modi se había visto obligado a retirar su proyecto de ley sobre la compra de tierras, tras masivas protestas en el país”.
El fin de semana del 10 de septiembre, el vicepresidente del Partido del Congreso Rahul Gandhi completó su rally de 6 días en apoyo a los agricultores y chacareros, afirmando que el Primer Ministro Modi no se acerca a dialogar con los hombres que trabajan la tierra porque teme que se le ensucie el traje, pero sí puede ir a Estados Unidos para verse con Obama. “¿Alguna vez lo vieron a Narendra Modi sacarse fotos con los agricultores?, les preguntó
Gandhi pidió a los campesinos del estado de Uttar Pradesh que voten por su tradicional partido, afirmando que el Samajwadi Party y el Bahujan Samaj Party (BSP) fracasaron y no cumplieron las expectativas del pueblo que ahora es el turno del Partido del Congreso.
Parte del ruido político y social en India tiene que ver con los estudiantes y las universidades. Más de un año de protestas contra el gobierno derivaron en elecciones en la Federación de Estudiantes de India (SFI) donde fueron electos los candidatos opositores al gobierno. El 9 de febrero, acusándolos de emitir consignas anti patrióticas los líderes estudiantiles de la Universidad Jawaharlal Nehru fueron presos. En el Centro de estudiantes de esa Universidad, la lista de izquierda “Left Unity” barrió en los comicios del 10 de septiembre, quedándose con la mayoría de los cargos.
Igor G. Barbero es un periodista español y nos cuenta desde la India un fenómeno político inesperado: un partido de la nueva política, nacido de un movimiento ciudadano contra la corrupción, manda en la capital de la mayor democracia del mundo.
En la India, donde la casta no es una metáfora de una clase política sino una división social con arraigo milenario basada en el hinduismo, se adelantaron al movimiento 15M. En abril de 2011, la capital de la mayor democracia del mundo hervía y no precisamente por el bochornoso calor propio de sus veranos de seis meses. Surgía esos días un movimiento ciudadano con la lucha contra la corrupción como bandera. Nacían los indignados indios. Estudiantes, abogados, profesores o amas de casa, gente de toda clase y religión salía a las calles de Delhi para decir «basta» en una ciudad donde la política tradicional comenzaba a causar hartazgo por su alejamiento de los problemas reales. Lo hacían liderados por Anna Hazare, un septuagenario activista de inspiración gandhiana que se aferró a la huelga de hambre como forma de protesta.
Hazare no tenía ambiciones políticas y con el paso de los meses su lucha devino monótona en una sociedad sedienta de cambio. Pero un carismático asesor de Hazare, Arvind Kejriwal, recogió el guante y a finales de 2012 creó el Partido del Hombre Común (Aam Admi Party, AAP), que un año después, en las elecciones a la Asamblea de diciembre de 2013, se propuso la hazaña de conquistar Delhi, una ciudad de más de 16 millones de habitantes.
NUEVAS FORMAS Y PRIMERA NOVATADA
El AAP no fue primera fuerza, pero consiguió casi el 30% de sufragios en esos comicios, lo que le permitió gobernar en alianza. Y empezó a escribir así una página nueva en la historia de la política india. Kejriwal juró su cargo en un parque al que se desplazó en metro, y dejó la residencia oficial y la protección de la policía por un apartamento y un vehículo normal. Aprobó medidas favorables a las clases bajas y se ganó el título de jefe anarquista con una sentada de protesta junto al Parlamento nacional.
Pero pronto pagó su primera novatada. Lanzó un órdago para sacar adelante una ley anticorrupción, principal objetivo de su programa. Los grandes damnificados habrían sido los dos grandes partidos tradicionales de la India: sus aliados socialdemócratas del Partido del Congreso y el derechista BJP (Bharatiya Janata Party o Partido Popular de la India).
No aceptaron y Kejriwal dimitió en apenas dos meses, desatando un huracán a su alrededor. Delhi se quedó sin gobierno un año, en el que el BJP de Narendra Modi venció en las elecciones generales y en el que el AAP fracasó en el intento de convertirse en fuerza de alcance nacional, consiguiendo solo cuatro escaños.
LOS PROBLEMAS DE LA GENTE COMO FOCO
Delhi volvió a las urnas en enero de 2015 y el líder de los indignados indios las encaró con un ejercicio de cura de humildad, pidiendo perdón constantemente por haber dimitido tan pronto y por el exceso de ambición. El AAP arrasó. Consiguió 67 de los 70 escaños. ¿Cómo fue posible? «Mientras nosotros hablábamos de las necesidades básicas de la gente, de desarrollo, de cómo cambiar las cosas, ellos (los partidos tradicionales) no hacían otra cosa que atacar. La gente eligió a un gobierno para ser gobernados», subraya Bipul Dey, administrador de la sede del partido en la capital india.
Kejriwal tampoco renunció a su identidad en su segunda oportunidad. Salió a la calle para protestar contra una reforma de tierras impulsada por el gobierno central de Modi. Tomó medidas contra la corrupción y puso en marcha una línea de teléfono para denunciar casos. En los primeros meses la línea recibía hasta 400 llamadas diarias. En la formación aseguran que hoy son solo unas 30, lo cual «prueba el éxito de la medida».
«Percibo sin duda menos corrupción en las oficinas públicas porque los funcionarios temen las consecuencias», dice Atul Vohra, un ciudadano delhí. Y pone como ejemplo que ya no se pagan sobornos para conseguir el carné de conducir, antes casi un ritual.
En cerca de año y medio en el poder, el AAP ha puesto énfasis en la educación y la sanidad, ámbitos en los que uno de sus líderes, Adarsh Shastri, se jacta de que no hay estado de la India que dedique más recursos (7% y 12% de los presupuestos respectivamente). Aunque los críticos apuntan que todavía tiene que desarrollar muchas de sus promesas, en la ciudad se han ido inaugurando aulas escolares y se han dispuesto consultorios y medicamentos gratuitos a través de nuevas clínicas de distrito que persiguen paliar el deficiente y saturado sistema sanitario público. «El 70% de la población de Delhi pertenece a clases medias y bajas», justifica Shastri, a su vez secretario de Información y Tecnología en el gobierno capitalino. Además, el Ejecutivo de Delhi ha demandado a varios hospitales privados de renombre para que paguen multas por valor de 92,5 millones de euros por no haber ofrecido servicios mínimos a clases desfavorecidas durante años, pese a haber obtenido terrenos a bajo coste con ese compromiso.
CRISIS Y PÉRDIDA DE ENTUSIASMO
Más allá del titular de las políticas sociales, los indignados indios se han dado cuenta de que gobernar no es sencillo. Han sufrido varias crisis. Poderosos grupos mediáticos han puesto en duda su capacidad y el partido ha sufrido deserciones.
«No han perdido aún la esencia de su historia, que es crear una alternativa, pero se han desenfocado un poco», afirma el politólogo de la Universidad Jawaharlal Nehru (JNU) de Delhi, Bhagwan Josh. «El aura del movimiento social se ha desvanecido. Ahora son un partido», sintetiza el profesor. Josh critica acciones como un excesivo gasto en propaganda o constantes cruces de acusaciones con sus oponentes, que han llevado a parte del electorado a «perder el entusiasmo inicial».
«El AAP está experimentando mucho y eso es bueno en democracia, pero los resultados a veces son buenos y a veces malos» valora el analista Rashid Kidwai, autor de varias obras sobre la familia Nehru-Gandhi. En su opinión, a la dificultad de gobernar Delhi, «una India en miniatura» con polos que van «desde la riqueza extrema a la pobreza extrema», se ha unido que «la burocracia no coopera mucho».
Delhi tiene un estatus especial. No es gestionada ni como ciudad ni tiene pleno carácter constitucional de estado. Su Asamblea Legislativa controla gran parte de las competencias pero no el orden público y el suelo, que recaen sobre el gobierno indio, y tres pequeñas corporaciones municipales gestionan tareas como el saneamiento, ciertas infraestructuras y algunos impuestos. En la figura que ostenta Kejriwal, jefe de gobierno de Delhi, se concentran atribuciones de alcalde y de presidente de la comunidad.
El enjambre no acaba aquí. Delhi se extiende hacia otros estados que la rodean. El AAP no puede desarrollar todas sus ambiciones sin cooperar con otros partidos, incluido el BJP de Modi, que gobierna en el centro. Encajonada Delhi entre Haryana y Uttar Pradesh, su agua viene de una región y buena parte de la electricidad, de la otra. Y estas fueron dos de sus grandes promesas electorales.
Delhi es un lugar con mucha historia –la de sus 1.500 monumentos como mausoleos y mezquitas– y un vergel de fauna y flora (el 25% es área verde), pero la insalubridad, el caos y el subdesarrollo lanzan interrogantes de complicada respuesta. Pese a ser la atalaya política india, carece de un sistema formal de recolección de residuos, de buen alcantarillado o aceras peatonales, y 1,8 millones de personas viven en arrabales. Desde el año pasado la ciudad está considerada como la que tiene el peor aire del planeta, una situación que Kejriwal ha querido corregir con iniciativas que han devenido impopulares como restringir la circulación de vehículos en una urbe cuyo parque automovilístico aumenta vertiginosamente.
¿EL MUJICA DE LA INDIA?
Detrás del fenómeno AAP en Delhi se encuentra un delgado ingeniero mecánico con gafas de estudiante de primaria y ubicuo bigote nacido hace 47 años en el estado de Haryana en el seno de una familia culta de clase media. Ex funcionario de Hacienda, Kejriwal conducía una scooter y creó su propia ONG, Parivartan, para ayudar en temas fiscales a gente sin recursos. Su entorno lo describe como un tipo sencillo que disfruta viendo películas con su esposa y dos hijos en el cine.
Algunas cosas de Kejriwal recuerdan al expresidente uruguayo José Mujica. «Si visitaras su casa entenderías muchas cosas. Su refrigerador tiene tal vez más de 25 años. Si funciona bien ¿para qué lo va a cambiar?», dice Bipul Dey, administrador de la sede.
Hay quien cuestiona la consolidación de su figura, que si bien a corto plazo ayuda al partido a conectar con la gente también puede llevarlo a las prácticas de aquellas formaciones que hoy concentran sus críticas. Yogendra Yadav, uno de los fundadores, fue expulsado de la ejecutiva en marzo de 2015. Había desarrollado un borrador con una visión del partido distinta a la de Kejriwal, que acabó imponiéndose, y acusó a su líder de manipular la decisión. «El sistema político indio demanda mucha autoridad aunque eso también debe ser criticado», valora el analista Kidwai. En la formación cierran filas. «En cada partido siempre hay una o dos caras más importantes. Pero al mismo tiempo el AAP está abierto a un constante debate», zanja Shastri.
LAS CLAVES DEL ÉXITO
En la Universidad de Jawaharlal Nehru (JNU), epicentro de los movimientos estudiantiles de izquierdas en Delhi, los murales en contra del derechista Modi son ubicuos, pero a diferencia de Podemos, el AAP no emergió de las contestatarias aulas, aunque entre sus votantes predominen los jóvenes. La India es un verdadero puzzle, más después de la desintegración que ha sufrido el histórico Partido del Congreso en los últimos años tras detentar el poder durante la mayor parte de la historia de la India independiente.
«El AAP es un amasijo de buenas intenciones. Parecía situarse más a la izquierda que el Partido del Congreso, ocupando el espacio social-democrático, pero sus inspiraciones ideológicas no están claras: ¿Se inspiran en Gandhi, en pensadores sociales?», se pregunta el profesor Josh. Esta ambigüedad, agrega, puede llevar al éxito pero también al fracaso si permanece la confusión”.
«Desde la independencia tuvimos un sistema político vertical de gente que era clasificada en castas, religión y distinciones económicas. Ahora en Delhi la política crece a nivel horizontal y aglutina a la gente por un sentimiento de rechazo a la clase política», argumenta el analista Kidwai.
EL FUTURO
¿Es posible que se replique el fenómeno de Delhi en otros lugares? ¿O que acaben gobernando un país con más de 1.250 millones de habitantes? A principios de 2017 habrá elecciones en Punyab, un estado de unos 28 millones. Allí el AAP, muy activo ya en precampaña, se postula como favorito para tumbar al actual gobierno de coalición entre el hinduista BJP y un partido que tiene su granero en la comunidad sij, la del turbante.
«Punyab probará si puede convertirse en fuerza nacional. Si son capaces de gobernar, demostrarán que son un partido horizontal que rompe barreras de casta y religión», vaticina Kidwai. «Entonces nadie los podrá detener», subraya.
Shastri, el político indignado, asiente. El objetivo es propiciar cambios en algunos lugares y prefiere ir «paso a paso», aunque también se hable ya de concurrir en el estado turístico de Goa y el occidental Gujarat, bastión del primer ministro Modi. «La experiencia de las generales de 2014 demostró que pese a tener mucho apoyo, el partido carecía de estructura y organización, y sin ello es difícil penetrar en la India», argumenta.
Heredero de una dinastía importante, su abuelo Lal Bahadur Shastri fue uno de los primeros ministros mejor valorados de la historia al frente del Partido del Congreso. Adarsh Shastri rehuyó en cambio la política, trabajó para multinacionales y fue jefe de ventas en Apple con un jugoso salario hasta que, hastiado por los niveles de corrupción del país y animado por el aire fresco del AAP, decidió unirse a ellos en 2013. «Es el momento de devolver lo aprendido y de perpetuar el legado de honestidad de mi abuelo», afirma convencido. El tiempo dirá si esa honestidad es suficiente. O si permanece inquebrantable.