Escribe Gustavo Provitina
POSTALES DE CORTÁZAR
…y te busco la cara, Cuba la muy querida, y soy el que fue a ti
como se va a beber el agua, con la sed que será racimo o canto.
Revolución hecha de hombres,
llena estarás de errores y desvíos, llena estarás de lágrimas y
ausencias,
pero a mí, a los que en tantos horizontes somos pedazos de
América Latina,
tú nos comprenderás al término del día,
volveremos a vernos, a estar juntos carajo,
contra hienas y cerdos y chacales de cualquier meridiano,
contra tibios y flojos y escribas y lacayos…
Julio Cortázar (Policrítica en la hora de los chacales – 1971)
Hay escritores cuyas voces se adhieren hondamente a los ecos sociales de su tiempo –cuando digo “su tiempo” aludo al eje sincrónico de las causas populares-. Y están los otros, esos que reivindican una tradición enaltecida, caduca como una madera hinchada, pero siempre eficaz para censar el reflejo condicionado de los desclasados y de los insulsos. En el medio se acumulan los deshechos cloacales de una época signada por la preminencia del individualismo, la codicia rapaz y la ignorancia gozosa. El capitalismo global hace girar la tómbola del consumismo dime cuánto tienes y te diré quién eres.
Entre el intelectual situado en el plano del compromiso político vinculado a las causas populares y su fachendoso antagonista, osificado hasta perderse en los pasillos de un conservadurismo abyecto (el lector podrá imaginar a quienes aludimos) deberíamos considerar también a ciertos especímenes anfibios, que se conforman con asumir un hermetismo cercano a la indiferencia, sin olvidar a aquellos otros, inclinados a adecuar sus principios según la orientación del viento. Los lectores de la obra de Cortázar también participan, casi en espejo, del viejo juego de tres velocidades con su pebetero rancio: izquierda-centro-derecha.
Este texto concentra el foco sobre un escritor que bajó del vilipendiado faro de marfil del intelectual agazapado en una red de tradiciones reguladas por la indiferencia o las anteojeras de un esquema conservador y lo hizo casi en sincronía con el descenso de los barbudos de Sierra Maestra: Julio Cortázar.
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DE LA MODERACIÓN DISTANTE AL COMPROMISO REVOLUCIONARIO
Abundan los análisis sobre el desarrollo de la conciencia política del autor de Rayuela en favor del socialismo y de la emancipación de América Latina. La revolución cubana parece haberle hecho notar a Cortázar la misteriosa analogía entre su posición mezquina durante los años germinales del peronismo y el espejo, de aquel cuento, que si se lo ubica al oeste de la isla de Pascua, atrasa. [1] La acotación está fundada en los comentarios que el propio Cortázar repitió en varias ocasiones acerca del malestar que sentía en la Argentina peronista de fines de los años cuarenta, cuando no podía escuchar la música de Bártok por el ruido incesante de los bombos cerca de su casa. El joven Cortázar, sin barba y con una carrera en ciernes, era el espejo de la isla de Pascua mirando hacia el oeste: atrasaba y reproducía, en el plano ideológico, el insistente esquema civilización-barbarie nunca menos vigente que en aquellos días.
Pasado en limpio: Cortázar estaba asistiendo a un proceso revolucionario -dicho esto en términos de cambio de paradigma social y cultural- que se desplegaba delante de sus ojos, pero su mirada permanecía inmóvil, refractaria a ese acontecimiento histórico vivido con un malestar dado a la hipérbole. Diez años más tarde, instalado en Francia, otro quiebre político, la gesta heroica de Sierra Maestra, una epopeya insular sin bombos que lamentar ni la necesidad de sacrificar los complejos matices de la música de Bártok, despertó su conciencia política revolucionaria.
En la entrevista que Cortázar le concedió a Rosa Montero en 1982 para el diario español El País, interrogado por su evolución política, menciona el rechazo que cuando era joven sentía hacia Perón y los “cabecitas negras”, repulsa que lo impulsó a saltar al piróscafo rumbo a Francia:
“Aunque parezca una cosa literaria y un poco narcisista, a mi manera, a mi pobrecita manera, tuve mi Camino de Damasco. No me acuerdo muy bien de lo que pasó en ese camino, creo que Saulo se cayó del caballo y se convirtió en Pablo, ¿no? Bueno, yo también me caí del caballo y eso sucedió con la revolución cubana[2] .
La figura de Saulo Pablo de Tarso habilita el comentario referido al detalle dramático de que el gravamen tributado por el apóstol de los gentiles en su dramática conversión cristiana fue la ceguera, luego curada por Ananías de Damasco. En el caso de Cortázar su ceguera política fue sanada por el socialismo caribeño.
Doce años antes de aquel reportaje concedido a Rosa Montero, el autor de Los Premios detalló su encuentro con la revolución cubana en una portentosa entrevista realizada por Francisco ‘Paco’ Urondo para la revista Panorama.
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CORTÁZAR EN LA ARGENTINA
Julio Cortázar llegó a Buenos Aires en 1970 en un vuelo proveniente de Chile, país al que había viajado para presenciar la asunción presidencial de Salvador Allende. En ese viaje conoce a Pablo Neruda y, fruto de ese encuentro, nace una amistad que se consolidó en París cuando Neruda fue nombrado embajador y se prolongó hasta la muerte del poeta. El lector solícito no lamentará esta digresión para mencionar la cordial relación entre Cortázar y Chicho, como lo llamaban cariñosamente a Allende. Desde el momento de la asunción del gran mandatario chileno la simpatía entre ambos no dejó de acrecentarse. Volverían a reunirse en marzo de 1973 cuando Cortázar le testimonia su alegría por el triunfo de la Unidad Popular en las elecciones parlamentarias: Acabo de asistir en Santiago al hermoso triunfo de la Unidad Popular, he visto a Allende y he fumado con él el cigarro de la victoria (¡por otra parte, un regalo de Fidel!).[3]
El golpe de Estado ocurrido en Santiago de Chile el 11 de septiembre de 1973, sumirá al escritor en la perplejidad y el desasosiego.
Fin de la digresión. Regresamos al encuentro de Cortázar con Paco Urondo tres años antes. Los entretelones de la reunión merecen un párrafo aparte. Urondo le había pedido a un amigo el auto prestado -un Fiat 600- para ir a buscar a Julio al Aeropuerto internacional de Ezeiza.
Durante el trayecto hasta la casa ubicada en el barrio de Palermo donde harían la entrevista, Urondo le obsequió a Cortázar dos libros: uno suyo, Adolecer y otro de su amigo Osvaldo Bayer, Severino Di Giovanni. Bayer experimentó un gran asombro cuando su libro alcanzó la cumbre entre los más vendidos de aquella temporada luego de que Cortázar lo mencionara en una entrevista.
La reunión entre Urondo y el autor de Rayuela ocupó toda la tarde de aquel día de noviembre de 1970, entre el humo del tabaco y el whisky desgranaron la actualidad política de la región con la escrupulosa cadencia que el análisis del contexto requería. Cortázar glosó, con entusiasmo, el desarrollo de su acercamiento al fenómeno político que, en términos bíblicos, lo había hecho caer del caballo, rodar y perder las anteojeras de pálido burgués al uso nostro.
(…) Yo vivía en Francia cuando estalló la revolución cubana, cuando toda la lucha en Sierra Maestra (…) Sin embargo, algo, una cuestión de olfato, me dijo que eso era importante. Que eso no era, una vez más, un levantamiento contra un dictador (…) Había una cuestión de tono y me dije: “Esto es diferente”. No se me ocurrió directamente ir a Cuba. Yo estaba instalado en mi vida europea con muy poca, prácticamente ninguna connotación o participación de tipo ideológico o político con el socialismo, una cuestión de simpatía teórica y nada más, la actitud típica del liberal que se imagina de izquierda. Entonces, cuando los cubanos me invitaron a ir como jurado del Premio de la Casa de las Américas recuerdo muy bien la impresión que me hizo.
Es curioso (una vez más debo apelar a la dimensión poética): tuve la sensación de que golpeaban a mi puerta, una especie de llamada. Y Dios sabe que los cubanos hacían lo que han hecho siempre, es decir, llamar para un cierto trabajo a gente que se supone honesta, pero que no está necesariamente en su línea (…) En ese mismo plan me llamaron a mí: sin embargo, yo sentí por unas vías irracionales, que eso era un especie de encuentro, una especie de cita, una especie de cita en la oscuridad con algo. Y fui a Cuba y me di que cuenta de que había hecho muy bien en ir, y que, efectivamente, era la cita, porque me bastó estar un mes ahí y ver, simplemente ver, nada más que dar la vuelta a la isla y mirar y hablar con la gente, para comprender que estaba viviendo una experiencia extraordinaria, y eso me comprometió para siempre con ellos y con el camino que luego fueron siguiendo[4].
La imagen que usa Cortázar en la entrevista para expresar su encuentro con la Cuba libre de los sesenta fue: una cita en la oscuridad, una oscuridad abierta al juicio de los sentidos antes que a la razón geométrica y desangelada. Reiteramos la imagen del Camino a Damasco, de la cerrazón a la luminiscencia. Cuando Cortázar sostiene que acudió al llamado por unas vías irracionales revalida el principio axial de su literatura: el protagonismo de lo azaroso y hasta de lo absurdo en el mapa vital de la conciencia humana.
La cita de Cortázar con Cuba, el velo que rasga la penumbra, abrió paso a las irradiaciones caribeñas. El escritor recorrió la isla para observar en detalle el efecto social del proceso emancipador y respirar el clima de euforia de aquellos días. En esos tiempos Cuba era un hervidero de artistas e intelectuales de diferentes procedencias que llegaban atraídos por el clima de la efervescencia revolucionaria.
El triunfo de los barbudos -como se los llamaba a los rebeldes de Sierra Maestra- dividió las aguas de todo el continente y concitó el interés del campo intelectual conmovido por los sucesos revolucionarios: Hemingway, Martínez Estrada, Sartre, Simone de Beauvoir, el por entonces joven Regis Debray y tantos otros, vieron en ese proceso un cambio de signo que podría replicarse en otros lugares. Agnès Varda junto a Alain Resnais y Chris Marker, registraron los flamantes pasos de la Cuba libre. Emergerían de ese decisivo cruce cultural dos películas entrañables: Saludo a los cubanos, de Varda y Cuba sí, de Marker.
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CORTÁZAR, PRENSA LATINA Y CASA DE LAS AMÉRICAS
Rodolfo Walsh, fue uno de los primeros en observar de cerca ese fenómeno y, en una entrevista para el semanario Siete Días, declaró:
en 1959 viajé a Cuba, donde estuve un año y pico. Allí vi por primera vez una revolución en acción, me interesé por la teoría revolucionaria, empecé a leer algo -no mucho-, descubrí una línea que perdura hasta hoy[5].
El autor de Operación Masacre fundaría junto a Jorge Ricardo Masetti, Rogelio García Lupo, Carlos María Gutiérrez y Gabriel García Márquez: Prensa Latina (Agencia Informativa Latinoamericana).
Ése clima que encontrará Cortázar en La Habana lo pondrá en situación, como hubiera dicho Simone de Beauvoir, definirá su perspectiva en relación al pasado, a su conciencia de clase, a la condición del intelectual comprometido o indiferente al clima social de su época, a los proyectos que lo motivan, en fin, a los factores constitutivos de su individualidad.
Podría recorrerse el itinerario completo de la relación de Julio Cortázar con la tierra de Martí, leyendo la correspondencia entre el autor de Rayuela y Roberto Fernández Retamar, José Lezama Lima, y Haydee Santa María.
Veinte días después del asesinato del Che en La Higuera, el 29 de octubre de 1967, Cortázar le escribe una carta a Roberto Fernández Retamar.
El Che ha muerto y a mí no me queda más que silencio (…) Mirá, allá en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y otra vez en el baño para llorar; había que estar en el baño, comprendés, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas reglas de una organización internacional[6].
Ese llanto clandestino, la dolorosa comprobación de que el mundo seguía su curso normal después del crimen cometido contra el Che en Bolivia y el oficioso pedido desde La Habana de ciento cincuenta líneas para ser publicadas en homenaje a Guevara, decantaron en un poema donde también se cumple el pasaje de las tinieblas hacia la luz que había experimentado Cortázar después de aquella cita en la oscuridad con Cuba y su causa: mi hermano despierto/ mientras yo dormía/ mi hermano mostrándome/ detrás de la noche/ su estrella elegida[7].
Cuando visité el Museo de la Revolución, en La Habana, me detuve a contemplar la famosa fotografía que Alberto Díaz “Korda” le había tomado al Che en 1960 con su boina estrellada y esa expresión contrita y a la vez soliviantada de samurái esclarecido. Esa imagen la había visto cientos de veces, como todo el mundo, pero en aquel momento era como si la viera por primera vez; la emoción del contexto me produjo un efecto distinto, recién entonces pude verla en toda su magnitud, entonces recordé el poema de Cortázar, conmovedoramente interpretado por Alfredo Alcón en el filme “Cortázar” de Tristán Bauer estrenado hace tres décadas, la estrella en la boina era el tercer ojo del Che, el ojo invisible de los sabios de Oriente, capaz de ver todos los hilos del tiempo en una sola trama. O el asceta virtuoso de Roland Barthes, cuyo atributo divino consiste en la habilidad de otear un paisaje completo en una habichuela. Para eso es necesario estar, como quería Lezama Lima, en el centro umbilical de las cuestiones[8]. Y Cortázar había llegado, fatigosamente, a ese centro donde la vanidad y los espejismos de la fama se disuelven como una mota de arena en la correntada.
“Paradiso”, esa epopeya literaria de José Lezama Lima rompió su cerco de niebla, que amenazaba con silenciarla para el mundo, gracias al oficioso denuedo de Cortázar y su lectura exaltada y honda, esculpida al calor de un ensayo que es también un atlas para llegar a Lezama. Uno de los múltiples corazones de “La vuelta al día en ochenta mundos” -ese libro-objeto hermano de Último Round, donde Cortázar una vez más quiebra los moldes dictados por la convención del mercado literario- es Para llegar a Lezama Lima. Cortázar redacta una tesis magistral que invita a la lectura de la trabajosa obra del escritor cubano y lo deja a salvo de la fácil tentación de las demarcaciones:
Entre tanto Lezama en su isla amanece con una alegría de preadamita sin corbata de pájaro, y no se siente culpable de ninguna tradición directa. Las asume todas, desde los higos etruscos hasta Leopold Bloom (…) Puede escribir lo que le dé la gana (…) No es un eslabón de la cadena, no está obligado a hacer más o mejor o diferente, no necesita justificarse como escritor.[9]
Una foto de Lezama Lima con el puro consumiéndose en los labios, la mano derecha improvisando el extraño mudra del fumador de habanos y la mirada fija sobre el centro umbilical de sus reflexiones, precede en la página izquierda al ensayo de Cortázar, incluido en La vuelta al día en ochenta mundos, sugiriendo, tal vez, al bibliófilo irredento, la sensación de que esa primera página del texto se vuelve un espejo del autor de Paradiso, al cerrar el libro. La gestión de Cortázar permitió que la obra del escritor cubano superara los límites de Cuba y se volviera familiar en algunas regiones del continente. Lezama encarnó un modelo de escritura que admite ser pensado como una inmensa isla flotante, misteriosamente arraigada al paisaje interno de su inventiva pródiga en tropos y hallazgos bordados sobre un tapiz barroco que, visto en perspectiva, proyecta una cartografía ecuménica de nuestra humana condición.
Lezama veía en su amigo Cortázar a un hombre que habita su propio secreto (…) Cortázar tiene ojos de Argos. Domina mucho su material visualmente. Sabe lo que hace, y sabe que también entra en el juego patear el balón. [10] El balón se puede patear de tantas maneras como variantes lúdicas se abren en el horizonte literario, en el campo fértil que la palabra cultiva ya sea en su dimensión escrita o leída. Ese balón imaginario hecho de palabras con sus tientos de cuero selló el vínculo sentimental entre Cortázar y Cuba. En especial, con Haydee Santamaría esa gran gestora cultural que fue, al decir de Roberto Fernández Retamar, una mujer destinada a vivir entre el fuego y la luz. Yeyé, como le decían sus amigos, fue una figura histórica de la revolución cubana, una mujer de un coraje y una hidalguía sobrehumanas que creó Casa de las Américas y la dirigió desde su fundación en 1959 hasta el día de su muerte, el 29 de julio de 1980.
En una carta fechada en Paris, el 9 de octubre de 1979, Julio Cortázar le anuncia su deseo de viajar a La Habana con su compañera Carol Dunlop y le hace un pedido especial:
(..) Yo sé, Haydée, que los escritores y artistas que participan en actividades de la Casa, son atendidos admirablemente y disponen de todo lo necesario para aprovechar de su estancia. Mi problema personal es que después de tantos viajes a Cuba yo quisiera tener la posibilidad de salir en la medida de lo posible de un programa que conozco en cada uno de sus detalles, como por ejemplo el Hotel Nacional. La última vez que estuve, y cuando me mejoré de mi enfermedad, me sorprendí muchas veces pensando en lo maravilloso que sería tener una bicicleta para irme a dar vueltas de cuando en cuando por los barrios de La Habana; incluso pregunté si no podía comprar una, pregunta que fue recibida con una sorpresa considerable pero no tuvo el menor efecto. Tú dirás que caigo con puerilidades con esa historia de la bicicleta pero es un poco un símbolo, y por eso te la cuento. Tal vez las circunstancias se presten a que Carol y yo podamos prescindir en una cierta medida de ese ritmo obligado que se repite en cada una de mis visitas. A lo mejor la Casa nos ayuda a que podamos pasearnos en bicicleta. Y si no se puede, paciencia, pero en el fondo no veo porque no sería posible (…)[11]
En la Casa de las Américas, luego de persignarme para entrar al ‘templo’, me dirigí a la librería y conocí al librero, Ramón Navarro, un señor mayor que pertenecía a los cimientos mismo de ese edificio.
Ramón había conocido a todos los escritores que pasaron por Casa de las Américas, ¡a todos!
Habló con entusiasmo de su amiga Haydée Santamaría y la chispa de la nostalgia le atardeció los ojos cuando pasó lista a sus autores preferidos. Desde una esquina de la librería lo miraban protegidos por el brillo de sus marcos: Walsh, Urondo, Cortázar, Gelman, Carpentier, Lezama Lima, Onetti, Guillén, Roque Dalton… Él mismo había sido comisionado por Haydée Santamaría para conseguir las dos bicicletas que utilizaron Cortázar y Carol Dunlop para pasearse por La Habana.
Cuando Ramón Navarro sonrió al recordar la anécdota, pensé en la carta y en esa imagen del amor en su dimensión más plena y luminosa: Julio y Carol yendo desde El Vedado hasta La Habana Vieja en bicicleta. Unos meses antes la pareja había estado en Nicaragua junto al intelectual y militante revolucionario nicaragüense Tomás Borge, quien había leído la obra de Cortázar cuando era prisionero de una de las cárceles del somocismo entre 1976 y 1978. Josefina, la compañera de Borge, le obsequió Los Premios de Cortázar y en dosis sucesivas, traspasaron los muros del presidio, el Libro de Manuel, Rayuela, Historias de Cronopios y de Famas…Tomás Borge recordaría, especialmente, Todos los fuegos el fuego porque en ese libro está el famoso cuento Reunión cuyo protagonista es el Che. ¿Cómo entraban esos libros a la cárcel? Lo explica Tomás Borge en un texto escrito para la edición dedicada a Julio Cortázar por Casa de las Américas:
La ignorancia compuesta por el bestiario de los censores militares, que desconocían probablemente la existencia de Cortázar, y cuyo nombre les habrá sonado al de un autor de mitologías griegas, permitió su presencia[12].
Los libros de Cortázar que habían liberado, mentalmente, a Tomás Borge, anticiparon el encuentro real entre el autor de Las armas secretas y el revolucionario nicaragüense.
Julio Cortázar y su compañera Carol Dunlop, emprendieron un viaje en 1979 a Panamá para reunirse con Omar Torrijos, luego recorrieron Venezuela, Costa Rica y, por último, Managua donde suscribieron su adhesión a la revuelta sandinista. Tomás Borge y su esposa Josefina, los alojaron en su casa. De ese encuentro entre el escritor y la revolución nicaragüense nacerá un libro que testimonia la vocación política de Cortázar: Nicaragua, tan violentamente dulce. En 1983 será distinguido, en Nicaragua, con la “Orden Independencia Cultural Rubén Darío”. El plato y la cultura son una misma cosa (…) la cultura está presente en cada uno de los avances, de las iniciativas y de las realizaciones populares, dirá al recibir la condecoración en el acto organizado en el Centro de Convenciones César Augusto Silva de Managua (ver en el video a Cortázar), el 6 de febrero de 1983.
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EL ÚLTIMO VIAJE DE CORTÁZAR A LA ARGENTINA
Osvaldo Soriano confesó que el autor de Bestiario, en sus últimos años tenía nostalgia de una novela que nunca escribiría porque Latinoamérica le quitaba dulcemente el tiempo[13]. Julio Cortázar visitó Buenos Aires por última vez dos meses antes de morir. Hay quienes dicen que vino a despedirse. Más razonable sería decir que vino a respirar el aire fresco de la democracia en ciernes. Los dos exilios que padecía: el físico desde 1974 y el cultural desde 1976 habían cesado. Cortázar era ya un mito viviente. Había cautivado a varias generaciones que se acercaban a sus libros para encontrarse.
Su obra pero también su imagen sintetizaban el alborotado ardor de las décadas del 60 y del 70. Rayuela era un código compartido por una heterogénea masa de lectores entre los que prevalecían los jóvenes. Los mismos jóvenes que lo saludaban por las calles de Buenos Aires en 1983. Ahí está Cortázar gritaban cuando lo veían pasar caminando por la Avenida Corrientes. Saludaban al escritor pero también al intelectual comprometido con la causa anti-imperialista y con la defensa de los Derechos Humanos. Era el mismo que había denunciado la tortura y la desaparición sistemática de personas perpetradas por la dictadura militar mientras ocurría.
Queremos tanto a Glenda (1980) fue prohibido en la Argentina porque había un cuento allí, Recortes de prensa, donde Cortázar menciona el despliegue criminal del ejército, especialmente del Batallón 601, en Monte Chingolo en la Navidad de 1975. Los jóvenes que gritaban “ahí está Cortázar” saludaban al mismo escritor que había donado el Premio Médicis a la Resistencia Chilena, gesto que también le fue reprochado, sorprendentemente, por algunos intelectuales de izquierda. No le perdonaban el éxito y el protagonismo central que representaba y, al combatirlo, provocaban el gesto inverso que se habían propuesto, acercándolo progresivamente a su destino grande. “Por supuesto hay algunos que pretenden que Cortázar venga y se instale en una villa o tome por asalto el Departamento de Policía”[14], escribió Haroldo Conti en su defensa. Y le agradeció, en ese mismo texto, su compromiso y coherencia política.
Cuando Cortázar llegó por última vez a la Argentina, el 29 de noviembre de 1983, esperaba estrechar en un abrazo al electo presidente Raúl Alfonsín. Esa esperanza quedó frustrada. Al parecer, no era mutua la simpatía ni la voluntad de reunirse. Soriano fue testigo del desaire que Alfonsín le hiciera a Cortázar al negarse a recibirlo:
“Julio no pidió la entrevista, pero le parecía interesante equilibrar o contrarrestar la presencia de los Sábato y de los extremadamente moderados en el gobierno, o de gente que había estado durante la dictadura.[15]
No pudo ser. El gesto de Alfonsín, su rechazo hacia Julio Cortázar y todo lo que representaba, ofrece una síntesis palmaria de la sinuosa y contradictoria personalidad del “padre de la democracia” (tal como fue ungido oportunamente). El entorno de Alfonsín juzgaba inoportuna una reunión con un escritor cuya imagen estaba asociada a diferentes causas políticas emancipadoras de corte revolucionario. El presidente radical obedeció.
Apenas regresó a París le contó sus impresiones a su amigo y editor Mario Muchnik en una carta fechada el 12 de diciembre de 1983, acaso el párrafo que sintetiza la impresión política del viaje sea aquel, tantas veces citado, en el que dice:
El reverso de la medalla existe, ay. Aquello sigue siendo un país lleno de chantas, que acusan a los demás de todo lo que pasó pero se excluyen cuidadosamente, porque ellos son buenos y valientes y democráticos. La falta de responsabilidad, o su delegación en los demás, sigue siendo el mayor peligro en el país[16]
Pocos días después de haber escrito aquella carta Julio Cortázar ingresará al Hospital Saint Lazare, cerca de su casa, en la rue Martel. El médico que lo atendía entró a la habitación una mañana y encontró a Cortázar observando en su cama las diez serigrafías de relieves negros que completarían la edición del libro Negro el 10. El poema, Negro el 10, fue grabado por Alfredo Alcón para el filme Cortázar de Tristán Bauer, estrenado en 1994. Resuena todavía en mi memoria la voz luminosa, de tintes variopintos, irrepetible de Alfredo Alcón recitando acaso el verso más estremecedor de aquel poema: serigrafía de la noche/ negro el diez: ruleta de la muerte que se juega viviendo.
Julio Cortázar murió en París el 12 de febrero de 1984. Los homenajes que le habían retaceado en vida no tardaron en organizarse: desde el nombre de una plazoleta en Palermo, el documental de Tristán Bauer, numerosos ensayos y biografías y hasta jornadas tributadas a su memoria en las diferentes ediciones de la Feria del Libro de Buenos Aires.
Persiste un coro de escritores y críticos que, amparados en la desmesura de su autoestima y en el espejismo de la notoriedad académica, repiten al unísono que Cortázar es un escritor ‘de iniciación’, reducen la gravitación e importancia de su obra a la avidez de jóvenes lectores fascinados por el descubrimiento de su poética. Mientras esa mezcla de sabihondos y suicidas continúa rumiando en aulas y simposios, con pedante solemnidad, su monserga crítica contra Cortázar cercana a la diatriba, la figura del autor de Bestiario renueva su vigencia en bibliotecas y librerías.
Podríamos afirmar sin exagerar y parodiando el título de una de sus novelas que hay un modelo de Cortázar para armar en cada uno de los lectores de su obra; sin embargo, ninguna de esas versiones puede obviar u omitir al intelectual comprometido con causas humanitarias y anti-imperialistas. Los homenajes oficiales tienden a saltear, en un gesto deliberado de omisión, el compromiso político del autor de Rayuela.
En este momento, tal vez, mientras cerramos esta celebración de su memoria, en alguna lejana biblioteca o en la Feria del Libro porteña, un nuevo lector se sumerge en la marea Cortázar y, al demorar la mirada en las invenciones de su acervo literario, descubre, a la par, al hombre que oteó las más sutiles combinaciones de la vida y la muerte dibujadas en una vereda despareja, donde la palabra rebota y se astilla entre la tierra y el cielo.**
GUSTAVO PROVITINA, nacido en La Plata, Argentina.
Graduado en la Universidad Nacional de La Plata con el film El Sur de Homero, ensayo audiovisual centrado en el universo político y poético de Manzi. Provitina es guionista, director de cine y docente universitario en la UNLP y la Universidad Nacional de las Artes – UNA. Ganador del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2013) en la categoría ‘Ensayo’ por el libro El Cine-Ensayo. El Ministerio de Cultura de la Nación, en 2015, lo distinguió con una mención especial en el Concurso Federal de Relatos La Historia la ganan los que escriben. En 2017 estrenó La sombra en la ventana en el Cine Gaumont en el Festival de Cine Inusual de Buenos Aires. Publicó El matiz de la mirada (Curso de Cine Italiano); en julio de 2021 apareció su libro Nouvelle Vague, Bajo el signo de Lumière, y en marzo 2024 El cine italiano, (ed. La marca).
Referencias:
[1] Cortázar Julio. Conducta de los espejos en la isla de Pascua, en Historias de cronopios y de famas, Buenos Aires, Alfaguara, 1995 p.33
[2] Goloboff, Mario, Julio Cortázar La biografía, Buenos Aires, Seix Barral, 1998, p.126.
[3] Idem, p. 223
[4] Julio Cortázar: el escritor y sus armas políticas (Panorama n°187, 24 de noviembre de 1970) en Francisco Urondo. Obra periodística. Crónicas, entrevistas y perfiles, 1952-1972, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2013 pp 357-358
[5] Walsh Rodolfo. Ese hombre y otros papeles personales, Buenos Aires, Seix Barral, 1996, p.117.
[6] Casa de las Américas, edición especial dedicada a Julio Cortázar, Buenos Aires, 1986, p.76.
[7] Idem, p.77
[8] Cortázar Julio, Para llegar a Lezama Lima en La vuelta al día en ochenta mundos, México, Siglo XXI editores, 1968, p.135
[9] Idem. p.141
[10] Lezama Lima, José – Julio Cortázar y su Rayuela en Lezama disperso, Cuba, Ediciones Unión, 2009.
[11] Casa de las Américas, edición especial dedicada a Julio Cortázar Buenos Aires, 1986, p.202-203.
[12] Borge, T. Julio Cortázar compañero de presidio y libertad, en Casa de las Américas, edición especial dedicada a Julio Cortázar, Buenos Aires, 1986, p. 12
[13] Soriano Osvaldo. Un escritor, un país, un desencuentro en Casa de las Américas, edición especial dedicada a Julio Cortázar Buenos Aires, 1986, p.114.
[14] Goloboff, M.op.cit. p.319
[15] Goloboff, M. op.cit. p.282
[16] Cartas 1977-1984 (Tomo 5). Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga, Alfaguara, 2012.
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REGISTRO ISSN 2953-3945