Escribe Pedro Cazes Camarero– argentino. Director de los periódicos «Estrella Roja» y «El Combatiente» desde 1973 a 1976 / Director de la Revista Crisis- 1988
“Ahora le toca a España” (Lenin, 7 de noviembre de 1917)
Primera Parte
El 18 de julio de 1936, los generales españoles Franco, Mola y Sanjurjo llevaron a cabo un sanguinario golpe de estado impulsado por los terratenientes, la patronal, la Iglesia Católica, los partidos de la derecha y las dictaduras fascistas de Italia y Alemania. En una palabra, la reacción completa de la Península había decidido acabar con el joven experimento republicano.
Sin embargo, la aventura no tuvo éxito inmediato, pues frente a ellos se irguieron clases sociales completas (obreros y campesinos), lo más granado de la intelectualidad española, los sindicatos, las federaciones campesinas, socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos y demócratas, independentistas vascos y catalanes, artistas y la solidaridad de la izquierda internacional, de la Unión Soviética, de Europa, de Estados Unidos y de América latina.
Tres largos años y medio millón de muertos costaron romperle el espinazo a un proceso revolucionario que excedía largamente la simple defensa de la democracia parlamentaria de la República, y que de una forma u otra signó con su impronta los acontecimientos mundiales acaecidos en los años sucesivos. Pero para entender lo ocurrido es menester remontarnos a algunos años antes del estallido bélico.
- LOS ANARQUISTAS EXPROPIADORES
Un soleado día de noviembre de 1925, Buenaventura Durruti se hallaba desayunando en una mesa pegada al ventanal de un conocido bar de Buenos Aires, en compañía de su camarada Francisco Ascaso. Este mojaba facturas en el café con leche, mientras Durruti estiraba manteca sobre unas tostadas.
“Están buenos los croissants” comentó Ascaso. “Diles medialunas, que te van a tomar por uruguayo”, sugirió Durruti. “Cuéntame cómo les fue con la expropiación del metro”. “Demasiado fácil al principio”, explicó Francisco. “El empleado de la boletería era camarada nuestro, y hasta se quería venir con nosotros para ayudarnos con el cofre”.
La brisa de la primavera hacía oscilar las puertas del bar. Al fondo, Paquito el lustrabotas hacía brillar los botines embetunados de un caballero bigotudo, quien leía La Nación acomodado en una especie de trono montado sobre un pedestal de madera. Los parroquianos, escasos a esa hora, se distribuían en las mesas de mármol veteado de verde. Tras el mostrador, el patrón lustraba las copas de cerveza, protegido con un mandil y un birrete negros.
“Casi no podíamos cargar con el baúl” continuó Ascaso. “Cuando nos fuimos en el sulky a la casa de Roscigna todavía nadie se había dado cuenta”.
“Todo bien, entonces”, redondeó Durruti. “Masomeno” siguió Francisco, sacándole el gusto al suspenso. “¡Cuando abrimos el cofre recién nos dimos cuenta!”. “¿Cuenta de qué?”. “El baúl estaba lleno de dinero, pero todo en moneditas de diez centavos. ¡Doce mil pesos en moneditas!”. Buenaventura se atragantó al reírse con el café con leche. “Ahora tendremos que cambiarlas con urgencia… desde Gijón piden plata para liberar a los camaradas presos”. “Mi hermano trabaja en eso”, explicó Francisco. “Están armando paquetitos de cincuenta monedas con la esposa de Roscigna y con Vásquez Paredes”.
El caballero bigotudo, con los botines relucientes, dejó La Nación sobre el estaño y se retiró por la puerta de la calle Rincón. El mozo limpiaba el mármol de una mesa adyacente, el patrón acomodaba las copas en los armarios y en ese momento comenzó el pandemonio. Desde la avenida Rivadavia se escuchó una sirena de intensidad inhumana. Después, con la deformación usual de los megáfonos, llegó la voz inconfundible de la policía: “Entregate, che Durruti, estás rodeau”.
Buenaventura se levantó de la silla Thonet sin demasiado apuro. “Puta madre” rezongó Ascaso, “todavía me quedaba un croissant”. “Medialuna” corrigió Durruti.
Ascaso se apoderó de la mesita de mármol del mozo. “Permiso” dijo, y la revoleó contra la vidriera de Rivadavia. El cristal estalló con un alegre tintineo. Paco, el chico lustrabotas, se acercó llevando un bolso azul. Durruti extrajo del mismo una Colt 45 y un 38 ‘Smith and Wesson’ niquelado mientras Ascaso se apoderó de una Lupara recortada y lanzó dos escopetazos a través de la vidriera rota. Decenas de balazos rugieron desde la calle a través del agujero. Ascaso revoleó un cartucho de dinamita apagado hacia la avenida, y luego prendió otro con un yesquero Carusito y lo lanzó detrás del primero. Dos detonaciones se escucharon en rápida sucesión. El negocio tembló y los cristales hasta entonces intactos volaron hacia adentro. Afuera se oyeron órdenes agudas y corridas. Los parroquianos huyeron en tropel por la puerta de la calle Rincón. “Va a ser mejor que salgan por acá” sugirió el patrón, levantando del piso la trampa del montacargas. Durruti señaló con el mentón el pozo a Ascaso, quien se zambulló en el sótano sin vacilación. “Gracias, camarada” dijo Durruti al patrón: “yo diría que se parapete tras ese bargueño”. “Vete, chaval” insistió el hombre, “yo estuve en Oviedo en 1909. Esto de ahora es pan comido”.
La trampa se cerró detrás de Durruti. Desde Rivadavia seguían llegando órdenes confusas. Agazapado junto a su puesto de lustrar, Paquito miraba con el rostro blanco al patrón. “Ven a beberte un café con leche, pibe” dijo el cantinero. El mozo quitó los vidrios y puso un mantel blanco en una de las mesitas todavía erguidas. Paquito se sentó.
- ANARQUISTAS EXPROPIADORES: UNA CANTERA DE CUADROS POLÍTICOS Y MILITARES
El anarquismo expropiador es la denominación de un modo de obtención de recursos económicos destinados a la acción sindical, social y política, a través de robos y la falsificación de dinero. A las operaciones las llamaban «expropiaciones a la burguesía”.
A diferencia del ilegalismo (de características semi lúmpenes), los expropiadores no adoptaron el delito como un estilo de vida, sino como un medio para financiar las actividades revolucionarias. Florecieron entre 1920 y 1935, especialmente en Argentina, Uruguay y España.
En la península, el grupo anarco-sindicalista “Los Solidarios”, fundado entre otros por Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, Alejandro Ascaso, Francisco Ascaso y Gregorio Jover, realizó numerosas operaciones armadas, como los asaltos al Banco de Gijón y el de España. A mediados de la década del ’20, estos cuatro se lanzaron a una gira de asaltos por América latina, a fin de recaudar fondos para combatir a la monarquía y sostener la militancia; pero de este lado del océano, no se privaron de actuar como grupos de autodefensa contra la “Liga Patriótica” y otras organizaciones patronales y parapoliciales. En la Argentina asaltaron a las boleterías de dos estaciones de subterráneos y en enero de 1926, a una sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires, llevándose un botín de sesenta y cuatro mil pesos. Para esta acción contaron con el apoyo de camaradas argentinos. El grupo, sumamente prestigioso y querido, pese a las campañas denigratorias realizadas en su contra, fue luego detenido en Francia. Una exitosa campaña internacional por su liberación fue motivo de importantes movilizaciones en varios países.
Las prácticas expropiadoras foguearon a una buena parte de los cuadros políticos anarquistas en el enfrentamiento físico con la represión, lo cual resultó sumamente valioso en el momento en que comenzó la Guerra Civil y se enfrentaron sin pestañear a las fuerzas regulares del ejército fascista. El enorme prestigio de Durruti galvanizó a las masas catalanas, que frenaron en seco la ofensiva golpista a las puertas de Barcelona, como se verá más adelante.
- ASÍ EMPEZÓ TODO
A comienzos del siglo XX, España era un país capitalista, pero escasamente desarrollado, con nichos feudales y la rémora de una iglesia católica institucionalmente muy poderosa y hegemónica ideológicamente, contraria a los avances científicos y estrechamente ligada a las instancias del poder político. El Estado era débil, salvo en lo referente a las fuerzas armadas y de seguridad. La administración era caótica y corrupta. Los gobiernos dictatoriales se sucedían y la monarquía era tan barbárica como sus generales y ministros. El país llegaba tarde y rengo a la modernidad. Lo más avanzado que poseía era una clase obrera sorprendentemente madura y bien organizada, ubicada en las grandes ciudades, encuadrada mayoritariamnte en el Socialismo. El Partido Comunista era pequeño y profesional, con una fuerte influencia soviética. El campesinado, con una secular historia de luchas antifeudales, se hallaba encuadrado mayoritariamente en el anarquismo. La clase media rural era mayoritariamente católica y conservadora, y las elites de terratenientes, financistas y propietarios fabriles vivían aterrorizadas ante el fantasma bolchevique y enamoradas del ejemplo ofrecido por Hitler y Mussolini. La pequeña burguesía urbana apoyaba a distintas versiones del republicanismo, bajo el liderazgo de los capitalistas que percibían a la monarquía como un obstáculo institucional para sus negocios.
La década del ’20 estuvo signada por la dictadura de Primo de Rivera, quien respondía ante el propio rey. Las Leyes de excepción y las prácticas antisindicales eran generalizadas. Sin embargo, en un esfuerzo de legitimación, la monarquía autorizó elecciones municipales, aparentemente banales, aunque el triunfo del bando republicano y democrático incineró el capital político de Alfonso XIII, quien exploró sin éxito la disposición de los generalotes que lo rodeaban para patear el tablero, y finalmente debió abdicar y marchar al exilio.
Según el obrero y general republicano Ricardo Sanz :
“La República española se estableció el 14 de Abril de 1931, por orientación expresa de los políticos monárquicos más cautos, quienes previnieron al rey de lo que ocurriría en el caso de no tomar tal determinación. Pero los políticos republicanos, al encontrarse ante el hecho inesperado del establecimiento de una República a la cual ellos debían representar, no supieron materializar la orientación que marcaban las mayorías populares. La joven República se encontró desgraciadamente en manos de unos inexpertos en el gobierno”.
Pocos meses después, los obreros, los artesanos, los campesinos, miraban a la República como algo que no les pertenecía. La gestión del primer Gobierno de la República no pudo ser más torpe: a los tres meses de su establecimiento, la Guardia Civil -que durante medio siglo había apaleado a los trabajadores andaluces y a los españoles en general- aumentaba aun más su crueldad con las represiones desencadenadas primero en Pasajes y más tarde Castilblanco, Parque de María Luisa y Casas Viejas.
La indiferencia del pueblo español hacia la República se convirtió en odio. El campesino andaluz que aspiraba a la tierra, después de implantada la República veía como antes al señor montado en el caballo paseándose por sus inmensos prados, y se inclinaba hacia el suelo a llorar su desencanto. El obrero de la fábrica, que creía llegado el momento de obtener sus derechos, lloraba también ante el torno y ante la máquina, comprendiendo que ninguna transformacion se había operado en España por el hecho de la implantación de la República. Y si se declaraban en huelga, como antaño, se veían acosados y perseguidos por los mismos de siempre, por la figura siniestra del tricornio de la Guardia Civil. El propio clero parecía más influyente que nunca. Las cosas sucedían como si nada hubiera ocurrido en España con el cambio de régimen. La situación provocó pequeños disturbios locales, que fueron reprimidos con más dureza que en los tiempos de Primo de Rivera. Comenzaron los fusilamientos sin juicio previo, las deportaciones, las condenas de años de prisión.
El pueblo esperó a que las Cortes Constituyentes terminaran su misión de elaborar la Carta Constitucional de la República, para manifestar políticamente su disconformidad con los gobernantes republicanos a través de la abstención masiva. En las elecciones de 1934, la alianza de los elementos moderados y los reaccionarios, obtuvo un resultado magnífico en su favor y los republicanos quedaron irreversiblemente deshauciados. Pero la reacción, una vez colocada por el sufragio universal a la cabeza de la República, no supo ser más inteligente o precavida que sus antecesores. España se convierte políticamente en un gran sumidero. La incorporación de la organización antirrepublicana CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) al gobierno de Lerroux provocó un llamado a la resistencia en octubre de 1934 que sólo fue acatado, sin embargo, en Asturias, que resistió quince días la represión del ejército profesional. En otras partes de la Península las masas españolas fueron reticentes debido al descrédito de los supuestos progresistas que ahora los llamaban a la acción. Como era previsible, fueron los obreros los principales objetivos de la represión que siguió al movimiento. Pero la conducta vengativa de la derecha durante sus dos años de gobierno fue fatal para la estabilización del régimen. Las condiciones objetivas de la revolución social estaban dadas desde mucho tiempo antes. Ahora las experiencias nefastas de los primeros cuatro años de República habían madurado en el movimiento de masas la convicción de que un cambio de fondo sólo podría realizarse a través de la revolución.
La derecha había ganado las elecciones de 1934 porque el sesenta y cinco por ciento de los españoles no depositó su voto en las urnas, para demostrar así que negaban su confianza y desautorizaban a los gobernantes republicanos. La reacción creía ingenuamente que el pueblo, solo por el hecho de no haber votado a los republicanos en aquella contienda electoral, se desentendía ya por completo de sus derechos. En febrero de 1936 había nuevos comicios generales. Las mayorías populares eran conscientes de que al amparo de un gobierno afín, los fascistas preparaban un zarpazo final: la liquidación de la República y la proclamación de la dictadura permanente. Mientras tanto, 30.000 líderes y luchadores políticos y sindicales abarrotaban las cárceles.
¿Qué hacer? La respuesta fue el Frente Popular. La poderosísima C.N.T. (Confederación Nacional del Trabajo) que siempre había recomendado a los trabajadores la abstención electoral (decisiva para la derrota de los republicanos en las elecciones que dieron lugar al bienio negro) dio un giro dramático en su estrategia. Si bien no participó directamente en el Frente Popular ni hizo específicamente propaganda electoral, desencadenó una formidable campaña interpelando a la clase trabajadora, a la cual representaba casi en su totalidad. Recordó los derechos conculcados, los hermanos asesinados, los encarcelados que debían ser liberados y la sombra del fascismo que se aproximaba. Esto último no constituía ningún secreto. El Ejército, en franca rebeldía, y los ‘señoritos’ agrupados en los organismos políticos reaccionarios, manifestaban en todas las ocasiones, que estaban dispuestos a apoderarse del Gobierno del país, fuera por los procedimientos que fuesen, y que incluso, si perdían las elecciones, se levantarían en armas, para conseguir por la violencia lo que no consiguiesen de forma legal.
La voluntad del pueblo español en febrero del ’36 aplastó a la derecha : un 85% de los votos fueron para el Frente Popular. Fue un voto sin ilusiones. Las masas ya no esperaban que la representación política fuera a corporizar sus sueños. Con toda la carga simbólica del resultado electoral, aguardaban, con los dientes apretados, el zarpazo fascista y así las mayorías podrían aplastar al monstruo en el momento mismo de la sublevación. La mayoría obtenida fue tan abrumadora que dejó sin habla a los propios republicanos. Pero como se verá más adelante, su infinita incompetencia llevó al precipicio a la más titánica de las victorias.
- LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA
La revolución social española de 1936 fue un proceso desencadenado tras el intento de golpe de estado del 17 de julio. Su principal base ideológica fue el comunismo libertario de la CNT-FAI, con un componente marxista revolucionario representado por el POUM y el ala caballerista del PSOE y la Unión General de los Trabajadores-UGT.
Se caracterizó por su anticlericalismo en lo religioso, su horizontalismo en lo administrativo, su racionalismo ateo en la educación y el colectivismo autogestionario en lo económico. Sobre un total de algo más de veinte millones de habitantes que tenía España, la CNT contaba con aproximadamente 1.6 millones de militantes y la UGT con 1.5 millones. Los sindicatos convocaron a una huelga general del 19 al 23 de julio como respuesta tanto a la sublevación militar como a la apatía del gobierno. Durante la huelga, grupos de sindicalistas asaltaron muchos de los depósitos de armas de las fuerzas del orden. El sector anarcosindicalista radical, vinculado a la Federación Anarquista Ibérica-FAI, entendía el fenómeno como una revolución convencional. El grupo posibilista expresaba la conveniencia de participar en un frente más amplio, posteriormente llamado Frente Popular Antifascista (FPA). Paralelamente emergieron estructuras administrativas al margen del Estado, la mayoría con carácter local o comarcal.
El 24 de julio partió la primera columna de tres mil voluntarios de Barcelona en dirección a Aragón, dirigidos por Buenaventura Durruti, quienes fueron implantando el comunismo libertario por los municipios por los que pasaban. Otras estructuras como la Columna de Hierro o la Columna Rojo y Negro partieron también hacia Aragón. Todo este movimiento dio lugar a una extraordinaria concentración de anarquistas en la parte no tomada por los militares alzados. Fue la mayor experiencia colectivista de la revolución. La mayor parte de la economía del país fue puesta bajo el control de los trabajadores organizados por los sindicatos. En áreas anarquistas este fenómeno llegó al 75% del total, pero en las áreas de influencia socialista la tasa fue menor. Las fábricas fueron organizadas por comités de trabajadores, las áreas agrícolas llegaron a colectivizarse y funcionar como comunas libertarias. Incluso lugares como hoteles, peluquerías, medios de transporte y restaurantes fueron colectivizados y manejados por sus propios trabajadores.
George Orwell describe una escena de Aragón durante este período, en el cual participó como parte de la División “Lenin” del POUM, en su célebre libro ‘Homenaje a Cataluña’: “Yo estaba integrando, más o menos por azar, la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. En Aragón se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas ellas vivían y se trataban en términos de igualdad. En teoría, era una igualdad perfecta, y en la práctica no estaba muy lejos de serlo. En algunos aspectos, se experimentaba un pregusto de socialismo, por lo cual entiendo que la actitud mental prevaleciente fuera de índole socialista. Muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada -ostentación, afán de lucro, temor a los patrones, etcétera, simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resulta casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra; allí sólo estábamos los campesinos y nosotros, y nadie era amo de nadie”.
Las comunas iban siendo organizadas de acuerdo al principio básico de “De cada uno de acuerdo a su habilidad, a cada uno de acuerdo a su necesidad”. En algunos lugares, el dinero fue totalmente eliminado, para ser reemplazado por vales. Bajo este sistema, el precio de los bienes era con frecuencia un 75% más bajo que antes.
Los posters del ’36
Las áreas rurales expropiadas durante la revolución fueron del 70% en Cataluña y en el Aragón reconquistado, del 91% de la Extremadura que quedaba en la República, del 58% en Castilla-La Mancha, del 53% en la Andalucía no sometida a los militares insurrectos,del 25% para Madrid, del 24% para Murcia y del 13% en la Comunidad Valenciana. La colectivización de estas tierras fue de un 54% del país, según datos del Instituto para la Reforma Agraria. Sin embargo, dado que el Ministerio de Agricultura, y por extensión el IRA, estaban bajo control del Partido Comunista, hostil a esa colectivización, los datos podrían ser mayores. En Ciudad Real estaban colectivizadas en 1938, más de un millón de hectáreas, correspondientes al 98,9% de la superficie cultivada en 1935. Muchas colectividades aguantarían hasta el final de la guerra. En el Aragón en el que se proclama el comunismo al paso de las columnas de milicias libertarias, se formaron aproximadamente 450 colectividades rurales, la totalidad de ellas en manos de la CNT. En el área valenciana se constituyeron 353 colectividades, 264 dirigidas por la CNT, 69 por la UGT y 20 de manera mixta.
Unos de sus principales desarrollos fueron el Consejo Levantino Unificado de Exportación de Agrios (conocido por sus iniciales, CLUEA) y la total socialización de las industrias y servicios de la ciudad de Alcoy. En la industria catalana los sindicatos obreros de la CNT se hicieron con numerosas fábricas textiles, organizaron los tranvías y los autobuses de Barcelona, implantaron empresas colectivas en la pesca, en la industria del calzado e incluso se extendió a los pequeños comercios al por menor y a los espectáculos públicos. En pocos días el 70% de las empresas industriales y comerciales habían pasado a ser propiedad de los trabajadores en aquella Cataluña que concentraba, por sí sola, dos tercios de la industria de España.
Las comunas anarquistas producían más que antes de ser colectivizadas. Las zonas liberadas recientemente trabajaron exclusivamente sobre principios libertarios. Las decisiones eran tomadas a través de consejos de ciudadanos comunes sin ningún tipo de burocracia (el propio liderazgo de la CNT–FAI no fue tan radical como los miembros de la base responsables de estos drásticos cambios). Sumado a la revolución económica, existió un espíritu de revolución cultural y moral: los ateneos libertarios se convirtieron en centros culturales de formación ideológica, en los cuales se organizaban clases de alfabetización, charlas sobre sanidad, excursiones al campo, bibliotecas de acceso público, representaciones teatrales, tertulias políticas o talleres de costura. Se fundaron numerosas escuelas racionalistas, en las cuales se llevaban a cabo los postulados educativos de Ferrer Guardia, Mella, Tolstoi o Montessori. Igualmente, en el terreno social, algunas tradiciones eran consideradas como tipos de opresión. La moral convencional era vista como deshumanizante e individualista. Los principios anarquistas defienden la libertad consciente del individuo y el deber de solidaridad entre los seres humanos como herramienta innata de progreso de las sociedades. A las mujeres se les permitió abortar legal y gratuitamente en Cataluña. La idea del amor libre consensuado se hizo popular y hubo un auge del naturismo. La liberación fue más allá de la de los movimientos de la ‘Nueva Izquierda’ de la década del ´60, con la diferencia que esta moralidad fue hegemónica: «La utopía libertaria se hizo realidad».
El orden público también varió sustancialmente, llegando a prescindir de las fuerzas de orden público clásicas (Policía y Juzgados) suplantadas por las Patrullas de Control formadas por voluntarios y las milicias populares. Las asambleas de barrio pretendían resolver los problemas que pudieran surgir. Las puertas de las prisiones fueron abiertas, liberando a los presos entre los cuales había muchos políticos pero también delincuentes comunes. Algunas prisiones fueron incluso derribadas.
En agosto de 1936 empezaron las primeras tensiones entre la estrategia anarquista y la política del Partido Comunista; el 6 de ese mes los miembros del PSUC (comunistas) salieron del gobierno autonómico catalán por las presiones anarcosindicalistas. En el bimestre de septiembre a noviembre de 1936, las estructuras del estado republicano se limitaron a legislar sobre los hechos consumados por la Revolución. Pero debido al crecimiento de la escalada bélica contra los militares sublevados, los sindicatos empezaron a ceder al Estado el control de las columnas.
DECLARACIÓN DE LA ASAMBLEA DE DIEZ MIL VOLUNTARIOS ANARQUISTAS DE BARCELONA DEL MES DE AGOSTO DE 1936
“Nosotros no nos negamos a cumplir nuestro deber cívico y revolucionario. Queremos ir a liberar a nuestros hermanos de Zaragoza. Queremos ser milicianos de la libertad, pero no soldados de uniforme. El ejército se ha erigido en un peligro para el pueblo; solo las milicias populares protegen las libertades públicas. ¡Milicianos, sí! ¡Soldados, jamás!”
- LA ESTRATEGIA MILITAR EN LA GUERRA CIVIL
Durante el primer año de la Guerra Civil española, las milicias libertarias, formadas por voluntarios y voluntarias de la C.N.T., las F.A.I. y el P.O.U.M., tuvieron un papel determinante en lo que concierne a la guerra –y revolución- contra el “alzamiento nacional”. Las calles de Barcelona habían sido invadidas por toda una masa obrera que, rebosante de ímpetu revolucionario, deseaba partir hacia el frente aragonés para asestar un golpe mortal a los fascistas. Todos estos libertarios se negaban a integrarse en los cuerpos oficiales del ejército republicano. ¿Qué significaba eso?
La conducción republicana, en Madrid, interpretaba la situación como si se tratase de la represión por parte de un gobierno legítimo de un golpe militar faccioso. Ello era cierto pero a la vez una grosera simplificación. La guerra civil era a la vez una revolución social, y la cúpula republicana estaba decidida a ignorarla por lo menos hasta que terminara la conflagración. Era una pésima idea.
Para la oligarquía española también estaba claro que el golpe en curso no estaba destinado a ajustar cuentas con la pequeña burguesía republicana, su ateísmo y democratismo light; estaba dirigido a liquidar al verdadero peligro, el “movimiento bolchevique”, esto es, a la revolución obrera socialista y anarquista. El bando “legalista” estaba conformado por los restos minoritarios de la vieja dirección republicano-liberal, desprestigiada por sus políticas reaccionarias de los años 32 y 33, más los partidos marxistas y socialistas (PSOE-PSUC y PCE) ligados de una forma u otra a la Tercera Internacional liderada por la Unión Soviética. La coyuntura de esta última era complicada.
Durante los años ’20 y comienzos de los ’30, el comunismo internacional había desarrollado una estrategia ofensiva pero sectaria en todos los procesos revolucionarios en los que participó. Ello condujo a una serie de derrotas, como en Alemania y en China. Tales resultados condujeron a un viraje importante en 1935/36, por el que la Internacional impulsó frentes populares con los socialdemócratas y los partidos burgueses más progresistas de cada país, alrededor de programas muy amplios y democráticos. Este golpe de volante reflejaba las condiciones políticas de reflujo del movimiento revolucionario internacional, pero para la República Española resultaba irreal. No contemplaba el incontenible auge revolucionario que se estaba desencadenando y en especial privilegiaba las alianzas con las organizaciones reformistas y socialdemócratas, frente a la posible unidad revolucionaria con el enorme movimiento anarquista y la izquierda revolucionaria marxista del POUM, localmente poderoso en Cataluña.
El proletariado industrial de Madrid fue susceptible a la conducción política marxista, pero en otras capitales españolas y en especial en Barcelona se hallaba consolidada una dirección libertaria sobre la cual la Unión Soviética carecía de influencia y que desconfiaba justificadamente del stalinismo del PCE. O sea que, ante todo, el bando republicano se hallaba atravesado por una diferencia profunda entre quienes proponían ganar la guerra y luego pensar en la revolución (el PC y los socialistas, más las corrientes democráticas aliadas), y las corrientes libertarias más el POUM, que afirmaban que la revolución resultaba prioritaria y que, sin ella, la guerra civil estaba perdida. Por lo que había que convertir sin dilación la guerra civil en guerra revolucionaria.
Esta profunda diferencia se reflejó en las estrategias acometidas con el objetivo del triunfo militar.
¡SOLIDARIDAD PARA ESPAÑA! Los ríos vuelven sus aguas, ya no caminan al mar: nos traen del mar esperanzas. De todos los mares suben olas fraternas. España llena su gran corazón con banderas, rojas, blancas, de tres colores, azules como la luz, esmeraldas, con estrellas o leones, con martillos o con barras… Olas de 20 confines suben derechas a España. Los ríos vuelven su curso y hacia adentro se derraman con la emoción de otras costas en el corazón del agua. Hoy tiene mi verso, amigos, voz de mar en su garganta. El mundo firma en las olas: “¡Fraternidad con España!”
Marcos Ana, poeta español nacido en Alcalá de Henares en 1920. Preso en las cárceles del franquismo desde 1939 a 1961.