Este texto forma parte de una serie de artículos y opiniones en torno a la asunción de Trump y el derrotero de múltiples asuntos de la justicia social. Publicados en la Revista Social Justice: A Journal of Crime, Conflict & World Order con el siguiente link http://www.socialjusticejournal.org/the-possible-futures-of-trumps-america/
Escribe Michelle Brown, profesora de la Carrera de Sociología en la Universidad de Tennessee. Es autora The Culture of Punishment: Prison, Society, & Spectacle (NYUP 2009) y coautora de Criminology Goes to the Movies (NYUP 2011), entre muchas otras publicaciones.
En los días por venir bajo la presidencia de Donald Trump, los Estados Unidos se van a encaminar hacia la meta soñada de cualquier sistema carcelario: la represión deshumanizante. Esto es lo que Judith Butler definió como el “deseo asesino” de Trump que se ilusiona en su arrogancia, por ejemplo, para construir muros y deportar millones. Si bien muchos analistas enfatizaron hasta qué punto la campaña presidencial de Trump estuvo basada en el manual de ‘orden público’ de la era Nixon, hay también notables diferencias. Su inocultable plataforma misógina-nacionalista-blanca dejó en el camino buena parte de los códigos racistas de los años 60 para enfatizar sin tapujos los ‘correctivos’ neofascistas, prometiendo fervientemente un conjunto de medidas policíacas y de castigo. Entonces, ¿qué nos espera con esto?♦
Con la convergencia de policía, castigo y poder autoritario sólo podemos esperar lo peor. Más policía. Más castigo. Más violencia estatal. Menos protección constitucional y defensa de los derechos civiles y humanos (aun cuando estos ya están bien limitados). Condiciones estructurales para una vida digna más desdibujadas. Debo decir que si realmente buscamos una alternativa para el futuro, debemos: 1) pensar seriamente sobre cómo esas convergencias repetidamente vuelven a escena y bajo qué condiciones históricas y estructurales, de modo de, 2) producir nuevos modelos de análisis que sirvan de escenario para cambios significativos, y como alternativa transformadora de los regímenes carcelarios.♦
En el comienzo de su gobierno, los esfuerzos de Trump van a corporizarse en el desmantelamiento de los esfuerzos de la administración Obama por reformar la justicia penal en los estados y en el país. Por ejemplo, asistiremos a un debilitamiento de los debates legislativos tendientes a disminuir el encarcelamiento y las redadas policiales, veremos pasos en dirección opuesta a los intentos por “reformar” las prácticas dentro de los penales y de la policía, así como nuevas estrategias de la derecha para eliminar la tendencia, ya instalada, para las excarcelaciones y la abolición de la pena de muerte.♦
La acción más impactante de todas y que tuvo el mayor crédito simbólico-visual en la campaña de Trump es la construcción de un muro fronterizo en el Sur, el cual incluso si no toma la forma de un verdadero muro sí pondrá en marcha nuevas medidas regulatorias de detención y deportación masiva cada día, sin cesar.♦
A la par, aunque con menor visibilidad pública, vamos a asistir a un conjunto de cuestiones ordinarias como la revalorización de los presidios, de la policía, de la guerra contra las drogas, del poder del hombre-armado y del poder de fuego de los sistemas de ‘justicia penal’; el incontrolable desarrollo de diversos mercados en la sombra que venden tecnologías para la injusticia, sistemas de rastreo y de registro, y una profunda criminalización de la vida cotidiana a través de un sistema judicial predatorio pleno de multas, cargos, deudas, arrestos y detenciones. Y mientras tanto, el creciente pacto de los think-tank de penalistas, tanto progresistas como conservadores, que reclaman el lugar de los expertos, de la policía y que en la era de la post-verdad exhiben nuestro diccionario de transformación social como obsoleto, o muerto.♦
La reclusión en la era Trump estará marcada por el crecimiento de inversiones en el sector. Estuve hace 10 años en empresas proveedoras de pisos para correccionales y escuché el entusiasmo de los vendedores que explicaban –como una película de anticipación- el quiebre de las comunidades negras, de las mujeres inmigrantes y sus hijos, de la juventud y de los pobres del campo, lo que para ellos representaba un boom de ventas. Las prisiones privadas tienen chances de expandirse bajo Trump, particularmente en el rubro de control de las detenciones de inmigrantes. Y mientras las cárceles privadas tuvieron una onda expansiva de crecimiento tan pronto se supo que Trump había ganado las elecciones, el amplio proyecto de inversión neoliberal en el sistema carcelario (y en la justicia penal en su conjunto) aumentó su presión.♦
El choque de los esfuerzos reformistas con las posibilidades de ampliación de la red es uno de los problemas que perjudican al capital de riesgo volcado a vigilancia, “correccionales comunitarios” e-encarcelamiento (encarcelamiento electrónico, NdeT), desarrollo acelerado de tecnologías policiales y de ‘encarcelación masiva leve’.♦
Tal como lo sostuvo James Kilgore, el humanismo carcelario define la agenda progresista de reforma del sistema penal, y promete reconvertir los presidios en lugares de servicio social, y a los carceleros en servidores civiles y ayudantes de la justicia ‘reentrenados’. Dado que las mayores corporaciones del país y los grandes bancos tienen profundos nexos con el estado carcelario, será Trump en tanto empresario, y no solo como el líder autoritario, quien proyecte su sombra sobre los impactos penalistas de su Administración.♦
También hay una serie de transformaciones en cuanto al otro tema crucial: la pena de muerte. California estaba preparada para abolir la pena capital, pero la Proposition 66 terminó confirmando su práctica. Nebraska volvió a imponerla luego de una histórica prohibición, y Oklahoma agregó una aclaración a todas luces increíble, que frena cualquier apelación constitucional, simplemente porque declara que la pena de muerte en sí misma “no se considerará ni constituirá la inflicción de ningún castigo cruel e inusual”. Debemos también esperar un repunte en las ejecuciones a nivel federal. Dado que la pena capital es definitivamente una práctica local en los Estados Unidos (el 50% de las ejecuciones ocurren en 2% de los distritos), y uno de ellos enfrenta serios impedimentos para continuar aplicándola, los resultados electorales revelan que el castigo está plagado de contradicciones, y que precisa de un gobierno proclive a lo autoritario.♦
Hay que decir que el nuevo gobierno de Donald Trump trae consigo un amplio espacio público y cultural para las prácticas punitivas. “Castigar” es una palabra que no se le sale de la boca a Trump, en cada discurso, en los twets, en sus discursos…Ha dicho, por ejemplo, que habría que implementar “diversas formas de castigo” para las mujeres que abortan, enmarcando así la justicia reproductiva en la lógica carcelaria. El, y sus seguidores, han vuelto a poner en escena el ‘espectáculo público’ de castigar con cantos misóginos y racistas tipo “lock her up” (NdeT. Cántico alegórico que proviene de la cacería y significa Enciérrala o córtale el pescuezo. En la convención guiada por Trump estaba dirigido a Hillary Clinton en particular), o rodear en grupos tipo lobos que atacan a manifestantes.♦
Trump está en la cumbre de su éxito cuando realza la lógica afectiva y subjetiva del castigo: humillar, degradar, golpear, empujar, agarrar…con lo cruel. Este castigo-que-no-cesa y resentimiento en contra de las más diversas formas de vulnerabilidad, culminan en prácticas discriminatorias y deshumanizantes en el corazón mismo de los regímenes carcelarios y los estados policíacos. Son estas tácticas las que se instalan como criminalizadoras de la existencia y las resistencias de los más vulnerables: los de otro color, los musulmanes, los inmigrantes, las comunidades LGBT, los enfermos mentales, los pobres y los sin techo, lo que consumen drogas y los adictos, los prisioneros políticos, los que llevan adelante luchas y se organizan, y cualquiera del millón de personas que tenga una multa impaga: una ceniza mostrará que ha salido de la senda correcta.♦
La maquinaria que hace posible la criminalización en un régimen carcelario es la policía. Trump promete volver a las formas más autoritarias y penalmente descalificadas de la historia policial moderna. Contradiciendo la evidencia científica y moral, y los llamados de orden ético, su obsesión con la detención preventiva y el cacheo demuestra cuál es su principio más general: el control racial. Mi colega Victor Ray escribió: “El más significativo logro de la política de detención y cacheo ha sido que empeoró la inequidad racial. El 85% de los que fueron detenidos son hombres negros y latinos”.♦
Vigilancia en la era Trump significa, como lo ha sido siempre, reducir los límites para la interrupción de la vida de la gente a través de la violencia que ejercen ciertos grupos específicos. Lo que se va a revalidar, entonces, es una persecución particularmente tendenciosa y discrecional, permitiendo la eliminación de los mecanismos de auditoría a las fuerzas policiales y a los investigadores federales. Llega un tiempo donde la vigilancia y el control son emblemáticos de una cultura militarizada de guerra, que está en la base del complejo carcelario-industrial; con una policía que se ve a sí misma con compasión enfermiza. Desde listas de personas observadas a registros, la administración Trump promete un giro desde el foco político de la violencia estatal y sus desigualdades estructurales intrínsecas hacia la criminalización y desestabilización de los movimientos sociales que buscan alternativas de futuro para los bienes comunes. En particular, debemos anticiparnos y prever un ataque abierto a la más transformadora plataforma de políticas judiciales de la actualidad, el ‘Movement for Black Lives’.♦
Por último, la ‘Era Trump’ anuncia el fin del trabajo, con la llegada del «sector de empleo estatal de más rápido crecimiento», o sea, la seguridad nacional y la justicia penal. Esta es una hazaña neoliberal asombrosa: el trabajo convertido en una maquinaria cotidiana de gestión del desecho del excedente de vida. Pero frente a las formas letales de las economías capitalistas, los regímenes carcelarios y los reclamos emancipatorios truncados, la hegemonía neoliberal sólo puede desdibujarse.♦
Debemos anticipar nuevos movimientos sociales y solidarios. El proyecto hoy por hoy es la abolición. ¿Por dónde empezar?
- Reclame en su territorio. La justicia penal es profundamente local, con variabilidad entre estados y regiones. Los planes locales de acción y defensa para controlar la policía, los juzgados y las prisiones es esencial. Y eso está pasando ahora mismo. Deben salir a buscarlos. Observar el accionar policial. Llenar los estrados judiciales y legislativos. Hay que hacerse presente en las cárceles. Organizarse.
- El poder de las asambleas. Las alianzas estratégicas y las coaliciones a nivel local así como sus reuniones son cruciales: espacios impulsados por los afectados; espacios para educar, para desmantelar los privilegios y la supremacía de los blancos, para compartir ideas y testimonios, para debatir ideas y avanzar en otras iniciativas, intervenciones, e interrupciones.
- Los nuevos santuarios. Son las universidades, las iglesias, los centros comunitarios. Las ciudades viven un raro momento de garantizar la seguridad, la protección y la dignidad de los ‘objetivos’ del estado carcelario. Los santuarios permiten estudiar una respuesta estratégica, manteniendo a la familia y los vínculos afectivos intactos, y por supuesto, sobrevivir. Es una estrategia política contra la criminalización y la justicia penal.
- Ciudades rebeldes. Poder municipal, coaliciones antifascistas, movimientos populares…ahí es donde estamos. Comienza en casa. La calle es la red. Difícilmente estemos solos.
Este es un compromiso con una visión que tiene múltiples enfoques. Urge analizar la realidad con nuevos modos, porque se trata de la supervivencia. Junto con un pragmatismo intenso y rigurosamente serio, debemos comprometernos implacablemente en esfuerzos generadores para imaginar cómo resistiremos el presente carcelario y su futuro, que aborrecemos.♦♦