OTOÑO ROJO – TRIUNFAN LOS SOVIETS
Tercera entrega de la serie a 100 años de la Revolución – Escribe Pedro Cazes Camarero
«En un momento decisivo, sobre un punto decisivo, hay que tener una aplastante superioridad de fuerzas”.
Lenin, 1917
El resultado inicial de los sucesos de julio de 1917, desencadenados después de la derrota recibida por Rusia en su anunciada ofensiva contra los alemanes, fue un gran retroceso del movimiento revolucionario. La oleada espontánea que llevó a las calles a decenas de miles de obreros y soldados (“más que una manifestación, pero menos que una insurrección”, como la describió Lenin), fue duramente reprimida. Trotsky resultó detenido, Lenin huyó nuevamente a Finlandia perseguido como ‘agente alemán’, y la reacción levantó cabeza.
El gobierno provisional de aristócratas y capitalistas, encabezado por el príncipe Lvov, fue reemplazado por otro, dirigido por Alexandr Kerenski, procedente del partido laborista, conocido como “trudoviki”. Pero este cambio no significó más democracia, sino un endurecimiento de la represión: se restableció la pena de muerte en las fuerzas armadas y se pusieron en práctica medidas antiobreras.
Los soviets que estaban dominados por una alianza de mencheviques y social- revolucionarios de derechas definieron poner a esas instituciones del poder popular al servicio del gobierno provisional, quitándoles su fortaleza. Sin embargo, los bolcheviques, al mismo tiempo que habían acompañado a las masas en su experiencia durante la enorme movilización de julio, habían previsto este contragolpe y colocado a buen recaudo las fuerzas principales acumuladas por la revolución.
“Hay que evitar los conflictos prematuros, [pero] se hará necesario aceptar la batalla cuando la crisis de toda la nación y el profundo levantamiento de las masas creen las condiciones favorables para que los elementos pobres de las ciudades y del campo hagan suya la causa de los obreros«.
Resolución del Congreso Bolchevique, julio de 1917
“De la manifestación del 3 de julio, los obreros de la fábrica Putilov volvimos con un trofeo: una ametralladora con cinco cajas de cartuchos. Estábamos contentos como niños»
Testimonio del obrero Minichev, 1917
- EL EFECTO PARADÓJICO DEL GOLPE DE KORNILOV
Después de los acontecimientos del verano rojo, la campaña de desarme de los obreros se efectuó ya abiertamente; no por la persuasión, sino con el empleo de la fuerza. Pero, bajo la apariencia de entregar las armas, los obreros sólo se despojaron de los desechos. Todo lo que valía algo fue cuidadosamente escondido: los fusiles se repartieron entre los miembros seguros del partido, las ametralladoras se enterraron, cubiertas de grasa. Los destacamentos de la Guardia Roja se replegaron y pasaron a la clandestinidad, uniéndose más estrechamente a los bolcheviques.
Como parte del bandazo hacia la derecha, Kerenski nombró al general Lavr Kornilov como Jefe del Estado Mayor del Ejército. Las clases dominantes, pese a la exhibición de firmeza represiva del gobierno provisional, lo despreciaban y deseaban liquidar de una vez por todas, los logros de la Revolución de Febrero, los soviets, la democracia parlamentaria, e instaurar alguna forma de autocracia decapitando las direcciones de los partidos y sindicatos. Odiaban especialmente a los bolcheviques, pero también a los social-revolucionarios de izquierda y a los mencheviques internacionalistas como el insigne escritor marxista Máximo Gorki. Pensaron que un zarpazo aventurero, seguido de una breve guerra civil en la capital, podría obtener todos esos resultados al mismo tiempo. En reuniones secretas, persuadieron al general Kornilov para que produjese un golpe militar, derribando al gobierno provisional, disolviera a los soviets y provocara un baño de sangre que paralizara el movimiento de masas.
En agosto de 1917, Kornilov tomó la decisión, e intentó ocupar Petrogrado con sus tropas. Este acto, efectivamente, paralizó a los “conciliadores” que encabezaba Kerenski (conciliadores con los aristócratas y los capitalistas, no con los obreros, campesinos y soldados, por supuesto). Aterrorizados, éstos se miraban entre sí, sin atinar a tomar medida alguna contra los golpistas.
La sinceridad de los comunicados militares no dejaba duda alguna acerca de sus siniestros propósitos, que incluían la liquidación lisa y llana no sólo de la izquierda, sino de los propios miembros del gobierno provisional. Pero no tan sorpresivamente, el generalote despertó de su sopor a los soviets, que se convirtieron en el núcleo de la resistencia al golpe de Kornilov. La base de éstos, pasando por encima de sus supuestos jefes reformistas, se movilizó de inmediato y en forma masiva.
Desde la clandestinidad, Lenin llamó a los bolcheviques a “luchar contra Kornilov sin dar ningún apoyo a Kerenski”. El reflujo del movimiento de masas, producido por la represión de julio, finalizó bruscamente. El levantamiento de Kornílov legalizó definitivamente a la Guardia Roja: en las compañías obreras se inscribieron de inmediato veinticinco mil hombres, pero ni remotamente se les podía armar de fusiles ni ametralladoras. Sin embargo, la iniciativa popular no se detenía. De la fábrica de pólvora de Schluselburg, los obreros condujeron por el río Neva un barquito repleto de explosivos, dirigido a emplearlos contra Kornílov.
El Comité Ejecutivo Central de Kerenski rechazó este presente griego, pero la Guardia Roja del distrito de Viborg lo distribuyó en los barrios durante la noche.
El golpe de Kornilov galvanizó definitivamente a los soviets, desprestigió por completo a su conducción reformista e hizo rodar por el suelo el escaso capital político del gobierno provisional. No sólo Kornilov fue derrotado; el “péndulo de la revolución”, como lo llamaba Trotsky, osciló fuertemente de nuevo hacia la izquierda.
En las elecciones de septiembre realizadas en los soviets de la capital, los bolcheviques obtuvieron la mayoría por todas partes. Pero también en el campo, las multitudes incontables de campesinos se pasaron masivamente a las filas comunistas, abandonando su antigua filiación social- revolucionaria. La moral del pueblo se elevaba por toda la extensión del antiguo imperio, y las nacionalidades oprimidas de Ucrania, Georgia, Finlandia o Armenia se inscribieron en esta oleada incoercible.
La contradicción entre los dos principios constitucionales surgidos de la Revolución de Febrero, el gobierno provisional y el soviet, quedó marcada al rojo vivo.
- SOBRE EL DOBLE PODER
Esta doble soberanía [la duma versus el soviet] no presupone -es más, excluye- la posibilidad de una división del poder en dos mitades iguales, o cualquier tipo de equilibrio formal de fuerzas, sea cual sea. No es un hecho constitucional, sino revolucionario. Implica que la destrucción del equilibrio social ha dividido ya la superestructura del Estado. Surge allí donde las clases hostiles están ya descansando esencialmente en organizaciones gubernamentales incompatibles -la una, en declive, la otra, en proceso de formación-, que luchan la una con la otra a cada paso en la esfera de gobierno. La cantidad de poder que corresponde a cada una de estas clases en liza en tal situación está determinada por la correlación de fuerzas en el curso de la lucha…por su propia naturaleza, esta situación no puede ser estable…La escisión de la soberanía prefigura nada menos que la guerra civil…pero antes de que las clases en lucha y los partidos alcancen ese extremo -especialmente en el caso de que teman la interferencia de una tercera fuerza- pueden sentirse obligadas durante mucho tiempo a aguantar, e incluso sancionar, un sistema de poder dual. Este sistema, sin embargo, explotará inevitablemente… [como ocurrió durante] la Revolución inglesa y la subsiguiente guerra civil (1642-1651), en la Revolución francesa (1789) y la Comuna de París (1871).
Trotsky, Historia de la revolución rusa (1930)
- LAS CONDICIONES DE LA REVOLUCIÓN
A fines de septiembre, Lenin evaluó que la situación había evolucionado lo suficiente para que la consigna propagandística presentada en sus Tesis de abril («todo el poder a los soviets”), destinada a plantear la cuestión del doble poder y educar a las masas en las ideas revolucionarias, se convirtiera en una consigna para la acción, esto es, en una tarea de la vida real para los bolcheviques. Esto significaba preparar al partido para lanzar la insurrección, derribar a Kerenski y tomar el poder.
Lenin se basaba en una evaluación rigurosa de las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución.
El régimen social existente se encuentra incapaz de resolver los problemas fundamentales del desarrollo de la nación…aparece una nueva clase capaz de ponerse a la cabeza de la nación para resolver los problemas planteados por la historia…las tareas objetivas, producto de las contradicciones económicas y de clase, logran abrirse un camino en la conciencia de las masas…las clases dirigentes pierden fe en sí mismas, los viejos partidos se descomponen, se produce una lucha encarnizada entre grupos y camarillas… Esto nos conduce a la condición, última en su enumeración pero no en su importancia, de la conquista del poder: al partido revolucionario como vanguardia estrechamente única y templada de la clase…Como lo atestigua la historia -la Comuna de París, las revoluciones alemana y austríaca de 1918, los soviets de Hungría y de Baviera, la revolución italiana de 1919, la crisis alemana de 1923, la revolución china de los años 1925-1927, la revolución española de 1931-, el eslabón más débil en la cadena de las condiciones ha sido hasta ahora el del partido: lo más difícil para la clase obrera consiste en crear una organización revolucionaria que esté a la altura de sus tareas históricas…De todas las premisas de una insurrección, la más inestable es el estado de ánimo de la pequeña burguesía…Son precisamente los violentos y rápidos cambios de su estado de ánimo los que dan esa inestabilidad a cada situación revolucionaria…Así como en la marea ascendente el proletariado arrastra con él a la pequeña burguesía, en el momento del reflujo la pequeña burguesía arrastra consigo a importantes capas del proletariado.
León Trotsky: El arte de la insurrección
Homogeneizar al ala izquierda comunista alrededor de esas ideas resultó relativamente fácil, en especial con Trotsky y los antiguos “meiroyantzi” que hegemonizaban ya en el soviet de Petrogrado. Pero con la corriente interna encabezada por Zinoviev y Kamenev la diferencia era mucho mayor.
…
- POSICIÓN DE ZINOVIEV Y KAMENEV
Estos dirigentes no tenían con Lenin diferencias exclusivamente tácticas. Tenían dudas acerca de la naturaleza misma de la revolución, y creían en realidad que los soviets deberían colaborar con la Duma en la construcción de una democracia convencional, y no enfrentarse con el gobierno provisional. Estos antagonismos se fueron arrastrando hasta la reunión del Comité Central bolchevique de principios de octubre, donde Lenin y Trotsky lograron la mayoría en favor del lanzamiento de la insurrección. Zinoviev y Kamenev se resignaron respecto al tema estratégico del poder soviético, pero se atrincheraron alrededor del argumento de que la situación política y militar no se hallaba todavía suficientemente madura. Véase que, tan tarde como el 20 de octubre, ambos escribían:
«Petrogrado decide, pero en Petrogrado los enemigos disponen de fuerzas importantes: cinco mil junkers perfectamente armados y que saben batirse; un Estado Mayor; batallones de choque, cosacos; y una parte importante de la guarnición, más una muy considerable artillería dispuesta en abanico alrededor de la ciudad. Además, es casi seguro que los adversarios intentarán traer tropas del frente con la ayuda del Comité ejecutivo central…»
En el periódico “El Internacionalista” de Máximo Gorki.
Detrás de ambos dirigentes también habían bolcheviques más escépticos aún, que consideraban a las insurrecciones como actos básicamente espontáneos de las masas, y creían que el papel de la izquierda consistía en acompañar esa experiencia en vez de liderarla. El modelo que tenían frente a sí era la Revolución de Febrero, que había liquidado al zarismo. Lenin y Trotsky coincidían con ellos en el carácter inmanente de la revolución, pero sólo de manera parcial. Pensaban que sin la guía del partido y una organización conspirativa, el proceso insurreccional podría irse al diablo, como mostraba la experiencia internacional.
- CONSPIRACIÓN E INSURRECCIÓN
“La gente no hace por gusto la revolución… La insurrección, elevándose por encima de la revolución como una cresta en la cadena montañosa de los acontecimientos, no puede ser provocada artificialmente, lo mismo que la revolución en su conjunto. Las masas atacan y retroceden antes de decidirse a dar el último asalto…una insurrección victoriosa que sólo puede ser la obra de una clase destinada a colocarse a la cabeza de la nación, es profundamente distinta, tanto por la significación histórica como por sus métodos de un golpe de Estado realizado por conspiradores que actúan a espaldas de las masas.
…los complots periódicos son la expresión del marasmo y la descomposición de la sociedad; la insurrección popular, en cambio, surge de ordinario como resultado de una rápida evolución anterior que rompe el viejo equilibrio de la nación…
En una revolución, la burguesía puede tomar el poder, no porque sea revolucionaria, sino porque es la burguesía: tiene en sus manos la propiedad, la instrucción, la prensa, una red de puntos de apoyo, una jerarquía de instituciones…el proletariado tampoco puede conquistar el poder con las manos vacías: le es necesaria una organización apropiada para esta tarea…la organización de la insurrección a través de la conspiración, radica el terreno complicado y lleno de responsabilidades de la política revolucionaria que Marx y Engels denominaban «el arte de la insurrección»…la socialdemocracia no niega la revolución en general, en tanto que catástrofe social, del mismo modo que no niega los terremotos… Lo que niega… como “bolchevismo”, es la preparación consciente de la insurrección, el plan, la conspiración. En otros términos, la socialdemocracia está dispuesta a sancionar, aunque ciertamente con retraso, los golpes de Estado que transmiten el poder a la burguesía, condenando al mismo tiempo con intransigencia los únicos métodos que pueden transmitir el poder al proletariado. …Al proletariado no le basta con la insurrección de las fuerzas elementales para la conquista del poder. Necesita la organización correspondiente, el plan, la conspiración…El problema de la conquista del poder sólo puede ser resuelto por la combinación del partido con los soviets, o con otras organizaciones de masas más o menos equivalentes a los soviets…
León Trotsky: El arte de la insurrección
O sea, necesariamente el complot debe acompañar acompasadamente a la maduración de las condiciones subjetivas de las masas. Y eso ya estaba en marcha. El barón Budberg escribió en su diario personal el 25 de octubre de 1917:
“Durante el mes de octubre hubo nuevas elecciones de comités en el ejército y en todas partes con un notable cambio a favor de los bolcheviques. En el cuerpo acantonado en Dvinsk, «los viejos soldados razonables» fueron todos totalmente marginados en las elecciones para comités de regimiento y compañía; sus puestos fueron ocupados por oscuros e ignorantes sujetos… de ojos irritados, centelleantes y gargantas de lobo. En otros sectores ocurrió lo mismo. Por todas partes se realizan nuevas elecciones para los comités y en todas partes son elegidos únicamente bolcheviques y derrotistas. Los comisarios del gobierno empiezan a evitar las misiones en los regimientos: en estos momentos, su situación no es mejor que la nuestra. Dos regimientos de caballería de nuestro cuerpo, húsares y cosacos del Ural, que habían permanecido durante más tiempo que otros en manos de sus jefes y no se habían negado a aplastar los motines, cedieron súbitamente y exigieron que se los dispensase de toda función punitiva o de gendarme. El sentido amenazador de esta advertencia es muy claro. No se puede tener a raya a una jauría de hienas, de chacales y de carneros tocando el violín… la única solución está en la aplicación a gran escala del hierro candente, [pero] este hierro falta y no se sabe dónde encontrarlo.»
La constatación realizada por el aristócrata de que, por lo menos dentro del ejército, la maduración de las condiciones subjetivas se hallaban a punto de caramelo, resulta matizada en los informes de conjunto elevados por los dirigentes bolcheviques a los respectivos órganos de dirección.
“En Sestroretsk y en Kolpino, los obreros se arman y el ánimo es de batalla. En Novi-Peterhof ha cesado el trabajo en el regimiento, está desorganizado. En Krasnoie-Selo, el regimiento número 176 (el mismo que ha montado la guardia ante el palacio de Táurida el 4 de julio) y el número 172 están del lado del bolchevismo (…)
Informe del obrero Stepanov a la conferencia del Comité Central del Partido Bolchevique, del día 16 de octubre de 1917
“Los arsenales de las escuelas militares están en manos de los soldados rasos. Estos tunantes no sólo han perdido las llaves del depósito, de tal forma que me he visto obligado a derribar la puerta, sino que además habían quitado los cerrojos a las metralletas y los habían escondido vaya a saberse dónde.»
Testimonio de un oficial de la escuela de ingeniería, octubre de 1917
Sin embargo, se sabe que Terechenko, Ministro de Estado de Kerenski, hizo sentar a su derecha a Mister Buchanan, embajador británico en Petrogrado, mientras la servidumbre comenzaba a traer el almuerzo. El inglés sostuvo una amena charla sobre filatelia. Sólo al final, cuando rehusó un puro y aceptó un cognac, Buchanan mencionó como al pasar ciertos informes que inquietaban a la corona, acerca de preparativos extraños en el barrio de Viborg. Mirando a los ojos al diplomático, Terechenko le aseguró que nada de todo eso estaba ocurriendo: “el gobierno ruso mantiene firmemente las riendas en sus manos”, sostuvo el ministro.
- LENIN SALE DE LA CLANDESTINIDAD- 1
El patio trasero de la casita del tornero Petrovski era acogedor. Las viejas paredes descascaradas dejaban ver intermitentemente los ladrillos. Una vieja pecera con los vidrios rajados, puesta del revés, protegía del viento de octubre un malvón absurdamente florecido. En el piso de baldosas cuarteadas dormitaba un perrito peludo. Sobre una mesita cubierta por un paño de algodón rojo y blanco humeaba un guiso de gallina. Lenin tapó el tintero, cubrió la pluma y puso a un lado el cuaderno de apuntes. Comenzó a disponer los platos y cubiertos. El perrito ladró agudamente hacia la puerta. Baba Petrovsky asomó la cabeza, coronada por un rodete gris.
-Visitas, Vladimir Ilich.
Antonov-Obseienko irrumpió en el patio con un papelito en la mano.
-¿Novedades?
-El Secretariado exige que se quede en la más estricta clandestinidad, Jefe, explicó el joven, olfateando el guiso.
Lenin se puso a leer la esquelita. La “Baba” llegó con un cucharón de hierro y una gran hogaza de pan.
-Finalmente aceptaron pasar a la acción, dijo Lenin.
-¿Qué hacemos?” preguntó Antonov-Obseienko, sorbiendo ruidosamente el caldo.
-Baba -dijo Lenin- llámame a Pequeño.
-El Secretariado dice que no salga, jefe, le recordó Antonov.
-¿Quién dice?
-Kamenev y Trotsky
-¿Volvió Kamenev?
-Sí
-¿Y Zinoviev?
-Está con Stalin en el Pravda.
-¿Y vos qué tenés que hacer? preguntó Lenin, sentándose al revés en la silla y apoyando los brazos en el respaldo.
-No sé muy bien, dijo Antonov, masticando una pata que había atrapado con el cucharón. Parece que me enviarán a tomar el Palacio de Invierno.
Un mujik de dos metros de alto, pidiendo permiso tímidamente, entró al patio y se detuvo frente a Lenin, con el gorro en la mano. Lenin lo abrazó y lo hizo sentar en una silla peligrosamente desvencijada. El perrito saltó a los brazos del mujik.
-Pequeño, dijo Antonov, Vladimir Illich no puede andar por ahí. Es muy peligroso.
-Eso mismo dijo Stalin, explicó Pequeño, extrayendo de sus bolsillos varios ejemplares arrugados de Pravda.
-Bueno, jefe, debo volver al Smolny. ¡Gracias por la comida, Baba! se despidió Antonov.
-Quedate y comé algo, Pequeño, invitó Lenin, leyendo su último artículo en la tinta todavía fresca del periódico.
- LA GUARDIA ROJA
El general Kornílov, enfurecido, informó en agosto que en la Revolución de febrero de 1917 los depósitos de artillería habían perdido treinta mil revólveres y cuarenta mil fusiles. Una considerable cantidad de armas de fuego cayó en las manos del pueblo a consecuencia del desarme de la policía.
¿Qué fuerza constituían, desde el punto de vista militar, los obreros de Petrogrado? Solo 24 horas antes de la insurrección Trotsky hace notar que el problema se definía todavía en términos defensivos y no ofensivos.
Un centenar de delegados que representaban aproximadamente a 20 mil combatientes participaron el 22 de octubre de 1917 en el debate de la Conferencia y la adopción de los Estatutos de la Guardia Roja:
«La Guardia Roja es la organización de las fuerzas armadas del proletariado para combatir a la contrarrevolución y defender las conquistas de la revolución».
De aquella apropiación de armas, cuando el gobierno provisional exigió la restitución, nadie le hizo caso. Sin embargo, los obreros organizados sólo pudieron procurarse una pequeña parte del botín, y aun así el hecho de que los obreros poseyesen armas inquietó desde un principio a las clases dominantes, pues de esta forma se desplazaba bruscamente la relación de fuerzas en las fábricas. Los obreros armados destituían a los capataces y a los ingenieros. Incluso los detenían. Por decisión de las asambleas de fábrica, los guardias rojos eran pagados con los fondos de las empresas.
“En el destacamento armado había jóvenes obreros, de dieciséis años aproximadamente, y viejos de hasta la cincuentena».
Testimonio del obrero Peskov, sin fecha
En el Ural, con tradición de lucha guerrillera desde 1905, las compañías de obreros armados imponían el orden bajo la dirección de los antiguos militantes y liquidaron el poder oficial, sustituyéndolo por los soviet. El sabotaje practicado por los propietarios y los administradores imponía a los obreros la necesidad de proteger las empresas: máquinas, depósitos, reservas de carbón y materias primas.
Los socialdemócratas se oponían con todas sus fuerzas al armamento de los obreros de la capital. Los obreros buscaban armas derribando las puertas, si ello era necesario. La Organización militar de los bolcheviques, que hasta entonces sólo había trabajado entre la guarnición, se ocupó enérgicamente en instruir y armar hasta los dientes a la Guardia Roja, que ya no era la milicia de las fábricas y de los barrios obreros, sino los cuadros del futuro ejército de la insurrección.
Bajo un cielo lluvioso, intenté convencer a los obreros de los talleres Putilov de que era posible arreglar todo sin insurrección. Fui interrumpido por voces impacientes. Me escucharon dos o tres minutos y me interrumpieron de nuevo. Después de varias tentativas, abandoné. Esto no iba bien… y la lluvia nos mojaba cada vez más.
Testimonio del dirigente menchevique Sujánov
La formación de base era una Decuria.
Cuatro Decurias constituían una Sección. Tres Secciones formaban una Compañía. Tres Compañías, eran un Batallón. Incluyendo a los jefes y los servicios, un Batallón contaba con quinientos combatientes. Los Batallones de un distrito constituían un Destacamento.
«El taller se transforma en plaza de armas. Ante los tornos, los fresadores tienen la mochila en la bandolera y el fusil sobre la máquina. Después de la señal de la sirena, se reúnen todos para hacer ejercicio. Se codean el obrero barbudo y el pequeño aprendiz, mientras que ambos escuchan atentamente a su instructor.»
Testimonio del obrero Rakitov, sin fecha
Las grandes fábricas, como Putilov, poseían Destacamentos autónomos. Los equipos técnicos especiales, como zapadores, automovilistas, telegrafistas, ametralladoristas y artilleros, se hallaban incorporados en sus empresas respectivas como adjuntos a los Destacamentos de infantería y otras veces operaban independientemente, según el tipo de tareas.
«En casi todas las fábricas hay ya servicios regulares de obreras que trabajan como ambulancistas, provistas del material sanitario indispensable. (…)Es tan irresistible el movimiento, que se apodera incluso de los mencheviques. Se enrolan en la Guardia roja, participan en todos los servicios de mando y hasta muestran iniciativa”
Testimonio de Tatiana Graf, sin fecha
Todos los combatientes eran voluntarios, y todos los jefes eran electivos. Las obreras crearon destacamentos de ambulancias. En las fábricas de material para los hospitales militares se organizaron cursos para enfermeras.
“Los obreros de nuestra fábrica poseíamos ochenta fusiles y veinte grandes revólveres. ¡Toda una riqueza! Del Estado Mayor de la Guardia Roja obtuvimos dos ametralladoras; una fue establecida en el refectorio y otra en el desván. Nuestro jefe era Kocherovski, y sus adjuntos más próximos eran Tomchak, asesinado por los guardias blancos durante las jornadas de Octubre en Tsarkoie Selo, y Yefímov, fusilado por las bandas de blancos en Yamburg.»
Testimonio del obrero Lichkov, 1919
«Yo iba diariamente al Palacio Smolny [sede de los bolcheviques] y veía a los obreros y marineros acercarse a Trotsky, ofreciéndole o pidiéndole armas para los obreros, informándole de la distribución de esas armas y preguntándole: ¿Cuándo comenzará esto? La impaciencia era grande…»
Testimonio del ingeniero Kozmin, sin fecha
«La instrucción referente al arte del manejo del fusil, que antes se hacía en habitaciones y tugurios, se hacía ahora al aire libre, en los jardines y en las avenidas…el día 23, socialistas revolucionarios y mencheviques, jóvenes y viejos, fraternizaron con los bolcheviques dentro del destacamento, Yo mismo abracé con alegría a mi padre, obrero de la misma fábrica“
Testimonio del obrero Skorinko, 1930
- EL ASALTO AL PALACIO DE INVIERNO – 1
“Empiecen ya” ( Nota de Lenin al Secretariado – 25 de octubre de 1917)
El bello edificio del Instituto Smolny para la educación de señoritas se había convertido en el cuartel general de los bolcheviques. Estaba custodiado por el quinto batallón de motociclistas, que había sido convocado telegráficamente por Kerenski para custodiar el Palacio de Invierno.
La jefatura del batallón desconfió y ordenó detenerse en Peredolskaya, desde donde telefoneó en consulta al soviet de Petrogrado. El Comité Militar Revolucionario mandó desde el soviet un fraternal saludo al batallón y lo envió a custodiar el Smolny.
Allí habían ordenado la toma de los puntos principales de la ciudad a partir de la noche del día 23 de octubre.
Se creó un comité destinado a planificar la toma del Palacio de Invierno, formado por Antonov-Obseienko y los jefes bolcheviques Chudnovsky y Podvoiski. Decidieron rodear con tropas el Palacio y cercarlo desde el río Neva con embarcaciones. Las tropas serían reforzadas por un segundo semicírculo de soldados detrás de las líneas revolucionarias, para evitar posibles ataques por la espalda.
El plan resultó complicadísimo de poner en práctica. La coordinación de los marinos, los soldados y la Guardia Roja se presentó muy difícil. El tiempo pasaba y la operación se iba postergando. Podvoiski prometió tomar el Palacio al mediodía, horario en el que todavía no habían llegado los marineros de Kronstadt. La nueva hora fijada fue las tres de la tarde. Esperando que la operación fuese rápida, Podvoiski, frenético, dilató el asalto para las 18. Nada tampoco. Minuto a minuto, desde el Smolny presionaban para el desenlace. Enfurecidos por la insistencia, Antonov-Obseienko y Podvoiski se negaron a seguir dando plazos.
Trotsky, en el Smolny, estaba muy preocupado porque al día siguiente estaba programada la inauguración del Congreso de los Soviets y Lenin deseaba presentarle un hecho consumado. La reunión debió ser postergada dos veces, pero el Palacio de Invierno continuaba sin ser tomado. Aunque la revolución contaba con un Estado Mayor en el Smolny y una dirección operativa en la fortaleza de Pedro y Pablo, en realidad en el caótico campo de batalla solamente mandaban Antonov y Podvoiski.
- KERENSKI SE FUGA
Kerenski saludó amablemente al personal subalterno mientras salía del Palacio de Invierno. “¿Adónde vamos?” preguntó intrigado su secretario privado. “A París” contestó el premier, ascendiendo a la voiturette del secretario. “Hasta luego, señor” saludó el jefe de protocolo, desde las escalinatas. Kerenski agitó la mano con indolencia. El autito arrancó. Dos cuadras más adelante estaban acantonados los obreros de Viborg armados con ametralladoras. Detrás de la voiturette, una enorme limusina de la Embajada de los Estados Unidos hacía ondear su banderín oficial. “Pare aquí” ordenó Kerenski. El premier descendió y se introdujo en el automóvil americano. El secretario ascendió al asiento ubicado junto al chofer. La limusina arrancó velozmente, pasando junto a los miembros asombrados de la Guardia Roja. Unos cuantos soldados persiguieron al automóvil unos metros, pero sin disparar…y Kerenski se hundió para siempre en las sombras.
- LENIN SALE DE LA CLANDESTINIDAD- 2
Pequeño llegó transpirado, empapado por la lluvia y se bebió casi un litro de té antes de poder hablar. Lenin lo miraba pacientemente, sentado en el borde de su mesita de escribir.
“No sé, Vladimir Ilich” dijo el mujik. “Hace doce horas que Antonov salió del Smolny y no ha llamado”.
La noche del otoño permitía ver las luces blancas del palo mayor del crucero “Aurora”, anclado en el Neva, por sobre los techos de Petrogrado. La llovizna repiqueteaba en los vidrios. La Baba pelaba una gallina junto al piletón de cemento, sentada en su banqueta de mimbre y tarareando la canción de Stenko Razin: “…Sama laska, slodyi svou…”, que había aprendido de su abuela cuando a su vez ésta pelaba gansos, allá al sur.
“¿Trotsky qué dice?” preguntó Lenin.
“Están tomados el correo, la telefónica, el telégrafo y el palacio de Pedro y Pablo. Controlamos la Estación Finlandia del ferrocarril. Pero el Palacio de Invierno sigue en manos del Gobierno Provisional y les han llegado refuerzos”
“¿Qué refuerzos?”
“El batallón de mujeres”.
Lenin resopló. Miraba una luz roja, oscilante, que trepaba lentamente por el mástil del “Aurora”. La luz llegó casi hasta los fanales del tope del mástil y se frenó como si se hubiera atorado. Bruscamente, se desplomó y desapareció.
“¡Carajo!” dijo Lenin. “¡Baba!”
“¿Sí, Vladimir Ilich?”
“¿Tienes vodka?”
Perpleja, la anciana le llevó un botellón casi lleno.
“Es de papa” se disculpó.
“Servirá” dijo Lenin, y derramó la mitad del recipiente sobre su calva y su capote, que colgaba de un clavo torcido. Abrazando el frasco, el rostro tiznado de hollín de la cocina, dijo a Pequeño: “Vamos. ¡Al Smolny!”
…
- EL ASALTO AL PALACIO DE INVIERNO- 2
Cuando un batallón de junkers llegó a media tarde, como refuerzo, al Palacio de Invierno, la situación adentro era aún más caótica que entre los asaltantes. No había comida. Los ministros sitiados se reunieron con los oficiales para convencerlos de que se quedasen para defender la plaza. También llegaron, más tarde, doscientos cosacos, viejos y barbudos, y cuarenta lisiados de caballería. Todos miraban con desconcierto a las mujeres armadas de la guardia femenina. Al caer la noche, llegaron por fin los marineros de Kronstadt. En el Crucero Aurora reunieron apresuradamente la banda musical y sonaron alegres canciones. Antonov-Obseienko trepó a una tarima para saludar a los intrépidos marinos, uniformados de negro y de aspecto feroz.
“Camaradas”, dijo el bolchevique.
Silencio. No le salía nada. Miles de combatientes armados esperaban sus palabras. Antonov-Obseienko señaló a las crecientes tinieblas ubicadas a sus espaldas.
“Ahí está el Palacio de Invierno” dijo al fin. “Hay que tomarlo”.
Aplausos y tropeles de polainas por las escaleras: cinco mil marinos se derramaron por la avenida Konogvardeiski. Sobre el puente del buque, bajo una cegadora luz de arco, Antonov-Obseienko y Podvoiski repasaron el plano de la ciudad. La Perspectiva Nevsky se hallaba saturada de retenes. Los puentes del canal Yekaterinski y de Moika estaban artillados. En la avenida Morskaya se habían emplazados automóviles blindados. Ordenaron a Chudnovsky que enviase al campo de Marte a la Guardia Roja y al dirigente Blagonravov que coordinara desde la fortaleza de Pedro y Pablo con el regimiento de Pavl.
Decidieron que el asalto se iniciaría con una preparación de artillería. A algún genio se le ocurrió cortar por fin el suministro eléctrico del Palacio y también los teléfonos, pero nadie sabía cómo hacerlo. El Palacio siguió conectado. La enorme plaza vacía ubicada frente al Palacio de Invierno recibió la visita de un solitario ciclista, que ondeaba un pañuelito blanco bajo los reflectores. En silencio, pasó rodando frente a las barricadas de los junkers.
El coronel Kishkin recibió una notita enviada por Antonov-Obseienko, donde se le ordenaba rendirse, so pena de un bombardeo de artillería. Los ministros sitiados se reunieron en la Sala de Malaquita del Palacio, para deliberar, pero justo por la ventana podían distinguirse los enormes cañones del Crucero Aurora. Se refugiaron en un saloncito interno. Los sitiados esperaban y esperaban que los bolcheviques comenzaran el bombardeo, pero el silencio se prolongaba inexplicablemente. Aprovechando la situación, los artilleros huyeron llevándose sus cañoncitos, y a las dos cuadras se rindieron ante la Guardia Roja. Los obreros armados emplazaron esa artillería apuntando al Palacio. Todos siguieron esperando.
Antonov-Obseienko había enviado entretanto secretamente algunos cosacos jóvenes, quienes se infiltraron en las caballerizas donde dormitaban los barbudos jinetes del Volga. Al poco rato el batallón cosaco ensilló y huyó sin avisar a nadie. Los obreros del cerco, enterados de la deserción, los dejaron pasar en dirección a sus viejos cuarteles. Cada vez quedaban menos defensores, y todavía no se había disparado ni un tiro.
- LENIN SALE DE LA CLANDESTINIDAD- 3
Ya no llovía, pero la Perspectiva Nevsky brillaba de humedad bajo los faroles eléctricos. Pequeño se apresuraba tras su jefe, quien trotaba cantando despreocupadamente melodías desvergonzadas de mujik, el gorro sucio volcado sobre la nuca. Dos o tres veces roció a su guardaespaldas con el vodka de papa, mezclando el sudor y el agua de la lluvia con el alcohol barato. En la esquina, dos lámparas de neón parpadeaban bajo el cartel de la sede del Partido Social- revolucionario (“eserista”), cuyas ventanas se hallaban a oscuras.
Un camión blindado se detuvo, resbalando sobre las piedras mojadas, iluminando con sus grandes faros a ambos bolcheviques. Dos junkers, con uniformes grises y pistolas- ametralladora terciadas, descendieron del vehículo. El chofer se quedó parado junto a la ventanilla.
-“¿Los mato, jefe?” preguntó Pequeño en voz baja.
– “Aún no” dijo Lenin.
-“Papeles” pidió el oficial, arrugando la nariz ante el fuerte hedor a mugre y a bebida que emanaban los bolcheviques.
Lenin le extendió unos pingajos empapados.
-“No se entiende nada” rezongó el militar.
Pequeño balbuceó algunas palabras, explicando en idioma kazajo que no tenía documentos y acercando su rostro al repugnado junker.
-“¿Qué hacemos?” consultó el soldado al oficial. “Vámonos”.
El camión rugió marcha atrás y se perdió por la avenida. La gran puerta doble del palacio ocupado por los eseristas se abrió con brusquedad y apareció una mujer entrada en años, acompañada por varios obreros armados, con los brazaletes de la Guardia Roja
-“¡Vladimir Ilich!” exclamó la dama, abrazando a Lenin.
-“Te presento a Ekaterina Maslova” dijo Lenin a Pequeño.
El grupo guió a los bolcheviques a las habitaciones de la planta baja.
-“Son del ala izquierda eserista” susurró Lenin a Pequeño.
Todos se sentaron alrededor de una mesa enorme. Tomaron té de un samovar de plata, sosteniendo un terrón de azúcar entre los dientes. Pequeño comenzó a sentirse mejor. Los guardias rojos bromeaban, palmeándole la espalda y el bulto de la pistola Mauser y las granadas de mano.
-“Kerensky ha huido” informó Ekaterina a Lenin. “Pero el Palacio de Invierno todavía resiste”.
…
- EL ASALTO AL PALACIO DE INVIERNO- 3
Antonov-Obseienko había arreglado con Blagonravov que cuando estuviese terminado el cerco del Palacio, alzarían un farol rojo en el mástil de la fortaleza de Pedro y Pablo. Al aparecer la señal, el crucero Aurora lanzaría una salva para intimidar a los sitiados. Si éstos no se rendían, la fortaleza atacaría con cañones ligeros y, finalmente, el Aurora lo haría con sus grandes cañones de seis pulgadas.
Aunque esta secuencia estaba destinada a evitar el derramamiento de sangre, constituía (como afirma Trotsky) una solución demasiado complicada a una cuestión simple. Nadie encontraba un farol rojo. Pasaron los minutos, pasaron dos horas. Alguien, sin ton ni son, elevó un fanal rojo en el mástil del crucero. Confusión generalizada. ¿Qué era aquello? El farol se trabó en el aparejo y cayó sobre la cubierta, donde se apagó. En tanto, en la fortaleza encontraron por fin un farol rojo. Nadie sabía cómo subirlo al mástil. Desde el crucero no veían el farol, ubicado cerca del piso. Mientras, en la fortaleza no había ningún cañón de combate, ni chico ni grande. Blagonravov, desesperado, ordenó izar con un aparejo dos cañones de campaña desde la base de la fortaleza. Los obreros lograron realizar la proeza, pero en un tiempo considerable. Los suboficiales artilleros, en tanto, observaban con mirada sombría todos los procedimientos. Eran claramente hostiles a la insurrección.
Llegó una orden de Antonov-Obseienko, desde el lado opuesto del río, para que los cañoncitos entraran en acción. Caía la tarde y comenzó a llover. Los artilleros informaron que los cañones estaban oxidados y sin lubricantes, por lo cual no podrían ser utilizados. En plena oscuridad, Antonov-Obseienko llegó enfurecido en un pequeño bote de remos. Blagonravov le explicó acerca del farol rojo, de la grasa en los cañoncitos, de la mala leche del suboficial artillero. Antonov, tragando saliva, bajo la llovizna y en la oscuridad, dijo: “vamos a ver los cañones”. Como fondo, comenzó a sonar en el horizonte un furioso fuego de fusilería y el tableteo de las ametralladoras.
El asalto al Palacio había comenzado.
Blagonravov se dirigió al foso de los cañones, seguido de su jefe. En ese momento se cortó la luz eléctrica y cegado, Balgonravov se perdió. Antonov-Obseienko, a tientas, intentó llegar a algún sitio de referencia, pero tropezó y cayó al barro del patio. Un soldado llegó con un fanal de aceite, y finalmente los bolcheviques llegaron a los cañones. Antonov ordenó a los artilleros que los dispararan, pero se encontró con una cerrada negativa: “es muy peligroso… la grasa… etc.” Completamente harto, Blagonravov extrajo su enorme pistola naval y apuntó a los artilleros, quienes se escondieron tras las piezas de artillería. Antonov lo disuadió. Por teléfono se comunicó con el dirigente Lausevich, quien envió dos marineros no muy expertos, pero comunistas y dispuestos a disparar cañones sin engrasar. De inmediato el crucero Aurora se unió al concierto lanzando salvas sin balas. En el Palacio se rindieron las mujeres y los inválidos, pero los junkers seguían resistiendo.
Desde el Smolny, Trotsky no podía esperar un minuto más. Antes de lanzar las masas al asalto, era necesario el empleo de verdad de la artillería naval. Pero, hartas de esperar, las propias masas se lanzaron al asalto y tomaron el Palacio. Los marineros, soldados y obreros armados aplastaron finalmente a los junkers. Antonov-Obseienko y Chudnoski penetraron caminando por los oscuros corredores. Los ministros los aguardaban, vestidos de gala y sentados alrededor de una mesa.
“Al frente de la muchedumbre iba un hombre de escasa estatura y mala facha, que se esforzaba por contener a los que lo empujaban desde atrás. Sus ropas estaban en desorden; llevaba ladeado el sombrero de alas anchas. Los lentes se le sostenían apenas en la nariz. Pero en sus ojos pequeños brillaba el entusiasmo de la victoria y el rencor contra los vencidos”
Testimonio del ministro Miliukov
“En nombre del Comité Militar Revolucionario, quedan ustedes detenidos como ministros del Gobierno Provisional, dijo Antonov-Obseienko. Eran las dos y diez minutos del 26 de octubre de 1917”.
León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa
Una anciana cubierta con un pañuelo subió con paso ágil las escalinatas del Instituto Smolny. La madrugada prometía ser soleada pero fría, después de largos días lluviosos del otoño.
En el portal del Instituto, se despojó del largo capote, del pañuelo y de una peluca gris. Lenin penetró en el salón con las manos en los bolsillos. Sus huestes habían cruzado el Rubicón sin él. Kamenev y Trotsky aplaudieron, Stalin y Zinoviev se unieron al aplauso. Rodeado de un reducido Comité Central, Vladimir Ilich se permitió una sonrisa jubilosa.
“Bueno, camaradas” dijo, aceptando una taza de té. “¡A trabajar!”.♦♦