Escribe Pedro Cazes Camarero
Lo más inútil que pueda concebirse es hacer política ficción o historia contrafáctica. Algo así como ¿qué hubiera pasado si…? Será por eso que series de televisión y películas de todo tipo hacen su propia versión de ‘Volver al futuro’, intentando corregir lo que luego determinó que las cosas sean lo que son. En verdad lo que sí es indispensable es analizar qué pasó e imaginar nuevos trampolines.
A 50 años de la muerte en combate de Ernesto Che Guevara, emerge una reflexión que tiene una pasmosa vigencia: ¿el estímulo para los hombres y las mujeres que se suman a un proceso revolucionario es material (dinerario) o es un estímulo moral y apartado del fetiche dinero para construir el hombre nuevo?
Ese debate atravesó diversas escuelas de pensamiento. El Che propuso otra cosa, y la ortodoxia la suya. Aquí brindamos un riguroso análisis histórico y de economía política.
La Revolución cubana proclamó su carácter socialista en abril de 1961, en las vísperas del triunfo revolucionario en Playa Girón sobre la invasión mercenaria apoyada por los Estados Unidos.
En Cuba el Ministerio de Industrias lo dirigía Ernesto Che Guevara. En 1963 se aprobó la Ley de Financiamiento Presupuestario y las empresas industriales comenzaron a funcionar bajo las pautas de la economía reorganizada a partir del Sistema del Presupuesto Financiero (SPF), implementado en forma rigurosa desde el Ministerio de Industrias.
El SPF se apoyaba en cuatro ejes: 1) Se consideraba “Empresa” a un conglomerado de fábricas o unidades con una base tecnológica similar o un destino común para su producción, organizadas por rama de la economía o localización geográfica, por ejemplo, todos los centrales azucareros, 2) El dinero era sólo una unidad aritmética, siendo utilizado básicamente como elemento de registro contable, 3) Las empresas carecían de recursos propios, poseían una cuenta en la que depositaban y extraían dinero del presupuesto estatal (de ahí el nombre al sistema) y 4) El trabajo estaba normado a tiempo, con premios por sobrecumplimiento.
En tanto el Instituto de Reforma Agraria se encontraba a cargo de Carlos Rafael Rodríguez, proveniente del Partido Socialista Popular (antiguo Partido Comunista de Cuba), y que antes de la Revolución se fundiera en el Movimiento 26 de julio.
En la agricultura coexistían distintas formas de propiedad: estatal, cooperativa y privada (ver reportaje a Ernesto Guevara en https://purochamuyo.com/che/). En estas condiciones las autoridades de la reforma agraria comenzaron a aplicar otro método de gestión, el Sistema de Cálculo Económico (SCE), empleado en la URSS y otros países socialistas. Este SCE funcionaba a partir de los siguientes ejes: 1) Se consideraba “Empresa” a una unidad de producción con personalidad jurídica propia, por ejemplo, un central azucarero, 2) El dinero era utilizado, además de las funciones contables, como medio de pago e instrumento de control, 3) Las empresas poseían recursos propios: podían sacar créditos en los bancos por los que pagaban intereses y 4) El trabajo estaba normado a tiempo pero también se recurría al trabajo por piezas o a destajo.
Simultáneamente, en el contexto internacional, durante 1963 se consumó la ruptura del PCUS (partido comunista soviético) con el chino. En la URSS prevalecían las ideas de Evsei Liberman, quien ante crecientes tropiezos económicos proponía la descentralización de las empresas y su funcionamiento a partir de un criterio de rentabilidad, con autonomía financiera y operativa, y una política de incentivos materiales de los trabajadores.
En junio de 1964, en el número 34 de la revista Cuba Socialista, apareció el artículo “La planificación socialista, su significado”, escrito por Ernesto Guevara, en el marco de un gran debate efectuado en la isla durante 1963 y 1964. El debate se verificó en las páginas de Cuba Socialista y también en Nuestra Industria Económica. Involucró al Che y a Carlos Rafael Rodríguez, aunque participaron también Charles Bettelheim, economista del partido comunista francés, Ernest Mandel de la Cuarta Internacional trotskista, y numerosos dirigentes cubanos. Las diferencias más significativas quedaron centradas en la contraposición estímulo material/estímulo moral.
- Los partidarios del SCE consideraban que los estímulos materiales eran la respuesta adecuada a la necesidad de ligar la remuneración obtenida por los trabajadores con la cantidad y la calidad de su trabajo.
- Los partidarios del SPF no negaban la necesidad de aplicar estímulos materiales, pero rechazaban su uso como palanca impulsora fundamental de la economía. Como decía el Che, luchaban contra su predominio porque entendían que ello implicaría “el retraso del desarrollo de la moral socialista”, generando una subjetividad cargada de egoísmo e individualidad.
Para el comunista francés Bettelheim, la función de la educación se limitaba a eliminar gradualmente los resabios de actitudes y comportamientos heredados del pasado, pero pretender modificar el comportamiento humano a través de la educación -pasando por encima del nivel alcanzado por las fuerzas productivas- constituía un enfoque idealista de las cosas, que solo podía conducir a grandes fracasos.
Para el Che, las premisas básicas para modificar el nivel de las fuerzas productivas en Cuba estaban constituidas por la consolidación de las empresas estatales y el crecimiento de la conciencia revolucionaria.
Destacaba que Bettelheim no comprendía el aspecto universal, internacionalista, del desarrollo de la conciencia revolucionaria.
Resulta asombroso que una polémica acerca de dispositivos alternativos de gestión, efectuada hace más de medio siglo en un pequeño y recién estrenado país del socialismo real, haya incursionado en temas cruciales para la percepción de las leyes generales de la transición postcapitalista, sin que ninguno de los cuadros participantes percibiera los alcances de lo discutido.
A la distancia, el naufragio de la comunidad internacional del socialismo real aparece impregnado por las determinaciones fatales que Bettelheim incorpora a su modelo como si constituyeran leyes de la naturaleza. La tenaz y solitaria supervivencia de Cuba no aparece ajena a la convicción del Che en el sentido de que la energía liberada por una revolución en ascenso puede impulsar la creación de instrumentos que prefiguran la sociedad del futuro.
En los puntos siguientes examinaremos la cascada de procesos que desembocaron, primero, en el hundimiento de la URSS y sus adláteres, y de inmediato en la crisis terminal del capitalismo posfordista. Todos los artículos que forman parte del debate cubano de principios de los años sesenta están recopilados en la obra: AA.VV., El gran debate sobre la economía en Cuba, Ocean Press, Melbourne, 2003.
1. Sostiene Marx que la era de la burguesía constituye el primer gran momento de emancipación de la prehistoria humana, que incluye a todas las sociedades que han existido hasta hoy. Este momento irrumpió como un conjunto de efectos secundarios, no planificados por nadie, de la autonomía del dinero. El trabajo humano, privado de cualquier determinación, se denomina trabajo abstracto y se acumula en las mercancías en forma de valor. La acumulación ampliada de la riqueza generada por el sistema, se basa en la capitalización del trabajo abstracto no remunerado del que se apodera la burguesía, esto es, la plusvalía. Al comienzo, ésta constituyó un principio progresivo, dentro del envoltorio fetichista del trabajo abstracto. Pero fue entendida por el pensamiento socialista inaugural del siglo XIX no como principio tautológico del trabajo, sino solamente como subjetividad explotadora del capitalista, o sea, dentro del fetichismo jurídico burgués.
2. La propiedad privada constituye el fetiche social del valor. En la forma desarrollada de la plusvalía, la propiedad privada es solamente el concepto jurídico de la relación repetitiva, tautológica, del trabajo. No importa si la institución que la implica se llama “monopolio multinacional” o “estado socialista”. Si las relaciones sociales están dominadas por el trabajo abstracto, persistirá también una relación de propiedad privada, y todos sus portadores se encontrarán en un estado de particularidad abstracta, que “pone” como su polo opuesto al aparato del Estado. Los miembros de la sociedad humana establecen relaciones privadas entre sí, ante todo, a través del dinero, el que constituye la encarnación del trabajo abstracto; y en segundo lugar, a través de un sistema jurídico, que asume las formas de la burocracia estatal. La existencia del dinero y de un sistema jurídico constituye la manifestación de que los sujetos no son capaces de regular ni dominar conscientemente sus relaciones sociales.
3. El dispositivo capitalista ya existente para la utilización abstracta de la fuerza de trabajo, tiende a devorar en sus fauces vacías de contenido al hombre, la naturaleza y todo aquello de lo que pueda echar mano, digiriéndolos y evacuándolos después en la forma muerta del trabajo: el dinero, sin que se añada ninguna otra finalidad cualitativa. Este engendro, sin embargo, mueve la cualidad material: materias primas, fuerzas naturales y trabajo humano vivo. Se produce, por lo tanto, una inversión entre medios y fines: el trabajo ya no es un medio para el fin cualitativo de la simbiosis del hombre con la naturaleza, sino que, por el contrario, la apropiación material de la naturaleza se convierte en la estratagema para el cambio del trabajo abstracto por más trabajo abstracto, como un fin en sí mismo. Al principio prevalecieron los efectos emancipatorios y civilizadores de este proceso. Bajo el capitalismo de los siglos XIX y XX, el trabajo, al incluir en escala creciente el aporte científico-técnico a la reproducción, como medio para obtener su finalidad abstracta, permitió un creciente consumo masivo de bienes que en el pasado eran considerados suntuarios, y generó un conjunto nunca antes visto de nuevas necesidades.
4. Desde una concepción tradicional y reduccionista, la propiedad privada es concebida como una ilusión jurídica separada del contenido real de las relaciones sociales, como la mera relación de un sujeto libre con las cosas, esto es, con los medios de producción y los productos del trabajo humano. La propiedad privada es reducida, en este contexto, a las sucesivas formas en las que se manifestó. Históricamente, la lucha secular del movimiento obrero contra la propiedad privada actuó dentro de los límites de la misma, aspirando a unas formas «superiores» de la propiedad privada, que ya no podían ser identificadas como tales por un observador desprevenido. Este movimiento fue progresivo, pero siempre dentro de las fronteras del trabajo abstracto y sólo en la medida en que impulsó el proceso de socialización del capital rumbo a estas formas superiores (en dirección a la plusvalía y a la propiedad privada). Esto se cumplió hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial con la creación, en los países del “socialismo real”, de una «forma burguesa de modernización tardía», al decir de Robert Kurz. En los citados países, se desarrolló además una versión oficial del discurso marxista, destinada a interpretar y justificar estos procesos de manera apologética.
5. Pero afirmar que en la formaciones económico-sociales del «socialismo real» no existen la propiedad privada y el carácter de mercancía de la fuerza de trabajo, sin que al mismo tiempo se perciban como muy extrañas la existencia cotidiana de la forma de la mercancía y del dinero, del salario en dinero de la fuerza de trabajo, del aparato estatal y del sistema jurídico -incluido el derecho del trabajo-, sólo puede generar estupor. Evidentemente, el marxismo oficial argumenta inconscientemente en el interior de las categorías básicas del fetichismo burgués.
6. Cuanto más la dinámica del trabajo abstracto del socialismo real se sobrepasaba a sí misma, comenzando a entrar en su estadio terminal, tanto más destacaban los rasgos conservadores del marxismo oficial. La administración estatal del supuesto mercado planificado de tipo soviético, limitaba las fuerzas productivas en una forma crecientemente anacrónica, empeñándose en la edificación de las mencionadas formas de modernización tardía. Su carácter progresista se limitó a la creación de una sociedad tipo burguesa moderna, bajo las condiciones, eso sí, de una aceleración planificada y consciente del proceso. Este éxito, sin embargo, no logró ir más allá de la aceleración misma. El barniz de las formas superiores de la propiedad privada, contrabandeadas del centro capitalista, cubría con una delgada capa de modernidad unas estructuras todavía arcaicas. Se pudieron incorporar, sí, las determinaciones más básicas del capitalismo: el trabajo abstracto, el dinero y el derecho, como reguladores sociales, además de las industrias básicas y ciertos ingredientes de una infraestructura avanzada.
7. La especificidad de las formas superiores de la propiedad privada que pasaban por «socialismo» se convirtió, cada vez más, en un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas. La obstrucción administrativa de la motivación monetaria basada en la aún existente economía de mercado, esto es, la parálisis burocrática de la dinámica del trabajo abstracto basada en el propio trabajo abstracto, conduce a acometer una empresa imposible: planear y dirigir racionalmente, pero apoyándose en la inconsciencia de las masas, manteniendo el trabajo abstracto, el valor, la forma mercancía y el dinero. El justificado orgullo de haber vencido y liquidado una determinada forma de la propiedad privada, obliteraba la percepción de que se mantenía aún, bajo otras formas, la producción basada en la plusvalía. Aislada del mercado mundial, durante las primeras décadas de su existencia la URSS administró desde afuera y con éxito la acumulación ampliada, hasta que las mismas formas de la administración estatal comenzaron a frenar la “modernización tardía”. Esto se repitió en los demás miembros del club socialista de naciones.
8. Cuando, durante la segunda mitad del siglo XX, las formaciones del socialismo real comenzaron a resoplar, debido a los límites endógenos descritos más atrás, los ideólogos de la derecha se regocijaron demasiado pronto… Dentro de los países capitalistas centrales el sistema mismo comenzó a mostrar sus límites absolutos. Esta vez el problema no residía en una crisis cíclica de superproducción relativa, como los burgueses se habían acostumbrado a capear cada diez o quince años desde el siglo XVIII; ni siquiera de una gran crisis secular y catastrófica de reconversión como la ocurrida en 1930. La tercera revolución industrial, con la introducción de la electrónica, la informática, la ingeniería genética y demás tecnologías avanzadas, estaba produciendo la evaporación del valor en el seno de las mercancías, que sin embargo mantenían intacto su valor de uso.
9. Por primera vez en la historia, el capitalismo encontraba una barrera infranqueable en el proceso de acumulación. ¿En qué consistía este fenómeno? En que el vertiginoso crecimiento de la productividad permite prescindir de la fuerza de trabajo a más velocidad que aquella a la que los mercados podían absorber las mercancías, aunque éstas a su vez se hubiesen abaratado. El mundo se convierte en un depósito infernal, abarrotado de valores de uso sin valor, que por ello mismo no pueden ya denominarse mercancías.
10. La vanguardia militante imaginó la superación de la división capitalista del trabajo como una especie de unificación de todas las parcialidades de esa división en una única persona: el hombre nuevo, el hombre del futuro. En el actual estadio de cientifización estas utopías pierden su objeto, salvo como meta ética. La superación de la división del trabajo sólo es posible más allá del trabajo, en el no-trabajo: una circunstancia que sólo hoy se puede reconocer plenamente. En un proceso que ya se encuentra avanzado, especialmente en los países centrales, los trabajadores se ven sometidos a un doble movimiento; por un lado, desaparecen las fuentes tradicionales de trabajo, hundiendo a multitudes incontables en la desesperación; mientras que por otro, la misma fuerza de trabajo que actúa sobre los medios de producción es reemplazada por un tipo diferente de actor consciente, cuyo surgimiento Marx previó y cuya praxis denominó “General Intellect”. La dirección consciente del proceso de interacción con la naturaleza implica la transformación del gasto de fuerza de trabajo en actividad consciente en el plano concreto y material (General Intellect), que se refiere al todo concreto de la reproducción cientifizada. Esta actividad apunta a una recuperación del proceso productivo inmediato por medio de los potenciales científicos. El movimiento alcanzó ya un estadio de madurez que vuelve visible su lógica: requiere la superación del valor, de la mercancía y del dinero, la superación de la división capitalista del trabajo y de todas las funciones científicas y administrativas particulares y separadas que se hallan más allá del productor inmediato.
11. Esta crisis naciente del trabajo abstracto y de la forma mercancía ha alcanzado primero a los miembros más débiles del contradictorio sistema mundial productor de mercancías, o sea, a los sistemas del socialismo real, ya golpeados por su crisis endógena. La desorientación se agiganta porque la teoría no ha producido aún el modelo interpretativo de esta realidad en ciernes. Además, el fenómeno se halla en sus fases iniciales, lejos de su forma clásica todavía. Una resurrección comunista que pretenda desencadenar un nuevo empuje revolucionario ante la crisis de la sociedad capitalista y de la máquina enloquecida de la modernidad, debe comenzar por elaborar una nueva crítica de la economía política. El proceso autorreferencial del trabajo abstracto debe interrumpirse, como superación del valor, de la mercancía y del dinero. No debería insistirse en la absurda planificación del mercado, propuesta por el socialismo real, sino buscar la superación del mercado en tanto existencia duplicada del trabajo abstracto en el dinero.
⇒ El abandono de la tautología fetichista implica la superación del trabajo como una esfera abstracta separada del tiempo libre y de la cultura, lo que a su vez impide la constitución de una unidad real del proceso social de la vida.
⇒ El cálculo económico-empresarial abstracto tiene que ser hecho a un lado.
⇒ Esta total superación del trabajo abstracto sólo es posible como superación del trabajo sin más. El comunismo -así entendido- es imposible como simple emergente de un imaginario “punto de vista de los obreros y campesinos”.
⇒ Esta redefinición radical del socialismo resulta de una necesidad imperiosa ante el avance de la crisis del sistema mundial productor de mercancías. ♦♦