UNA INTELIGENCIA PEQUEÑA, PEQUEÑA

Escribe Héctor A. Palma


Tanto se ha dicho sobre la inteligencia que sería poco inteligente intentar reproducirlo en un breve artículo, pero en un mundo que se regodea con el tema, al menos hagamos algunas necesarias reflexiones.

Inteligencia” se usa de maneras diversas y con distintos criterios.

Los necios creen tenerla en suficiente medida y, los más necios, suelen considerar que tienen más que el resto.

Los dogmáticos piensan que hacen uso de ella aunque sostengan, de manera completamente acrítica sus creencias, y sean capaces de convivir con las contradicciones más flagrantes. Aunque muchas personas están dispuestas a aceptar su falta de memoria o capacidad para ciertas actividades, no son muchas las que aceptan que están faltas de suficiente inteligencia.

La gente suele creer que todos los científicos son personas inteligentes; incluso los científicos creen semejante barbaridad. La mayoría está dispuesta a asegurar categóricamente (aunque sin más fundamento que el imaginario social-cientificista que lo instaló) que Einstein sería uno de los especímenes humanos más inteligentes, aunque por unos días será reemplazado en este dudoso ranking por S. Hawking, que reúne todos los requisitos para un panegírico: es físico, es famoso, es inválido y ha muerto.

Muchos docentes desnudan, en patéticas reuniones privadas en salas de profesores, sus prejuicios biologicistas sobre la supuesta inferioridad de algunos estudiantes. Incluso hace pocos días eyectaron de su trabajo a un profesor secundario en Estados Unidos por sostener que ‘nunca jamás los negros serán los alumnos más inteligentes de su clase’.

El sistema educativo -con cierta anuencia cultural generalizada- identifica inteligencia con éxito escolar. A veces, personas cultas capaces de recitar multitud de datos irrelevantes, son vistos como inteligentes. En ocasiones, sobre todo en política y en los negocios, astucia y un pragmatismo burdo e inescrupuloso son calificados como inteligentes, y asistimos –ya en las antípodas del “filósofo gobernante” de Platón- a que sujetos con un bagaje de escasas doscientas o trescientas palabras con las que balbucean mensajes vacuos de autoayuda puedan llegar, incluso, a ser presidente de un país.


LA CIENCIA Y LA INTELIGENCIA. MATRIMONIO DUDOSO

Pero también la ciencia se ha ocupado del tema. Hacia fines del siglo XIX, y cuando ya había quedado un poco en desprestigio medir el tamaño o el peso del cerebro y el ángulo facial para justificar las jerarquías raciales y de grupos humanos, aparecieron unas pruebas (luego llamadas tests de cociente intelectual o CI, IQ en inglés) que, bajo el supuesto de que la inteligencia es una cosa que puede ser medida, establecieron esas mismas jerarquías en función de sus resultados.

Esos tests que inicialmente se hicieron para pronosticar desempeño escolar en los niños pequeños, pasaron a ser considerados indicadores precisos de la inteligencia.

La Asociación Psicológica Americana hizo pruebas a 1.000.000 de soldados del ejército norteamericano en momentos en que se vislumbraba el fin de la Primera Guerra Mundial [1]. El resultado fue tranquilizador y sorprendente al mismo tiempo.

Tranquilizador porque mostró que los blancos eran más inteligentes que los negros e indios, incluso mostró que los negros más oscuros eran más inteligentes que los negros más claros. Lo sorprendente fue que el resultado general promedio mostraba que los norteamericanos eran deficientes mentales. Como nadie dudó (cientificistas al fin) de la idoneidad de los tests, achacaron el resultado a que entraban en los EE.UU. muchos inmigrantes de razas inferiores que hacían descender el promedio al cruzarse con norteamericanos nativos.

En la actualidad muchos científicos -y muchas otras personas- siguen creyendo que la inteligencia es hereditaria y que hay razas inferiores con las cuales no vale la pena gastar dinero y esfuerzos educativos; otros, en cambio, piensan que no hay nada genético sino que depende de la igualdad/desigualdad de oportunidades, y con ese pensamiento políticamente correcto apaciguan sus culpas. Hoy las neuroayudas nos atosigan con recetas para dominar a esa especie de homúnculo que es nuestro cerebro.


BIENVENIDOS A LA ERA DE LA SUPERINTELIGENCIA

Pero quiero detenerme un poco en dos usos -relacionados- de inteligencia que, entiendo, configuran y delimitan el significado actual más extendido. Desde hace un tiempo escuchamos que estamos en la antesala del transhumanismo que consiste, básicamente, en que a través de las tecnologías se conseguirá la superinteligencia, la superlongevidad y el superbienestar humanos (sobre estas dos últimas cuestiones tratarán futuros escritos). Humanos que se convertirán entonces en post-humanos. La “superinteligencia” consistiría en superar la capacidad de los cerebros humanos mediante

(…) la farmacología de mejora cognitiva, técnicas cognitivas, herramientas informáticas como, por ejemplo, computadoras portátiles, dispositivos smart como teléfonos móviles, gafas Google o Microsoft, chips de NFC (Near Field Communication) o RFID (Radio Frequency Identification), biosensores implantados, tatuajes biométricos, sistemas de filtrado de la información, software de visualización, interfaces neuronales o implantes cerebrales” [2].

Muchas de estas tecnologías ya están disponibles, otras vendrán próximamente, pero no solo es dudoso que deriven en un futuro más feliz para los humanos sino que, sobre todo, es dudoso que esta avalancha de sistemas artificiales nos haga más inteligentes en grado cualitativamente incomparable con las capacidades conocidas.

Quizá esto sea más notorio con la apuesta más fuerte de los fundamentalistas del transhumanismo. Volcar la mente humana en una computadora pensando en la inmortalidad o en una suerte de red universal de mentes interconectadas. Se trata de la inversión de una metáfora muy instalada: la mente es una computadora/la computadora es una mente

Más allá de los innegables éxitos que el programa de Inteligencia Artificial va teniendo, claramente una computadora no es una mente y viceversa. Porque una mente no es solamente información que pueda acumularse en un soporte informático sino que conforma un sistema complejo corporizado en un cuerpo biológico resultado de la evolución y con un desarrollo ontogenético peculiar y único en relación con su entorno.

(…) pretender que se puede hacer una copia exacta de mi mente y que esa copia, alojada en una máquina, seré yo mismo equivale a defender una idea muy peculiar y discutible de la identidad personal y la conciencia” [3]

Pero más allá de asegurar algo sobre el futuro que siempre es incierto, interesa aquí el peculiar uso del concepto de inteligencia como aumento (cualitativo más que incremental) de las facultades humanas y su identificación con acumulación de información y respuesta rápida y automática. Una concepción ultrainstrumental de la mente humana.


Al mismo tiempo, desbordados de delirios ingenuamente optimistas y tecnocráticos de ingenieros, informáticos y filósofos oportunistas, no se duda en calificar de “inteligente” casi a cualquier cosa.

Una lencería que incluye un Sistema de Posicionamiento Global (GPS) para localizar a la portadora [4]; o una biquini “que advierte, a través de cambios de color en su tela, cuándo hay mucha radiación solar», prenda que viene con una tabla de equivalencias donde se indica el tipo de protector solar indicado para cada color como si uno fuera un imbécil; camperas con paneles solares que acumulan energía para recargar celulares o MP3 para estar todo el tiempo conectado a redes que acumulan escasísima información útil y relevante en un océano de trivialidades y falsedades.

También están las camisetas y zapatillas que controlan la humedad y la temperatura, pantalones con joystick para el iPod y «remeras desodorante» con biofibra de bambú…y hasta encuentran algo inteligente en las telas que no se manchan [5].

Asimismo, todo tipo de aparatos, por ejemplo los televisores, serían inteligentes aunque uno no sabe cómo, en tal caso, no pueden evitar transmitir miles de horas de productos decadentes para espectadores degradados. Sin olvidar que se denominan “inteligentes” a edificios con mecanismos de respuesta automática a cuestiones como temperatura, humedad, cierre o apertura de puertas, ahorro de energía, etc.

Podríamos despachar el tema diciendo que es una tontería o que solo se trata de recursos de marketing. Puede ser, pero si se analiza la cuestión con cierto detalle, podremos ver otra cosa.


¿ INTELIGENTES O SUPERADAPTADOS?

Todos estos casos coinciden en atribuir la condición de inteligente a aquellos sistemas que dan una respuesta adecuada o esperada, una reacción automática a estímulos externos, una respuesta rápida o que incluso se adelante a nuestros requerimientos.

Si invertimos la lógica de la metáfora, según ese criterio, el individuo inteligente sería el que se adecua perfectamente a lo dado, que encaja perfectamente en la estructura y función social que le ha tocado en suerte, aquel que responde así como se espera de él. Sin embargo un edificio que abre las puertas a cualquiera, más bien, es un edificio estúpido (es raro que los medios oligopólicos no hayan tomado nota de esto, tan preocupados que suelen estar por la inseguridad), y un individuo que siempre hace lo que se espera de él, puede ser un buen empleado del mes, acomodaticio, resignado o quebrado pero no parece sensato sostener que se trate, por el motivo expuesto, de alguien inteligente.

Un individuo inteligente parecería ser alguien que puede decir que no, que se resiste, que indaga, que logra algo nuevo, que puede pensar, criticar y elegir y no alguien que reacciona automáticamente y según lo esperado.

Para finalizar, y sin la más mínima intención de dar una versión conspirogénica de nuestro tiempo, cabe consignar que nunca las metáforas [6] de uso extendido son inocentes. Quizás, después de todo, en este juego de metáforas que van y vienen, nuestras máquinas y aparatos llamados “inteligentes” nos proporcionan un espejo en el cual mirarnos y hacernos creer que nuestras conductas acríticas, automatizadas y alienadas son libres y, sobre todo, inteligentes.♦♦


** Dr. Héctor A. Palma
Profesor Titular de Filosofía de las Ciencias / Investigador del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia ‘J. Babini’ -Escuela de Humanidades. Universidad Nacional de San Martín –      http://www.hectorpalma.com/

Bibliografía y citas 

[1] Véase: Gould, S. J., (2003), La falsa medida del hombre, Barcelona, Crítica, 2003.

[2] Serra, M. (2017), “¿Humanos o posthumanos? Retos sociales y antropológicos del mejoramiento humano” en Cuadernos de la Fundació Víctor Grífols i Lucas: CRISPR… ¿debemos poner límites a la edición genética? Nº 45 (2017).

[3] Diéguez, A. (2017), “Transhumanismo. Propuestas y límites” en Telos N° 108. https://telos.fundaciontelefonica.com/la-integracion-del-hombre-con-la-maquina-transhumanismo-propuestas-y-limites/

[4] Clarín (26/10/2008): “La ropa inteligente avanza: ahora llegó a las prendas más íntimas”

[5] Clarín (12/1/2009): “Otro avance en ropa inteligente: crean una tela que no se mancha

[6] Véase: Palma, H. (2016), Ciencia y metáforas. Crítica de una razón incestuosa, Buenos Aires, Editorial Prometeo.

                                                                                               

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