Cuenta una leyenda milenaria que los vietnamitas son descendientes de un dragón enamorado y del hada Au Co. Por eso sus mujeres son hermosas como hadas, y sus hombres bravos como dragones. Escribe Pedro Cazes Camarero
Los chinos invadieron Vietnam en varias oportunidades. La última un 17 de febrero de 1979.
Mil doscientos años atrás, la dinastía Han se apoderó del país y la resistencia patriótica vietnamita desarrolló la guerra de guerrillas victoriosa más larga de la historia humana. Empezó en aquel entonces y duró un milenio.
Derrotaron a Gengis Khan (tres veces).
En el siglo XI aplastaron la invasión de los Song.
En el siglo XIII dieron cuenta de la invasión de los Yuan.
En el siglo XV aplastaron a los ambiciosos Minh.
Caído el país en la decadencia debido a la debilidad de los señores feudales, la dinastía Qing intentó apoderarse de la nación. Pero el líder campesino Nguyen Hue desplazó a los feudales y derrotó a los Qing en el año 1789. La reunificación del país se verificó en 1802, pero en 1858 fueron invadidos por los franceses y los señores feudales negociaron con ellos. En 1884 se estableció el protectorado francés sobre todo Vietnam. Una resistencia encarnizada de dos generaciones se prolongó hasta 1930.
En las tibias estribaciones montañosas de un país del “socialismo real”, un canoso vietnamita daba un curso teórico-práctico sobre el uso del lanzacohetes soviético anti blindados RPG-7 a un grupo de militantes latinoamericanos. El argentino de seudónimo Leo tomaba notas en su cuaderno marca Gloria, que había llevado desde Buenos Aires. En la tapa del cuaderno ondeaba una bandera argentina. Junto a ella Leo había escrito la fecha: enero de 1969. El vietnamita se llamaba Vonguyen y hablaba español con fuerte acento francés. Junto al cuaderno Gloria, Leo conservaba el folleto soviético sobre la RPG, en su traducción al español de las Ediciones en Lenguas Extranjeras (Leningrado, 1965). El vietnamita mostraba sobre la mesa el despiece del RPG. “Primego estalla el cagtucho de polvorà debido al golpe del dispagador sobre el pegcutog”, explicaba Vognguyen. “El proyectil pagte pog el tubò. Depuis de quelque secunds, cuandò el pgoyectil se halla lejos del opegadog, se enciende el cohete pgopulsog y el pgoyectil gesulta impulsadò contra el blindadò enemi. El alcance es de ciento ochenta metgo”. Leo seguía la exposición en el folleto soviético, al que había cubierto de anotaciones técnicas. “En nuestro pelotón”, continuaba el vietnamita, “anotábamos cada disparò en este pequeño libret”. Mostró una ajada libretita con tapa de hule. “¿Y acertaban muchas veces?” preguntó una chilena. “Toujours. Siempge” dijo Vonguyen, muy orgulloso. Leo levanto la mano. “Acá tengo el manual soviético” dijo, “y el manual informa que en las mejores condiciones, disparando desde un banco, los aciertos que se obtienen son solamente el ochenta por ciento”. Todos los rostros latinoamericanos se volvieron hacia el veterano vietnamita. Vonguyen sonrió. “Eso es ciegtò”, explicó, “cuando lo prueban los gusos; pero en Vietnam nosotgos lo usamos difegant. Vean camagads”. El oriental desarmó el mecanismo de propulsión del RPG y dejó el arma solamente con el cartucho de propulsión inicial, descartando el cohete. “A estè lo usamos paga otgas maldades”, explicó. “Pero sin el cohete propulsor, el alcance del RPG se reduce a veinticinco metros” objetó Leo. “Sí” afirmó Vonguyen. “Esa es la distancia a la que dispagamos esta agma en Vietnam contra los tanques ameguicanòs”.
En un valle del noroeste vietnamita llamado Dien Bien Phu, alrededor de veinte mil soldados franceses profesionales, comandados por expertos oficiales egresados de Saint-Cyr, se encontraban atrincherados según todas las reglas del arte militar, entre las ruinas parcialmente reparadas de un viejo aeródromo japonés de la Segunda Guerra Mundial. La posición adoptada era horrible, una pesadilla, en la hipótesis de que el enemigo pudiera emplazar artillería en las crestas montañosas. Pero los oficiales franceses a cargo, Christian de Castries y Pierre Langlais, estaban tranquilos: se hallaban al tanto de que los vietnamitas carecían de cualquier maquinaria apta para izar cañones sobre las laderas que rodeaban Dien Bien Phu. El objetivo francés consistía en cortar la línea de suministros del Viet Minh (organización patriótica vietnamita), procedente del reino de Laos. Además, aspiraban a forzar a los comunistas a un combate frontal en gran escala, durante el cual pensaban aniquilarlos. Los franceses no estaban completamente locos. Al comienzo de diciembre de 1952, los vietnamitas habían atacado repetidamente la base aérea francesa de Na San, ubicada al oeste de Hanoi y sólo accesible por aire. Igual que la de Dien Bien Phu, aunque mucho más pequeña. Gracias a su poderosa artillería, los franceses lograron rechazar tales ofensivas, provocando graves pérdidas a sus enemigos. El general Henri Navarre, destacado en marzo de 1953, no interpretó apropiadamente las intenciones vietnamitas, consistentes por entonces en provocar a toda costa importantes bajas al enemigo y obligarlo a retirarse del país. En realidad, ese objetivo ya había sido efectivamente alcanzado en Na San el año anterior, ya que las instrucciones recibidas por Navarre del Primer Ministro René Mayer eran crear condiciones militares “para una solución política de la guerra”. Traducido a un lenguaje claro, el gobierno socialdemócrata galo deseaba retirarse ordenadamente de Viet Nam. Pero el teórico Navarre, a partir de la experiencia de Na San, creó una nueva doctrina militar denominada “Hérisson” (atrincherarse en un aeropuerto aislado pero bien artillado, y tentar a los vietnamitas a un combate frontal) y delegó su cumplimiento en Langlais y de Castries. Éstos se acurrucaron en el fondo del valle y esperaron. El 31 de enero de 1954 comenzó por sorpresa el cañoneo.
El general Vo Nguyen Giap había desplegado sobre las laderas cincuenta mil combatientes y emplazado secretamente, a pulso, centenares de cañones, morteros y obuses de todo tipo por sobre las fortificaciones francesas: era la mítica División Pesada Vietnamita número 351. Y no solamente los cañones, sino las municiones, los repuestos mecánicos de la artillería, la pólvora para los obuses, la comida y el agua de los servidores de las piezas. Todo ello transportado a mano o a lo sumo en bicicleta, hacia arriba, por los caminos de montaña, con una determinación inconmovible, por quince mil voluntarias y voluntarios, tomándose todo el tiempo del mundo. Durante febrero, marzo y abril, oleadas de vietnamitas fueron capturando las posiciones francesas, sometidas a una lluvia de fuego desde las laderas. La artillería antiaérea de Giap limpió el cielo de helicópteros y aviones, impidiendo la llegada de pertrechos y refuerzos. El 7 de mayo de 1954 todo terminó. Los aristocráticos jefes franceses, exhaustos y enlodados, fueron conducidos a través de trincheras y túneles hasta el estado mayor vietnamita. La habitación tenía piso de tierra, que se había convertido en barro bajo las lluvias monzónicas. En el centro de la habitación una mesa desnuda de madera se hallaba iluminada por un oscilante foquito mortecino de veinticinco wats. Una vela mejoraba la visión de unos papeles mecanografiados, un tintero y una lapicera. Eran las actas de rendición redactadas en vietnamita y en francés.
Giap y sus hombres (Hoang Van Thai, Lé Trong Tan, Yong Trua Vu, Huang Minh Tao y Le Quang Ba) llevaban sus modestos uniformes oscuros, limpios y planchados. Calzaban sandalias vietnamitas standard, confeccionadas con neumáticos viejos, muy útiles contra el lodo de la temporada lluviosa. De Castries comprendió que su ideología imperial los había cegado: quienes habían desplegado una doctrina militar superior eran sus despreciados enemigos.
Los vietnamitas habían perdido 5 mil hombres. Las pérdidas francesas fueron similares, entre muertos y desaparecidos. Doce mil franceses fueron capturados. Numerosas misiones aéreas fueron efectuadas durante la batalla por aeroplanos norteamericanos B-26 Invader y C-119 Boxcars. Como una sombra premonitoria de lo que ocurriría una década más tarde, los entrometidos pilotos estadounidenses James Mc Govern y Wallace Buford murieron también en aquel valle viscoso. Para sumar locura al delirio, varios funcionarios estadounidenses discutieron con los franceses la posibilidad de entregarles bombas atómicas para defender Dien Bien Phu. Al día siguiente de la batalla, el 8 de mayo, comenzaron las negociaciones en Ginebra. Todo el norte de Vietnam quedó liberado; el sur resultó en manos de un gobierno provisional sustentado por los franceses, quienes se retiraron por completo en 1956. Las elecciones generales de reunificación, previstas para ese año, fueron impedidas por el gobierno fascista del sur, crecientemente apoyado por los estadounidenses.
“Primero captura algo que ellos amen, porque entonces te escucharán”. Sun Tzu: “Los trece principios del buen guerrear” (China, aprox. 500 a.n.e.)
Por alguna razón misteriosa, en Viet Nam se circula por la izquierda, como en Gran Bretaña, no como en Francia. Y tal vez en razón de las numerosas invasiones imperiales, los vietnamitas resolvieron adoptar el alfabeto latino en lugar de los bellos caracteres chinos. O quizás por razones pragmáticas (los caracteres chinos son como tres mil). La cuestión es que en Viet Nam uno puede leer fonéticamente los carteles, los diarios y los panfletos, sin tener idea del significado. Es inevitable que la deslumbrante teoría china de la guerra forme parte de la teoría de la guerra vietnamita. Pero después de tres mil años de guerra patriótica, es previsible que los vietnamitas hayan desarrollado sus propias ideas sobre el asunto. Por complejas razones, la Tercera Internacional Comunista creada por Lenin había liberado a uno de sus mejores cuadros, Nguyen That Tan, de sus responsabilidades en Europa y a comienzos del año 1930 lo había autorizado a regresar a su patria. Miembro fundador del Partido Comunista francés en 1920, formado en el marxismo desde la adolescencia, había adoptado el seudónimo de Nguyen Ai Quoc: Nguyen “el Patriota”. Este nombre de guerra tenía sus motivos: se proponía enfatizar ante sus camaradas europeos la importancia de la lucha emancipatoria de los pueblos sometidos a la dominación colonial, aspecto que no quedaba del todo claro para los comunistas de los países centrales. El marxismo clásico del siglo XIX sostenía que las invasiones europeas a países atrasados resultaban hechos progresistas, ya que introducían el capitalismo en medio del feudalismo, hegemónico en tales naciones. A comienzo del siglo XX, una discusión en boga consistía en encontrar la manera de combinar la revolución patriótica con la revolución socialista, sin pasar por una larga etapa de desarrollo capitalista, en muchos países periféricos. La victoria bolchevique en Rusia generó en ese sentido grandes esperanzas y por vez primera concedió la palabra a los pueblos de las naciones oprimidas.
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Nguyen Ai Quoc vuelve a casa
“Montañas. Nubes / Más montañas. Más nubes / Allá abajo un arroyo centellea, brillante e inmaculado / Solo, con el corazón agitado, camino por el Macizo Oeste/ Y miro a lo lejos, hacia el Sur / y pienso en mis camaradas”. Poema de Ho Chi Minh, 1943
Al llegar a la patria, en 1930, Nguyen “el Patriota” decidió cambiar nuevamente su seudónimo, que ya no era apropiado: todos eran patriotas allí durante milenios. Pero, aparte del patriotismo, todo era confusión entre los revolucionarios. Cincuenta años de resistencia antifrancesa no habían logrado liberar la nación. La combinación del yugo de los señores feudales y de los colonialistas franceses asfixiaba más que nunca a los campesinos y trabajadores. Ai Quoc regresaba con ideas bastante claras acerca de qué hacer en adelante. Con modestia, pero fría determinación, estaba convencido de que era el portador de una nueva luz. Abandonando su célebre apellido, decidió llamarse en adelante Ho Chi Minh: “el que ilumina”. El 18 de febrero de 1930, en un fugaz congreso celebrado en Hong Kong, hizo votar a los delegados un documento de veinte renglones que probablemente sea el más breve de los programas fundacionales de un Partido Comunista en el mundo entero: “derrocar al feudalismo, al imperialismo francés y a la clase capitalista reaccionaria de Viet Nam. Convertir este en un país independiente, estableciendo un gobierno de obreros, campesinos y soldados. Confiscar los bancos, las empresas y las plantaciones. Jornada de ocho horas y eliminación de los impuestos a los pobres. Devolver la libertad al pueblo. Implantar la educación universal y la completa igualdad entre el hombre y la mujer”. Eso era todo, ¡todo!
Un líder guerrillero argentino, “Cabeza Chata”, fue recibido por el dirigente vietnamita Le Duan. “Deseamos seguir el sabio ejemplo vietnamita” dijo Cabeza Chata. “Nosotros estudiamos la historia de Vietnam”, explicó Le Duan. “Nosotros también estudiaremos la historia de Vietnam”, asintió el argentino. “Algo no se entendió”, comentó Le Duan.
Los campesinos vietnamitas eran gente desconfiada, porque medio siglo de traiciones de los señores feudales ante los colonialistas franceses los habían escarmentado respecto del tipo de alianzas que debían entablar. Pero la clase obrera vietnamita era una fuerza social completamente nueva. Sus integrantes procedían de las aldeas arroceras y mantenían en muchos casos fuertes lazos familiares con los campesinos. Solamente se requería una dramática lucha en conjunto para que una alianza indestructible se consolidara entre ambos. Ello se produjo al desencadenarse el movimiento de 1930- 31. Las condiciones de explotación extrema generadas por la crisis capitalista de 1928 detonaron movilizaciones obreras a las que se sumaron rápidamente grandes contingentes campesinos. Este suceso extraordinario mostró que la burguesía vietnamita carecía de futuro como clase independiente: no solo era diminuta (el proletariado también lo era) sino que había soldado su destino al de la administración francesa y al de los señores feudales del campo. Los capitalistas “compradores” habían nacido haciendo negocios de importación de mercancías europeas, y no se visualizaban a sí mismos de otro modo que en simbiosis con los opresores. Los acontecimientos de 1930-31 obtuvieron numerosas conquistas para las clases oprimidas, pero resultaron además cruciales como antecedentes del auge revolucionario acaecido entre 1936 y 1939. Y un hecho novedoso y determinante resultó la presencia, en la conducción del movimiento, del Partido Comunista de Viet Nam (después denominado Partido de los Trabajadores). En 1936 el Frente Popular venció en las elecciones de la metrópoli francesa. En Indochina, las condiciones de la lucha política hasta entonces resultaban muy duras, debido a la severa represión. Por vez primera se planteaba ante los revolucionarios vietnamitas la posibilidad de combinar la lucha clandestina con la lucha legal, y ello fue posible apoyándose en la experiencia de 1930-31. El objetivo de los comunistas durante ese trienio se centró en la consolidación de las formas democráticas y el mejoramiento de las condiciones de vida de las masas.
Aunque esas reivindicaciones eran reformas que no podrían cambiar el orden social existente, permitieron sí un fortalecimiento de las fuerzas revolucionarias. Los franceses crearon “cámaras de representantes del pueblo” y “consejos coloniales” para manejar la situación. Los comunistas no vacilaron en integrarlos y utilizarlos con gran flexibilidad, para educar y organizar políticamente a millones de personas. Cuando se desencadenó la Segunda Guerra Mundial, los colonialistas franceses imploraron a los japoneses que aceptaran la Indochina en su esfera de influencia, lo que había sido previsto por el partido. Las condiciones sociales empeoraron gravemente. La lucha antijaponesa se desarrolló en un período de poderosa movilización de masas, entre 1940 y 1945. En ese lapso se crearon las primeras unidades militares del Viet Minh. Se preparaba la insurrección general. En 1944, bajo el doble yugo franco-nipón, dos millones de vietnamitas murieron de hambre. En marzo de 1945, el ejército japonés desarmo a los franceses. Fue como la señal de partida de la revolución.
“Nuestro Partido aplicó creadoramente, en la Revolución de agosto de 1945, el principio de la acción violenta y de la insurrección para la conquista del poder… combinando la lucha política y la lucha armada, articulando una prolongada preparación de las fuerzas políticas y militares y una rápida elección del momento favorable para desencadenar la sublevación de las masas y derribar el poder de los imperialistas y de los feudales”- Le Duan, “Principios y métodos de acción revolucionaria”, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Hanoi, 1970.
En el momento de la insurrección de agosto de 1945, los comunistas contaban, en todo Vietnam, con solo dos mil cuadros expertos. Otros tantos, quizá y en muy mal estado, fueron rescatados de las cárceles y campos de concentración creados por los japoneses. Esta extrema debilidad cuantitativa pudo compensarse, sin embargo, con su extraordinario prestigio, el amor incondicional de las masas y un aprovechamiento lúcido y fulminante de la situación nacional e internacional.
A fines de julio, el Ejército Rojo de la Unión Soviética obtuvo la rendición incondicional de las tropas japonesas en Kwantung. Miles de kilómetros al sur, la moral nipona en Vietnam se derrumbó y los japoneses empezaron a huir; los franceses ya no estaban y los comunistas llamaron a la revolución. El emperador Bao Dai abdicó por primera vez (hubo otra). Combinando la acción de las amplias masas con la de sus diminutas fuerzas armadas revolucionarias, el Viet Minh quebró los órganos de administración del Estado en las ciudades, barrió el aparato del enemigo en el campo y tomó el poder en todo el país.
Ho Chi Minh: Declaración de la Independencia de la República Democrática de Vietnam- 2 de setiembre de 1945
“Los franceses huyeron, los japoneses capitularon, y el emperador Bao Dai abdicó. Nuestro pueblo rompió las cadenas con las que estuvo atado por casi un siglo y ganó la independencia para nuestra patria. Al mismo tiempo, nuestro pueblo derrocó el régimen monárquico que reinó por docenas de siglos. En su lugar se estableció la presente República Democrática. Por estas razones, nosotros, miembros del gobierno provisional que representa a todo el pueblo de Vietnam declaramos que de hoy en adelante rompemos todas las relaciones de carácter colonial con Francia; repudiamos todas las obligaciones internacionales que Francia suscribió hasta ahora en nombre de Vietnam y abolimos todos los derechos especiales que Francia adquirió ilegalmente en nuestra patria”.
Los franceses volvieron a Vietnam ese mismo año.
Los vietnamitas pusieron en práctica la estrategia de la tierra arrasada: todo lo que pudieran usar los franceses fue destruido. Al mismo tiempo, el hecho de manejar el Estado permitió a Ho Chi Minh tensar las fuerzas políticas unificando a las masas en el esfuerzo de la resistencia, y construir un ejército regular que el general Giap logró conducir a la victoria. Después de nueve años, como hemos visto, los franceses tiraron la toalla, pero de inmediato los estadounidenses tomaron la posta.
Al hacerse cargo de la difícil situación en Viet Nam del sur, el presidente Lyndon Johnson, texano, perteneciente al ala “progresista” del partido Demócrata y persuadido de la omnipotencia de los músculos, carecía por completo de consciencia de que estaba enfrentando a un enemigo cualitativamente muy superior a todo lo que los norteamericanos habían conocido jamás. El neofascista republicano Richard Nixon heredó la catástrofe y soportó la desunión y la ira de su propio pueblo, antes de la amarga derrota y la retirada final.
Ante todo, los vietnamitas consideraban a la lucha revolucionaria como un proceso pluridimensional: político, militar, económico y cultural. Forzados por la represión, utilizaron métodos conspirativos, pero nunca consideraron que la revolución fuera una especie de golpe de estado o un complot. Por el contrario, estaban convencidos de que es un emergente de las grandes mayorías, y el liderazgo exige esa comprensión. En cada plano, con gran firmeza, saber frustrar las maniobras del enemigo y definir y alcanzar a cualquier precio objetivos realistas, lo cual a su vez crea condiciones para seguir avanzando a niveles superiores, rechazando primero a los franceses, y luego a los norteamericanos, de posición en posición.
“Una cuestión decisiva”, dice Le Duan, “es movilizar las fuerzas del pueblo para desarrollar el ejército político de la revolución”.
Los vietnamitas siempre descartaron la vía reformista: estaban convencidos de que ningún invasor ni dictadura fascista era capaz de impedir la revolución.
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Otra vez Sopa: ni franceses, ni japoneses, ni norteamericanos, ahora China invade Vietnam
“Locura es pensar que las mismas causas producirán diferentes efectos”- Albert Einstein
Como coletazo de la guerra de Vietnam, en la vecina Camboya se había apoderado del poder una corriente comunista denominada “Khmer Rojo”, dirigida por un autócrata estalinista llamado Pol Pot y estrechamente ligada a los comunistas chinos cuyo líder en 1975 era Mao Tse-tung. A fin de consolidarse en el poder, Pol Pot desató una campaña de terror sanguinario que provocó cientos de miles de víctimas y una suerte de ‘revolución cultural’ que obligaba a trasladar a los trabajadores de las ciudades al campo, lo que provocó una hambruna que dejó millones de víctimas. Sin embargo, esta conducta no lo privó del apoyo de China, por entonces enfrentada políticamente con la Unión Soviética.
El Khmer Rouge atribuyó a los vietnamitas la autoría de algunos incidentes militares ocurridos en la frontera de ambos países, probablemente generados por el enfrentamiento de Pol Pot con una guerrilla rival liderada por su ex subordinado, Heng Samrin. Al principio los vietnamitas trataron de ignorar las provocaciones camboyanas, porque no deseaban generar un entredicho con los chinos. Sin embargo, los hostigamientos militares de Pol Pot fueron creciendo. Finalmente, el 25 de diciembre de 1978 el legendario general Vo Nguyen Giap encabezó a cien mil soldados vietnamitas de la Guardia y en trece días se apoderó de Camboya, erigiendo a Samrin como jefe de estado.
Leo, el joven militante argentino, había recibido una invitación asombrosa para participar del Congreso de la Juventud a realizarse durante el mes de febrero de 1979 en la ciudad de Cantón, en la República Popular China. Lo recibió una joven de su edad, llamada Li. “Usted no podrá visitar las grandes ciudades del norte, como Pikin y Shangai”, le explicó a Leo. “Pero tendrá la posibilidad de relacionarse con sectores populares del sur, compartiendo su comida, sus hábitos y su vida cotidiana”. La chica hablaba español bastante bien, pero lo dejó a cargo de un comisario bastante viejo que se expresaba exclusivamente en chino y en francés. El anciano, llamado Hu, le contó que había vivido muchos años en el barrio chino de Cholon, de la vieja capital vietnamita, Saigón, rebautizada “Ciudad Ho Chi Minh” después de la victoria revolucionaria de 1975. Después de que Leo depositara su mochila en una pequeña pensión de los arrabales de la ciudad, Hu lo llevó de paseo por la zona.
Los cantoneses se parecían mucho a los tucumanos, reflexiono Leo, sentado junto al comisario político Hu en la vereda de la concurrida calle de los suburbios donde quedaba la posada. Los chicos en shorts jugaban a la pelota sobre el empedrado, por donde pasaba un auto de vez en cuando. Dos viejitos jugaban al Go en un tablero de madera cuadriculado. Dentro de la cafetería, una mesita albergaba una partida de naipes. Todo el mundo, incluido Leo, bebía té helado. Los ciclistas, en pantalón corto y camiseta, saludaban a la dueña que partía una barra de hielo con un martillo. Repentinamente, Hu comentó: “Los vietnamitas ya estarán escondidos en las represas del Río Amarillo. “¿Cómo?” se asombró Leo. “Es que nuestro país invadirá Nao Lai y Cao Bang los próximos días”, explicó Hu. “Es una respuesta a la invasión de Giap a Camboya”, agregó. “¿Y cómo sabes todo eso?” inquirió Leo estupefacto. “Mi hermano menor está en el ejército”, dijo Hu. “Acaban de mandarlo a cargo de una brigada del cuadragésimo primer ejército, que pasará por acá rumbo a la frontera”.
Poco más de un mes de realizada la invasión vietnamita a Camboya, el 17 de febrero de 1979, los ejércitos chinos numero 41ª y 42ª atravesaron la frontera y penetraron en las provincias de Cao Bang, Lao Cai y Lang Son, ubicadas al norte de Viet Nam. Los titulares de los periódicos de todo el mundo que se habían hartado con la sangre vietnamita durante más de 15 años, tenían otra vez un título impensado: “China roja invadió Vietnam”. Nadie entendía nada. En total unos 300 mil soldados chinos se dirigían hacia Hanoi. Contaban con que las tropas vietnamitas más importantes, los regimientos de la Guardia del ejército regular vietnamita, se hallaban atareados en Camboya. Fueron enfrentados por sesenta mil vietnamitas de las tropas territoriales y las milicias locales, formadas mayoritariamente por mujeres y gente mayor. El 5 de marzo los chinos, después de una batalla encarnizada, lograron apoderarse de Lang Son. Perdieron veinte mil hombres y 60 mil heridos fueron evacuados en interminables trenes hacia Canton.
El coronel Hu llego a Canton el 9 de marzo. Leo había participado del festival juvenil por la mañana, pero a la tarde hacia demasiado calor. El coronel estaba sentado en la cafetería, jugando al dominó con su hermano. “¿Qué sabe de los vietnamitas en los diques del Rio Amarillo?” le preguntó. “Chiang Kai Shek voló los diques en el año ’36. La inundación frenó a los japoneses, pero inundó casi un millón de kilómetros cuadrados y provoco centenares de miles de ahogados y muertos por la hambruna”, contó el coronel. “Ahora estamos buscando a los comandos vietnamitas. Pero por ahora no encontramos nada”. Su hermano, el comisario político Hu agregó “Son como mil setecientos kilómetros pero unas pocas decenas de zapadores vietnamitas pueden provocar un verdadero desastre si destruyen las represas. Estamos empantanados en Lang Son y Lao Cai. Esperábamos que Giap volviera de Camboya con su ejército, pero no lo ha hecho. Las tropas territoriales vietnamitas han resultado suficientes. Hemos perdido el diez por ciento de nuestras fuerzas”.
Ese día los altoparlantes y las radios chinas informaron la retirada. Consideraron suficiente los resultados de la “expedición punitiva” efectuada contra Viet Nam.
Lang Son fue abandonada. Cao Bang y Lao Cai jamás fueron tomadas. Las tropas territoriales vietnamitas abrieron un corredor para la retirada china, pero las milicias mantuvieron la presión acribillando furiosamente a los invasores hasta la frontera.
El Congreso de la Juventud había finalizado. Leo se encontró con el coronel Hu, perfectamente uniformado, en el aeropuerto de Canton.
“Vuelvo a Pekín por órdenes” explico Hu. “Espero que haya aprendido algo”, dijo.
“¿Qué es lo que debería…” preguntó Leo.
“Hemos invadido Viet Nam dieciocho veces”, comentó el militar. “Y fíjese”.
“¿Y los vietnamitas misteriosos infiltrados en el Rio Amarillo?”.
”Mejor no saber nada, joven. Adiós”.
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Las emociones, sentimientos y pasiones que el amor a la patria desencadena “se convierten en una fuerza material invencible” cuando las amplias mayorías del pueblo logran relacionarlas con el sueño de una nueva sociedad, humana e igualitaria. Este fue el éxito de los comunistas vietnamitas, de cuya victoria final sobre los norteamericanos se han cumplido cuarenta años en 2015 y que constituye un espejo para extraer enseñanzas para las luchas de este nuevo siglo.
*Pedro Cazes Camarero, argentino. Director de los periódicos «Estrella Roja» y «El Combatiente» desde 1973 a 1976 / Director de la Revista Crisis- 1988
*Todas las fotos pertenecen a los archivos de la Agencia de Noticias de Vietnam y sus archivos históricos.
*La foto de portada representa a Ping, Pang y Pong, personajes de la ópera Turandot.