Escribe Darío Bursztyn
Nelson Mandela asumió hace 30 la presidencia del partido del CNA – Congreso Nacional Africano que luchó contra el racismo, institucionalizado en el apartheid. En 1991 lo eligieron para reemplazar al mítico Oliver Tambo (un aeropuerto lleva su nombre en Sudáfrica).
La liberación de Mandela en 1990, tras 27 años de prisión, pareció iluminar una era donde la mayoría de la población pudiera ‘entrar en la historia’. Las fuerzas armadas guerrilleras en torno al CNA, y la central obrera Cosatu, habían batallado en todos los terrenos para alcanzar una verdadera democracia.
¿Alcanzaba con los buenos gestos e intenciones para cambiar de raíz una sociedad injusta por donde se la mire? Probablemente no, pero la correlación de fuerzas estaba planteada en términos donde los blancos, asociados a capitales ingleses, norteamericanos, de la Alemania Federal y varios otros, eran los dueños de todo, en particular de las minas, la banca, y la producción agrícola-ganadera, y claro está, del monopolio del uso de la fuerza y las armas, inclusive provistas por Israel, a pesar del embargo decretado por la comunidad internacional. En el otro lugar de la ecuación, el pueblo, los negros super explotados.
Las tensiones que atravesaban a Sudáfrica eran similares y diferentes a las de otros países de África post-colonial.
El sinfín de abusos del sistema colonial era similar. Pero por el nivel de desarrollo del país en varias áreas y por ser, tal vez, el menos atravesado por las derivas de la cuestión religiosa, hicieron de ese racismo-apartheid un modelo único mundial. Mucho se dijo y escribió sobre el cariz filo-nazi de los gobierno sudafricanos.
En ese momento, en particular desde 1961 cuando el referéndum decidió que Sudáfrica dejaba de ser parte formal del imperio británico, el país quedó dividido en 4 provincias blancas y 10 “homelands” o bantustanes, donde se agrupó a la población según su tribu u origen étnico. Sus nombres serán difícil de recordar, pero allí aparecen los lugares donde luego estallarían los hechos recientes: Bophuthatswana – Tswana; Ciskei y Transkei – Xhosa; Gazankulu – Shangaan y Tsonga; KwaZulu – Zulu; Lebowa – Pedi y Northern Ndebele; Qwa Qwa – Basotho, y Venda – Venda.
Tal como describen Mandy Moussouris y Shawn Hattingh, en el análisis que enviaron desde Sudáfrica, especial para www.purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis, un sector del partido de Mandela inició de inmediato, a principios de los años 90, la desarticulación de las fuerzas más revolucionarias del CNA, y en consecuencia desde el momento fundacional de la nueva democracia, con una apuesta más vinculada a la convivencia inter-étnica que a un cambio en las relaciones de poder, se armó una novedosa alianza con el establishment, de tipo ‘paz social – statu quo inamovible’.
Así es la actual división política de Sudáfrica, que tiene más de 60 millones de habitantes. Es relevante prestar atención a la cercanía de la provincia de Gauteng y la de KwaZulu-Natal
Hoy por hoy, en Gauteng y Western Cape es donde se concentra la mayor actividad industrial, en Limpopo, Mpumalanga, North West y Northern Cape se agrupa la minería, en Eastern Cape y Free State la estructura estatal y en KwaZulu-Natal se concentra la gran industria y las manufacturas.
PANDEMIA, POBREZA Y ETNO-GUERRA
Precisamos alguna información extra para pensar por qué en un país de mayoría negra, donde hay elecciones regularmente y cualquier grupo étnico puede acceder a los lugares de representación, con un gobierno central en las manos de la versión socialdemócrata ‘light’ del partido de Mandela, y varias ciudades clave gobernadas por una oposición de centro-derecha, pudo emerger tanta violencia.
Antes de la pandemia, los sectores de la minería, las finanzas, el comercio, y transporte y comunicaciones, junto con el empleo estatal, marcaban el ritmo de la economía. En el cuadro siguiente puede verse la información más actualizada, donde aparecen los sectores que más rápido se recuperaron en 2021:
Sin embargo, el sector que más aporta al PBI sudafricano es la minería, que paradójicamente emplea a menos del 3% de la población.
El modelo extractivista minero (como el sojero, el forestal o hidrocarburos) aporta grandes ganancias a las empresas y recaudación al estado, pero no hay derrame real hacia el conjunto de la sociedad. En marzo de 2021, la actividad minera subió un 21% con respecto al año anterior.
Las 4 corporaciones gigantes son AngloGold Ashanti (cuyo 42% de capital accionario se reparte entre el Bank of New York Mellon y el fondo buitre BlackRock), que además de sus minas en Sudáfrica, Ghana, Guinea, Tanzania y República Democrática de Congo tiene otras en Brasil, Colombia y el Cerro Vanguardia, en Argentina; Gold Fields (cuyo 45% de capital accionario está en manos institucionales y de fondos buitre); Sibanye Stilwater (el Fondo de Pensiones del gobierno ostenta el 12%, pero el Bank of New York Mellon posee el 15% y BlackRock el 7% de la empresa), y en cuarto lugar el gran productor de platino, Impala Platinum (nuevamente, los fondos Fidelity, The Vanguard Group, Noges Bank, BlackRock). Mas del 35.000 millones de dólares concentrados en cuatro empresas y en múltiples manos anónimas extranjeras.
La realidad es que la desocupación supera el 43% según cifras oficiales, 10 puntos por encima de marzo 2020, y entre los jóvenes es mayor al 70%.
Con esas cifras de pobreza y desocupación, el gobierno del CNA decidió entregar durante la pandemia un bono-salario ciudadano de 24 dólares (350 Rand, la moneda del país), que luego fue dado de baja y fue una de las razones de los saqueos.
Sin embargo, sectores creadores de trabajo -informal, irregular, sin cobertura médica, ni aportes a la seguridad social, pero trabajo al fin-, como la construcción, los servicios y el comercio perdieron cientos de miles de puestos. Hasta hoy, Sudáfrica no consiguió vacunas en escala acorde, ni las produce en su territorio. Están vacunadas 9 de los 60 millones de habitantes: la economía sigue frenada.
El Pietermaritzburg Economic Justice and Dignity Group sostiene en su informe de agosto que la línea de pobreza alimentaria per cápita es de 585 Rand, y que entre esa y la línea de pobreza total que es de 1268 Rand (unos 95 dólares) podría fijarse un salario Ciudadano Universal que acabe con la miseria estructural.
En ese marco hay que comprender por qué hace 30 días, el 11 de julio, y a horas de celebrar una vez más el Mandela Day, una parte de Sudáfrica se prendió fuego, y los saqueos y destrozos, terminaron con al menos 342 muertos.
No obstante, hay otros factores determinantes para entender el 11J en Sudáfrica.
El matrimonio espurio entre las cúpulas-facciones del partido gobernante con los dueños de la economía y sus mafias, fueron determinantes para que el mando pasara en 2017 de un sector a otro.
Es ahí donde está el germen de lo que ocurrió 30 años después de la liberación de Nelson Mandela. La promesa igualitaria de un estado surgido para la democracia, posterior al apartheid, derivó en una sociedad que consagró una marcada división de clases.
El criminólogo Irvin Kinnes publicó una tesis denominada ‘Contested Governance: Police and Gang Interaction’. Allí da cuenta de cómo las bandas y organizaciones criminales en Cape Flats han reemplazado a los servicios sociales estatales, y han armado su propio ‘estado de bienestar’ con iglesias y clubes deportivos propios.
Las primeras bandas se formaron, precisamente, a comienzos de los años 90. Como en otros tantos países, tienen poder territorial, y las guerras entre bandas tienen bajo amenaza al conjunto de los barrios. En 2021 las bandas tienen 100.000 integrantes entre las 29 comunidades de Cape Flats.
Sus nombres suenan casi pintorescos, si no representaran la vida y la muerte para decenas de miles de jóvenes sin trabajo: los Americans, Hard Livings, Terrible Josters, Fancy Boys, Junior Mafia, 28s, Horrible, Terribles, y los Mongrels.
¿Qué diferencia el gangsterismo de las bandas del que ejercen los cuadros políticos? La escala, y la mano que presta la justicia para encubrir.
En 2020, arrestaron a uno de los 6 máximos líderes del partido. El secretario general del CNA, Ace Magashule fue acusado tras una auditoría por obras en Free State en el año 2014, por fondos turbios del orden de los 255 millones de Rand (18 millones de dólares), en una causa conocida como la causa de los asbestos.
Al momento de ingresar al tribunal, miles de manifestantes del CNA gritaban, cantaban y bailaban, ondeando banderas con la consigna “Quiten las manos de encima del camarada Magashule”. El líder político declaró que solo iba a renunciar si se lo pedían quienes lo habían votado.
Magashule, impulsor de cambios económicos distintos a la línea tradicional del CNA, es la principal figura asociada al ex presidente Jacob Zuma, que también enfrenta juicio.
¿De qué acusan a Zuma, el tercer presidente tras Nelson Mandela?
¿Acaso de la situación ruinosa de la población más postergada cuando se hicieron estadios de fútbol por cientos de millones de dólares para el Mundial y la gente estaba sin agua? No.
Lo acusan de haber creado una división interna fantasma dentro de la Agencia de Seguridad Nacional (la SSA) para hacer espionaje en el ámbito político, incluso hacia los propios camaradas del Congreso Nacional Africano.
Según se reveló, entre 2015 y 2017, además de partidas de dinero injustificadas a tal fin, Zuma habría recibido su parte en el operativo, unos 80 millones de Rand, en efectivo, cuyo pago fue firmado por su ministro de Seguridad, David Mahlobo.
Fueron precisamente estas oscuras operaciones las que quitaron del poder a Jacob Zuma en el partido del Congreso Nacional Africano, en cuya Conferencia anual 54 de diciembre 2017 ungió a Cyril Ramaphosa. Una facción derrotó a la otra, y la guerra interna terminó estallando en 2020, y derivó en los hechos y masacres de julio 2021.
En ese mismo momento, primera semana de noviembre 2020, los miembros de una asociación de militares veteranos, Members of the Umkhonto we Sizwe Military Veterans Association (MKMVA),impulsaron en Durban a grupos de desocupados a romper vidrieras, asaltar comercios y saquearlos. El centro de la acción eran los negocios de los extranjeros.
Según las declaraciones de uno de sus miembros y coordinador de la marcha ‘de limpieza’ los extranjeros le quitan el trabajo a los sudafricanos, y provocan el hambre y la angustia. “Cerrar esos negocios va a beneficiar a todos los sudafricanos”, aseguró Zibuse Cele, del MKMVA.
Estos hechos xenófobos fueron condenados de inmediato por la Comisión Sudafricana de DD.HH, el partido gobernante y la Red Africa Solidarity Network.
Sin embargo, un día más tarde, un grupo de generales retirados hizo circular un documento de 32 páginas, en el que hacían un llamado a ‘sacudir los cimientos del partido’ de Mandela y encomendar su liderazgo a una Fuerza Nacional de Choque, la única con credibilidad para asumir en esta circunstancia. Esa Fuerza de Choque nombraría un Comisario Nacional, directores de Relaciones Internacionales, de movilización de masas, de proyectos, de seguridad, de comunicaciones y publicidad, y otros 12 miembros más. En concreto, un golpe de estado de ‘salvación nacional’.
Estos generales retirados, afines al ex presidente Jacob Zuma, tendrían alguna vinculación con los hechos de julio 2021.
El final de esta saga es el juicio al que fue sometido Zuma, que una y otra vez rechazó el dictamen de la Comisión investigadora. En el momento en que fue condenado en rebeldía a 15 meses de prisión, su facción lanzó las acciones que dejaron esos cientos de muertos, bloqueos de rutas, escuelas y hospitales arrasados y daños calculados en más de 1000 millones de dólares.
El presidente habló de ‘insurrección’. El ministro de Defensa de ‘contrarrevolución’.
¿RUPTURA HISTÓRICA O LA MISMA BANDA DE GANGSTERS?
Escriben Mandy Moussouris y Shawn Hattingh
Todo lo que Sudáfrica es en el presente se basa en lo que fuimos y de dónde venimos. Lo mismo puede decirse, naturalmente, de otros países. Cualquier análisis tiene que mirar hacia atrás para poder comenzar a comprender los últimos acontecimientos. Esto es lo que hace que los análisis sean intrínsecamente complejos y, a menudo, debamos hacer simplificaciones, buscar patrones y analizar situaciones enfocados en dónde se encuentra el nodo central del poder.
El análisis de lo ocurrido en las provincias de Kwa-Zulu Natal y Gauteng no puede hacerse sin hurgar en ello. Y si bien resulta imposible retratar cada uno de los aspectos de la complejidad de Sudáfrica, es innegable el vínculo entre la avalancha de saqueos a gran escala que hubo en el país y dos evidentes conflictos al interior de la clase dominante sudafricana. Ahora bien, la tentación de afirmar que los saqueos fueron un ejercicio del poder de la clase trabajadora es malinterpretar por completo los poderes en juego, y dónde está el lugar del poder en este momento de la historia.
Transcurridas ya varias décadas del fin oficial del sistema del apartheid, hay un consenso en que la transición a la democracia que encabezó Nelson Mandela fue poco entusiasmante, porque terminó creando una sociedad igualitaria y democrática solo en el papel. No hubo una transferencia real de poder o de la riqueza económica de los privilegiados bajo el apartheid hacia las mayorías, con la excepción de unos pocos miembros de la élite política. Ahí se trazó un pacto entre quienes podían lograr el caudal de votos para controlar el Estado y quienes tenían el control de la economía. El resultado fue una clase política patrocinada por los super ricos, e individuos estratégicamente enriquecidos, que actuaban como el nuevo rostro de la Sudáfrica post-apartheid.
Desde las elecciones de 1994, que sellaron formalmente el fin del gobierno racista, la lucha por el control de este poder (y por poder nos referimos al control del estado y la economía) ha sido el sello distintivo de la política en el país.
La estructura del sistema económico y social nunca ha sido cuestionada. El Congreso Nacional Africano – ANC, el partido gobernante, ni siquiera en sus momentos más progresistas, ha cuestionado el sistema económico que sustenta nuestra sociedad extremadamente desigual. Lo que hubo y sigue siendo un tema de controversia, es qué sector de la elite controla el sistema.
Lo vimos desde el principio: bajo Mandela, la política económica del Programa de Reconstrucción y Desarrollo (Reconstruction and Development Programme – RDP) se diseñó para defender los intereses de la élite capitalista. Esto se afianzó aún más con las políticas económicas de Thabo Mvuyelwa Mbeki, que lo sucedió a Mandela en 1998, y su Growth Employment and Redistribution (GEAR) o programa de Crecimiento del empleo y la redistribución.
Así fue, como recompensa por la lealtad mostrada por el partido del CNA al capital, que esos grandes patrones convirtieron a personas como Cyril Ramaphosa (actual presidente) y los de su calaña en millonarios de la noche a la mañana. De hecho la facción en el partido que ahora acompaña a Ramaphosa, está profundamente entrelazada con el establishment, que amasó sus fortunas con la mano de obra barata de los trabajadores negros, bajo el régimen del apartheid.
La victoria de Jacob Zuma en los comicios presidenciales de 2007 no mostró ningún cambio en las políticas económicas capitalistas que estaban en marcha: lo que cambió en Sudáfrica fue a quién la clase capitalista le estaba proporcionando patrocinio, y quién en el partido se beneficiaría de este patrocinio. Precisamente, la victoria de Ramaphosa en las elecciones de 2017 separó a la nueva élite gobernante, patrocinada por el poderoso grupo empresarial Gupta, que antes giraba en torno a Jacob Zuma. Y este es el nudo central de los eventos actuales. Es esta lucha por el poder, no el poder de la clase trabajadora, lo que ha impulsado los saqueos y protestas. Esa lucha ‘por arriba’ seguirá moldeando el futuro de Sudáfrica si hacemos de cuenta que la cosa pasa por otro lado o que los saqueos realmente cambiaron algo.
Los saqueos a grandes tiendas, pero también de pequeños negocios en lugares como Alexandra, luego de la agitación inicial instigada por la facción de Zuma, debe verse como una representación de los intentos de personas desesperadas que aprovechan la oportunidad, y no un ejercicio del poder de la clase trabajadora, capaz de dar forma a un nuevo futuro. Los impulsores de los acontecimientos de mediados de julio fueron, parafraseando a Marx, los hermanos en guerra de la clase dominante, y cada facción estaba y está compitiendo por sacar provecho de ella y por el control del estado y la economía: los sectores de la clase trabajadora (trabajadores y desempleados) que tomaron bienes estaban en su mayoría desesperados, en la mayoría de los casos hambrientos, pero actuando en interés individual.
Y lo hicieron porque se presentó una pequeña ventana de oportunidad para tomar bienes frente a la pobreza. Sin embargo, sobre ellos recaerán las penalidades de un juego que están disputando las dos facciones de la clase dominante.
De hecho, es innegable que la facción Zuma desencadenó los acontecimientos.
Esta facción tiene dos bastiones territoriales de simpatizantes: alrededor de los albergues de migrantes, que solían estar vinculados al Partido de la Libertad Inkhata (en Gauteng, uno de los lugares saqueados) y que ahora están alineados con Zuma, y áreas en KwaZulu-Natal.
Además de esas fortalezas, y lo que es más importante por cómo se desarrollaron los acontecimientos, algunos líderes de ese sector del CNA han estado o todavía ostentan altos cargos en el Estado, incluidas las estructuras de Inteligencia. Estos líderes probablemente sabían que al encender la chispa luego seguirían los disturbios, y se propagarían.
Tenían en sus manos los informes desarrollados recientemente dentro de la Agencia de Seguridad del Estado (State Security Agency – SSA), que argumentan que los disturbios generalizados podrían estallar fácilmente debido a la pobreza masiva que existe en ciertas áreas de Gauteng.
Faltaba una chispa. Por lo tanto, es esta facción de la clase dominante y sus partidarios la que se movilizó para iniciar los eventos y trataron de extender los eventos lo más posible para presionar a sus rivales en la élite; ciertamente, miles de personas se involucraron en el disturbios y saqueos generalizados, pero nunca fueron los impulsores políticos de la misma, que fueron organizadas por la facción de Zuma.
También fueron éstos quienes se aprovecharon de la desesperación de las masas en las calles para luego atacar la infraestructura de manera sistemática, como torres de telefonía celular, infraestructura de agua y tuberías de combustible a granel. En un caso, se robaron 1,5 millones de cartuchos de municiones. Sea quien fuere que lo robó estaba bien organizado y tenía que tener un conocimiento amplio de dónde y cómo se almacenaban estas municiones: en ningún caso esto puede ser un acto de saqueo de personas hambreadas y empobrecidas que salen a la calle.
Pasar por alto el papel que jugó la facción Zuma en todos esos sucesos, teniendo en cuenta que los desesperados se apropiaron de bienes y alimentos pero no por respaldo al ex presidente Jacob Zuma, es un error fundamental.
Por eso mismo, pensar que cualquier cosa que sucedió a mediados de julio fue que la clase trabajadora ejercía algún tipo de poder es, en el mejor de los casos, una ilusión.
LA INTERPRETACIÓN DE LOS HECHOS SEGÚN LA IZQUIERDA
A pesar de lo expuesto, hay algunos comentaristas de izquierda que sostienen que la agitación que hemos presenciado señala el final de la historia posterior al apartheid, definida por las batallas entre las clases dominantes. En esencia, sostienen que los hechos de mediados de julio fueron una ruptura histórica, y que los disturbios por los alimentos señalan que sectores de la clase trabajadora están tomando su lugar como moldeadores y creadores de la historia.
El problema con esta posición, si fuera cierta, es que haría falta que un sector significativo de la clase trabajadora tuviera una visión y una praxis colectiva que contrarreste las visiones, ideas y dominio de la clase dominante actual. En efecto, cuando la clase obrera comienza a dar forma a la historia, y donde ha habido momentos de verdadera ruptura, nunca ha sido un proyecto individual, sino más bien definido por una visión y una cultura colectiva, que contrarresta explícitamente la hegemonía de las ideologías que emanan de la clase hegemónica. Lo que presenciamos a mediados de julio no fue eso, fue algo muy diferente.
Lo que de hecho vimos fue un sector (una minoría) de una clase trabajadora desesperada que se ha fragmentado, debilitado y dañado por las ideologías impulsadas por la clase dominante. ¿Acaso no estamos todos adoctrinados y dañados por las ideas que define el capitalismo, por los estados nacionales y el nacionalismo? El saqueo y las reacciones reflejan eso. Pero, aclaremos, esto no significa negar que el pueblo de Sudáfrica y los involucrados en los eventos de mediados de julio no estén enojados; está claro que la gente está extremadamente enojada con la pobreza en la que viven, el desempleo que alcanza niveles intolerables, el hambre que padecen, el racismo cotidiano al que son sometidos, el sexismo y la violencia que enfrentan, y los trabajos de mierda que consiguen. Pero la ira e incluso los disturbios, sin una ideología contraria, no conduce a rupturas históricas, nunca lo ha hecho y nunca lo hará.
El capitalismo no es meramente un sistema económico, es una cultura y un sistema de valores y todos estamos inculcados de esa manera desde que nacemos, incluidos quienes se involucraron en los saqueos sin tener vinculación alguna con la operación armada por la facción de Zuma.
El capital promueve valores y prácticas que forman los peores aspectos de la naturaleza humana: el individualismo, el egocentrismo y la competencia rabiosa.
No es casualidad que entre los directores ejecutivos de las principales corporaciones, estadísticamente, uno de cada cinco son psicópatas. Pero no solo la élite se ve afectada. Con un desempleo cercano al 43%, la competencia por sobrevivir entre trabajadores y desempleados también es intensa. Esta competencia e individualismo, hijos naturales del capitalismo, a pesar de algunas instancias de solidaridad, definieron el saqueo de mediados de julio: la gente irrumpió en las tiendas en masa, y se llevaron los bienes de forma individual, para satisfacer las necesidades individuales. La competencia incluso existió hasta el punto que decenas de personas murieron en la estampida por tomar bienes y, en algunos casos, en peleas por bienes.
Por cierto, algunos desde la izquierda han destacado que el saqueo de productos de las grandes cadenas corporativas implican un anticapitalismo orgánico, lo que se pasa por alto es que también fueron saqueadas pequeñas tiendas, comerciantes, mezquitas, estaciones de radio comunitarias e incluso un local de la asociación de donantes de sangre.
De hecho, en las áreas de Alexandra que fueron saqueadas había pocas cadenas de tiendas corporativas. Creemos que lejos de ser actos de anticapitalismo orgánico generalizado, la toma de bienes por parte de los pobres representaba en el mejor de los casos la desesperación debida a la privación, pero seamos honestos: la privación y los actos desesperados no son necesaria e inherentemente anticapitalistas, y no debe olvidarse que los organizadores de esos acontecimientos fueron la facción de la clase dominante que está en torno a Zuma.
Si bien la sociedad se ha vuelto cada vez más individualista, todavía existe un deseo innato dentro de la psique humana de un sentido de pertenencia, y lo que ha surgido para llenar ese vacío son formas de nacionalismos que sirven a los intereses de la clase dominante. En momentos de verdaderas rupturas históricas, ya sean las revueltas de principios de la década de 1900 en los Estados Unidos lideradas por los Trabajadores Industriales del Mundo (la IWW), o la lucha contra el apartheid de finales de la década de 1970 y principios de la de 1980 encabezada por la Federación de Sindicatos Sudafricanos, o la Revolución Rusa, o la Revolución Española, en todas ellas, sectores importantes de la clase trabajadora tenían una cultura propia. Una cultura forjada en la lucha durante generaciones, que le dio a las personas un sentido progresivo de pertenencia a algo más grande que ellos mismos que no era el nacionalismo y que les proporcionó una visión de un mundo esencialmente diferente.
Desde 1994, esa cultura de la clase trabajadora sudafricana que se había construido a través de generaciones de lucha, fue desmantelada por el partido Congreso Nacional Africano, como parte de su entronización de élite, definido por el hecho de que al gran capital en el poder se le permitiera mantener su riqueza y a la élite del CNA se le entregaba, a cambio, el poder estatal. Para que ese trato funcionara, había que quebrar la conciencia de la clase trabajadora, su manifiesta cultura política y sus organizaciones. Tristemente, ese rol lo llevó adelante el Congreso Nacional Africano de Mandela junto con el capital, y se promovió el individualismo, la reestructuración del mundo del trabajo, se valorizó la competencia y demonizaron la organización de los trabajadores. Al mismo tiempo que se fracturó la organización de los trabajadores, los sectores de la clase dominante reavivaron aspectos del etnonacionalismo y el nacionalismo racial, instrumentalizado para sus propios intereses
Mirando a través de la historia, ¿Qué novedad tiene decir que en tiempos de crisis, y cuando la conciencia y la cultura de la clase trabajadora son débiles, las personas que están desesperadas a veces recurren a ideas de derecha y diversas formas de nacionalismo en busca de un sentido de estabilidad o pertenencia? Ninguna, pero hay que reiterarlo porque el establishment tiene una vasta experiencia en explotar ese recurso.
La facción de Zuma en el CNA le ofreció a personas alienadas y marginadas, particularmente entre los sectores de la población de KwaZulu-Natal, una forma autoritaria de nacionalismo. Este nacionalismo fue tomado del Partido de la Libertad Inhkatha (Inhkatha Freedom Party) cuando sus cuadros se incorporaron al partido del Congreso Nacional Africano en 1994 y se adaptaron a los objetivos de la facción interna comandada por Zuma.
Esto les dio a algunos un sentido de pertenencia, aun cuando esa pertenencia tuviera la deformidad de percibir a cualquier ‘otro’ como hostil. Esta es la razón por la que el etnonacionalismo de Zuma es atractivo para algunos, ya que proporciona un ‘hogar’, aunque muy disfuncional, y así es como podría usarse para desencadenar los saqueos, que si bien fueron en un comienzo a pequeña escala, esto también explica por qué tuvieron límites territoriales específicos: esto solo puede suceder porque dejó de existir una política progresista al interior de la clase trabajadora.
La movilización defensiva contra el saqueo, en zonas que antes eran áreas blancas e indias segregadas, floreció por la identidad racial subyacente en la sociedad, y fue indudablemente impulsada por una larga historia de ideas de derecha promovidas por el apartheid.
Pronto surgieron centurias armadas para proteger la propiedad, y sin duda muchos de los involucrados, debido a años de adoctrinamiento, pensaron que el espectro del swart gevaar (el ‘peligro negro’, similar el uso de ‘el peligro rojo’ para los nazis, el franquismo español y el macartismo), y el día del juicio final había llegado.
En particular, los grupos de autodefensas de las zonas suburbanas de KwaZulu-Natal demostraron a las claras el racismo interno en el que habían sido adoctrinados por décadas bajo el apartheid, al impedir que otras personas no-blancas, que claramente no formaban parte del saqueo, entraran en ‘sus’ áreas, o incluso que mataran gente. Lo mismo podría decirse de áreas con población predominantemente india, donde un sector que podría estar conectado con el gangesterismo, formaron grupos parapoliciales. Lo dicho: ante la ausencia de una cultura propia de la clase trabajadora, los sucesos de julio fueron la manifestación de identidades raciales e ideologías de derecha, marcadas por un individualismo rampante.
Sin embargo, la facción que rodea al actual presidente, Ramaphosa, también echó mano del nacionalismo en esta crisis, pero con otro objetivo: reflotar el discurso de negar las diferencias de clase. Frente a los saqueos, repetir aquello de ‘todos somos sudafricanos y estamos juntos en esto a pesar de la clase’. Ese ha sido un grito de guerra de esta facción y sus aliados capitalistas, a pesar de que simultáneamente promueven el individualismo cuando les conviene. De este modo, la facción de Ramaphosa utilizó una forma de nacionalismo «suave» para tratar de garantizar que no se ponga en cuestión el statu quo a una escala generalizada y que no haya un verdadero despertar de la conciencia de clase entre la clase trabajadora. ¡Y en gran medida funcionó! Por eso es que algunos trabajadores defendieron la propiedad de sus patrones.
Irónicamente, otro rasgo revelador de cuán profundamente adoctrinados estamos podría ser lo que parte de la izquierda y algunos progresismos liberales ven como una esperanza…que todo esto finalmente llevaría al Estado a ayudar seriamente a los más pobres. ¿Por qué irónicamente? Pues se ha vuelto completamente inimaginable, para la mayoría de la gente, que la sociedad pueda organizarse sin el Estado y sin gobernantes. Sin embargo, los estados son construcciones nuevas en términos históricos.
Durante la larga historia de los humanos modernos, 200.000 años, la sociedad se organizó sin estados. Los estados solo surgieron hace 5.000 años y no fue hasta la década de 1950 que todos los territorios del mundo quedaron bajo el control de los estados. De hecho, los estados solo surgieron cuando surgió la dominación de clase por parte de las élites, y su propósito desde ese día hasta ahora fue y es proteger los intereses de la clase dominante. Esto se hace a través de la ideología y cuando eso falla, la consabida violencia organizada en términos de la policía y el ejército.
Por supuesto, los Estados brindan algunos servicios esenciales, pero la realidad es que solo en el siglo XIX y principios del XX se vieron obligados a hacerlo en un período de agitación revolucionaria sin precedentes impulsada por sectores importantes de la clase trabajadora que habían construido una conciencia, y una contracultura. Hemos perdido de vista el hecho de que los estados no gobiernan en interés de la clase trabajadora y, debido a su estructura jerárquica, nunca lo harán. Este adoctrinamiento ha llevado a la mayoría de la gente a tener la esperanza equivocada de que el mismo Estado que ha desempeñado un papel importante en llevar a la gente a la mayor pobreza en Sudáfrica, pueda ser, acaso, la solución.
Ese mito debería haberse destrozado cuando el Estado se movilizó despiadadamente para rastrillar hogares y reclamar los bienes saqueados (e incluso otros bienes que ni siquiera fueron saqueados) con el fin de destruirlos y mantener altos los precios del mercado; sin embargo, debido al adoctrinamiento, el mito que endiosa al Estado no cesará hasta que la clase trabajadora comience a construir su propia contracultura ideológica.
La forma en que se desarrollaron los acontecimientos de julio en Sudáfrica, iniciados por los intereses de una facción específica de la clase dominante, impulsados por el nacionalismo étnico y definida por la gente que saqueaba con fines individuales -muchos de ellos por desesperación-, no puede verse como una ruptura histórica socialista.
Más bien debería leerse como un llamado de atención para intentar reconstruir un movimiento basado abiertamente en la conciencia de clase, que tenga una nueva visión de un futuro más allá del capitalismo y del estado-nación, y que apunte a construir una contra-cultura de la propia clase trabajadora, definida por un sistema de creencias y una praxis diaria que contrarreste las ideologías fomentadas desde arriba por la clase dominante: el individualismo, la competencia y, al mismo tiempo, identidades colectivas deformadas que sirven a los intereses de los políticos ricos.
Hacerlo requerirá traer a un primer plano los aspectos más progresistas de la naturaleza humana, y elaborar esa contra-cultura definida por valores y prácticas como la democracia directa, la responsabilidad, la ayuda mutua, la solidaridad y el amor.
Si se avanza en esa dirección, y si las luchas pueden crecer y profundizarse conscientemente, entonces sí se abriría la posibilidad de una ruptura real. En ese punto, en vez del saqueo individual que inicialmente fue capitalizado por una facción de la clase dominante para sus propios intereses, podría haber una movilización colectiva hacia la colectivización de los medios de producción, la distribución democrática de bienes basada en la necesidad, el fin de la economía privada y de la propiedad estatal.
La reintroducción de los bienes comunes y la creación de un sistema verdaderamente democrático basado en la democracia directa, que no es un estado-nación.
Mandy Moussouris es una anarquista, comenzó su militancia como activista anti-apartheid y sindical. Su rol actual está en los movimientos de justicia ambiental
Shawn Hatting trabaja como Investigador y profesor del International Labour Research and Information Group (ILRIG) en Sudáfrica. Su influencia política es el Confederacionismo democrático.