ARDE LONDRES

Hace 30 días, el 14 de junio, se incendió el edificio de viviendas Grenfell Tower en Londres.

Dejó 80 muertos, de los cuales 34 fueron identificados según Scotland Yard. La investigación para saber cómo y por qué se produjo la catástrofe ya está en marcha, y entre los posibles culpables están la negligencia y el abandono de funcionarios locales y nacionales.

Sin embargo, el fuego del Grenfell resonó mucho más allá de los límites barriales y no solamente por la catastrófica pérdida de vidas: simbolizó aquello que está podrido en el cuerpo político británico. Por un tiempo demasiado largo el país se ha definido por una grotesca inequidad y una cultura política que venera la desregulación, los recortes al mínimo en el gasto social, el achicamiento del Estado y el descontrol del libre mercado.

Grenfell simbolizó lo que está podrido en el cuerpo político británico.

Tal vez en ningún otro aspecto sea más evidente que en el modo en que habita la gente.  Desde el tatcherato de 1980, encontrar un techo ‘pagable’ fue intencionalmente frenado, aun cuando la población creció notablemente. Por ejemplo, entre 2004 y 2014 el stock de viviendas en Kensington y Chelsea creció apenas el 1%; solo dos comunas en todo Inglaterra tuvieron una performance de construcción de viviendas peor que esa. Tal como hace tiempo lo dijo el investigador social Richard Titmuss, servicios para los pobres devienen en pobres servicios.

Hong Kong, 2015. El modelo en su plenitud

Gran Bretaña, a 37 años de la instalación del thatcherismo, se enfrenta a futuros grandes riesgos. Se estima que hay 7 mil bomberos menos que hace cinco años, lo que conlleva que la demora en responder a los siniestros sea cada vez mayor, y que haya un 25% menos de visitas preventivas. También se redujo en 18.991 la cantidad de policías, de los cuales casi 1400 son portadores de armas, algo que ha sido criticado reiteradamente tras los ataques en Londres y Manchester.

El caso es que cuando la austeridad no amenaza la vida, baja la calidad de vida, con caminos sin reparar, residuos no retirados, y bibliotecas, centros infantiles y gimnasios cerrados.

Muchas de las personas que vivían en la torre eran primera o segunda generación de inmigrantes. Esos que fueron a Gran Bretaña buscando asilo de guerras devastadoras en Siria, Somalia, Sudán, Etiopía, imaginando una vida mejor.

Sin embargo, es indispensable dar un paso atrás para considerar cómo los grandes proyectos de vivienda social como Grenfell llegaron a construirse, y cómo hoy se están construyendo de manera diferente, sostiene Ian Volner, experto en temas urbanos.



* LE CORBUSIER. CASAS SÍ, REVOLUCIONES NO

“La historia de la vivienda social de gran altura después de la Segunda Guerra Mundial está llena de vueltas, y Grenfell, un bunker vertical sin inspiración construido en 1974, es un ejemplo más de ese modelo-patrón fastidioso. En varios proyectos de vivienda pública de posguerra en la ciudad de Nueva York, los nuevos inquilinos en los años 1940 y 1950 se sorprendieron al encontrar que sus departamentos carecían de accesorios básicos como puertas en los armarios y asientos de inodoro. En Manchester, Gran Bretaña, los famosos Crescent Hulme de principios de los años 70 fueron declarados no habitables apenas dos años después de su construcción. Posteriormente se convirtieron en la guarida favorita de bandas locales como Joy Division.

Pruitt-igoe en St. Louis; Cabrini Green en Chicago; Robin Hood Gardens en Londres…Grenfell no era lo peor (su arquitecto sostuvo hace poco que podría haber estado en pie «otros cien años»), pero la letanía de problemas persistentes que enfrentó a lo largo de los años está lejos de ser una excepción. Muchos de estos edificios eran malos desde el comienzo, aunque las razones son complejas y de ninguna manera exculpatorias de los infames administradores políticos de Grenfell», señala Volner.

Le Corbusier, defensor vehemente de su idea de urbanización, advirtió que había una disyuntiva entre arquitectura o revolución.

Cada uno a su manera, los monoblocs de viviendas sociales como el de Grenfell son ‘ahijados’ del arquitecto franco-suizo Le Corbusier, que desde los años 20 defendió una paisaje de torres relucientes. Le Corbusier, defensor vehemente de su idea de urbanización, advirtió que había una disyuntiva entre arquitectura o revolución, y que sólo grandes edificios de vivienda podían impedir que las masas, hartas, se alzaran para protestar contra sus condiciones de vida miserables. Era un buen punto, pero también reflejaba una realidad emergente: al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos estimaba que se necesitarían unos 5 millones de nuevas viviendas para albergar a los veteranos que regresaban.


En las ciudades más grandes de Norteamérica, el grave hacinamiento había dado lugar a la «cama caliente», en la que los trabajadores por turnos compartían una habitación individual a horas diferentes. La situación era apenas mejor en Gran Bretaña, en Francia y en otras partes de occidente, y la construcción básica con materiales producidos en serie y la aparente sofisticación tecnológica del modelo de Le Corbusier parecían la mejor (y única) vía para que los gobiernos evitaran el quiebre social total.

Las necesidades de la época determinaron que los edificios fueran más altos de lo que podía evaluarse en ese momento, en términos de duración, o que se podrían implementar mejoras en su diseño. Esto último fue especialmente desafortunado.

En Nueva York, el famoso planificador Robert Moses siempre entendió que los proyectos de viviendas de altura y con ladrillos vistos de la ciudad tenían una fecha de vencimiento: habían sido construidos con obsolescencia planificada, con la plena expectativa de que serían reemplazados después de un par de décadas, presumiblemente por edificios que reflejaran los aprendizajes de los proyectos que los precedieron.

En una era de audaces experimentos sociales, la vivienda pública de la posguerra, tanto en Estados Unidos como en el extranjero, fue la más audaz de todas, un intento de prevenir una masiva crisis de la vivienda y al mismo tiempo significó lanzar un globo de ensayo para un nuevo futuro urbano.

La apuesta, como sabemos, no dio resultado. La percepción de que los proyectos de vivienda social eran un desperdicio de dinero llevó, con el tiempo, a una reacción política, que excluyó la posibilidad de reemplazar esos edificios ‘con obsolencia programada’ en la proporción que se requería. En los Estados Unidos de América, la reacción tomó la forma de la moratoria Nixon, que frenó todo el gasto federal para nuevas viviendas públicas; en tanto, en Gran Bretaña, la ola thatcherista, no sólo bloqueó cualquier nueva construcción, sino que vendió muchos complejos de viviendas -con precios predatorios para muchos de sus inquilinos- mientras se dejaba con las ganas a otros que imperiosamente precisaban de un techo.

la reacción tomó la forma de la moratoria Nixon, que frenó todo el gasto federal para nuevas viviendas públicas

El final de este largo y tortuoso camino nos lleva a los restos de la torre de viviendas incendiada en North Kensington.

 

En Grenfell, no hubo ni voluntad política ni los fondos para evitar la catástrofe del 14 de junio. Se ignoraron una miríada de quejas de los inquilinos por falta de mantenimiento, y luego sobrevino la renovación realizada en 2012, con paneles de revestimiento compuesto que podrían haber acelerado la propagación del fuego.

 

Las torres son un testimonio del omnipresente desprecio gubernamental por la vivienda social que ha sido la norma desde la década de 1980.

La pregunta es si todo termina acá, porque Greenfell encaja a la perfección en la leyenda thatcheriana de las urbanizaciones como lugares de declive y muerte, y el fuego sigue prendiéndose en los paneles renovados del edificio. Y los defensores de estas urbanizaciones deberían, esta vez en serio, haber aprendido la lección: los Greenfells no pueden seguir siendo parte del menú de opciones.

También en esa lista, señalaba en 2016 Feargus O’Sullivan, van la serie de nuevos desarrollos asequibles en París, una ciudad que últimamente se ha comprometido a construir miles de unidades en los próximos años, no en la periferia, sino alrededor (e incluso encima) de los edificios, en el centro histórico. Precisamente en mayo de 2016 se estrenó un edificio de 113 viviendas en una cortada del 16mme Arrondissement, a 10 minutos a pie del Arco del Triunfo, y en junio de 2016 comenzó la construcción de 76 viviendas para jóvenes en el Espace Beaujon, un centro de artistas en la Rue du Faubourg Saint Honoré, famosa calle del exclusivo corazón de la moda francesa. A estas (de un total proyectado de 5 mil viviendas para 2020) se sumarán 376 departamentos en el viejo edificio del ministerio de Defensa, a metros de dos notables construcciones parisinas como son la Asamblea Nacional y el Musée D’Orsay, y en 2018 estarán habilitados departamentos sociales en el mismísima tienda Samaritaine. En gran medida invisibilizados, los proyectos de vivienda para los pobres urbanos ha comenzado a cambiar y por suerte, sin repetir los errores del pasado.

La culpa por el incidente debe repartirse principalmente sobre todo en los burócratas por el abandono de sus obligaciones, pero no hay que escatimarlas hacia los diseñadores de monoblocs

Se necesitan más. La tragedia de Grenfell sería aún peor si la imagen del edificio calcinado solo sirviera para reforzar el preconcepto de que las viviendas construidas por el Estado implican hormigonados antiguos y agrietados. La culpa por el incidente debe ser repartida apropiadamente, cayendo sobre todo en los burócratas por el abandono de sus obligaciones, pero no hay que escatimarlas hacia los diseñadores cuyos errores han perseguido el edificio durante tanto tiempo. Para esa generación de planificadores, debemos reservar un juicio incesantemente crítico, pero comprensivo, reconociendo en qué erraron con las viviendas sociales y comprometerlos a hacerlo bien en el futuro para aquellos que más lo necesitan, concluye Volner.


 

*VIVIR EN LOS MONOBLOCS

Lynsey Hanley, quien regularmente colabora con el diario londinense The Guardian y ha escrito Estates: An Intimate History (2007), no sólo es investigadora sino que además ha vivido en esas viviendas sociales y las conoce desde adentro. Tras el incendio de la torre el 14 de junio, Hanley hizo hincapié en que esta no es la primera vez que la capital inglesa ve colapsar una de estas torres, y que en 2011 se hizo una evaluación en la que se determinó que el 65% de las viviendas sociales construidas podían incendiarse sea por negligencia, por falta de mantenimiento o por incumplir las mínimas regulaciones anti-incendio.

A continuación, parte de sus comentarios a la periodista Yasmeen Serhan, de la revista The Atlantic, de EE.UU:

-Al finalizar la Primera Guerra Mundial en Gran Bretaña hubo un huracán de construcciones de viviendas sociales, lo que se llamaban council houses (casas estatales), impulsadas por el primer Ministro Lloyd George quien había prometido “casas para nuestros héroes”. Se construyeron entre 1 millón y 1,5 millón entre 1918 y la Segunda Guerra. Pero en 1945 había tantas viviendas destruidas por los bombardeos nazis, que cientos de miles de personas estaban en la calle. Y ahí fue que el ministro de Salud laborista Nye Bevan quien hizo construir 150 mil casas por año, de buena calidad, porque su credo era que el carnicero, el médico, el panadero, el vicario y el obrero fabril vivieran una identidad similar, todos en la misma cuadra, en una ‘mezcla adecuada’. También pensaba que era mejor que las casas fueran de alquiler y que nadie realmente deseara, se preocupara, por comprar una casa. En concreto, Bevan miraba positivamente la mixtura de los diferentes, y para eso hacían falta casas de calidad, de la misma calidad para todos. Casas con su pequeño jardín, el paradigma opuesto a Le Corbusier y su idea de torres de edificios.

-Cuando cayó el gobierno Laborista, sucumbió la idea de casas de calidad. Asumieron los conservadores, la dinámica pasó a ser el reparto de subsidios a los municipios para que construyan edificios de 6 pisos, y el resultado son los 4 mil edificios que hay por todo el país, hechos hasta los años ’70.

Lo que es común a todas esas torres de departamentos municipales es que se distinguen de inmediato de las construcciones privadas, asociadas en Gran Bretaña a una construcción sólida, de inspiración victoriana.

-Quienes viven en las torres de casas municipales están, de algún modo bien visible, circunscriptos por su hábitat, porque esas torres están sobre calles o avenidas muy transitadas, con polución, con sirenas policiales que pasan todo el tiempo. Hay innumerables historias de madres solas con sus hijos viviendo en los pisos más altos y que no bajan porque los ascensores no funcionan: una reafirmación de los efectos clasistas de vivir en este tipo de viviendas.

-Los ‘accidentes’ con las viviendas estatales tienen un largo camino. En 1968 un edificio del este de Londres conocido como Ronan Point sufrió una explosión de gas a dos meses de haber sido inaugurado, dejando 4 muertos. El arquitecto que hizo la pericia técnica, Sam Webb, concluyó que los subcontratistas privados que habían hecho la torre para el municipio no tenían la capacitación para manejar bloques prefabricados, ni para trabajar a la velocidad requerida…y todo lo hicieron ‘barato’. Aquí un histórico video documental sobre una tragedia en Londres, 1968

-En el caso del incendio en Grenfell, el revestimiento que se usó era inflamable y no debería haberse usado. Uno de los dramas de las torres es cuando se les repone el revestimiento porque entre el edificio y el nuevo revestimiento queda un espacio que permite que se expanda o contraiga por razones climáticas, pero técnicamente eso también implica que si comienza un incendio se desparrame por ese espacio porque va siendo chupado por cada hendija posible, y eso es lo que pasó en este caso. Algo similar ocurrió en 2009 con la torre Lakanal House donde murieron 6 personas. Estos edificios construidos a los apurones, con materiales de baja calidad y en estas condiciones de mantenimiento, son ‘trampas para ratas’.

Estos edificios construidos a los apurones, con materiales de baja calidad y en estas condiciones de mantenimiento, son ‘trampas para ratas’.

Sin embargo, como si fuera la crónica de una muerte anunciada, los vecinos venían pidiendo que el administrador asumiera los problemas de mantenimiento de estos departamentos municipales. Y al mismo tiempo, sucede algo penoso: los habitantes de esas viviendas, por las cuales pagan alquiler, temen que las comunas avancen en un proceso de gentrificación.

¿Qué quiere decir esto?

Que los edificios no son mantenidos y que las autoridades prefieren demolerlos. Esa gente es desplazada, no pueden vivir ni en la zona ni en el barrio donde tienen construida sus vidas, y cuando luego se construyen nuevas torres les dan el derecho nominal a volver a ‘su casa’ pero ya no pueden pagar esa renta porque las comunas pareciera que buscan echar ese tipo de vecinos, y para eso se elevan torres lujosas.

-Estoy convencida de que para la construcción de viviendas, en Gran Bretaña debería haber un Servicio Nacional de Vivienda, tal como oportunamente se creó el National Health Service. Y sostengo esto porque el techo es un componente absolutamente esencial de la salud pública: una vivienda segura y de calidad es el factor fundamental en la vida de las personas, y si se construyen porquerías, eso es imposible. Las casas de mala calidad enferman a la gente. Y las casas caras refuerzan la pobreza. Y no es que el mercado no pueda hacer casas buenas: puede. Inglaterra lo vivió al finalizar la Segunda Guerra. Claro, no había pasado el thatcherismo”.


 

9 DATOS PARA SABER QUÉ PASÓ EN LONDRES

  1. El incendio del 14 de junio comenzó por un cortocircuito en un departamento y desde allí se propagó el fuego a los 24 pisos porque los paneles de revestimiento exterior del edificio no son ignífugos.
  2. En el incendio murieron 80 personas y la primera Ministra del partido Conservador, Theresa May, informó el 28 de junio que más de 120 edificios distribuidos en 37 municipios de todo el país tienen riesgo potencial de incendiarse como la torre Grenfell.
  3. Cientos de residentes de edificios similares fueron trasladados a otros centros de alojamiento por razones de seguridad.
  4. En total hay 600 edificios que tienen ese mismo material de revestimiento el cual, según el Financial Times que consultó a los voceros de las aseguradoras, es aún menos recomendable para viviendas con mucha población.
  5. El revestimiento lo fabrica la empresa norteamericana Arconic, sucesora del gigante de la industria metalífera Alcoa, y según el Washington Post, lo está retirando de la venta para edificios altos, pero que si bien está autorizado en Gran Bretaña está prohibido en EE.UU. y en Europa continental.
  6. Al momento del incendio había unas 600 personas en el edificio. Varias prefirieron saltar al vacío antes que morir carbonizadas.
  7. El pastor Danny Vance declaró a un matutino de Londres: “La disparidad entre ricos y pobres en este país es tremenda. Esto no hubiera ocurrido en departamentos que están en el mismo barrio pero que pagan 2 mil o 5 mil libras esterlinas de alquiler mensual”.
  8. El cronista del Washington Post en Londres, Rick Noack, replicó un artículo de la revista del sector ‘Inside Housing’ que en 2015 destacaba que menos del 1% de los edificios comunales en Gran Bretaña están equipados con aspersores de lluvia anti-incendio.
  9. El Grenfell Response Team, encabezado por Eleanor Kelly comunicó que para fines de julio habrá para las familias afectadas 68 viviendas definitivas en Kensington Row, y que muchas familias todavía no pueden decidir si aceptan o no alguna propuesta del municipio porque tienen familiares internados.♦♦

 

 

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