Por Pedro Cazes Camarero
La célebre “Lista 1” internacional de la OMS incluye a los más peligrosos psicotrópicos conocidos, como la heroína y la cocaína. En estos días, después de más de una década de insistencias formales por parte de las autoridades bolivianas, la organización ha aceptado discutir la posibilidad de que las hojas de coca sean retiradas de tal enumerado.
Retirar la hoja de coca del listado internacional de estupefacientes es una demanda justa, racional, científica y ética. Nunca debió haber sido incluida. El tema clave es por qué, cuándo, pero, sobre todo, por quiénes, terminó en el calabozo del cientificismo ciego.
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La hoja de coca contiene menos del uno por ciento del alcaloide (0,3 a 0,7 %), y otros metabolitos vegetales tales como alcaloides no psicotrópicos, terpenos y flavonoides. Su masticación no tiene nada que ver con la cocaína: la identificación entre ambas no se sostiene, porque la acción farmacológica entre ambas no sólo es de grado, sino de naturaleza.
Para comprender estas diferencias, quizá convenga comenzar con la experiencia de otros psicoactivos, como los derivados de la Cannabis. Como el consumo de las hojas de coca en América del Sur -y extendido por Asia durante siglos- el humo inhalado de las flores de Cannabis sativa L., constituye un uso tradicional de la planta con carácter religioso, ritual, terapéutico y social apoyado en la escasa toxicidad de la droga vegetal y sus concentrados, y en la acción psicotrópica gratificante de algunos de sus alcaloides, especialmente el THC.
La planta de Cannabis posee distintas variedades, algunas de las cuales son más conocidas como productoras de una fibra de gran calidad, el cáñamo, que fue usada desde la antigüedad y en todo el mundo, para producir sogas y tejidos resistentes, como velas para embarcaciones. Muy anterior al propio capitalismo, el negocio del cáñamo movía ingentes riquezas. La variedad “cáñamo” del Cannabis produce muy pocos psicotrópicos, pues fue seleccionada por los cultivadores como planta textil. Sin embargo, las empresas estadounidenses productoras de fibras sintéticas, especialmente Dupont, inmersas en los derivados del negocio petrolero, desencadenaron durante la década de 1930 una furiosa campaña nacional e internacional, destinada a la demonización de la planta de Cannabis en general, con el pretexto de que inducía a la adicción en los jóvenes y los llevaba a cometer graves delitos.
La campaña se basaba en dos mentiras, ya que los cannabinoides no producían ni producen tales efectos psicotizantes, y la variedad “cáñamo” se comercializaba por la fibra, porque posee poca o ninguna cantidad de cannabinoides.
Las falsedades se impusieron gracias a la campaña desplegada en los medios masivos de comunicación por la cadena de R. Hearst, el padre del sensacionalismo o amarillismo periodístico. Así, todo uso de la planta de Cannabis fue duramente prohibido, primero en Norteamérica y luego en el resto de occidente, y su fibra fue reemplazada por el Nylon y otros productos sintéticos. El poder del imperio ha sido tan fuerte y transversal, que la investigación científica sobre Cannabis estuvo proscrita durante medio siglo, su empleo terapéutico fue descartado y su uso privado como psicotrópico…reducido a la clandestinidad.
Este ensañamiento regulatorio, tan irracional, se viene revirtiendo sólo desde hace poco tiempo, en parte gracias al desmoronamiento de las leyendas negras imaginadas y difundidas por Estados Unidos.
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LA COCA Y EL IMPERIO ESPAÑOL
Ahora pasemos a una historia paralela: la de la demonización de la hoja de coca. Es imprescindible y hasta curioso ver qué hizo el colonizador español respecto de la coca.
La prohibición del cultivo, distribución y consumo de la hoja de coca en las colonias españolas de América del Sur por parte de la temida Inquisición de Lima, durante el siglo XVII, no fue por cuestiones religiosas, ya que los pueblos originarios sojuzgados no ofrecían resistencia a la catequización, apoyándose en el sagrado carácter de la planta. Más aun, el consumo de la hoja de coca facilitaba el esfuerzo en el trabajo pesado al que eran sometidos por los conquistadores los pueblos originarios: generaba cierto placer durante el descanso y alivio a los pacientes, y permitía desarrollar actividades en zonas de gran altitud, combatiendo el ‘soroche’ o mal de altura.
Probablemente la explicación de este amago de interdicto resida en la práctica religioso-colonialista de vetar cualquier acto o actividad por parte de los dominados que fuera independiente de la propia relación de dominación, insertando -además- la debilidad creada por un sentimiento de culpabilidad sin causa.
Si la autoridad virreinal hubiera intentado imponer la prohibición, probablemente hubiera experimentado una severa resistencia por parte de la población originaria. Pero tampoco gran parte de los conquistadores y colonizadores estuvo de acuerdo. Lo cierto es que cuando en 1653, el sacerdote jesuita Bernabé Cobo defendió las virtudes de la hoja de coca, contó con el sospechoso apoyo de los encomenderos y explotadores de minas, además de los súbditos españoles traficantes de la propia hoja de coca.
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OCCIDENTE, LOS POBRES Y LA HOJA DE COCA
Cuando comenzó la discusión más o menos contemporánea sobre el tema, a comienzos del siglo XX, el consumo de hojas de coca se hallaba tolerado ante la mirada “occidental” de los países centrales y de sus satélites sudamericanos, como un hábito un poco repugnante, aunque inofensivo, de los pueblos originarios de la zona andina. Las sugerencias para su prohibición emanaban de un anhelo de las oligarquías locales de modernizarse ‘a la europea’; un afán más bien estético, sin que el cambio afectara las fuentes de su riqueza: un capitalismo deformado, desigual y dependiente, ideológicamente neocolonial.
En las décadas iniciales del siglo XX, las reuniones internacionales que trataron el tema recibieron versiones variadas de supuestos observadores científicos, donde se retorcía la lógica de manera un poco ingenua, otro poco perversa. Ante la comprobación de que la población andina sumergida en la pobreza, la ignorancia y diversos estadios de degradación, también masticaba con frecuencia sus acullicos de hoja de coca, concluían velozmente una concatenación causal invertida: la miseria no se debía a la explotación, sino al consumo de las malhadadas hojas de coca. La prohibición del consumo de éstas se verificaría, así, para beneficiar a esta masa de indefensos adictos ancestrales. Observemos que hasta aquí, nadie hablaba de cocaína.
La fragilidad de estos argumentos no impidió que fueran abrazados también por los delegados del gobierno de los Estados Unidos en distintas convenciones y congresos internacionales, durante las décadas del ’20 y del ’30. A fines de los años ’40, todavía tipos como Henry Fonda (sic), vicepresidente de la Asociación Estadounidense de Farmacéuticos y cabeza de la misión norteamericana a esos efectos, se paseaban por Sudamérica recitando tales despropósitos. Poco tiempo después, se agregó el argumento (hipótesis sin comprobar) de que la hoja de coca, al tener pequeñas cantidades de cocaína, debería ser adictiva, aunque experimentalmente no pudieran comprobarse tales efectos.
Esas endebles razones fueron suficientes para que en 1961 la Convención Única clasificara a la hoja de coca en la Lista 1 de psicotrópicos prohibidos, pese a los cuestionamientos de las delegaciones de los países andinos.
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EL GRAN NEGOCIO (CAPITALISTA) DE LOS NARCÓTICOS
Ahora debemos dedicar unas líneas a su derivado alcaloide, la cocaína, que sí presenta efectos adversos. La cocaína incrementa los niveles de noradrenalina y dopamina. El exceso de noradrenalina es el responsable de la mayoría de los efectos físicos y de la toxicidad aguda de la cocaína: aumento de presión arterial, dilatación pupilar, sudoración y temblor. El aumento de dopamina influye en la euforia y parece implicado en el mecanismo de adicción, por la relación estrecha de este neurotransmisor con el sistema de recompensa cerebral.
Fue el avance científico-técnico de fines del siglo XIX el que posibilitó la irrupción en abundancia de esa nueva mercancía, la cocaína, en el mercado mundial capitalista. El ser humano nunca se había enfrentado con algo así, ya que los efectos fisiológicos de la cocaína pura son bastante dramáticos y muy distintos de los derivados de la morfina.
Esto último, también amerita unas líneas y ser desentrañado.
La presión evolutiva llevó a que los mamíferos se proveyeran de mecanismos de refuerzo para ciertas conductas útiles para la supervivencia, denominados sistemas de recompensa cerebral y generadores de placer fisiológico, en cierto modo simétricos con el dolor. Estos ‘sistemas endógenos’ fueron heredados por la especie humana. Ciertas plantas secretan metabolitos que constituyen análogos químicos de los sistemas de recompensa cerebral, y fueron descubiertos por variadas poblaciones humanas, incorporándolos en sus usos culturales: terapéuticos, mágicos, rituales y religiosos.
Por ejemplo, el extracto de amapola concentrado (opio) permitió el aislamiento de la morfina (1804).
El opio, conocido durante siglos, induce conductas irracionales y auto- destructivas de abuso. Civilizaciones como la china generaron normativas para restringir su empleo sólo a los profesionales de la medicina. Los primeros narcotraficantes fueron los británicos, que a inicios del siglo XIX forzaron militarmente a un debilitado milenario imperio chino, a aceptar la importación de opio procedente de otras naciones asiáticas.
Fueron los estudios realizados posteriormente los que identificaron receptores naturales de la morfina en el cerebro humano. Pequeñas modificaciones químicas permitieron convertir a la morfina en derivados más activos y adictivos, como la heroína. La heroína impulsa a los adictos a conductas demenciales y agresivas que provocaron su estricta prohibición a nivel mundial. Sin embargo, su enorme poder adictivo genera una demanda consistente, tanto en los países centrales como en la periferia, aprovechada por los herederos de los narcos ingleses del siglo XIX. La morfina cristalina, en su empleo terapéutico, fue considerada una bendición durante los últimos dos siglos y sustituyó al empleo del opio como analgésico de manera segura.
Todavía en la actualidad, así como en la intencionada confusión de hoja de coca con cocaína, una oscura mitología en torno a su potencia adictiva, impulsa a los profesionales de la medicina a indicar una submedicación (por lo menos en occidente), y someter sin necesidad a los pacientes a la agonía de un dolor evitable.
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HACIENDO RETROCEDER LA BARBARIE
Volvamos al asunto de la cocaína. Es ésta, no la hoja de coca, la que tiene una acción adrenérgica y despertadora, ‘esa’ euforia tan apreciada por los consumidores de los grandes centros urbanos. La adicción a la cocaína resulta frecuente entre personas que viven con intensidad las exigencias del capitalismo, en el sentido de encontrarse todo el tiempo en la cúspide de la atención y la productividad profesional.
También es apreciada por un amplio público de ambos sexos, sensible a la depresión, muy frecuente en un contexto de vida cotidiana febril y competitiva, y esa depresión se ve contrarrestada por la euforia artificial generada por el alcaloide. A diferencia del consumo de THC, derivado de la Cannabis, que impulsa más bien a la socialización, la cocaína predispone al individualismo feroz.
Sin embargo, este mercado capitalista, generado por una nueva necesidad emanada del desarrollo de la composición técnica del capital (extracción química del alcaloide a partir de las hojas de coca), se tropezó con que el valor de cambio de la nueva mercancía era bastante reducido: al fin de cuentas tanto la hoja de coca como la cocaína resultaban baratos, porque eran relativamente abundantes en el mercado internacional. Y entonces, se aplicó desde Estados Unidos -y por consiguiente en los numerosos países que adhieren a sus normativas- la táctica empleada por los traficantes y sus socios de las finanzas: restringir la oferta mediante la prohibición lisa y llana del consumo de “narcóticos”.
A partir de ahí, el consumo de cocaína en los países centrales no disminuyó, demostrando su carácter de mercancía de demanda inelástica, pero su precio aumentó vertiginosamente, pues la producción y distribución fueron objeto de una dura represión estatal, que dio luz verde a redes de forajidos, enfrentamientos armados, torturas y mucho sufrimiento, en especial en los pueblos de las naciones productoras.
Ahora bien, esa represión contumaz en los países productores (Sudamérica) no ha sido tal en el centro capitalista (Estados Unidos y Europa), donde la mercancía pudo continuar vendiéndose, claro que a un precio elevado. Con esa renta enorme se desparramó una distribución de la plusvalía total del sistema hacia los ‘gángsters’, “dealers” y sus respectivos financistas.
La prohibición de los “alcaloides estupefacientes” -identificando hojas de coca con la cocaína- se mantuvo hasta ahora.
Además, la estrategia de maximización de las ganancias a través de la prohibición manu militari por parte del Estado, produjo la comercialización de los desechos de la síntesis, y la purificación clandestina de los psicotrópicos, lo que generó un mercado secundario de adictos a sustancias mucho más tóxicas y baratas que los alcaloides purificados, y una cantera de mano de obra para las organizaciones delictivas.
Epidemiológicamente estos derivados son responsables de la mayoría de los daños que las drogas de abuso producen en la población juvenil.
Recién en 1992, bajo la conciencia culposa de haber aceptado allá por el ’61 argumentos indefendibles, el Comité de Expertos en Farmacodependencia de la OMS opinó que la prohibición de la hoja de coca debería mantenerse, pero esta vez debido a que extraer de ella cocaína “resultaba muy fácil”. Este aporte novedoso no se había exhibido antes. Por si acaso, también recomendó que se estudiara la posible dependencia generada por la hoja de coca. Este estudio, muy amplio, se denominó “Proyecto Cocaína” (¡aunque, insistimos, no trataba sobre el alcaloide!), y constató que el consumo de hojas de coca “no parece tener efectos negativos para la salud y tiene funciones terapéuticas, sagradas y sociales positivas entre los pueblos indígenas andinos”.
Las conclusiones mencionadas se difundieron profusamente, pero la publicación formal de este Informe, anunciada para marzo de 1995, no se realizó nunca. Estados Unidos de América vetó el “Proyecto Cocaína” en mayo de ese año en la reunión de la Asamblea Mundial de la Salud. La potencia del norte amenazó a la OMS con desfinanciarla y exigió una revisión por pares, que… no se realizó nunca. La Organización Mundial de la Salud retrocedió y la versión oficial del documento no fue publicada.
A partir de entonces, y ya pasaron tres décadas, la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes viene insistiendo agresivamente en que se aplique la prohibición de la hoja de coca, en términos injuriosos para las naciones y pueblos originarios.
La práctica de la masticación de hojas de coca, antes concentrada en los pueblos originarios andinos, se ha ido extendiendo geográfica y culturalmente: intelectuales, jóvenes, estudiantes, trabajadores del transporte, consumen también habitualmente hojas de coca sin caer en dependencia ni experimentar efectos adversos. Las autoridades reguladoras, sin base científica alguna, insisten en mantener a ese “don de los dioses” americanos, en la proscripción y el anatema.
En este septiembre de 2024, después de más de una década de insistencias formales, se entreabre una posibilidad de que finalmente triunfe la justicia y las hojas de coca sean retiradas de la célebre Lista 1, donde se halla confinada desde hace más de seis décadas por la caprichosa e interesada voluntad del neo-colonialismo. Este avance civilizatorio constituirá un gran paso en el proceso emancipador latinoamericano.
Pedro Cazes Camarero – Farmacéutico (UBA), Magister Scientiae en Metodología de la Investigación Científica (UNER) – Ex director del Laboratorio de Especialidades farmacológicas Hospital Posadas – Argentina. Este trabajo forma parte de una obra más extensa aportada al Gobierno Plurinacional de Bolivia, para los debates que se realizan en la ONU, en 2024
Las imágenes pertenecen a las colecciones de los Museos Estatales de Dresden, Alemania
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