La crisis de la fruticultura no se entiende en las grandes urbes. Un porteño o un rosarino no podría diferenciar un árbol de manzana de un limonero, ni menos saber en qué época del año florece o se cosecha. Simplemente va a una verdulería o a un supermercado y compra. Claro que cuando compra ve que un kilogramo de manzana puede costar 35 pesos, aunque también 18 o 45. Lo mismo pasa con las peras. Las míticas peras de agua o de verano que se comían en la estación más calurosa del año y chorreaban agua almibarada parecieran haber desaparecido.
Y aun así, en junio 2015 el ex ministro de Agricultura Casamiquela y el de Economía Kicillof presentaron una línea de créditos de 300 millones de pesos para paliar la crisis. En ese mismo semestre se publicó con escándalo que se tiraban 200 y hasta 300 millones de kilos de frutas porque “no es rentable”.
Las explicaciones –como siempre- difieren. Un lado del mostrador lo adjudica a la caída en las compras de Brasil y de Rusia, sumidos en sus propias crisis económicas o bajo argumentos fitosanitarios de dudosa comprobación en el largo plazo, pero efectivos para frenar la compra. Otra parte sostiene que un dólar a menos de 10 pesos por unidad no dejaba rentabilidad para los productores y ahora estarían más conformes con un dólar de 14. Las granizadas y otros fenómenos climáticos reiterados aportaron una cuota de dramatismo. Y un nuevo protagonista se suma al abanico de respuestas, que es la conveniencia de deshacerse de las quintas y campos para dejar terreno a las promesas de “la nueva California”, o sea, la explotación de combustibles por métodos no convencionales. El fracking.
Lo llamativo es que todas las explicaciones tienen un retazo de verdad, pero adolecen de un elemento fundamental: quienes producen no son quienes empacan y conservan la fruta. Como un permanente leitmotiv de los productores de todo el país, el problema esencial está en el poderoso lobby de intermediarios y sus socios, los grandes supermercados, que se quedan con la parte del león. Pensar en el sector lácteo es casi un espejo de este mismo problema: menos de 2,50 un litro de leche al productor, 12 en la góndola y 120 un kilogramo de queso.
A un productor de frutas en Río Negro, Neuquén y Mendoza le pagan menos de 2 pesos el kilo de fruta. Cuidarla todo el año, contratar al personal para la cosecha y transportarla le cuesta más que eso. Y entonces la deja pudrir en la planta. ¿Cómo puede costar menos de 2 pesos el kilo en el lugar de producción y terminar a 35 en las ciudades más grandes? Pareciera un misterio. No lo es: los concentradores se quedan con todo, y no ceden.
El ingeniero agrónomo Ricardo Migliaccio, vicepresidente de la Cámara de productores de frutas de Cipolletti había declarado que esta concentración ha sido un proceso de varios años. “Fueron comprando chacras pequeñas y medianas, y hoy hay un oligopolio que controla el negocio y establece los precios, aseguró. “Está en crisis por un problema de concentración. Más del 90% de la tierra está en manos del 2% de los productores, y los pequeños, los independientes, están desapareciendo”. Un diario de la zona informaba que hay más de 4 mil hectáreas en venta en la región, o sea, el 10% de toda la tierra productiva del Alto Valle.
El periodista Claudio Andrade señalaba en el matutino Clarín en agosto 2015 “La tierra es limpiada por las inmobiliarias para albergar los barrios que ocuparán las pujantes familias petroleras. Porque a cientos de metros bajo los árboles hay yacimientos de gas y petróleo. Y Neuquén capital queda a 40 minutos. ‘Es una matriz productiva que avanza sobre otra’, reclama la senadora Magdalena Odarda. ‘“Es una decisión de Estado borrar la fruticultura, comenta Carlos Carrasco, productor de Cipolletti.”
Expofrut, para citar un ejemplo destacado, es una empresa de origen belga que se instaló en Argentina en 1971. Según su propio sitio web cuenta con alrededor de 20.000 hectáreas propias de las cuales cerca de 4,000 están en producción, y da trabajo a 1700 personas al mes, con un pico de más de 6 mil durante la cosecha. El 90% de su negocio está en la exportación. Desde 2006 se convirtió en el principal exportador de Argentina y tiene operaciones en Río Negro, Neuquén, San Juan y oficinas en Buenos Aires, además de oficinas en 26 países.
El gobierno de Mauricio Macri, frente a protestas continuadas de los productores y en pos de bajar la tensión –hubo 12 meses de paros de los productores con cortes de ruta y asambleas-, decidió el 7 de enero de 2016 ampliar la línea de créditos blandos para sostener la pera y la manzana, elevándola de los 300 millones que dispuso el Banco Nación a mediados de 2015 a 800 millones.
Adriano Calalesina, periodista residente en la Patagonia, nos entrega otra pintura de la situación, porque ahora “engordan vacas con peras en el medio del desierto”. Fragmento que reproducimos de una nota más extensa publicada originalmente en La Mañana de Neuquén.
En el paraje Trayayén, allí donde el paisaje se erige con colosos de arcilla que adornan con raras formas el desierto patagónico, desde hace unos años se siembra alfalfa y maíz y se crían nutridas vacas como si fuera la provincia de Buenos Aires.
El paisaje cambió drásticamente en 10 años, cuando se decidió poner en marcha un proyecto para correr la zona productiva de la Confluencia hacia las inmediaciones de Añelo, con miles de hectáreas para la plantación de vides, alfalfa, olivares, forrajes y, ahora, ganadería.
A pesar de que el proyecto hoy tiene sobre sus espaldas la sombra del monstruo de Vaca Muerta, nada detiene el impulso de intentar trasformar una histórica zona desértica en el pulmón para la cría de animales más grande de la región.
Pero esta crianza de vacas para el consumo interno (debido a la barrera sanitaria) tiene algo especial. Desde hace unos meses en uno de los campos, muchos de los terneros que se engordan en los denominados feed lots (corrales para engorde de ganado) lo hacen con compuestos de proteínas a base de peras de descarte.
Pablo Cervi es uno de los dueños de un campo de 200 hectáreas donde hoy se crían vacas. Comentó que el método de alimentar a los novillos con un compuesto a base de frutas y maíz lo vio en Estados Unidos y que es una alternativa para aprovechar la pera que ya no se cosecha de las plantas, por la crisis frutícola.
“Lo hacemos con la fruta que quedó en las plantas, que no se pudo cosechar, que va a descarte. Le hacemos un preparado de forraje con alta carga de proteínas, moliendo peras y plantas de maíz. Se muele y se fermenta en 60 días”, explicó el empresario.
Comentó que para iniciar este proyecto tuvo que comprar una máquina especial y modificarla para la molienda de peras. La iniciativa empezó en 2014 y le está dando sus resultados, en un campo que tiene alrededor de mil animales.
La finca está dividida en un sector donde hay plantaciones de maíz, otro de alfalfa y el resto para el ganado. Es como un círculo donde se produce el alimento para engorde por un lado y las vacas por otro, para que el proyecto sea más rentable. Y para no perder dinero con la fruticultura, Cervi incorporó la fruta que casi no tiene valor en el mercado.
“Lo de las peras lo probamos nosotros porque el valor de la fruta hoy en la industria es muy bajo y tratamos de buscar alternativas. En Estados Unidos las usaron para la ganadería; 4,5 kilos de peras son equivalentes en proteínas a uno de maíz”, resumió Cervi.
El método dio resultados y la combinación de frutas con cereales comprobó que da más energía al animal de recría que, cuando obtiene el peso ideal, se vende a buen precio y va a las góndolas de toda la región.