100 AÑOS, 50 AÑOS, 10 AÑOS. 1 DÍA.
Entender los repudios al Primer ministro israelí exige que hablen los especialistas, los historiadores, judíos y no judíos, y eliminar la variable antisemitismo como un muro a partir del cual nada de lo que pasa en Palestina puede ni hablarse ni discutirse. Dossier de purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis
* CARTA ABIERTA DE UN HISTORIADOR ISRAELÍ AL PRESIDENTE FRANCÉS EN REPUDIO A LA VISTA DE NETANYAHU
El historiador israelí Shlomo Sand se declaró molesto por la reciente invitación que hizo el nuevo presidente francés Emmanuel Macron a Benjamin Netanyahu. Sostuvo que “Netanyahu debe, sin duda, ser clasificado en la categoría de los opresores, y no puede ostentar la representación de las 13.000 víctimas judías francesas capturadas y deportadas en 1942 a Auschwitz”. Y más molesto aun con Macron por su afirmación de que “el antisionismo…es la forma reinventada del antisemitismo”.
«¿Cómo antiguo estudiante de filosofía, ayudante de Paul Ricœur, Ud. Señor Macron ha leído tan pocos libros de historia que no sabe que muchos judíos o descendientes de la herencia judía siempre se han opuesto al sionismo, sin que ello les convierta en antisemitas? Casi todos los grandes rabinos de antaño lo eran. Y también figuras como Marek Edelman, uno de los líderes y superviviente del levantamiento del Gueto de Varsovia, o a los comunistas de origen judío que tomaron parte en la resistencia francesa en el grupo Manouchian, en el que murieron combatiendo. También Pierre Vidal-Naquet y otros grandes historiadores y sociólogos como Eric Hobsbawm y Maxime Rodinson, o de hecho Edgar Morin. Y, finalmente, me pregunto si en serio espera que los palestinos no sean antisionistas.
Pero para aclarar que es un punto de vista anti-sionista, es importante empezar por ponerse de acuerdo sobre la definición del concepto de “sionismo”, o por lo menos, sobre una serie de características propias de este término.
En primer lugar, el sionismo no es el judaísmo. Incluso constituye una revuelta radical contra él.
A través de los siglos, los judíos piadosos han alimentado una profunda pasión por su tierra santa, y más particularmente por Jerusalén. Pero acatan el precepto talmúdico que les indica que no deben emigrar colectivamente allí antes de la venida del Mesías. De hecho, esa tierra santa no pertenece a los judíos, sino a Dios. Dios la dio y Dios la tomó de nuevo; y enviará al Mesías para restaurarla, cuando quiera. Cuando apareció el sionismo, quitó de en medio al Todopoderoso y lo sustituyó por un sujeto humano activo. Permítame recordarle que Nathan Rothschild, presidente de la Unión de Sinagogas de Gran Bretaña, fue el primer judío elevado a la categoría de “Lord” en el Reino Unido, de cuyo Banco Central fue gobernador. En una carta de 1903 a Theodor Herzl, el banquero escribió que estaba preocupado por el plan para establecer una “colonia judía” lo que consideró que “sería un gueto dentro de un gueto con todos los prejuicios de un gueto”. Un estado judío “sería pequeño e insignificante, ortodoxo y anti-liberal, y mantendría lejos a los no-judios y a los cristianos”. Podríamos concluir que la profecía de Rothschild era equivocada. Pero una cosa es segura: ¡no era antisemita!
Cada uno de nosotros puede dar su propia opinión sobre la cuestión de si el proyecto de crear un estado exclusivamente judío en un trozo de tierra con una población muy grande de mayoría árabe es una idea moralmente aceptable.
- En 1917 Palestina contaba con 700.000 árabes musulmanes y cristianos y alrededor de 60.000 judíos, la mitad de los cuales se oponían al sionismo. Hasta entonces, la masa de gente que hablaba yiddish y que quería huir de los pogromos del Imperio ruso prefería emigrar al continente americano. De hecho, dos millones así lo hicieron, escapando de la persecución nazi.
- En 1948 en Palestina había 650.000 judíos y 1.300.000 árabes musulmanes y cristianos, 700.000 de los cuales se convirtieron en refugiados. Con esta base demográfica nació el Estado de Israel. A pesar de ello, y con el trasfondo del exterminio de los judíos de Europa, una serie de antisionistas llegó a la conclusión de que para evitar nuevas tragedias similares lo mejor era aceptar al estado de Israel como un hecho consumado irreversible. Un niño nacido como resultado de una violación tiene de hecho derecho a vivir. Pero, ¿qué ocurre si el niño sigue los pasos de su padre?
Y luego vino el año 1967.
Desde entonces, Israel ha gobernado a más de 5 millones 500 mil palestinos, a los que se niega los derechos civiles, políticos y sociales. Israel los somete a control militar: una parte de ellos en una especie de “reserva indígena” en Cisjordania, mientras que otros están encerrados en una especie de gallinero de “alambre de púas” en Gaza (el 70% de la población son refugiados o sus descendientes). Israel, señor presidente Macron, que proclama constantemente su deseo de paz, considera los territorios conquistados en 1967 como parte integral de la “tierra de Israel”, y actúa como considera oportuno. Hasta ahora 600.000 colonos judíos e israelíes se han instalado allí…¡Y esto aún no ha terminado!
Por supuesto, ha habido, y hay, algunos antisionistas que también son antisemitas, pero también estoy seguro de que podríamos encontrar antisemitas entre los aduladores del sionismo. También puedo asegurarle que un cierto número de sionistas son racistas y su estructura mental no difiere de la de los judeófobos: incansablemente buscan un ADN judío.
¿Esa opresión, esas colonias, esos alambres de púa son el sionismo hoy? ¡No!, responden mis amigos de la izquierda sionista -que se reduce constantemente. Me dicen que hay que poner fin a la dinámica de la colonización sionista, que se debe crear un pequeño Estado palestino al lado del Estado de Israel, y que el objetivo del sionismo era establecer un estado en el que los judíos fueran soberanos y no la conquista de la “la antigua tierra” en su totalidad. Y lo más peligroso de todo esto, a sus ojos, es que la anexión de los territorios amenaza el carácter de Israel como Estado judío.
Así que hemos llegado al momento adecuado para explicar por qué le estoy escribiendo, y por qué me defino como no sionista o antisionista, sin convertirme por ello en antijudío.
Siendo demócrata y republicano no puedo -como todos los sionistas, de izquierda y derecha, sin excepción- apoyar un Estado judío. Según el Ministerio del Interior de Israel el 75% de los ciudadanos del país son judíos, el 21% son musulmanes y cristianos árabes, y el 4% aparecen como “otros” (sic). Sin embargo, de acuerdo con el espíritu de sus leyes, Israel no pertenece a los israelíes en su conjunto, aunque sí pertenece a todos los judíos de todo el mundo, tengan o no la intención de ir a vivir allí. Así, por ejemplo, Israel pertenece mucho más a todas las personas del CRIF (Consejo Representativo de las Instituciones Judías en Francia) que a mis estudiantes palestinos e israelíes, ¡que hablan hebreo a veces mejor que yo!
Por todo ello, señor presidente, no puedo ser sionista. Soy un ciudadano que desea que el estado en que vive sea una República de Israel, y no un estado judío-comunalista. Como descendiente de judíos que sufrieron tanta discriminación, no quiero vivir en un estado que, según su propia definición, me convierte en un ciudadano privilegiado por sobre los otros no judíos, y que oprime en guetos a millones de personas, amparándose en el ‘antisemitismo’.»
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*EL OTRO 1917- escribe Lautaro Masri – Antropólogo (UBA)
Cuando este año el calendario llegue a noviembre se cumplirá un siglo de uno de los triunfos políticos más sorprendentes y significativos de la historia del siglo XX. No el de la revolución bolchevique, sino la de, en cierto modo, uno de sus rivales.
Luego de intensas negociaciones públicas y privadas, El 2 de noviembre de 1917 el ministro de relaciones exteriores británico Arthur James Balfour le envía una carta al banquero ingles judío Walter Rotschild comunicándole:
“Estimado señor Rothschild,
Estoy muy complacido en transmitirle a usted, en nombre del gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones judío-sionistas, las cuales han sido presentadas y aprobadas por el gabinete:
‘El gobierno de Su Majestad ve favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el logro de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político gozado por los judíos en cualquier otro país’.
Estaré agradecido si usted pusiera esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista”[1]
La Declaración Balfour, luego incluida en la “declaración de independencia” del Estado de Israel, constituye la primera gran victoria política del sionismo y de su entonces principal líder, el químico inglés judío Chaim Weizmann, quien en este acto consiguió consolidar la íntima relación que el movimiento sionista había buscado infructuosamente establecer con alguna de las potencias imperiales europeas.
Pero ¿Qué era el sionismo, qué significaba este apoyo y cómo había llegado a conseguirlo?
EL SIONISMO Y LA MODERNIDAD EUROPEA
Una definición sucinta del sionismo podría presentarlo como el proyecto de constitución de un Estado nación para los judíos, preferentemente en Palestina. Es habitual sostener que este proyecto nace con el auge del antisemitismo en Europa, con el objetivo de dar asilo a los judíos perseguidos. Lo cierto es que su origen se remonta hacia 1860 y su contexto de surgimiento es el de una creciente modernización, aburguesamiento y urbanización de las sociedades europeas, ligadas al desarrollo del capitalismo industrial. Los programas de “modernización” encarados por la mayoría de los estados durante el siglo XIX perseguían, entre otras cosas, la abolición de los privilegios y del rígido orden económico, la industrialización y el desarrollo a partir del libre tráfico de capitales, y favorecieron a todos los grupos de población a los que, como era el caso de los judíos, afectaban rígidas prohibiciones y límites.
La alteración de las relaciones de autoridad y de prestigio social, la individualización de las oportunidades de ascenso social y la secularización que debilitó el poder de las iglesias cristianas pero también de la autoridad comunitaria judía, convergieron dando por resultado una participación activa de los judíos en los procesos de formación y modernización que atravesaron las sociedades y los Estados europeos. Esto produjo una integración sociocultural (“asimilación”, según el vocabulario y el marco conceptual de la época) a lo largo de todo el continente, con mayor o menor fuerza, según las condiciones de cada país.
Este contexto de surgimiento del sionismo es también el del nacimiento de los nacionalismos románticos de Europa central y del este, que ya sea con objetivos emancipatorios o no, comienza a dar lugar a un tipo de nacionalismo de fuerte raigambre popular, basado en la sangre, la tierra y las costumbres. Este tipo de nacionalismo se enfrenta al patriotismo ilustrado, más basado en la común adscripción a un marco legislativo y una ciudadanía compartida en un territorio definido.
Atravesado por estas corrientes político-ideológicas, desde sus inicios el sionismo aparecerá como un movimiento romántico. Sus primeros impulsos vienen de la mano del filósofo húngaro hegeliano Moses Hess, quien en su libro “Roma y Jerusalén” sueña con el “despertar” de la conciencia nacional y la reconstitución de la ligazón comunitaria, profundamente alterada por el proceso de integración y asimilación que tiene lugar incluso entre las capas medias del este europeo. Un segundo impulso tuvo lugar hacia 1880 de la mano de algunos intelectuales “asimilados” de la Rusia zarista, como León Pinsker, Aarón David Gordon y Borojov. En ellos la impronta romántica (de revalorización de la lengua yiddish, de ciertas costumbres, cierto modo de vida y cierto pasado común) se conjuga con una historia y un contexto que hacen de los judíos un grupo específico, separado física y geográficamente de la sociedad zarista y con cierto particularismo cultural, dando por resultado las primeras conceptualizaciones de los judíos en términos de nación. Estos sionistas piensan a los judíos como comunidad orgánica a la que se pertenece por lazos de sangre, independientemente del país en que cada uno viva, la lengua que hable o la cercanía o lejanía que puedan tener con la religión. Estas primeras propuestas indican un viraje con respecto a las posiciones adoptadas por los judíos del Este. Influidos por el evidente éxito de la integración cultural y social, y la igualdad jurídica obtenida en gran parte de Europa occidental y central, estos judíos habían apostado por el éxito de la “asimilación”, la confesionalización y la nacionalización. Los pogroms y la violencia estatal desencadenada a partir de 1880, que marcan el inicio del proceso migratorio más grande de la historia, parecen poner fin a esta esperanza y dan paso al nacimiento del nacionalismo judío en clave tribal.
Esta concepción romántica y racial del nacionalismo judío incluye una noción según la cual la integración que se había llevado a cabo en la Europa occidental y que hasta 1880 había mostrado ciertos avances en el Este, se presentaba como un riesgo a la existencia de la identidad colectiva judía. Para estos sionistas de lo que se trataba era de mantener cierta identidad judía y cierta autonomía y particularidad judía, que solo podía estar garantizada por un estado nación, preferentemente en Palestina. Así lo planteaba, por ejemplo, Aarón David Gordon:
“si no podemos vivir una vida nacional plena y completa, da lo mismo asimilarnos totalmente. Si no colocamos el ideal nacional por encima de cualquier otra consideración, terminemos de una buena vez con esto, dejémonos fundir para siempre con los pueblos entre quienes estamos dispersos. Hay que comprender claramente que si no tomamos la delantera, la asimilación se hará de manera natural. Dado que el peso de la religión ya no es lo que era, las cosas irán más rápido cuando la situación de los judíos mejore verdaderamente”[2].
Con la aparición del libro de Theodore Herzl, “El Estado Judío” en 1896 se da inicio a lo que se conoce como “sionismo político”, es decir, aquel que definitivamente deja de lado la organización comunitaria y la filantropía para dar paso a la acción política. Este sionismo contará con un programa definido, una organización internacional, con representantes de los distintos países y líneas claras de acción, consensuadas y discutidas durante el Primer Congreso Sionista Mundial de Basilea, organizado en 1897. Con Herzl, el sionismo se irá perfilando más claramente como un proyecto que tendrá como principales adversarios a las corrientes “asimilacionistas” (ilustradas y liberales en el centro y oeste, revolucionarias en el este) dentro del campo político judío, antes que al naciente antisemitismo político de finales de siglo XIX.
En efecto, podría decirse que tanto en Herzl como en Nordau, cofundador de la Organización Sionista Mundial, conviven varias cuestiones.
- Por un lado, la cuestión identitaria, que en las regiones del centro de Europa se presenta de manera más conflictiva que en el oeste y el este europeos. Ni excluidos ni asimilados, la situación híbrida en la que se encuentran los judíos de mitteleuropa, (burgueses, educados) encuentra una respuesta posible en el nacionalismo judío.
- Por otro lado, la propia dinámica política de la región, con el crecimiento del antisemitismo político y la reacción romántica y anti liberal del ambiente intelectual alemán, opera como amenaza para los judíos, pero también como marco ideológico para la construcción de un proyecto de nacionalismo tribal, utópico y mesiánico[3].
- Finalmente, un tercer factor son los pogroms desatados en la Rusia zarista, que iniciaron un proceso migratorio de grandes dimensiones en donde las ciudades alemanas, austríacas y checas aparecen como destinos elegidos en gran medida. Para estos sionistas la migración de los judíos desde el este se presenta problemática, en dos sentidos, incluso contradictorios entre sí. Por un lado (y por momentos) porque la incorporación exitosa, de estos judíos del este podría significar, ahora sí, la desaparición de los judíos como entidad. Por otro lado, porque podría generar un aumento de la ya creciente xenofobia que comenzaba a poner en cuestión la relativa integración de los judíos de Alemania y el Imperio Austrohúngaro.
Así, puede decirse que desde sus inicios románticos y literarios hasta sus fases instituyentes, el sionismo está marcado y opera en el interjuego entre la amenaza identitaria y la judeofobia que despierta el proceso de integración en las sociedades europeas. Es allí en donde se encuentran las principales motivaciones para la emergencia del movimiento sionista y no, como suele sostenerse, en el fracaso o éxito de la integración.
UNA BATALLA POR EL ALMA DE LOS JUDIOS (Y EL FUTURO DE LOS PALESTINOS)
Cuando en 1917 la Declaración Balfour vea la luz, habrá concluido un largo periodo de marginalidad política para el sionismo. Hasta entonces, el escenario político en que dicho movimiento había intentado incidir presentaba un conjunto de iniciativas más atractivas a los ojos de los judíos y, en algunos casos, también de las propias dirigencias europeas, ansiosas por resolver la cada vez más acuciante cuestión judía. Aunque todas ellas eran de carácter asimilacionista, las había de distinto tipo. Las iniciativas que contaban con apoyo de las dirigencias europeas y de las propias elites judías asimiladas tenían que ver con la aparición de un conjunto de organizaciones filantrópicas que, desde los pogroms de 1880, organizaban la emigración de los judíos hacia los países de occidente o ultramar (entre ellos, Palestina) para fundar colonias agrícolas, con apoyo logístico y financiero del Barón Hirsch o Edmond Rothschild.
Por el otro, las iniciativas de tinte más político que provocaban mayor adhesión en los judíos del este y más incomodaban a la dirigencia zarista y europea en general eran aquellas que pensaban soluciones políticas en el propio territorio. Entre ellas, los partidos revolucionarios de claro tinte universalista, y sobre todo, el Bund, (Unión General de los Trabajadores Judíos de Lituania, de Polonia y de Rusia) un movimiento de extracción popular e influencia marxista que organizaba la autodefensa frente a los pogroms, reivindicaba cierta cultura popular judía y apostaba por el socialismo, la igualdad y el fin del imperio zarista.
Hasta el día de su muerte en 1904, Theodore Herzl había infructuosamente intentado seducir a las dirigencias otomanas y europeas acerca de los atractivos del sionismo, en tanto solución práctica a la cuestión judía, y como herramienta para desactivar el creciente ímpetu revolucionario de los judíos. La nueva generación que tomará el mando a su muerte, encabezada por Weizmann y Sokolow en Europa y Ben Gurion en Palestina, continuará operando en la misma línea argumentativa, pero con más éxito.
Si bien hasta 1948 el sionismo nunca lograría articular detrás de su proyecto a las masas judías europeas, fue a partir de 1917 que logrará encadenar un conjunto de victorias políticas y diplomáticas que lo ubicarán como interlocutor preferido tanto del gobierno británico como de la naciente Sociedad de las Naciones, en detrimento de las tradicionales organizaciones judías asimilacionistas.
La primera gran victoria del sionismo es imponer su interpretación particular de la Declaración Balfour.
Como señala Mallison[4], el documento expresaba preocupación por resolver la situación de los judíos, sin poner en cuestión “los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político gozado por los judíos en cualquier otro país”. Sin embargo el sionismo logrará presentar esta declaración como la promesa de construcción de un Estado solo para judíos en Palestina.
Ahora bien ¿qué significan estas “salvedades” en aquel documento? Para el caso de los palestinos, debemos tener en cuenta que hacia 1917 el imperio otomano estaba en pleno proceso de descomposición, y los árabes de Palestina esperaban con ansias liberarse de la dominación turca para construir sus propios estados nacionales. La inminente victoria de británicos y franceses en la región generaba expectativas pero también temores, sobre todo luego de que se hicieran públicos los acuerdos de Sykes-Pikot para repartirse los territorios conquistados. La declaración Balfour intenta originalmente no otorgar argumentos que aumenten esta desconfianza, en un momento crítico de la guerra en que necesita a los árabes de su lado.
Para el caso de los judíos, si la Declaración al mismo tiempo que promueve la creación de un hogar nacional también dice velar por la igualdad jurídica de los judíos en sus patrias es porque a partir de 1914, la situación de los judíos europeos comienza a degradarse. El crecimiento del imperialismo de ultramar que hace chocar a las potencias convive con la emergencia de los movimientos pan-nacionales, que se sirven de las mismas teorías racistas que británicos y franceses utilizan para negar derechos a sus poblaciones sometidas, pero esta vez para justificar su imperialismo continental y proponer la creación de comunidades políticas ancladas en la sangre más que en el territorio. Entre ellas, el pan-germanismo será el movimiento que impulse con mayor fuerza el antisemitismo como herramienta para construir un nacionalismo a partir de la expulsión de un “otro” del cuerpo político de la nación[5]. Pero además, las revoluciones que se producen desde octubre de 1917, y los grandes movimientos migratorios que la Primera Guerra Mundial desencadena, dan lugar a la aparición de grandes masas de desplazados y desnacionalizados que, para el caso de los judíos, confluyen con los pogroms continuos en el este europeo.
Estos “apátridas” son víctimas de políticas estatales novedosas, consistentes en quitar la nacionalidad a opositores políticos extranjeros, dejándolos al margen del derecho internacional, como una carga difícil de gestionar para los países receptores. Con la disolución de los grandes imperios multinacionales y la emergencia de nuevas entidades políticas creadas en Versalles en base a la homogeneidad étnico-religiosa, el número de “apátridas” aumenta. Para el caso de los judíos, como señala Traverso:
“Después de 1918 pasaron a ser una minoría vulnerable que -fuera ya del espacio heterogéneo, multinacional y pluriconfesional de los antiguos imperios- era percibida como un cuerpo extraño en el seno de los nuevos estados”[6]
En este contexto, la Declaración Balfour y los acontecimientos que se encadenan luego, constituyen el campo de batalla entre dos grandes corrientes político-ideológicas dentro del campo político judío occidental. Por un lado, las organizaciones judías asimilacionistas, representada en su versión liberal por Edwin Montagu. Desde estas posiciones se busca dar respuesta a la “cuestión judía” luchando por la igualdad de los judíos en sus países y facilitándoles asilo en Palestina en caso de ser necesario. La presencia de este funcionario inglés judío en las negociaciones explica en parte el sentido “original” de la declaración Balfour. Por otro lado, el sionismo, que consideraba al antisemitismo como una reacción natural y un fenómeno social lógico, imposible de combatir pero pasible de ser aprovechado. Así, si para Herzl los antisemitas podrían ser los mejores aliados para el sionismo, para Weizmann en Inglaterra y Ben Gurion en Palestina, el sionismo no tenía ni los recursos ni el deber primordial de luchar por los judíos europeos, quienes en su hibridez identitaria constituían “un fenómeno indeseable, desmoralizante”[7].
Así, a caballo entre el bolchevismo, sionismo y asimilación, el periodo de entreguerras parece, parafraseando a Churchill, “una lucha por el alma del pueblo judío”[8]. Esta disputa no se dirime por la fuerza propia de alguna de estas posiciones, sino por la potencia de los imperios europeos. Ya en 1919 el propio Balfour lo dejaba claro:
“Las cuatro potencias están comprometidas con el sionismo, y el sionismo, sea acertado o erróneo, bueno o malo, está arraigado en una tradición ancestral, en unas necesidades presentes, en unas esperanzas futuras, de importancia mucho más profunda que el deseo y los prejuicios de los 700.000 árabes que hoy habitan en aquella antigua tierra”[9]
Ahora bien ¿Qué interés podría haber tenido Balfour y el gobierno británico en apostar por el sionismo? ¿Cuáles eran las necesidades que vendría a satisfacer y que explican su éxito?
Por un lado, este atractivo se explica por la capacidad del sionismo para presentarse como un bastión de occidente en medio oriente, como una dirigencia confiable y un interlocutor válido que introduce una cuña en medio del bloque arabo-islámico y permite a Inglaterra reproducir la dinámica de la dominación indirecta gracias a una élite “occidental” que, si bien no es nativa, al menos puede presentarse como tal[10]. Sin dudas esto explica el mutuo desprecio que europeos y sionistas tienen por los palestinos, y sirve para entender la ideología detrás del proceso de expulsión, desposesión e invisibilización del que serán víctimas, sobre todo a partir de 1948.
Un segundo factor tiene que ver con la necesidad europea en general y británica en particular, de fragmentar, desactivar y vehiculizar el descontento de las poblaciones judías que buscan resolver su situación social por la vía revolucionaria. Como luego el fascismo, el sionismo se presenta como una alternativa capaz de diluir en el chauvinismo nacional esas ansias subversivas de una población a la deriva.
Sin embargo, un factor a nuestro juicio más determinante está dado por la histórica impronta antiliberal y anti-asimilacionista del sionismo, que confluye con la emergencia de los fascismos en Europa y al mismo tiempo concuerda con las posiciones de los gobiernos occidentales respecto a la indeseable migración judía. Símbolo de esto es el propio Balfour, autor de la legislación que restringía la inmigración de judíos a Gran Bretaña y al mismo tiempo principal impulsor del sionismo.
Desde esta perspectiva, puede decirse que el período que va desde la Declaración Balfour hasta su incorporación en el Mandato Británico sobre Palestina en 1922 se caracteriza como un período en el cual el sionismo se irá perfilando como un proyecto únicamente orientado a la consecución de un Estado “solo para judíos” en Palestina.
Esta impronta antiliberal y antisimilacionista del sionismo es la que finalmente le permitirá adquirir capital político y hacerse atractivo a las potencias imperiales, en un contexto de terror frente al bolchevismo y de creciente judeofobia en Europa. Solo así el sionismo, un proyecto de separación geográfica, conceptual y afectiva de los judíos con respecto a los estados y las sociedades europeas, logrará salir de la marginalidad política y presentarse como solución ideal de la “cuestión judía”, en detrimento de las opciones asimilacionistas e internacionalistas que serán repudiados por él y perseguidas por los movimientos antiliberales y reaccionarios que sacudirán a Europa en el siglo XX.
Lautaro Masri – Antropólogo, Docente de la Cátedra de Estudios Palestinos “Edward Said” de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA- www.catedraedwardsaid.com.ar
Referencias y bibliografía
[1] Mallison, W.T, La declaración Balfour. Una evaluación en el derecho internacional. Association of Arab-American University Graduates, INC. 1973. p5.
[2] Sternhell, Zeev [1996], Los orígenes de Israel. Las raíces profundas de una realidad conflictiva. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2013, p. 76.
[3]A este respecto, es por demás interesante el trabajo de Michael Lowy, Redención y utopía, El judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio de afinidad electiva.
[4] Mallison, W.T, op cit. p. 38.
[5] Una descripción y análisis del proceso de surgimiento de los nacionalismos tribales y su relación con el antisemitismo político puede encontrarse en el indispensable libro de Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, Madrid: Alianza Editorial, 20014.
[6] Traverso, Enzo, El final de la modernidad judía: Historia de un giro conservador. Buenos Aires: FCE, 2014 p. 27.
[7] Carta de Chaim Weizmann a Ahad Ha´am, citado en Brenner, Lenni. Sionismo y Fascismo. El sionismo en la época de los dictadores. Buenos Aires. Editorial Canaán. 2011. p.70.
[8] Brenner, Lenni, op cit, p. 35
[9] Documents on British Foreign Policy 1919-1939, ed. E.L. Woodward y Rohan Butler, primera serie, IV (Londres, 1952), citado en Mallison, op cit. p. 46
[10] Tal es el la tesis principal de Edward Said en su libro La cuestión Palestina. Véase Said, Edward [1979]. La cuestión Palestina. Barcelona: Random House, 2013, p 66 a 77.
*50 AÑOS DE LA GUERRA DE LOS SEIS DÍAS- escribe Rolando Schor – (UBA)
¿Qué hacía el Jefe del Mossad, el Servicio de Inteligencia israelí, general Jacob el 30 de mayo de 1967 cuando despegaba desde Tel Aviv rumbo a Nueva York, a una semana de lo que sería la Guerra de los 6 días?
Lo primero que hay que decir es que Jacob (no era su verdadero nombre) era un alemán, egresado de la escuela politécnica de París, llegado a Israel en 1949, donde se incorporó al Mossad, y en el cual hasta 1963 fue el adjunto del jefe del servicio de Informaciones, Izer Jarrel.
Lo segundo que hay que decir es que el Mossad no es el Shin Bet, que se ocupa de la seguridad interna. Oficialmente nació en 1948, ni bien se proclamó la creación del Estado de Israel, pero en verdad fue creado en 1937 cuando los dirigentes de los sindicatos judíos de Palestina y los del ejército clandestino (Hagana) resolvieron crear su propio servicio secreto. Su nombre completo debería ser Mossad Alia bet (traducido: Organización de la Segunda Emigración). En aquel entonces, su función esencial era organizar la inmigración ilegal masiva a la Palestina árabe, que se encontraba bajo mandato inglés. Desde aquel entonces organizaba el espionaje en Palestina y también en el extranjero. El equivalente del Mossad es la CIA, está bajo control militar y la mayoría de sus agentes trabaja en el extranjero.
El Shin Bet o Sherut betashon klala (su nombre completo), es el servicio de contrainformación israelí, se dedica al contraespionaje, a imagen y semejanza del FBI, y tiene cuatro secciones fundamentales, una de ella se ocupa de vigilar a los árabes israelíes y otra a la lucha contra los guerrilleros palestinos.
En tanto, el Modiin o Atgaf Modiin es el servicio de informaciones de las Fuerzas Armadas de Israel, con una red de información pública propia, y actor decisivo en la censura de prensa, además de dirigir a los agregados militares en el extranjero.
Para dar una dimensión del poder y logística del Mossad, ese fue el servicio que organizó el traslado de Argentina a Israel del nazi Eichman.
¿JACOB + ABBA EBAN o JACOB vs. ABBA EBAN?
El general Jacob viajaba a Estados Unidos en paralelo con la misión oficial del canciller Abba Eban, que buscaba el abierto apoyo diplomático y político de las grandes potencias de la OTAN. Pero su misión, además de breve y secreta, tenía que ver con los ocultos hilos que unían desde su origen al Mossad con sus equivalentes de la República Federal Alemana, la CIA y sus pares de Londres y París. Y si iban a la guerra, debía estar todo aceitado.
Semanas antes del viaje de Jacob y del de Abba Eban, el 7 de abril de 1967, la Fuerza Aérea de Israel atacó Damasco, la capital Siria, utilizando aviones, tanques y artillería.
En solidaridad, el 15 de mayo de 1967 los tanques egipcios iniciaron su marcha hacia el desierto de Sinaí y el presidente egipcio anunció que pediría que los Cascos Azules se retiraran del Chara El Sheik o que también se desplegaran en territorio israelí. Pero Jacob, experto, sabía que sin agua y provisiones adecuadas ese avance de Nasser era solamente una manifestación de fuerza. Él sabía que los ingleses atacaron a los turcos en Sinaí en 1916 una vez que hubieron construido una cañería ‘portátil’ de madera sostenida por camellos en una línea que iba desde Port-Said hasta Al-Arish, en el profundo desierto. Y Jacob sabía que el gobierno egipcio no había hecho nada como para sostener una operación, sino que el movimiento de tanques era una acción sin logística alguna para atacar Israel. En el desierto sin agua, nada es posible. El aparato de prensa propio y aliado funcionó a la perfección dentro y fuera de Israel: se dijo y repitió hasta el cansancio que ese desplazamiento de tanques de Nasser buscaba destruir Israel. Y con eso el terreno estaba preparado para activar las urgentes misiones diplomáticas y militares necesarias para una guerra de expansión que ya estaba prevista, y de la cual la acción sobre Damasco en abril de 1967 fue el primer ejercicio.
MOSHE DAYAN, AGAIN, AGAIN & AGAIN
Gran Bretaña había tenido en la década del 30 a un funcionario especial en territorios palestinos: el capitán Orde Wingate. Un ‘profeta’ británico del sionismo, aunque era cristiano. Su cargo no era relevante pero su posición sí lo era. Lo llamaban Lawrence II. Era empleado directo de Archivald Usivel, alto comisionado de Gran Bretaña en Palestina. Su trabajo fue decisivo en los cursos preparatorios de 1936 de la policía auxiliar judía a cuyo frente estaba el joven Moshe Dayan, nacido en la futura Israel en 1915, de padres ucranianos.
La influencia de Wingate fue decisiva en el Hagana y también en el futuro ejército israelí, que adoptó los métodos ingleses de persecución a la población árabe, la siembra de terror y la destrucción de las propiedades de los campesinos. La misión de Wingate y de las unidades que había adiestrado era proteger militarmente los oleoductos de la zona de Haifa, propiedad de la británica Irak Petroleum Company. En 1939 Dayan se convirtió en el instructor de los cursos clandestinos de la Hagana, lo que provocó su arresto por parte de las autoridades inglesas, que lo condenaron a 5 años de prisión pero de la cual -sorpresivamente- fue liberado. Dayan, el ‘lobo solitario’ tuvo un rol fundamental en la campaña de agresión a Egipto en 1956 y volvió a tenerlo en 1967 cuando asumió el 3 de junio el ministerio de Defensa…2 días antes de la guerra.
Ben Gurion, un polaco nacido como David Grin en la localidad de Plonsk muy cerca de Varsovia, llegó a Haifa en 1905, como un convencido joven sionista. Apenas creado el Estado de Israel en 1948, conforme a la resolución votada mayoritariamente en la ONU en la que se proponía un estado para los judíos y uno para los árabes palestinos, y como presidente declaró
«no hemos finalizado la lucha con los árabes. No hemos hecho más que iniciarla. Debemos continuarla hasta lograr la creación de un Estado que vaya desde el Nilo hasta el Éufrates».
Una aseveración similar la produjo en 1951: «hemos creado un Estado dinámico basado en la expansión».
En el famoso discurso en Beersheeva dijo Ben Gurion:
«Me hago responsable de constituir el gobierno israelí solamente en el caso de poder recurrir a cualquier medio para expandirnos hacia el sur. Nadie debe olvidar que Israel surgió de una guerra y que Israel jamás se considerará satisfecho con sus fronteras actuales. El imperio israelí se extenderá desde el Nilo hasta el Éufrates».
Y este fue el sedimento para que autorizara la acción terrorista en El Cairo en 1954, armada y coordinada por el entonces jefe del Mossad coronel Benjamin Dgibbly, que terminó en un escandaloso fracaso, conocido como ‘affaire Lavon‘.
Sin embargo, el ministro Pinjas Lavon negó tener vinculación con los actos de sabotaje en El Cairo dirigidos tanto contra norteamericanos como contra ingleses. Lo que el núcleo duro del gobierno israelí buscaba desde mucho antes era evitar que los británicos retiraran sus tropas del Canal de Suez, y que Norteamérica advirtiera el ‘peligro’ de Nasser. Quien había dado la orden -muy probablemente- fuera Moshe Dayan, para ese entonces Jefe del Estado Mayor. Dayan, en julio de 1954 se encontraba en Estados Unidos, de visita en el Pentágono y algunas otras instituciones, aunque su viaje lo había costeado él mismo y ni el propio embajador israelí en Washington, Abba Eban, estaba enterado.
En este marco, y tras el escándalo Lavon que incluso reveló que Ben Gurion había ordenado falsificar la firma del ministro para autorizar esa operación encubierta en Egipto, Ben Gurion debió renunciar, pero de ninguna manera se abandonó el plan de derrocar a Nasser. Comenzó a prepararse la acción contra Egipto de octubre de 1956, uno de cuyos cerebros fue… Moshe Dayan.
En ese mismo momento, 1954, el general Juvan Nesman se incorporó al Modiin, y pidió que se instalaran computadoras como tenía el Pentágono en Washington, lo que fue apoyado por Dayan, con el criterio de que eso permitiría acelerar y coordinar la información recopilada en fichas personales de funcionarios y generales árabes. Nesman fue el promotor de ‘cegar’ los radares enemigos y fue el Pentágono el que proveyó de equipos ultra sofisticado.
EL MOSSAD OPERA DESDE BUENOS AIRES Y APUNTA A SIRIA
Así como Dayan (o Ben Gurion) imaginaron la acción en El Cairo en 1954, el general Jacob, jefe del Mossad, logró concretar su plan que se cocinó a fuego lento desde 1960 y que luego derivó en el trampolín perfecto para el ataque israelí a la capital de la República Árabe Siria en 1967.
Ese plan tuvo como protagonista al agente Eli Cohen. Había crecido en Egipto, hablaba perfecto árabe, y fue ‘seducido’ para integrar el Mossad en esa acción de largo aliento pergeñada por Jacob. En 1960 fue enviado a Buenos Aires a insertarse en la comunidad sirio libanesa, para llegar a convertirse en hombre de confianza de la embajada de ese país en Argentina y obtener los contactos necesarios para aterrizar en Damasco como un ‘verdadero hijo de sirios’ que vuelve a la patria. En Buenos Aires, donde el Mossad tenía múltiples agentes, a menos de 6 meses de su llegada, le proveyeron de un auténtico pasaporte argentino con su ‘verdadero’ nombre: Kamal Amin Taabes. Y fue con ese pasaporte que partió desde el aeropuerto de Ezeiza en agosto de 1961 con destino a Londres, aunque en verdad desde allí, previo paso por Zurich y Munich (donde estaba la central europea del Mossad), iría a Tel Aviv para recibir las instrucciones de su segunda etapa, cada vez más cerca de Siria.
En esa estadía en su patria, Eli Cohen / Taabes se perfeccionó en el manejo de mini transmisores que debía instalar en una afeitadora eléctrica y en un exprimidor para transmitir desde ahí a Israel. El objetivo: saber todo sobre el ejército sirio y los rusos, y en particular la preparación de pilotos de avión y los movimientos de armamentos.
¿Por qué Israel era la ficha indicada en Oriente Medio? ¿Acaso y solamente por ser la avanzada del Occidente eurocéntrico (y etnocéntrico) frente al ‘atraso’ árabe? No. En 1955 se constituyó el Pacto de Varsovia (unión de las FF.AA. del Este de Europa con cabeza en Moscú) e inmediatamente después la OTAN, su similar pero con cabeza en Washington. Cualquier apoyo soviético a un movimiento de liberación o independentista surgido en Asia o África representaba un peligro para Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Intereses económicos y comerciales de muy antigua data…
Dean Rusk era secretario de Estado norteamericano en 1967, en el pico de la escalada en el Cercano Oriente. Rusk había presidido la Fundación Rockefeller, dueños de una tajada relevante del petróleo en la región. Por los oleoductos de Arabia Saudita y los de Irak fluían los ingresos de los Rockefeller, con su estrella más visible la American Oil Company, Aramco. Y asimismo, los ingresos para el Chase Manhattan Bank, propiedad de la familia, con una extensa red de sucursales en Beirut y otras capitales árabes. Cualquier modificación política y autónoma de los árabes sobre su tesoro petrolero haría caer a los Rockefeller y a otros grandes millonarios, sea Koun Loeb o los Rothschild en Francia e Inglaterra. Que todos ellos fueran judíos no hacía más que sumar un dato afectivo hacia Israel, pero los profundos intereses pasaban por otro lado. Y Nasser era una piedra en el zapato.
Durante 1958 a 1961 Siria había establecido una unión con Egipto. Sin embargo, el 28 de septiembre de 1961 los oficiales sirios se sublevaron, invalidando la unión, por lo cual Siria pasó a ser nuevamente independiente. Parecía que los planes originales del Mossad no iban a poder llevarse a cabo, pero en diciembre de 1961 Eli Cohen / Taabes logró llegar a Damasco. En la acción preparada durante años, Eli Cohen/Taabes no sólo partió varias veces desde Damasco hacia Zurich, de ahí a Munich para ir a su patria, sino que también volvió una vez a Buenos Aires, donde los amigos que tanto lo apreciaban en el club islámico de la capital juntaron 10 mil dólares con los que regresó a Damasco para apoyar al partido en el poder. Todo un éxito.
Tres años más tarde, en noviembre de 1964 los generales israelíes ya tenían definida la estrategia definitiva que los llevaría a poder atacar Siria sin culpa ni críticas internacionales: que Cohen/Taabes transmitiera a los altos mandos sirios con los que había hecho amistad en su rol de ‘empresario rico y amigo de los sirios de la diáspora’ que el ejército israelí planeaba entrar en Siria. Los militares sirios habían registrado en 1964 que las unidades del ejército israelí habitualmente acantonadas en la frontera con la República Árabe Unida o Jordania estaban ahora estacionadas regularmente en las alturas de Golán. Tampoco pasaron desapercibidos los provocadores vuelos ‘por error’ sobre territorio sirio. Si bien las tenues transmisiones de Cohen / Taabes captadas por las fuerzas armadas sirias llamaron la atención, tardaron varios meses en dar con el culpable: el 21 de enero de 1965 el agente israelí fue apresado y meses después enfrentó el juicio por el que fue ahorcado.
Pero el plan original continuó. Pulsar esa cuerda movilizaría a un rearme sirio pero impulsaría a Nasser, ex socio de Damasco, a realizar una acción -al menos simbólica- en solidaridad. Y eso fue lo que finalmente ocurrió en abril de 1967.
El general Jacob del Mossad junto con Richard Helms, jefe de la CIA, habían armaron un golpe de estado en Siria encabezado por el coronel Salim Hatoum que pondría en el gobierno a los sectores reaccionarios confiables para los intereses petroleros norteamericanos, pero el golpe fracasó, y se desplegó el Plan B: el 7 de abril de 1967 la aviación israelí lanzó un ataque sorpresivo contra Damasco, durante el cual derribaron varios aviones caza sirios. Esa fue la primera acción de Israel desde octubre de 1956, y la provocación tenía un fin concreto: si los sirios respondían con una acción similar, se podría denunciar que ‘los árabes’ habían iniciado su plan de ‘destruir a Israel y arrojar a los israelíes al mar’.
Pero eso no pasó, y fue el trampolín para la guerra que en 6 días, un 5 de junio de 1967 permitió a Israel con la plena ayuda de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, atacar la República Árabe Unida de Egipto, y destruir aviones en los aeródromos de Siria, Jordania e Irak.
OCCIDENTE MANCHADO DE SANGRE
Gran Bretaña desde siempre fue socio de Israel. El gobierno de Harold Wilson recibió en Londres en marzo de 1965 al Primer Ministro Israelí, Levi Eshkol. La estrategia de años empezaba a avanzar y Eshkol pidió a los ingleses la provisión de un relevante número de tanques Centurion. El secretario de defensa británico era Denis Healey, quien manifestó “no veo razón alguna para no cumplir con su pedido”.
El tanque Centurion era el principal tanque de Guerra británico por décadas, y en esa ocasión le vendieron 180 al gobierno israelí. No por casualidad otros 150 tanques fueron transportados hasta mayo de 1967.
Pero los británicos no solo proveyeron de tanques. Un barco con ametralladoras, vehículos blindados y minas antitanque zarpó del puerto inglés de Felixstowe una semana antes del ataque del 5 de junio.
Sin embargo, Wilson hizo gala de la mayor y más tradicional sabiduría imperial británica, al aconsejar a Eshkol que solamente debía lanzar un ataque contra el líder egipcio Gamal Abdel Nasser si este bloqueaba el acceso al Estrecho de Tiran, un estrecho paso en el Mar Rojo por el que deben pasar todos los barcos para llegar al puerto israelí de Eilat. “Para que le demos nuestro apoyo, debe basarse en el derecho de libre tránsito de los barcos”, sostuvo. Nasser, que exigía en su propio territorio portuario el derecho a revisar la carga de todos los navíos que se dirigían a Israel, cayó fácilmente en la trampa que le tendieron.
Estados Unidos que en la ONU convocaba a dialogar por la paz y evitar una escalada, guiado por el Pentágono y la CIA, hizo zarpar desde la zona de Sicilia donde tenían su base operativa la VI Flota hacia las costas de Israel y Sinaí un poderoso equipamiento:
-Task Force N° 60, integrada por el portaaviones más grande, el América, de casi 81 mil toneladas, el portaaviones Saratoga, de 78.700 toneladas (que alojaba los aviones Phantom, Corsaires y Vigilant), el crucero de mando Little Rock y el crucero Halvestone.
-Task Force N° 61 compuesto por barcos anfibios y en caso de desembarco ellos llevarían a los marines hacia la costa.
-Task Force N° 62 era una división especial, que comprendía a los infantes de marina que podían ser desembarcados en caso de que estallara un conflicto, o mejor dicho, en caso de que Israel fuera atacado.
-Task Force N° 63 era auxiliar, compuesta por petroleros y otros barcos con funciones técnicas.
El caso es que ningún país árabe planeaba atacar a Israel. Nasser en la conferencia de prensa que fue esperada por todo el mundo le respondió al periodista Sanyo Kitamura del diario Iomiuri de Tokio: “Por cierto que el envío de la infantería norteamericana a Israel a fin de apoyarlo en caso de que éste nos ataque será considerado como un acto de agresión contra la RAU, contra todo el mundo árabe”.
La acción se había planificado a la inversa, durante años. Había sí una verborragia de algunos políticos árabes y en especial palestinos con aquello de ‘arrojar al mar a los israelíes’ surgido tras el ataque a Egipto en 1956 en alianza con Francia (es recordada la frase del mandatario galo Guy Mollet que dijo sentirse ‘muy satisfecho de poder dar una lección a Nasser’ por haber apoyado a Argelia, de donde llegaba petróleo a Paris). Pero aquel ‘triple ataque’ fracasado dejó solo al gobierno de Tel Aviv: en el Consejo de Seguridad de la ONU y en la Asamblea General incluso Estados Unidos votó en contra. Y fue tras esa acción que la URSS declaró su abierto apoyo a los árabes.
La Guerra planeada por Tel Aviv contra los árabes tenía 19 años de gestación. Ya la había profetizado Ben Gurión. Y los ganadores serían los aliados de Occidente.
El Consejo de Seguridad de la ONU, el 25 de noviembre de 1966 condenó al gobierno de Israel por la ‘acción bélica a gran escala’ llevada a cabo contra Jordania, en violación a la Carta de la ONU. Luego del ataque a Siria en abril del ’67 recibió nuevas advertencias que fueron respondidas por Tel Aviv con ‘haremos acciones militares más amplias contra los países árabes’.
El 9 de mayo de 1967 el parlamento israelí concedió al gobierno poderes para realizar nuevas operaciones bélicas contra Siria, y a pesar del acantonamiento de relevantes formaciones militares en la frontera hacia fines de mayo el ministro de defensa declaró “Que trabaje la diplomacia”.
En su momento, el 19 de junio de 1967, el Presidente del Consejo de ministros de la URSS Alexei Kosiguin habló en la Asamblea General de la ONU, y aseveró:
“el 5 de junio comenzó la guerra de Israel contra la RAU, Siria y Jordania; el 6 de junio el agresor desoyó el pedido de cese del fuego que hizo el Consejo de Seguridad; el 7 de junio Israel continúa su ofensiva contra Siria en camino hacia Damasco; la cuarta resolución del Consejo de Seguridad de la ONU prometía sanciones concretas contra Israel. Lo cierto es que los territorios árabes que ahora ocupan fueron invadidos después de que el Consejo de Seguridad aprobara la resolución de cese inmediato del fuego (…) Lo que hacen las tropas israelíes en la península de Sinaí y en la zona de Gaza, en la parte occidental de Jordania y en las tierras sirias ocupadas recuerda los monstruosos crímenes cometidos por los fascistas durante la segunda guerra mundial. La población árabe es expulsada, se incendian aldeas, se destruyen hospitales y escuelas, se fusilan prisioneros de guerra incluyendo a mujeres y hasta se han quemado ambulancias con heridos. Si Israel pretende gozar de derechos de ser miembro de la ONU debe respetar también sus obligaciones”.
La Francia de De Gaulle en 1967 era la misma que la de 1956. Ininterrumpidamente proveyó aviones Mirage y Vauture a Israel, e incluso en esa década llegó a cancelar acuerdos con otros países para cumplir con el aprovisionamiento que requería Tel Aviv. Sin embargo el ministro del exterior israelí Abba Eban (que ya había sido embajador en Washington en los 50), al reunirse con De Gaulle en mayo de 1967 no obtuvo el abierto apoyo de París.
Para los ingleses que prometían actuar en consonancia con Washington, significaba cobrarse la deuda por haber tenido que retirarse de Suez tras la rebelión de los jóvenes militares egipcios en 1952.
Para los Estados Unidos la caída de Nasser significaba pleno abastecimiento desde los pozos petroleros de toda la región árabe, y colateralmente implicaba disciplinar al sha de Irán con la demostración del poderío militar norteamericano. Y si se disciplinaba a Irán, con más razón a Turquía donde estaba la base de Indzhirlik.
Y si todo fallaba, como reveló el general Itzhaak Yaakov en las entrevistas que concedió al profesor Dr. Cohen del Middlebury Institute of International Studies en Monterey (California) en 1999 y 2000, estaba lista la bomba atómica, que Israel nunca reconoció poseer. El plan había sido bautizado Shimshon o Samson, y por eso en la jerga del poder se lo conoció como “la opción Samson”. Tel Aviv había pensado hacer explotar la bomba en territorio egipcio. Por esas revelaciones, tal como publicó el NY Times, Yaakov fue encarcelado en 2001 cuando contaba 75 años de edad bajo el cargo de poner en peligro la seguridad del Estado de Israel.
Un sinfín de razones que desmienten que Egipto fuera a atacar a Israel.
* Rolando Schor– Sociólogo- Universidad de Buenos Aires (UBA)
*LA GUERRA DE LOS SEIS DÍAS PARA UN ISRAELÍ
Escrito por: Gideon Levy en el diario Haaretz, el 16 de abril de 2017
Este es un año de jubileo: 50 años del mayor desastre judío desde el Holocausto, 50 años después del mayor desastre palestino desde la Nakba (desastre). Es el jubileo de su segunda Nakba y nuestra primera. Pero antes del comienzo de las celebraciones para conmemorar el 50 aniversario de la «liberación» de los territorios, debemos recordar que fue un desastre. Un gran desastre para los palestinos, por supuesto, pero también un fatídico desastre para los judíos aquí.
2017 debería ser un año de búsqueda de conciencia en Israel, un año de tristeza sin precedentes. Ya está claro que no lo será. Al contrario, el gobierno planea un año de celebración, celebrando la ocupación. Ya se han asignado diez millones de shekels (2,74 millones de dólares) para celebrar 50 años de represión de otro pueblo, 50 años de putrefacción y destrucción interna.
Un Estado que celebra 50 años de ocupación es un Estado que ha perdido el sentido del rumbo, ha dañado su capacidad de distinguir el bien del mal. Una victoria militar puede ser celebrada, pero ¿celebrar décadas de brutal conquista militar? ¿Qué hay exactamente para celebrar, israelíes? ¿Cincuenta años de derramamiento de sangre, abuso, deshonra y sadismo? Sólo las sociedades que no tienen conciencia celebran esos aniversarios. No es sólo a causa del sufrimiento que ocasiona a los palestinos que Israel debe abstenerse de celebrar el aniversario. Debe cubrirse de tristeza también por lo que le ha sucedido a Israel desde ese terrible verano de 1967, el verano en el que ganó una guerra y perdió casi todo.
Un gran desastre nos golpeó. Como a un kibutz o moshav cuyas tierras de cultivo han sido vendidas a desarrolladores residenciales privados, arruinando el carácter de la comunidad; como a la denigración que se ejecuta brutalmente sobre los pobres; como a un cuerpo alguna vez sano ahora plagado de cáncer. De esta manera ha crecido Israel desde el verano de 1967, así fue dañado su ADN. Basta con mirar a Jerusalén, que pasó de ser una encantadora ciudad universitaria con instituciones gubernamentales a un monstruo gobernado por la Policía de Fronteras.
Comenzó con la orgía ultranacionalista-religiosa que arrasó a todos menos a un puñado de profetas, y continúa hoy, a través de los conocidos mecanismos del lavado de cerebro. La magnitud importa, en el caso de Israel: lo ha convertido en un estado malvado, violento, ultranacionalista, religioso y racista. No era perfecto antes, pero en 1967 las semillas de la calamidad fueron sembradas. No debemos culpar de todos los males del estado a la ocupación, no todas las puñaladas en un club nocturno son perpetradas por un veterano de la Brigada Kfir del ejército*. Y no tenemos que creer que todo es más oscuro que lo negro para comprender la enormidad del desastre: desde un estado que comenzó como una tea arrancada de un fuego, modesto, inseguro, vacilante, acumulando logros asombrosos que a todo el mundo maravillaba, a un estado arrogante y despreciado, que maravilla sólo a aquellos que se asemejan a él.
Todo esto comenzó en 1967. No es que 1948 fuera tan puro, lejos de ello, pero 1967 aceleró, institucionalizó y legitimó el declive. Se dio vía libre al desprecio continuo por el mundo, la jactancia y la intimidación. En 1967 comenzó la ocupación. Se metastatizó salvajemente hacia adentro, desde los bloqueos de carreteras en Cisjordania hasta los clubes nocturnos de Tel Aviv, desde los campamentos de refugiados hasta las carreteras y las líneas de supermercados. El lenguaje de Israel se convirtió en el lenguaje de la fuerza, en todas partes. El éxito de la Guerra de los Seis Días fue demasiado para él -algunos éxitos son así- y después vino el alardeo, «para nosotros, todo está permitido».
Comenzó con los álbumes de fotos de la victoria y las canciones: «Nasser está esperando a Rabin, yai, yai, yai» y «Hemos regresado a ti, Sharm el-Sheikh.»
Justo después de la resaca llegaron las señales de cáncer: De repente el religioso se convirtió en mesiánico, el moderado en ultranacionalista, y desde allí hubo un corto recorrido.
Nada se interponía en el camino de Israel para convertirse en lo que es, en casa o en el extranjero. Perpetúa la ocupación porque podía, aunque aparentemente no la quiso desde el principio, y estableció un régimen de apartheid en los territorios, porque no hay otro tipo de ocupación.
Ahora está aquí. Fuerte, armado y rico como nunca lo fue en 1967. Corrompido y podrido como sólo un país ocupante puede ser. ¿Eso es lo que se supone que debemos celebrar?
Eso es lo que debemos llorar.
* Los clubes nocturnos de Tel Aviv suelen contratar como patovicas a veteranos de las brigadas que actúan en los territorios ocupados. (N. del T)
Traducción: Dardo Esterovich
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*LA NAKBA o la conquista de Palestina – escribe Miguel Ibarlucía
Es un lugar común instalado en la opinión pública que el Estado de Israel fue creado en 1947 por la Organización de las Naciones Unidas mediante la sanción de la Resolución 181, el 29 de noviembre de ese año, resolución que aprobó el dictamen de mayoría de una Comisión -la UNSCOP- creada con el propósito de formular propuestas para la cuestión de Palestina.
Dicha creencia no se limita al público en general sino que es compartida por la casi totalidad de los académicos que han tratado el tema y hasta por los propios sostenedores de la causa palestina. Así, es común hallar referencias a “la partición de Palestina por la ONU”, incluso criticando una resolución que abrió los cauces para la conquista de un territorio en el que habitaba un pueblo desde hacía más de un milenio por otro constituido por inmigrantes recién llegados de Europa con el apoyo de una potencia colonial.
La proclamación del Estado de Israel, realizado por un conjunto de entidades representativas de la comunidad judía en Palestina el 14 de mayo de 1948, invocó en su apoyo la mentada Resolución.
Los palestinos no fueron nunca consultados. La Liga Árabe sí manifestó su absoluta oposición interpretando el sentir del pueblo afectado. La comunidad judía, liderada por David Ben Gurión, aceptó la partición pero no sus límites -ni las condiciones jurídicas y económicas que se proponían- desatando en consecuencia una guerra de conquista para apoderarse de la mayor cantidad de territorio posible y a la vez llevó adelante un proceso de limpieza étnica contra la mayoría palestina para que el futuro Estado de Israel contara con un predominio de población judía indiscutible. Es decir, para construir un Estado étnico en el que la mayoría profesara la religión judía o se identificara con esa tradición.
En diciembre de 1947 las fuerzas paramilitares de la colonia de inmigrantes judíos lanzaron una campaña de hostigamiento contra las aldeas de campesinos palestinos con el objeto de sembrar el terror entre ellos y provocar su huida. La más conocida de esas acciones es la masacre de Deir Yassin, ejecutada el 9 de abril de 1948 en una pequeña aldea ubicada a 18 kilómetros de Jerusalén. Un grupo paramilitar sionista ingresó y ejecutó a unos 250 campesinos. Este hecho es el símbolo de la Nakba, o catástrofe del pueblo palestino, ignorada por la mayoría de los países y omitida inclusive por los movimientos progresistas. Pero en realidad fueron más de 530 las aldeas tomadas cuyos habitantes fueron expulsados.
Simultáneamente, entre abril y julio de 1948 ocho ciudades, Tiberíades, Haifa, Safed, Acre, Baysan, Lydd, Ramleh, Nazareth y los barrios norte y oeste de Jerusalén fueron tomados y sus habitantes expulsados. Más de 30 masacres colectivas fueron ejecutadas y 8.000 prisioneros palestinos conducidos a campos de refugiados.
Como resultado, entre 700.000 y 800.000 palestinos fueron arrojados al otro lado de la frontera dando inicio al tristemente célebre caso de los refugiados palestinos. Sus tierras, viviendas y hasta sus muebles fueron entregados a nuevos inmigrantes judíos venidos de otras partes del mundo. Así lo explicaron prestigiosas figuras como Eduard Said en “La Cuestión Palestina”, Benny Morris en “The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949”, Tom Segev en “The First Israelis” y Ilan Pappé en “La limpieza étnica de Palestina”.
GRAN BRETAÑA, cómplice de la limpieza étnica.
Todo ello fue ejecutado ante la vista y pasividad absoluta de las fuerzas armadas de Gran Bretaña, la potencia mandataria que debía conducir al pueblo palestino a alcanzar los beneficios de la civilización. En vez de reprimir estos actos de violencia y terror el Gobierno británico anunció que anticipaba su retiro de Palestina el 14 de mayo de 1948 –debía hacerlo recién el 1 de agosto- y al hacerlo entregó el control de las principales ciudades junto con sus edificios públicos a la comunidad de colonos judíos, facilitando de esa forma la proclamación del nuevo Estado.
Ese mismo día, los países de la Liga Árabe, movidos por el clamor de solidaridad hacia los palestinos de sus respectivos pueblos, cruzaron las fronteras a fin de resguardar los territorios propuestos por la ONU para el Estado árabe desencadenándose una guerra que, sin bien en un principio pareció serles favorable, terminó en su derrota.
Desde esa fecha se negó el ingreso de los palestinos expulsados tal como reglamentaba la Resolución 194/48 de la ONU y se dictó la Ley del Retorno por la cual el derecho que se le negaba a los habitantes nativos (instalarse en la Palestina ocupada) se le confería a cualquier judío nacido en cualquier país del mundo.
Desde 1948 el pueblo palestino, a veces mediante la palabra, otras por la fuerza, mediante la diplomacia o mediante los cohetes, por medio de movilizaciones pacíficas o de actos terroristas, resiste la usurpación que la mayoría de la comunidad internacional ha convalidado por acción u omisión.
Desde esta perspectiva, la proclamación del Estado de Israel fue un acto de conquista violatorio del derecho internacional. En consecuencia, la más mínima asociación de los actos de resistencia del pueblo expulsado con la guerra de exterminio llevada a cabo planificadamente por los nazis lo único que hace es ocultar la barbarie de Israel en esos territorios. Y eso debe discutirse inclusive si se evalúa como correctos o incorrectos los métodos violentos.
La Carta de las Naciones Unidas, en su artículo 2.4 prohíbe expresamente “el recurso a la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad o la independencia política de cualquier Estado”, un principio que fue ratificado en 1970 mediante la Resolución 2625 de la Asamblea General.
Junto a la negativa a permitir el retorno de los palestinos expulsados, Israel aprobó la Ley de Ausentes mediante la cual se declaró como tal a todo aquel palestino que hubiera hecho abandono de su lugar de residencia y se hubiera trasladado fuera de Israel o de su aldea, aún en calidad de refugiado (¡!). La propiedad de los ‘ausentes’ fue transferida al Fondo Nacional Judío para la colonización de ‘Eretz Israel’, y entregada en su mayor parte a los judíos provenientes de los países árabes a los que se trajo en masa en aquellos años.
El Fondo Nacional Judío es una institución no estatal, administrada por la Agencia Judía, cuyo objetivo es ‘la redención de la Tierra de Israel…por tierra redimida se entiende la tierra que ha pasado de ser propiedad no-judía a ser propiedad judía. Y toda aquella tierra que pertenece a los no-judíos, se considera no-redimida. Una vez rescatada, por esa Ley, no es posible volver atrás. De este modo, el joven Estado se aseguró que los palestinos remanentes –mal llamados ‘árabe-israelíes’, no solo no pudieran recuperar sus tierras sino tampoco comprar jamás tierra agrícola, instituyéndola discriminación étnica en el acceso a la propiedad.
Al momento de la fundación del Estado de Israel los judíos eran propietarios tan solo del 6% de la tierra total en Palestina. A través de todas las incursiones y conquistas, confiscaron sin compensación alguna más de 4 millones de dunums (1 dunum equivale a 0,1 Hectárea). Poseen el 78% del territorio, el 60% de la tierra cultivable.
Golda Meir declaró en 1969 tras la Guerra de los 6 días:
“No existe una cosa tal como pueblo palestino. No es como si nosotros llegamos, los echamos y tomamos su país. Ellos no existen”.
Lúcidamente Hannah Arendt sostenía que convertir al otro en un paria, un apátrida, un refugiado, un individuo sin Estado y por lo tanto superfluo –una persona sin derecho a tener derechos-, es la base misma del totalitarismo.
La realidad es que 69 años después, los palestinos sólo buscan recuperar la tierra que les fue usurpada y regresar a sus hogares. De hecho, en 1993 al firmar los Acuerdos de Oslo se mostraron dispuestos a reconocer a Israel y contentarse con apenas el 22% de su territorio original. Ni siquiera eso les fue otorgado. Pasaron 24 años de la firma de los Acuerdos: la ocupación de Cisjordania y la implantación de colonias continúan, particularmente profundizas bajo el gobierno actual.
** Miguel Ibarlucía– Abogado, escritor, Licenciado en Historia de la Facultad de Ciencias Humanas, UNICEN- Miembro del equipo de investigación de la Cátedra Libre Edward W. Said de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.- www.catedraedwardsaid.com.ar
Bibliografía
SAID, Edward, La cuestión de Palestina, Debate, Madrid, 2013 (1ª ed. 1979), MORRIS, Benny. 1987. The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949, Cambridge University Press, SEGEV, Tom, 1949: The First Israelis, New York, The Free Press, 1986, PAPPÉ, op cit.
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*PASADO EN CONSTRUCCIÓN: EL USO DEL ANTIGUO TESTAMENTO COMO FUENTE HISTÓRICA
Escribe Bárbara Hoffman- UBA
Todo niño o niña que haya recibido un mínimo de educación judía habrá interiorizado la idea de que la comunidad a la cual pertenece cuenta con una historia milenaria, y que sus integrantes mantuvieron un vínculo inquebrantable entre sí y con la Tierra de Israel a través de todo ese tiempo[1].
Ya sea a través de vías formales como la instrucción en Historia impartida en escuelas judías, como la participación en instituciones con fines no estrictamente educativos (clubes o grupos de jóvenes), los educandos judíos del mundo reciben un relato que traza una línea continua que va desde la revelación de Dios al patriarca Abraham y que concluye en ellos mismos.
Los detalles acerca de ese relato acerca del pasado más remoto de su pueblo se transmiten de un modo análogo al de otros contenidos educativos referidos a la Historia: textos escolares, enciclopedias, programas de estudio, recursos interactivos. Sin embargo, divergen sensiblemente en el punto en que la información sobre la que se construye ese relato procede de la Biblia hebrea o Tanaj (los cinco libros de la Torá, Neviím -Profetas- y Ketubim -Escritos). Aunque no todo lo que afirma el Tanaj se acepta directamente (el período antediluviano queda relegado al terreno de lo mítico) los episodios de los patriarcas, el cautiverio en Egipto, el éxodo, la conquista de la tierra prometida, las tribus y los jueces, el reino de Saúl, de David, de Salomón, y los de sus sucesores, sí se consideran de un modo propiamente histórico, integrados en la “Historia Antigua del Estado de Israel”.
Sin embargo, más de un siglo de investigaciones académicas en torno de las coordenadas espacio-temporales que el relato identifica como el escenario de su historia, arrojan una imagen sobre el pasado francamente diferente. La documentación arqueológica, las evidencias textuales extra-bíblicas, y su articulación con otras disciplinas humanas, como la Historia Comparada de las religiones o la Antropología, así como la filología, los recientes métodos de datación, la arqueología, han confluido en la formulación de unas épocas históricas para el Levante meridional que distan considerablemente del relato que emerge del Tanaj, y demandan una reconsideración sobre el origen del antiguo Israel.
¿Por qué el sistema educativo judío decide entonces unos criterios tan diferentes para evocar un pasado que, formalmente, se transmite bajo la forma general del discurso histórico aun cuando no sigue sus reglas?[2]
Desde el campo académico, durante buena parte del siglo XX, la historicidad de los relatos contenidos en el Antiguo Testamento no fue puesta en cuestión. La historia oficial del Estado israelí se irguió sobre las premisas de retorno a la antigua tierra prometida, y en los albores del movimiento político, la arqueología bíblica[3] colaboraba en esclarecer los períodos y descripciones de las tradiciones bíblicas.
En primer lugar, desde el ámbito académico se estableció un consenso sobre la relevancia que surge de la evidencia arqueológica como fuente documental para la reconstrucción del pasado del antiguo Israel. Aunque la interpretación puede diferir (y de hecho lo hace) según la perspectiva de cada autor, la importancia capital de la arqueología no es cuestionada.
Respecto de la asunción del Tanaj como fuente primaria, para que ésta pueda ser considerada fuente de información para el período y de la sociedad que lo produjo, debe poder establecerse, ante todo, qué sociedad y en qué período fue compilado/redactado[4].
Derivado de los puntos anteriores, los autores coinciden en señalar que la evidencia arqueológica del período no aporta ningún indicio que sostenga la veracidad sobre los relatos sobre el cautiverio en Egipto, el éxodo, la prolongada estadía en el desierto, ni la hipótesis sobre una conquista de Canaán por parte de un grupo foráneo etno-culturalmente diferenciado. Para períodos posteriores, las discrepancias entre evidencia arqueológica disponible y relato arrojan dificultades análogas[5].
¿Por qué entonces se sostiene y se reproduce en el ámbito educativo judeo-sionista un relato que se aparta de los criterios académicos convencionales?
Hacia fines del siglo XIX se concretó en Europa el proceso de formación de los modernos Estados-nacionales. El nacionalismo fue la ideología que estableció las bases para las nuevas entidades políticas. La idea sionista, en rigor, la emigración masiva de los judíos de Europa, fue gestada en Rusia, donde los pogromos pusieron en evidencia la gravedad y urgencia de resolución[6] de la llamada cuestión judía.
Deudor de los movimientos nacionalistas de la Europa del siglo XIX, el sionismo político tomó sus postulados, haciendo especial énfasis en el elemento religioso para construir su propio sentimiento de pueblo unitario. La “nación judía” carecía de los rasgos fundamentales que constituían a los demás nacionalismos: lengua, cultura e historia comunes[7].
En este contexto, el sionismo, forma específica de nacionalismo, debió crear sus propios argumentos para legitimar el establecimiento de un Estado judío en territorio Palestino, y en ese sentido la lectura secular del Tanaj permitió brindar la homogeneidad histórica que ligaba al colectivo nacional en construcción con el territorio donde el destino nacional habría de ser concretado, al presentarlos “racial” o “étnicamente” descendientes de los antiguos hebreos.
Del lenguaje simbólico de la religión, el sionismo extrajo una especie de ‘título de propiedad’ en donde se afirmaba que aquella porción de tierra pertenecía a los judíos. Este argumento salvó al sionismo de aparecer como una mera ideología conquistadora, al presentar la expulsión de los nativos y la toma de posesión de la tierra prometida como un mandato divino.
La identidad ligada al territorio es el punto más belicoso del discurso de la nueva comunidad nacional impulsada por el sionismo. Alegando un derecho histórico del pueblo judío, se declaró la “independencia” del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948. El establecimiento de un Estado judío en Palestina, fue y es legitimado a partir de la invocación a la idea de “retorno a Eretz Israel”. Esta reivindicación, además de la noción de unidad entre Pueblo y Tierra, soslaya la demarcación territorial para el nuevo Estado, tornando imprecisa y evasiva la recomendada por la ONU.
La economía de mercado, que jugó un rol fundamental en la creación y delimitación de las patrias nacionales a partir del siglo XVIII, se encuentra ahora en proceso de erosión de sus propias creaciones. Ahora bien: en un tiempo en que las fronteras nacionales parecerían estar en vías de disolución, para el Estado de Israel siguen siendo un elemento en construcción. Por este motivo, el Estado de Israel requiere de un tipo específico de legitimación que no se advierte para los Estados conformados durante el siglo XIX (lo que no quiere decir que la lógica y dinámica de concreción de los Estados-nacionales no haya incurrido en las mismas o similares prácticas, según el caso: invisibilización, limpieza étnica, genocidio de la población nativa).
En este sentido, los libros escolares no son agentes de historia sino de memoria.
Su objetivo es la transmisión del “conocimiento aprobado”. Éstos juegan un doble papel en la construcción de la memoria colectiva: estableciendo continuidad entre el pasado y el presente, y alterando y reescribiendo el pasado a fin de instrumentalizarlo en el presente. A partir del control del aparato educativo, mediante la determinación de qué se incluye o se excluye de la currícula, el Estado da forma a la memoria colectiva de una nación.
Al resignificar el texto bíblico como título de propiedad, Palestina pudo ser convertida en “Eretz Israel”. El mito de conquista de su tierra por parte del antiguo pueblo hebreo ofrecía una inspiradora similitud a los ideólogos sionistas entre el pasado bíblico y el presente nacionalista.
A los efectos de lograr la creación del Estado judío a la usanza occidental, el sionismo sincronizó su entusiasmo por la modernidad y el rechazo a la religión, en un discurso que se servía de elementos de ambas vertientes. Pero basó su ideología en una interpretación del Tanaj como texto fundamental y como máxima legitimación de su empresa, soslayando la contradicción que implica el recurso al argumento de carácter religioso por parte de un movimiento político occidental.
* Bárbara Hofman – Historiadora (UBA) – Cátedra Libre de Estudios Palestinos Edward Said- Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires- Argentina
Referencias y Bibliografía
[1]A modo de ejemplo, considérese la “línea histórica del pueblo de Israel” que publica el Portal de Judaísmo e Israel, Masuah http://masuah.org/historia-e-israel/linea-historica-del-pueblo-de-israel/
[2] Nótese que la pregunta no apunta a discutir el modo en que la religión reflexiona acerca del origen –todas, de un modo u otro, lo hacen– sino a esta singular forma de elaborar el pasado y de enseñarlo en circuitos educativos formales y no-formales, que se aparta notablemente de los criterios académicos convenidos para el estudio de otros períodos y otras sociedades.
[3] Esta disciplina se ocupó de la recuperación e investigación de restos materiales de sociedades que hubieran habitado el área que se corresponde con la denominada Tierra Santa (en la actualidad, los Estados de Israel/Palestina, Jordania, Egipto, Siria y parte de Iraq-Mesopotamia), durante el período comprendido entre el 2000 a. C. y 100 d. C., aproximadamente. Se sostenía que la evidencia arqueológica permitía ratificar y probar la veracidad de aquellos relatos. La linealidad de una historia milenaria, de pertenencia de los judíos a la tierra de Israel (y de pertenencia de esa tierra a los judíos), parecía ser perfectamente coherente.
[4] Teniendo en cuenta el punto de vista del método histórico, el Tanaj es evidencia del pasado de Palestina, por el hecho de constituir un documento redactado en dicha región, pero es necesario partir de la noción de que la historia que leemos en ella no fue escrita en clave occidental del mundo moderno. Ésta debe ser abordada en tanto producto literario de un grupo específico, que respondió a intereses específicos, y aunque suene obvio, para una sociedad de la cual no quedan testimonios directos y por lo tanto sólo podemos elaborar conjeturas. “El Israel bíblico es su Israel, es la propiedad original de esta sociedad antigua, no de la nuestra”.
[5] Una obra de síntesis que detalla los debates en torno a estos temas es el libro La Biblia Desenterrada de N. Silberman e I. Finkelstein (2001, Editorial Free Press)
[6] Frente a la amenaza que representaba la animosidad contra los judíos, se perfilaban cuatro alternativas de solución: en primer lugar, la intensificación de los esfuerzos de asimilación, alternativa que se dio sobre todo en Europa Occidental. En segundo lugar, y en dirección opuesta, un retorno a los fundamentos de la tradición, con “Agudat Israel” (Unidad de Israel) -una coalición de representantes rabínicos de la neo-ortodoxia alemana y la ortodoxia clásica de Lituania, Polonia y Hungría. En tercer lugar, los proyectos que afirmaban la identidad nacional judía, pero que no veían necesaria la alternativa de la territorialización. Se encarnaban en corrientes autonomistas como la “Liga” socialista (Liga General Judia de Trabajadores, en Lituania, Polonia y Rusia). Una cuarta alternativa entonces fue la propuesta sionista. Aquí, la consecución de un territorio en el cual establecer un Estado soberano a partir del cual la “nación judía” lograría normalizarse, significaba un tema prioritario, aunque cabe destacar que el proyecto de emigración masiva de los judíos europeos, no implicó en un principio el necesario “retorno” a la antigua tierra de Israel.
[7] En este punto se destaca el aporte de Shlomo Sand a la comprensión del proceso de ingeniería social del sionismo: en el libro La invención del pueblo judío el autor analiza cómo “los sionistas debieron fabricar todo: una historia, una identidad, un pueblo, una mentalidad y unos valores”.
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ASÍ ESTÁ GAZA – escribe Colectivo purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis
En 2007, con la llegada al poder de Hamas en la franja de Gaza el gobierno israelí decidió imponer un bloqueo a todo el territorio, pero especialmente desde la Operación Margen Protector lanzada por Benjamín Netanyahu a mitad de 2014, los 2 millones de habitantes viven una situación desesperante. Para las Naciones Unidas la Franja está a punto de convertirse en «inhabitable», una previsión que sólo se esperaba para fin de la década.
Inhabitable. Definición vaga y cuestionable si no se llena de contenido. Hablamos de carencias esenciales: agua, luz, servicios médicos, materiales para la reconstrucción de lo perdido, alimentos asequibles para una población empobrecida. El bloqueo que lleva una década empujó a Gaza a vivir de las donaciones. No entra ni sale gente, salvo contadas excepciones, y no entran ni salen bienes. El portal de noticias israelí Ynet explicaba el 10 de agosto que se establecieron mayores restricciones para los palestinos que entran y salen de la Franja. El nuevo capítulo: la imposibilidad de llevar notebooks, maletas rígidas, shampú, pasta dental y comida, excepto para pacientes internados. Casi todo el mundo es peligroso y cualquier objeto puede emplearse contra los intereses de Israel.
Las cifras que toda la comunidad internacional oculta y que los medios de comunicación se empeñan en poner bajo la alfombra revelan que hay más de 800.000 refugiados que necesitan recibir ayuda alimentaria permanente de UNRWA (la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos); la desocupación total roza el 42% pero supera el 68% entre los jóvenes;
la mortalidad infantil aumentó; el 35% de la tierra agrícola y el 85% de las aguas pesqueras están afectadas por las restricciones. Un desastre humanitario NO causado por causas climáticas.
¿Cómo se llegó a esto?
En la London Review of Books, el escritor y periodista israelí Ilan Pappe citó en un texto publicado en 2009 (“El mensaje de Israel”) lo que había dicho hace 50 años el entonces primer ministro Levy Eshkol, tras la Guerra de los 6 días…
’Gaza es el problema. Yo estaba allí en 1956 y vi serpientes venenosas andando por las calles. Podemos establecer a algunas de ellas en el Sinaí y esperemos que las demás emigren’. Los israelíes –sostiene Pape- suelen referir a Gaza como Me’arat Nachashim, un foso de serpientes.
A esto que se vive en 2017 se llegó por el bloqueo de 10 años y por la Operación Margen Protector, que comenzó el 8 de julio de 2014. Allí murieron 2.251 palestinos (1.462 eran civiles y, de ellos, más de 500 eran niños) y 73 israelíes, de los cuales 67 eran militares. Además, más de 11.000 palestinos resultaron heridos.
Según Human Rights Watch y el periódico israelí Haaretz el gobierno de Israel arrojó fósforo blanco y bombas de racimo sobre la población civil las que, como es sabido, producen horribles padecimientos físicos.
¿Quién habla en el Tribunal de La Haya de los más de 500 niños que asesinó Israel y su Primer Ministro Benjamín Netanyahu?
En los bombardeos israelíes 11.000 casas fueron totalmente destruidas, 6.800 gravemente dañadas y no fueron más habitables, 5.700 sufrieron daños parciales y 147.500 resultaron levemente afectadas.
Tras 50 días de ofensiva, se firmó un alto el fuego entre Israel y Hamás, la Yihad Islámica y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Aun con violaciones de ambas partes, el acuerdo se mantiene hasta hoy.
Sin embargo, las consecuencias siguen. El 4 de agosto de 2017, uno de los 7000 misiles disparados por el ejército israelí que no explotaron en 2014, explotó, provocando 4 palestinos muertos y otros 30 heridos en Gaza.
Tres años después y gracias a las donaciones internacionales por 3 mil 500 millones de dólares, se reconstruyó el 50% de la primera etapa planeada: 3500 viviendas. Otras 2000 están en proceso.
Sin luz y no hay agua.
El bloqueo israelí con la colaboración de Egipto provocó un déficit de combustible que afecta al suministro de servicios esenciales. Egipto es el único país que tiene frontera con Gaza, pero desde que asumiera el gobierno los Hermanos Musulmanes en 2013 y asumiera la presidencia Abd al-Fattah al-Sisi las cosas empeoraron.
Antes del conflicto de 2014 había un programa de electricidad de emergencia, que consistía en ocho horas encendida, 12 horas apagada. Pero el bloqueo hizo algo más: al impedir que ingresen materiales para reconstruir las centrales dañadas por los bombardeos o elementos para mantenerlas, cada vez hay menos energía. El único proveedor de combustible es Israel, a precios no subsidiados, y el 70% de la población no puede pagar las facturas de electricidad por lo cual la deuda general trepa a los 1000 millones de dólares.
Eso era así hasta el 16 de abril de 2017 cuando dejó de funcionar la única central que seguía activa en la zona. De los 210 megavatios de potencia diarios, ahora en Gaza sólo disponen de entre 100 y 150, pero con necesidades reales superiores a 450 megavatios.
Hoy, el suministro de energía promedia las 3 horas diarias, según el matutino israelí Haaretz.
El periodista Ahmad Melhem reportando para Al-Monitor en Washington confirmaba el 3 de agosto que el ministro palestino de Salud, Jawad Awad había autorizado la instalación de paneles solares en los hospitales públicos de la Franja de Gaza, financiados por la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA), tras la firma de un acuerdo entre el representante nipón en Palestina, Takeshi Okubo y funcionarios de Ramallah. Cientos de operaciones se postergan cada semana por la falta de energía en los centros de salud.
Según la ONU, el volumen de agua suministrada a los hogares, incluido el agua potable, ha disminuido de 90 litros por persona a 40 o 50 litros por día. La mitad de lo que establece la Organización Mundial de la Salud.
El municipio provee de agua por 2 horas, cada dos o 3 días, y el breve lapso en que hay energía eléctrica no es suficiente para llenar los tanques de agua. Los que pueden, compran agua. Un tanque de 1000 litros llenado por proveedores privados cuesta 25 shekels, unos 7 dólares, contra los menos de 0,30 de dólar que cobra la municipalidad. A raíz de esto, un problema de proporciones inimaginables emerge con mayor potencia: el acuífero de Gaza está sobre exigido en 150 millones de metros cúbicos por año. 300 son los pozos de toma de agua municipales, otros 2700 son para agricultura y hay 7000 pozos ilegales…que cuestan 2 mil dólares cada uno. Pero es esto o nada. No hay agua.
William Booth and Hazem Balousha del Washington Post afirman que en Gaza hay una verdadera ‘generación perdida’, que no hace nada, y no puede hacer nada. Muchos de ellos consumen drogas pero cualquiera: tranquilizantes usados para el Ganado, filtrado a través de la Península de Sinaí. Lo dosifican con el Tramadol y fumando hashish. Sonámbulos. Las últimas encuestas afirman que el 50% de los gazatíes se iría de inmediato, si pudiera.
Nunca puede perderse el centro del problema: Gaza es un bantustan, un gueto israelí. Y a ese dato fundamental se agregan los lanzamientos de cohetes desde Gaza que reciben réplicas de Israel contra la infraestructura local, y la guerra política entre la Autoridad Nacional Palestina (de Al Fatah fundado por Arafat) y el gobierno local de Hamas, el Movimiento de Resistencia Islámico, lo que derivó en la eliminación de los subsidios para los combustibles, y el agravamiento de la situación.
Según el diario Huffington Post “La contaminación ambiental y los riesgos para la salud pública están aumentando también por culpa de esta crisis, reduciendo el funcionamiento de los pozos de agua y las estaciones de bombeo al 60% y con las plantas de desalinización al 80% de su capacidad. El Servicio de Agua de los Municipios Costeros (CMWU en sus siglas en inglés, un proyecto con ayuda del Banco Mundial), estimó que con las cuatro horas de servicio que hay ahora no se puede completar los ciclos de tratamiento de las aguas residuales antes de ser bombeadas al mar, así que más de 100.000 metros cúbicos de aguas residuales sin tratar están siendo descargadas a diario en el Mediterráneo.
Esto es Gaza, hoy, y cada día en los últimos 10 años, una situación agravada tras la ofensiva de 2008-2009 (Plomo Fundido) donde murieron 1391 palestinos -926 civiles- y quedaron 5 mil heridos, y por la parte israelí hubo 13 militares muertos y 518 heridos.
Agravada más aún en la ofensiva de 2012 (Pilar Defensivo) en la que murieron 160 palestinos y 1000 quedaron heridos, y por último la devastadora de 2014 (Margen Protector)…
La organización humanitaria israelí B’Tselem acusó al gobierno de Benjamín Netanyahu de colocar a Gaza en “el borde de un desastre humanitario, al obligar a los residentes a vivir una abyecta pobreza bajo condiciones inhumanas que no tienen paralelo en el mundo moderno”
Por eso la ONU es clara: «hay que actuar porque la catástrofe humanitaria es inminente». Tel Aviv no escucha.♦♦
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