Los Estados Unidos, autoproclamados ‘el faro de la democracia’, financiaron el islamismo radical para derrotar a los ocupantes soviéticos en Afganistán.
Y para justificar el financiamiento del terror islámico, uno de los más importantes intelectuales del imperio americano, Zbignew Brzezinski, declaró: “¿Qué es más importante para la historia mundial? ¿Los talibanes o la caída del imperio soviético? ¿Unos islamistas un poco exaltados de más o la liberación de Europa central y el fin de la guerra fría?” Y bien, la Unión Soviética desapareció. Pero esos ‘islamistas exaltados’ terminaron por provocar el colapso de la credibilidad norteamericana, a tal punto que podemos decir que es Occidente el que desaparece ahora, aunque tal vez su desaparición no ocurrirá con la misma tranquilidad que lo hizo la URSS.
Este breve razonamiento del filósofo Franco ‘Bifo’ Berardi contiene una de las claves del análisis sobre Afganistán, y sobre Asia Central. Bifo no lo dice, pero Zbignew Brzezinski era el asesor de Seguridad de James Carter, y fue el creador de Al Qaeda.
El vendaval de los hechos en Afganistán presentó la siguiente escena. Tres periodistas se preguntaban, con humildad y digno desconocimiento, con qué países limita Afganistán, y más precisamente qué es Asia Central. Porque todo termina en ‘tan‘, y la distancia que marca Occidente cuando construye a Oriente según sus parámetros, hace que los fuegos artificiales de Nueva Zelanda o Australia en la noche del 31 de diciembre queden cerca, pero esta región o el Cáucaso, no puedan señalarse en el mapa.
Ahí está el mapa. Turquía e Israel, en noviembre de 2020, protagonistas una vez más del asedio a Armenia, enviando tropas, drones y armas para apoyar a Azerbaiyán. Chechenia militarizada por Rusia. Irak invadido por Estados Unidos y sus aliados en 2003 buscando arsenales de armas químicas que no existían. Pakistán donde supuestamente se alojaba Bin Laden, quien supuestamente fue muerto cuando Barack Obama dijo. Kazajstán con su inmenso territorio que produce trigo, es tapón entre Rusia y China, y aloja la base espacial de la ex URSS. Turkmenistán paladeando el mar Caspio con una de las tres mayores reservas de gas del mundo. Y por supuesto, Irán y su vecino Afganistán.
Un mes después de la catástrofe de las Torres Gemelas, Juan Gelman escribió bajo el título Rutas:
“¿De qué habla Bush cuando, en nombre de la lucha contra el Mal, bombardea Afganistán? ¿Por el bien de quiénes? Tanto la familia Bush como el vicepresidente Richard Cheney están vinculados -con no poca intimidad- a la industria petrolera estadounidense. La Oficina de Información sobre Energía del gobierno de Estados Unidos publicó en diciembre de 2000 un boletín en el que señalaba: ‘la importancia de Afganistán desde el punto de vista energético deriva de su posición geográfica como ruta de tránsito posible para las exportaciones de petróleo y gas natural de Asia Central hasta el mar Arábigo‘.
Esa posibilidad entraña la ya propuesta construcción de oleoductos y gasoductos que atraviesen territorio afgano y que, en relación al Golfo Pérsico, acorten distancias para abastecer a Japón y otros mercados del sudeste asiático. Los energéticos provendrían de la cuenca del mar Caspio -tal vez, la tercera reserva de petróleo más grande del mundo, que además cuenta con enormes depósitos de gas natural-, pero no sólo: se estima que el desierto de Karakum en el vecino Turkmenistán cobija la tercera reserva en importancia de gas natural del planeta y muchísimo petróleo. Robert Todor, vicepresidente de la empresa Unolocal, cabeza de un consorcio internacional que proyecta construir el oleoducto de Asia Central con pasaje por territorio afgano, afirma que la instalación es fundamental para la estrategia estadounidense.
Esto tiene indispensables connotaciones militares, como Michael Klare, autor de Resource Wars, aclaró perfectamente a Radio Europa Libre: ‘Nosotros (EE.UU) estimamos que el petróleo es un tema de seguridad y debemos protegerlo con todos los medios necesarios, sin tomar en cuenta otras consideraciones, otros valores‘. Por ejemplo, los civiles afganos que todavía se atreven a morir cuando Estados Unidos y Gran Bretaña bombardean, esas ‘bajas ridículas’, que dijera el Pentágono.
Washington necesita un gobierno afgano dócil y sumiso para que el tal oleoducto sea, y también el aniquilamiento de todo aquel por cuya cabeza puediera pasar la peregrina idea de dinamitarlo. El Departamento de Estado condena por rutina el terrorismo islámico en Chechenia, por donde pasa el oleoducto más importante de Rusia, pero los beneficiarios potenciales de ese terrorismo son los monopolios petroleros anglo-estadounidenses, empeñados en arrebatarle a Rusia el control de la región del Caspio.
Es probable que se asista al reordenamiento de las rutas del narcotráfico en Asia, cuya historia está muy relacionada con las operaciones encubiertas de la CIA en la región.
En julio de 2000 el Mullah Omar prohibió, por razones religiosas, el cultivo de la amapola para opio en Afganistán, que fue virtualmente erradicado en las zonas bajo dominio talibán. El propio Colin Powell (titular del Pentágono) reconoció ese hecho al autorizar en mayo de este año el envío a Kabul de 43 millones de dólares para atenuar la pérdida de ingresos de los campesinos afganos. Curiosamente -o no- desde hace más de un año compañías de propiedad de la CIA o contratadas por la CIA como Southern Air, Evergreen y otras, están sentando sus reales en Tashkent, capital de la ex república soviética de Uzbekistán (NdeR: que se proclamó independiente en septiembre de 1991). Es notorio que la CIA contrabandeó heroina en los ’60 y ’70 para financiar operaciones clandestinas en Laos, Camboya, Vietnam y Tailandia. Lo mismo ocurrió en el caso Irán-Contras (recordar a Reagan y Oliver North). Que la CIA llegue a dominar el narcotráfico en la región no carece de importancia para el capital financiero. Se calcula que unos 300 mil millones de dólares -algo así como el 60% del producto del narcotráfico mundial, en efectivo y lavadito-, confluyen cada año en Wall Street.
¿De qué habla Bush cuando, en nombre de la lucha contra el Mal, bombardea Afganistán? ¿Por el bien de quiénes?”.
Casi todo lo que pasaba y pasa en Afganistán cuando aparecieron los talibanes y hoy, está surcado por esa compacta explicación de Juan Gelman, poeta, escritor y periodista. Octubre 2001.
El bombardeo a Afganistán tenía el objetivo (dixit) de perseguir a Al-Qaeda y a sus protectores o socios, los talibanes.
El bombardeo comenzó el 7 de octubre de 2001, y las ‘fuerzas especiales’ llegaron el 19 de ese mes y en noviembre, lo que marcó una derrota en cascada de los talibán, que fueron abandonando una ciudad tras otra. Sus líderes buscaron refugio en Pakistán, pero también en torno a la ciudad de Kandahar…y se esfumaron entre la población.
Llamativamente, el Secretario de Defensa de Bush, Donald Rumsfeld, envió un breve memorando a los más altos mandos unos meses después del envío de las fuerzas especiales. El 17 de abril de 2002 (documento desclasificado en agosto de 2021), ya entreveía que la permanencia en Afganistán iba a convertir la operación limpieza de Estados Unidos en otro pantano similar al que vivió el ejército soviético. “Sé que soy un poco impaciente”, escribió. “Nunca podremos retirar nuestras tropas a menos que logremos la estabilidad necesaria que nos permita irnos. Help!”, concluyó.
Esa visión la reforzó en agosto de 2002. Le escribió al presidente George Bush y le dijo “el problema crítico en Afganistán no es de seguridad, sino más bien al lento avance que se está logrando en el tema civil. Más tropas sería peor. No podemos correr el riesgo de terminar siendo tan odiados como los soviéticos”.
Los documentos desclasificados a pedido del National Security Archive -NSA dan cuenta de que en 2005 el embajador norteamericano estaba escandalizado por el fluir de dinero de la CIA y la corrupción en todos los niveles de gobierno afgano. El medio hermano del presidente Hamid Karzai y varios gobernadores cobraban el sueldo directamente de la CIA.
Sin embargo, como bien observa Mahmood Mamdani, esas ‘nuevas ideas’ de armar e impulsar al islamismo radical de derecha habían sido cuidadosamente desplegadas por Ronald Reagan en los años ’80.
Afima Mamdani que la CIA, en alianza con la inteligencia paquistaní, proveyó dinero, armas, inteligencia y entrenamiento a los mujaidines, los combatientes islámicos en Afganistán, con el apoyo de los servicios de inteligencia de Israel, Arabia Saudita y Gran Bretaña.
Fueron ellos quienes reclutaron más de 100.000 militantes extranjeros y los entrenaron para su objetivo (expulsar a la URSS de Afganistán). Entre esos reclutados estuvo Osama bin Laden, quien en 1986 trabajaba directamente con la CIA. Un año después, la ayuda clandestina de Norteamérica a los mujaidines acumuló 660 millones de dólares. Y esa guerra se sostenía, además, con el narcotráfico de la heroína, un negocio organizado y centralizado por la CIA. Un libro demoledor que publicó Mamdani en 2004 bajo el título Good Muslim, Bad Muslim: America, the Cold War, and the Roots of Terror.
Esos mujaidines que luchaban su guerra santa, la Yihad, y que en 1989 infringieron la primera derrota que tuvo un ejército soviético, ocuparon en poco tiempo la presidencia del país. La experiencia de gobierno del Partido Democrático del Pueblo duró de 1978 a 1992. Las imágenes de mujeres en la capital, Kabul, estudiando a la par de los hombres y moviéndose con libertad, responden a ese período. Es relevante tener siempre como un elemento de análisis la complejidad tribal-étnica y la geografía de ese país, que por históricas razones parece negarse a constituir y sostener un estado centralizado, y de ahí que sería un grueso error, también, generalizar las imágenes de esas muchachas como las de todo el país.
No obstante, sobran pruebas de que EE.UU intensificó la guerra civil, con su apoyo a los sectores más reaccionarios, que iban a constituir Al Qaeda, los Taliban, y otras facciones islámicas radicales.
Apenas 7 años después de la retirada que ordenó Gorbachov, en 1996, cayó el lider mujaidín Burhanuddin Rabban, uno de los héroes de la victoria frente a los soviéticos. Los talibanes, un movimiento de estudiantes coránicos ortodoxos, nacido en 1994 en las madrasas de Pakistán, buscaban imponer la Sharía -la ley coránica- como ley rectora de los destinos de Afganistán. Sus padres fundadores fueron Mullah Mohammad Omar, Mullah Mohammad Rabbani, Maulawi Wakil Mutawakil y Mullah Abdul Jalil. Todos de la etnia pashtun. Precisamente en pashtun, talibán significa ‘estudiante’. Las otras etnias de los talibanes en el territorio son uzbecos, tajikos y hazara.
Todo cambió o pareció cambiar tras el 11S. ¿Qué pasó en ese proceso en el cual los dos bastiones pro-norteamericanos en la región, Arabia Saudita y Pakistán, que armaron y financiaron a Al Qaeda perdieron el control de su criatura?
Bush estaba convencido de que Bin Laden y los líderes de Al Qaeda estaban refugiados en algún lugar de Afganistán, protegido por los talibanes, y más precisamente por el Mullah Mohamed Omar. El ataque y una estadía de 20 años estaba a la vuelta de la esquina.
El historiador Gabriel Kolko sostiene que el aparato militar-industrial, al mutar las hipótesis de conflicto de la segunda posguerra mundial, olieron sangre y negocios duraderos.
Decenas de miles de heridos, millones de refugiados (aquí abajo el link para ver la cruda película documental “En este mundo”, premiada en varios festivales y ganadora del Oso de Oro en Berlín) y 71 mil muertos afganos son resultado de los contratos descomunales de los proveedores del Pentágono como Boeing, Raytheon y Lockheed Martin.
La guerra en Afganistán (¿contra Afganistán?) costó 2 billones 300 mil millones de dólares. Además, claro, de 2500 militares y 3846 no-militares norteamericanos muertos, y más de 20.000 heridos.
Cada uno de los objetivos de guerra que se trazó Estados Unidos en las últimas décadas, fracasó.
En 2003, como dijimos, inició una guerra no declarada contra Irak, que instaló masivamente sus tropas durante casi 10 años. Y en 2011, casi en simultáneo, Libia voló por el aire. Ni Afganistán, ni Irak ni Libia terminaron teniendo democracias al estilo occidental, ni gobierno estables favorables a los intereses de Washington.
En el tablero de esa enorme región donde aparecen los nombres de Rusia, China, India e Irán, el ‘gasto’ en Afganistán y Pakistán parece menor. Sin esos dos territorios y los monstruos armados que crearon, el Pentágono perdería su brazo centro-asiático más relevante.
El especialista en Afganistán, Pierre Centlivres, del Instituto de Etnología de Neuchâtel, Suiza, explica que Pakistán en todo momento apoyó a los talibanes, y en su afán de distanciar a Afganistán de la India, el gobierno de Islamabad abrió varios consulados y puso en marcha diversos programas en territorio afgano. “Pakistán es quien tiene la llave de la situación: controla las rutas entre Kabul y puertos como el de Karachi, por donde pasan la mayor parte de los negocios afganos que no circulan hacia Irán”.
Hace más de seis siglos, Amir Timur -conocido en Occidente como Tamerlán- derrotó a los invasores mongoles y avanzó con su propio imperio. La dinastía de los timúridas, iba a contar de un lado o del otro de los bandos en disputa, con los guerreros afganos que ya en aquel momento se decían indomables.
Timur nació en lo que hoy es Uzbekistán, y sus descendientes en varias ciudades de esa nación, y de Afganistán. De hecho, uno de sus herederos, Babur, impuso en todo el norte de la India la dinastía timúrida y llevó la arquitectura esplendorosa de Samarkanda a India, que tiene uno de sus ejemplos más conocidos, el Taj Mahal.
Volver al mapa y ver en detalle esa zona de tránsito de ida y vuelta, puede explicar por qué entre los islámicos yijadistas y talibanes aparecen las etnias uzbecas y tajikas.
Las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, como Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, temen la influencia de los grupos islamistas. El profesor suizo Pierre Centlivres, sostiene que el vecino Irán ayudó a los talibanes pero solo para debilitar los intereses norteamericanos, pero subraya que buscará impedir una masiva migración afgana a su territorio, además de la barrera que significa el Islam sunita que practican los talibanes, y el chiismo de Teherán.
Para neutralizar el peligro que podría representar para Uzbekistán y Tajikistán, vecinos afganos, ambos países mantienen activas sus fuerzas armadas; además están las bases de la Federación Rusa en Tajikistán y Kyrgystán, y las de mayor envergadura en Kazajstán. La coordinación militar entre los cuatro países quedó asentado en el Tratado de Seguridad CSTO (Collective Security Treaty Organization), y además Rusia selló un convenio bilateral con Uzbekistán, que no forma parte de la Organización.
LAS RIQUEZAS DE AFGANISTÁN
Vijay Prashad escribió en Globetrotter que el drenaje por corrupción de los gobiernos que puso Washington en Afganistán ha sido significativo. En un informe de 2016 del Inspector General Especial para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) del gobierno de EE.UU, se sostiene que el SIGAR creó una galería de codicia en la que están en una misma fila los contratistas estadounidenses que desviaron el dinero de la ayuda y el gobierno afgano, lo que terminó fortaleciendo el apoyo popular a la insurgencia y canalizando recursos materiales hacia los grupos insurgentes.
«La corrupción en la cúspide del gobierno agotó la moral de abajo. Estados Unidos puso sus esperanzas en el entrenamiento de 300.000 soldados del Ejército Nacional Afgano (ANA), gastando con ese propósito 88 mil millones de dólares. En 2019, una purga de «soldados fantasmas» en las listas, soldados que no existían, provocó la pérdida de 42.000 soldados, pero es probable que el número haya sido mayor; la escalada de deserciones es incontable. Eso también explica que la defensa de las capitales de provincia fuera débil y que Kabul cayera ante los talibanes casi sin luchar.”
Sin las tropas invasoras y la maná de Washington, ¿de qué vivirá Afganistán?
En 2010 geólogos y expertos norteamericanos estimaron que las reservas minerales del país (en particular litio, cobre, cobalto y tierras raras) tenían un valor superior a 900.000 millones de dólares. Ese valor, con el lugar que ocupa el litio en el negocio de producción de las baterías de los dispositivos móviles y autos eléctricos, ha trepado considerablemente. Según Deutsche Welle, un análisis más reciente, de 2017, estimó que esos minerales hoy valen 3 billones de dólares.
China, desde hace 30 años explota en Afganistán, a través de la enorme Metallurgical Corporation of China (MCC) una mina de cobre en la provincia de Logar. Tal vez por esta razón, y por el nuevo megaproyecto de la Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative – BRI) propuesto por Beijing, es que a fin de julio los talibanes se reunieron en China con el canciller Wang Yi.
El otro ‘recurso’ es el narcotráfico.
El periodista y escritor italiano Roberto Saviano (autor de Gomorra y experto en los negocios de las mafias) disparó un misil en un artículo que publicó el diario Corriere della Sera donde afirma que“en Afganistán no ha ganado el islamismo, ha ganado la heroína“, porque “la de Afganistán es una guerra del opio”. Aquí el link para ver y escuchar al propio Saviano:
Sostiene Saviano que se está ignorando una de las principales dinámicas del conflicto: más del 90% de la heroína mundial se produce en Afganistán. “Esto significa -dice- que los talibanes, junto con los narcos sudamericanos, son los narcotraficantes más poderosos del mundo. En otras palabras, en esta guerra, ganaron los mejores traficantes. El error es llamarlos milicianos islamistas: los talibanes son narcotraficantes”, insiste.
La definición ‘retroceso’ para juzgar los hechos en Afganistán presuponen que en los recientes 20 años de invasión norteamericana a ese país hubo ‘progreso’. En un planeta donde el multilateralismo va tomando espesor real, las palabras iniciales de Franco Berardi flotan temerarias: es Occidente el que desaparece ahora, aunque tal vez su desaparición no ocurrirá con la misma tranquilidad que lo hizo la URSS.
Este informe fue elaborado con información y fuentes propias del Colectivo Editorial Crisis, además de datos y análisis de: Washington Post, Foreign Affairs, Corriere de la Sera, El País Digital, Diario Universidad de Chile, Deutsche Welle, Globetrotter.media, National Service Archive, CounterPunch.org, Colectivo Loquesomos.org, www.newframe.org, military.com, y carnegie.ru
Las fotos de Paula Bronstein tienen derechos de autor, y no pueden reproducirse. F orman parte de su trabajo ‘Silent Victims’ y la presentación internacional de esa serie de documentos sobre la población civil afectada por la invasión pueden verse en detalle en el siguiente link:
http://www.paulaphoto.com/news-recognition/News–Paula-on-Silent-victims/