Escribe Rocío Silva Santisteban
IMPACTOS, ESTRATEGIAS, RESISTENCIAS
Los conflictos sociales ecoterritoriales son el gran problema latinoamericano del siglo XXI y las consecuencias de las violencias al interior de estos conflictos son padecidos en primera instancia por las mujeres rurales, campesinas, indígenas: tanto en Guatemala como en el Perú, en Argentina como en Honduras, las situaciones de vulneración de derechos son prácticamente las mismas.
En concreto, en América Latina, las mujeres vivimos en nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestros hijos e hijas, en nuestros territorios, las múltiples violencias del modelo de desarrollo del capitalismo extractivista, impuesto en los últimos veinte años en el Sur global.
Definimos el extractivismo como un proyecto biopolítico cuya finalidad es el control de los cuerpos y de la vida en su más amplia acepción (seres humanos, animales, vegetación y agua). Este control se apoya en la difusión de un sentido común extractivista organizado sobre el discurso neoliberal de los años ‘90 que ha calado profundamente en el Sur Global.
En realidad, el extractivismo como actividad necesita despojar del territorio a los pueblos que lo han poseído históricamente. No se trata simplemente de la extracción de minerales, hidrocarburos o peces; para que se dé aquel modelo es necesario que se realice esta actividad en cantidades exportables. Por ello, el extractivismo es una ecología política de los excedentes; mantenerlo requiere usar sutiles narrativas ad hoc y brutales estrategias biopolíticas. Quienes lo defienden buscan engañar a la población en general ocultando que su actividad depredadora no es una simple actividad económica inocua.
Por eso, la gran victoria del extractivismo es haber convencido a la población de ser la única forma de hacer progresar a un país, es decir, de conducirlo al mítico “desarrollo”.
Un arsenal de argumentos técnicos, promesas de sus políticos, los embustes de sus publicistas oficiales y oficiosos; y hasta la represión de sus fuerzas de seguridad tienen como objetivo afianzar ese sentido común: que solo a través de la minería, la extracción de petróleo, gas o la pesca indiscriminada, una nación con poca tecnología puede dar el salto al “primer mundo”. Este discurso justifica prácticas autoritarias.
El discurso extractivista moderno presenta a la actividad minera o petrolera como eficiente, técnica, sin los lastres del pasado, produciendo empleo de manera directa o indirecta. Se organiza como algo “positivo para toda la sociedad” y no solo para los interesados en los beneficios directos, pues coadyuva al crecimiento del PBI y a la anulación de la pobreza en tanto que la riqueza “chorrea”.
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EXTRACTIVISMO DE DERECHA Y DE IZQUIERDA
El grave problema es que el discurso extractivista, con sus mitos, sus falacias y sentidos comunes, se performativiza día a día en prácticas específicas, como la satanización de la disidencia anti-extractivista. El enemigo en común, el antiminero o la antiminera, se convierten en el chivo expiatorio de las crisis de conflictos sociales y no solo son criminalizados, perseguidos, denunciados, presos, golpeados, torturados, y en el caso de las mujeres mal llamadas “antimineras”, violentadas sexualmente, acosadas moralmente y en ambos casos, finalmente, asesinados.
Los diversos gobiernos en América Latina, sea de derecha o de izquierda pero con una apuesta clara por el extractivismo, han impuesto un esquema de desarrollo funcional a sus intereses, avasallando a los pobladores y líderes sociales que optan por un avance alternativo, o que priorizan la posesión de sus territorios para otro tipo de actividades económicas.
Se trata de uno de los más antiguos enfrentamientos humanos: por el uso y posesión de los territorios (el concepto de territorio no es de propiedad o de un terreno, sino un espacio donde se entrecruzan relaciones económicas, sociales, culturales, simbólicas y sagradas que dotan de especial significación a sus habitantes, sobre todo, si son indígenas).
La imposición de esta actividad exige que la población no cuestione el modelo de desarrollo, pero a su vez, aquellos que sí lo hacen deben ser controlados.
Por ello, cuando a las grandes corporaciones extractivas no les bastan los métodos usuales de presión tributaria, lobbies en los más altos niveles del Poder Ejecutivo y Legislativo, financiación directa de campañas de congresistas a través de ONG’s para “el fortalecimiento de la gobernanza”, compra de espacios mediáticos concretos -financiación de periodistas y comunicadores- para penetrar con su discurso y su slogan (como la esencialización de una condición económica “Perú país minero”, por ejemplo), han tenido que usar métodos de control biopolítico.
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LA MUJER, EL TERRITORIO, LA SALUD
En el caso de los extractivismos nos encontramos ante el control del uso de los territorios, pero también ante la escasez de vigilancia de la salud de la población frente a los impactos ambientales de toda índole como la contaminación de fuentes de agua, de suelos, de aire, que producen enfermedades en los niños, animales no productivos ni comestibles, y toda una serie de situaciones que ponen en riesgo la vida de las personas.
Este modelo atraviesa las polarizaciones políticas izquierda-derecha como lo hemos mencionado: los gobiernos progresistas de comienzos del siglo XXI han seguido dependiendo del extractivismo estatal, que produce enormes impactos ambientales en la salud y en las vidas de nosotras, las latinoamericanas. ¿Quiénes deben tratar de sobrellevar estas situaciones? La mayoría de veces son las mujeres:
“los extractivismos imponen territorialidades, en muchos casos, desatando conflictos al chocar con otros territorios pre-existentes” (Gudynas, ‘Extractivismo’. 2015: 143)
Como si pensar en otro mundo posible fuera una actividad delictiva, levantar la voz contra este modelo implica estigmatización, criminalización y muerte. Asimismo, son muchos quienes ridiculizan, sin tocar el fondo del tema, los desarrollos-otros propuestos desde las organizaciones de pueblos indígenas, desde fuera de la Academia o dentro de los márgenes de la misma, pero también desde las diferentes organizaciones de mujeres ecofeministas o defensoras del medioambiente de todo el subcontinente latinoamericano.
Las mujeres somos mal vistas por nuestro entorno y por nuestras propias comunidades por intentar ser visibles y fuertes, y por hablar en voz alta. Por nuestra condición de mujeres, las defensoras enfrentamos mayores riesgos; la estigmatización se convierte en violencia física y sexual, en heridas y muerte, en persecución y acoso cuando las ideas pasan a la acción sea en actos de protesta, movilizaciones o resistencia al modelo.
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EL PATRIARCADO QUE REPUDIA LA LUCHA DE LA MUJER
Nos interesa profundizar en el vínculo que existe entre los cuerpos y los territorios en el sentido de ser espacios vulnerables donde el modelo extractivista impone sus reglas y jerarquías, teniendo como marco de análisis las relaciones entre patriarcado, machismo, capitalismo por despojo y empresas extractivas en una sociedad profundamente desigual como el Perú, tan proclive a las diversas violencias contra las mujeres.
Uno de los ejes de dominación es el que articula la triple discriminación sexismo-racismo-clasismo porque, como bien dicen algunas de las líderes como Máxima Acuña de Chaupe: “quienes vivimos nuestros cuerpos lo sabemos”. Pero el territorio, tanto como propiedad o posesión comunitaria, se halla en manos de los varones y las mujeres apenas tienen un acceso muy limitado al mismo.
Es así que el vínculo entre patriarcado, capitalismo por despojo y actividad extractivista establece una relación perjudicial entre las mujeres y la soberanía alimentaria que ellas gestionan en el día a día. Los impactos de esta situación, sumados a las afectaciones ambientales y de salud por contaminación en zonas de extractivismo, perjudican específicamente a las mujeres y a sus hijos; los varones suelen salir del territorio para trabajar en las propias empresas extractivas. Por eso urge visibilizar la función primordial de las mujeres en la gestión del agua y de los alimentos, y los perjuicios de la masculinización de la propiedad del territorio.
La mujer indígena y campesina es doblemente subalternizada, más aún si es no letrada y solo habla un idioma nativo. Lamentablemente, esta subalternización no solo la ejercen las empresas extractivas y el Estado, muchas veces también sus propios compañeros cuestionan su “entrega a la lucha”, pues esta demora la realización cotidiana de las tareas domésticas. Existen casos de varones que han abandonado a sus esposas o parejas por las diversas situaciones de presión frente a empresas que juegan un rol de patriarcado central.
El machismo es un elemento que conecta a hombres blancos, mineros, urbanos y profesionales con hombres ronderos, o campesinos, o apus de pueblos indígenas.
Muchas conversaciones que se establecen entre ambos se plantean en esos términos: de hombre a hombre.
Frente al patriarcado dependiente, los liderazgos femeninos adquieren diferentes características que los distinguen de los usuales liderazgos masculinos, centrados, autoritarios y autosuficientes. Estos liderazgos femeninos se caracterizan por una disposición a “hacer trabajo en conjunto” con todas las mujeres de la organización, sobre todo, ayudarlas en sus cargas personales. Una de las mujeres en el Perú que tiene un importante liderazgo ético porque ha enfrentado todas las violencias que se han desatado contra las mujeres defensoras del territorio y el agua y que en su caso paradigmático concentra muchas de las propuestas de esta investigación es la comunera de Sorochuco, Cajamarca, Máxima Acuña de Chaupe. Ella ha sido criminalizada por usurpación agravada y, finalmente, considerada inocente por la Corte Superior; también ha sido golpeada, hostilizada, acosada por la empresa, estigmatizada y amenazada de muerte. Precisamente por ello recibió en el año 2016 el Premio Goldman, homologado como el Nobel medioambiental.
Como sostiene la defensora peruana Mirtha Vásquez, la ética del colectivismo, cuyos paradigmas no están basados en las ganancias ni en el “emprendedurismo” sino en la superviviencia, es una fuerza arrolladora que permite resistencias largas y fuertes: una de las principales características de las resistencias contra los extractivismos de las mujeres defensoras del agua y la Pachamama de América Latina.♦♦
- Autora:
Rocío Silva Santisteban estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Lima. Obtuvo una maestría en literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y un doctorado en Literatura Hispánica en la Universidad de Boston.
Actualmente es periodista y docente universitaria, directora del diploma de periodismo de la Universidad Jesuita de Lima. Además es Secretaria Ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (www.derechoshumanos.pe) y ha publicado libros de poesía y en 2017 “Mujeres y conflictos ecoterritoriales. Impactos, estrategias, resistencias.
La autora dicta del 7 al 11 de agosto 2018 la asignatura «Mujeres, control biopolítico y empresas extractivas en América Latina» en la Maestría de Estudios Culturales de la Universidad Nacional de Rosario – Argentina. www.unr.edu.ar/cei