Cuadernos de Crisis presenta la segunda de la serie de notas sobre la realidad de los ex-convictos en los Estados Unidos. Un trabajo de Alessandro De Giorgi atravesado por lo sociológico, lo etnográfico y el derecho penal, para entender mejor la trama de la pobreza estructural y sus consecuencias. La primera de esta serie fue publicada el 21 de diciembre de 2015.
A continuación, purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis, presenta el segundo capítulo.
Los materiales presentados aquí forman parte de un estudio etnográfico sobre la reinserción de ex-convictos que he realizado entre marzo de 2011 y marzo de 2014 en un barrio de West Oakland, California, el cual está plagado por crónicos altos niveles de pobreza, desempleo, sin-techo, adicciones a las drogas, y crimen callejero. En 2011, en acuerdo con el centro de salud comunitario local, que provee servicios de salud básicos gratuitos y otros servicios elementales a la población marginalizada de la zona, he conducido una observación participante con numerosos presos que fueron liberados, esencialmente hombres afro-americanos y latinos, de entre 25 y 50 años. En esta serie iré presentando impresiones etnográficas de algunos de estos hombres (y con frecuencia de sus compañeras) y de cómo luchan por la supervivencia en este gueto postindustrial. Para una información más detallada de este proyecto, por favor leer aquí.
La frase “Conseguir un trabajo, cualquier trabajo” resuena poderosamente en los ex-presos que intentan reintegrarse a la sociedad. El mandato de tomar cualquier trabajo disponible para alejarse de la cárcel, es probablemente el mensaje más insistente de parte de los funcionarios que conceden la libertad condicional, pero también del servicio de asistencia pública y del más variado surtido de actores públicos y privados involucrados en la pujante empresa de “reinserción de prisioneros”, como consecuencia de la encarcelación masiva. (Ver Hallett 2012).
Sin embargo, los obstáculos estructurales que enfrentan las minorías pobres de hombres y mujeres cuando buscan trabajo a la salida de la cárcel, han sido claramente documentados por la literatura reciente.
Marcados por la “credencial negativa” de haber estado preso (Pager 2003), sistemáticamente descalificados para los trabajos de clase-media por su modesto nivel educativo, y permanentemente señalados por perversas formas de estigmatización racial, los residentes pobres de las barriadas urbanas aparecen crecientemente confinados a los nichos más inseguros y precarios del mercado laboral secundario (Western 2006). Los vemos rebuscándoselas para llegar a fin de mes, yendo y viniendo entre el desempleo más rampante, la transa, y el salario mísero, temporario, trabajos sin futuro en el sector de servicios menos calificado que no provee un salario suficiente para vivir.
La “reforma del Estado Benefactor” de los años 90 con Clinton y Bush eliminó cualquier vestigio de seguridad social en los Estados Unidos, forzó muy especialmente a las mujeres pobres de color a “elegir” entre la supervivencia en el mercado laboral mal pago y las riesgosas incursiones en la economía ilegal de la calle. No sorprende entonces que en los últimos años sean las mujeres el grupo que más creció dentro de las cárceles de EE.UU. (Richie 2013), algo que va a erosionar a futuro sus oportunidades laborales.
Melisha es una mujer afro-americana de 36 años oriunda de Arkansas. Tuvo el primero de sus cuatro hijos cuando tenía 13 años, al dejar la escuela. Creció como hija adoptiva luego de que su madre la entregara al “sistema” junto a 3 hermanos porque no podía criarlos. Melisha replicó esto con sus propios 4 niños, los cuales están cuidados por otras familias o en adopción.
El único ingreso de Melisha es un pago del Servicio de Seguridad Social por discapacidad por U$S 721, algo que cada vez más se convirtió en el único sostén de los pobres tras la destrucción de las redes del Estado Benefactor. En los últimos 3 años en que yo la he seguido, ella ha intentado persistentemente conseguir trabajo, aunque en el caso de que eso sucediera, perdería el subsidio de la SSI. El empecinamiento en conseguir trabajo desafía la racionalidad económica ya que las chances de conseguir un trabajo estable por el que le paguen más que por su discapacidad –y de mantenerlo-, son ínfimas.
En las siguientes nota de trabajo de campo, voy a documentar los intentos de Melisha de aplicar para 2 trabajos diferentes: uno en la fábrica de chocolates finos Ghirardelli, en el corazón de la zona más exclusiva de San Francisco, y otro en una tienda Walmart de East Oakland (el empleador por excelencia de los que viven en el “gueto”).
Melisha fracasó últimamente en conseguir cualquier tipo de trabajo, al igual que en muchas ocasiones anteriores cuando se presentó en McDonald’s, en Taco Bell, en Pack N’Save y en UPS. Ha estado desempleada desde el año 2000, con la excepción de alguna changa, por pocos dólares, en casa de amigos. Su experiencia laboral anterior consiste en breves períodos como recolectora de algodón y empacadora de carne en Arkansas, y 3 meses como acomodadora de correspondencia en la oficina postal de Oakland.
Primera nota: 25/8/2012
Hace unos días Melisha me dijo que había usado la vieja laptop que le había dado en junio para enviar un formulario de aplicación online para una entrevista de trabajo en la fábrica de chocolates Ghirardelli en San Francisco. Anoche me llamó para contarme con mucha excitación que hoy a las 3 de la tarde debería estar en el Gran Hyatt Hotel de San Francisco, donde la empresa tenía una feria de trabajo. Me preguntó si podría llevarla hasta el lugar y de ser posible quedarme a su lado durante la entrevista, en el caso de que lo permitieran. Acordamos encontrarnos a las 2 p.m. en su domicilio. Me reenvió el mensaje de texto automático generado por la fábrica confirmando que habían recibido su aplicación, confirmando la entrevista, y otro más escrito por ella en el que decía “gracias por todo ‘toy muy feliz”.
Cuando estacioné frente al pequeño estacionamiento de Melisha en East Oakland, ese que Ray -el compañero de Melisha, de 49 años- llama “el garage”, los vi a ambos esperándome en la vereda. Ray vestido como lo hace siempre en días de verano como este, o sea una camista super gigante, short tipo bermuda con bolsillos y enormes zapatillas. Dando por sentado que él vendría con nosotros, pensé por qué no se había esmerado demasiado. En pos de acompañarla, yo decidí vestirme más formal por si debía estar con Melisha en la zona de las entrevistas. Pero él mismo me avisó que tenía una changa en KFC a la noche, y que no vendría con nosotros.
A su lado, Melisha brillaba. Nunca la había visto tan elegante: nada de zapatillas sucias, jeans gastados, camisetas super amplias y sus desordenadas extensiones en el cabello. Lucía impecable lo que revelaba cuánto se había preparado y su esmero en el maquillaje, en su pequeño apartamento con baño sin ventana. Su cabello rizado estaba perfectamente cepillado y sostenido por una generosa cuota de gel para pelo. Y a pesar de los 30 grados centígrados de la calle, vestía un traje de lanilla azul sobre una remera negra de algodón. Detecté la incomodidad que le causaban los zapatos levemente apretados de su prima y el traje entallado que había conseguido de una amiga. Pero Melisha estaba reluciente y me miraba con sus rotundas hombreras. En un susurro en mi oído, Ray me dijo “Gracias por esto, hermano” mientras me daba un abrazo de oso. Antes de irnos Melisha lo besó y le dijo “¡que este lo consigo, lo consigo!”
Mientras íbamos a San Francisco, Melisha me dijo muchas veces que estaba nerviosa por la entrevista, y me repitió su pedido de acompañarla adentro; y que realmente esperaba obtener el trabajo así Ray dejaba de “putearla por no tener un trabajo”. Cuando le pregunté cuánto creía que iba a ganar y qué pensaba hacer con su primer salario, me dijo que pensaba que iba a ganar como mínimo 12 dólares la hora y que iba a llevar a su “hermana” (mi esposa, a quien ella vio solo un par de veces) y a mí a comer cangrejos y una langosta de 9 kilos en algún lugar de San Francisco.
Melisha también me dijo que las cosas habían mejorado con Ray, aunque él seguía teniendo problema con la bebida. Eso y que él seguía cerca de gente que a ella no le gustaba, especialmente su hijo Ray Junior, a quien lo acusaba de haber robado los 40 dólares yo le había prestado unos días atrás. Cuando llegamos, Melisha entró mientras yo buscaba estacionamiento.
La sesión de reclutamiento era en el segundo piso del hotel. Vi una mesa con tres mujeres y un hombre, todos ellos vestidos profesionalmente. Me dieron la bienvenida con cortesía pensando que el que buscaba el empleo era yo, casi sin reparar en Melisha. Les expliqué que yo sólo era quien la acompañaba, y me indicaron un salón de conferencias con mesas cubiertas con material promocional de Ghirardelli, y platos con chocolates. Sentada en el borde de la última mesa del salón, Melisha se esforzaba por completar los formularios requeridos. Unos minutos más tarde, una mujer blanca cuarentona vestida con ese look gerencial típico se acercó a Melisha –quien todavía estaba completando sus datos- y le preguntó si ya estaba lista. Melisha se levantó y la siguió a través de un corredor alfombrado hacia una oficina separada, donde tendría la entrevista.
Yo volví hacia la mesa de recepción donde el reclutador, un tipo de mediana edad de San Francisco, ostentoso, usando una camisa rosa, pantalones blancos y mocasines brillantes, estaba hablando y riendo confianzudamente con sus colegas femeninas. Intercambié unas breves palabras con ellos, y les pregunté por el salario y los beneficios que ofrecían para ese puesto. Ahí me enteré que lo que buscaban era “trabajadores para tienda, por horas y contrato temporal”, sin beneficios. El reclutador me informó también que Ghirardelli es un empleador “a voluntad”, lo que en su jerga significa que los trabajadores pueden renunciar cuando quieran…y que obviamente eso vale para la empresa…así que ambas partes tienen la libertad de decisión (¡!)
25 minutos después, Melisha salió de la entrevista, y me dijo que creía que le había ido bien, aunque parecía exhausta y desinflada. Me confesó que la entrevista había sido muy dura y que la mujer le había hecho muchas preguntas difíciles, como “por qué creía ella que la empresa debía contratarla” y “qué haría si hubiera un conflicto con un compañero de trabajo”. Su memoria sobre las respuestas era un poco difusa, y no pudo realmente decirme qué había respondido.
Cuando salimos del hotel, miramos en vano buscando un Burger King en Union Square (a pedido de Melisha) y finalmente optamos por un Starbucks, donde ella eligió un sándwich de pollo y vegetales de la heladera y pidió una chocolatada. Cuando estábamos sentados a la mesa, recibí una llamada de Ray (que se había quedado con el teléfono móvil que comparten con Melisha así él podría ver qué pasó). Le pasé mi celular a ella, hablaron brevemente y ella le insistió que iba a conseguir ese trabajo.
Mientras volvíamos, ella me preguntó si en la San José State University diplomaban en educación general o terciaria. Le respondí que no y ella me dijo que al menos querría tener su título de educación general, porque eso le daría más chances de conseguir un trabajo.
Segunda nota: 26/5/13 – Memorial Day
A la 1:30 p.m. recibo un mensaje de Melisha diciéndome que su aplicación para el Walmart de East Oakland había sido rechazada cuando hicieron averiguaciones sobre su pasado:
“Hola ‘mano, feliz Memorial Day. Todo mal, estoy triste…por el trabajo de Walmart…que Walmart hizo una averiguación nacional de antecedentes y apareció que tengo registro delictivo en Arkansas…pero que nadie diga que no intenté…triste…mi vida es una mierda. Hay alguna forma que puedas ayudarme a quitarme esto…acaso no estudiás justicia penal…Te necesito en esta ‘mano, estoy agotada, le voy a contar a Ray”.
Antes de recibir la respuesta final de Walmart ella creía que la iban a contratar. Hizo complicados arreglos para tener orina limpia de una amiga y poder pasar el preocupacional (yo cortésmente rechacé ese pedido), y llegar a la instancia de la entrevista. Ella confiaba en que iban a chequear solamente los registros delictivos del Estado de California para ver sus antecedentes. Lo que pasó fue la inversa: todos sus registros fueron abiertos, incluyendo los períodos en prisión que no cumplió totalmente. Melisha me dio copias de los registros que Walmart le había mandado, todos por delitos menores contra la propiedad:
16 de febrero de 2005: robo de 500 dólares o menos. 2 meses de prisión y U$S 250 de costas judiciales y multas;
5 de agosto de 2005: falsificación. 36 meses de probation / trabajo comunitario;
10 de mayo de 2007: robo. 36 meses de probation/ trabajo comunitario
Melisha me pregunta si es posible limpiar esos registros. Su falta de cumplimiento en la última probation es un problema. El hecho que se haya ido del distrito (y del estado de Arkansas) mudándose a California impedirá que se limpie su prontuario.
La respuesta negativa a esta búsqueda laboral realmente la enoja: Melisha creía que iba a conseguir el empleo y fantaseaba con lo que sería capaz de hacer cuando hubiera empezado a trabajar.
Me alejé del derruido hotel de la West Grand Avenue, el nuevo hogar desde que los echaron del departamento de East Oakland. Pagan 200 dólares por semana por un cuarto sin baño, en un edificio infestado de ratas, mayormente ocupado por dealers de drogas y prostitutas. No les permitieron traer su perro Sleepy, un magnífico Pinscher que los acompañaba en sus penurias. Cuando no logran entrarlo al cuarto en un bolso, el perrito duerme en su maltrecho Camaro que está aparcado atrás del edificio.
Bibliografía
Hallett, M. 2012. “Reentry to what? Theorizing prisoner Reentry in the jobless future.” Critical Criminology 20: 213–28.
Pager, D. 2003. Marked: Race, Crime, and Finding Work in an Era of Mass Incarceration. Chicago: The University of Chicago Press.
Richie, B. 2012. Arrested Justice: Black Women, Violence, and America’s Prison Nation. New York: New York University Press.
Western, B. 2006. Punishment and Inequality in America. New York: Russell Sage Foundation.
* Alessandro De Giorgi es Profesor Asociado y Coordinador de Graduados en el Department of Justice Studies, San José State University, y miembro del Consejo editor de Social Justice. Equipo de investigación integrado por Carla Schultz, Eric Griffin, Hilary Jackl, María Martínez, Samantha Sinwald, Sarah Matthews, y Sarah Rae-Kerr.
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