escribe Gustavo Provitina – especial para www.purochamuyo.com
El destino nos vampiriza, nos pesa,
es como una bola de hierro atada a nuestros tobillos.
Milan Kundera
La frase que cierra el último cuarteto de Beethoven fue inspirada por una interrogación dramática y una respuesta imperativa: ¿Debe ser? ¡Debe ser!
Las notas sobre el pentagrama y la ilustración gráfica de ese motivo musical pueden hallarse fácilmente en el primer capítulo de la novela de Milan Kundera La insoportable levedad del ser que se titula precisamente “La levedad y el peso”. Digo precisamente porque entre esas dos condiciones, la levedad y el peso, la duda y la afirmación categórica, se inscribe el carácter de las decisiones que hacen bascular al corazón humano. La versión literal de la frase melódica de Beethoven, en alemán, se escribe: es muss sein, traducida al español significa debe ser.
Repasemos el punto de giro medular de La insoportable levedad del ser. Nos situamos en la Primavera de Praga. Tomás, un joven médico checo logra escapar de la ocupación soviética, junto a su pareja Teresa y el perrito de ambos, Karenin. El salvoconducto que le permite salir es una oferta profesional muy ventajosa en Zurich.
El cambio de país acelera el deterioro de la relación conyugal, llevándola a una crisis que culmina con la brusca determinación de Teresa de abandonar a Tomás y volver a Praga. La mujer se va llevándose al perro, y dejándole una nota escueta exponiendo sus razones. El último cartucho del egoísmo de Tomás se consume tras esa decisión. Es muss sein piensa el joven médico y renuncia a su trabajo en Zurich para volver a Praga sabiendo las consecuencias dramáticas que semejante paso acarrea. Quien haya visto la película homónima dirigida por Philipp Kaufman, recordará la secuencia de la pareja viajando de Praga a Zurich, apenas comenzada la ocupación en la primavera de 1968, cuando las fronteras estaban abiertas. La decisión de Tomás de regresar a su patria, eso que Kundera insiste en llamar es muss sein, carece de reversibilidad puesto que la frontera entre la República Checa y el resto del mundo ha sido cerrada. Es muss sein.
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El último cuarteto de Beethoven, el número 16, en fa mayor, Opus 135, se titula –esto no lo dice Kundera pero está implícito- La difícil decisión. Lo compuso, en 1826, un año antes de su muerte. Gestó cada compás con el mismo temperamento que afinó para escribir, unos años antes: quiero atenazar al destino por la garganta, y él no ha de doblegarme por entero[1]. El deseo de Beethoven –cuya salud empezaba a declinar- de tomar al destino por el cuello, es una forma de preguntar ¿debe ser? Se trata de un gesto desesperado por aplazar la resignación. Eran tiempos agitados en la Alemania de las primeras décadas del siglo XIX. La obra de Beethoven es un espejo de esas turbulencias. El tercer y último período de su vida musical transcurre durante una etapa de la historia de Alemania signada por la necesidad de crear un Estado nacional.
En ese contexto Beethoven compone los últimos cuartetos. Robert Schumann dirá, mucho tiempo después, que la grandeza de esa música es imposible expresar en palabras[2]. No obstante había palabras, o al menos así lo sentía Beethoven, engarzadas en los silencios de esa música. Así lo entendió Kundera quien se inspiró en el último movimiento del cuarteto testamentario de Beethoven para narrar ese pasaje fundamental en la novela que va de la vida de Teresa a las reflexiones de Tomás[3] y atraviesa, con la eficacia de un aguijón, todos los temas de la trama. El novelista de origen checo conocería probablemente que La difícil decisión cifrada en esa música fue producto de un drama familiar. Karl, el sobrino de Beethoven, mantenía una tensa relación con su tío en la que no escaseaban los episodios violentos. El joven vivía al cuidado del maestro alemán desde 1815, año en que su padre, también llamado Karl, murió consumido por la tisis. El deseo final del hermano de Beethoven era que Ludwig se hiciera cargo del niño y compartiera la crianza con Johanna, la madre del pequeño Karl, por quien el compositor experimentaba un atormentado rechazo.
Beethoven, velando por el destino de su sobrino, tomó la difícil decisión de peticionar la custodia del menor ante el Landrecht, el tribunal de la nobleza. El maestro obtuvo la tutoría legal de Karl y juró solemnemente al tribunal, cumplir con sus obligaciones. Acto seguido inscribió a su sobrino en el mejor instituto de enseñanza vienés para que recibiera una educación eficaz y, en las vísperas del ingreso de Karl a la institución, le escribió una nota al director:
con satisfacción le anuncio que pondré en sus manos el tesoro que me ha sido confiado. Por otra parte, le ruego una vez más no permita que la madre decida por sí sola, dónde y cuándo visitarlo[4].
Beethoven quería a Karl como a un hijo y algunos de sus biógrafos han visto en ese vínculo la salvación del maestro quien, abrumado por la precariedad de su salud y, ante el avance gradual de la sordera, intentó quitarse la vida repitiendo el funesto impulso que lo había turbado veinte años antes en Heiligenstadt cuando escribió: ha faltado poco para que me quitara la vida[5]. La música lo mantuvo vivo en aquella ocasión y ese compromiso vital lo fortalecería, después, el lazo afectivo, la comunión filial con su sobrino.
Karl crecía y formaba su carácter, conforme a las tensiones de un adolescente que madura bajo presión, al precio del deterioro irremediable del lazo con su tío. La vocación de Karl se inclinaba hacia la carrera militar, pero Beethoven no compartía su entusiasmo por el ejército. ¿Es muss sein? (¿Debe ser?) se habrá preguntado el músico interrogando el teclado y no dudó en responder ¡no debe ser!
La coacción interna que el muchacho sentía lo acicateó hasta el punto de tomar una decisión extrema. Era su modo de afirmar con un grito desesperado: ¡es muss sein!
En julio de 1826, cuando Karl era ya un joven de diecinueve años, intentó suicidarse. El casero alertó al compositor acerca del firme propósito de su sobrino de pegarse un tiro. Este cuadro de situación, propio de un melodrama, ofrece otro aditamento: la desaparición de Karl para consternación de su tío quien finalmente lo halló en casa de Johanna, la madre del joven, con una lesión de bala en la frente pero afortunadamente con vida. El intento de suicidio en la Alemania del siglo XIX estaba penado por la ley. Karl fue derivado al Hospital General de Viena.
Cuando el muchacho recuperó la conciencia se encontró con la devastación anímica de su tío, quien no dudó en hacer responsable a Johanna de la crisis emocional de su sobrino; crisis que, milagrosamente, no había culminado en una tragedia. Un viejo amigo del maestro, Stephan von Beuning, se hizo cargo de la custodia de Karl liberando al músico de un compromiso que lo excedía. Beethoven, acaso inducido por la lucidez de su propia música, exclamó finalmente: es muss sein (debe ser), consintiendo la voluntad militar de su sobrino. Me he vuelto más malo, porque mi tío quería que fuese mejor[6] consignó Karl, en medio de la crisis, tratando de encontrar un fundamento para los estragos de su violencia interior.
El correlato musical de ese dilema de conciencia quedó cristalizado en el último cuarteto de Beethoven. La difícil decisión es un asunto que concernía a tres personajes: no se trató de un duelo entre tío y sobrino, sino de un conflicto que incluía, también, a Johanna por quien Beethoven tenía sentimientos, cuanto menos, ambiguos. El motivo del cuarteto de Beethoven en la novela de Kundera, cumple una función de pasaje de la acción al pensamiento. Hay una carga de fatalidad en el peso concedido al destino que siempre supo escabullirse del deseo de Beethoven de ‘retorcerle el cuello’. El destino jamás pregunta, su estado natural es la afirmación y su primera víctima es la duda.
El orden que sugiere Beethoven en su frase musical empieza por una pregunta que culmina en una respuesta construida con las mismas palabras de la interrogación. Es muss sein. Lógica inflexible: la duda al comienzo y su resolución. Nosotros, quizá -y cuando digo nosotros me refiero a quienes no aplicamos un esquema lógico tan riguroso-, quizá podamos invertir esa yuxtaposición. Beethoven probablemente también lo haya hecho en el desenlace del conflicto con su sobrino. El maestro primero afirmó: Karl no debe ser soldado y, luego, acuciado por la tentativa de suicidio del muchacho, se habrá preguntado ¿debe ser soldado? Y en la respuesta Ludwig y Karl coincidieron parcialmente: es muss sein.
Kundera escribe siguiendo la armonía espesa de Beethoven: la grandeza del hombre consiste en que carga con su destino como Atlas cargaba con la esfera celeste a sus espaldas[7]. El problema es que al destino no se lo interroga. Él tampoco lo hace. Todo destino es una afirmación cuya fuerza determinista no admite sobornos. Serás lo que hay que ser, si no, no serás nada escribió José de San Martín en una carta fechada en Bruselas el 18 de diciembre 1827. Dos años antes de escribir esa carta, en 1825, San Martín redactó las doce máximas para su hija Mercedes y ya desde la primera: humanizar el carácter y hacerlo sensible aún con los insectos que nos perjudican, alude al diapasón que articula toda decisión, hasta perdonar la vida de una mosca, la sensibilidad.
Serás lo que debas ser pero antes es preciso cultivar el órgano humano por excelencia: la sensibilidad. Retomando la estela de humo que dejó la famosa frase sanmartiniana de 1827 nos parece que antes de repetirla como una muletilla vagamente culterana, es conveniente detenernos a pensar si es posible en esta vida no ser algo, por insignificante que ese algo se presente ante el tribunal de la conciencia.
La demanda imperativa de ser conforme a un modelo estipulado, tatuado en la conciencia como se marca las orejas del ganado con un hierro candente, sume en la desesperación a quienes se someten a su influjo y ante el menor error se excusan diciendo que el destino es ciego y capaz de torcer impiadosamente hasta el timón de la voluntad más férrea.
Los budistas niegan la ceguera del destino y apuestan a la Ley Causal o de causa y efecto, dicho en otros términos: nuestra condición obedece a lo pensado y obrado en el pasado. Esta relación, causa-efecto, carga los hombros de los seres humanos con la esfera celeste que portaba Atlas y los, nos, exime de todo desvío de la responsabilidad mediante la artimaña felona de la queja.
Hay quienes persisten en llamar a la Sinfonía N°5 en Do menor de Beethoven la Sinfonía del Destino y repiten, confiados, la frase que echó a rodar Anton Schindler, el secretario personal del maestro, quien lo interrogó por el motivo musical del comienzo Sol sol sol mí (ta-ta-ta-taaaa) y el compositor le respondió: así llama el destino a la puerta. Beethoven nunca tituló a su Quinta Sinfonía con una frase o una palabra que la defina como sí hizo con la sexta: “Pastoral”. La llamada del destino, por otra parte, replica la cadencia de los golpes a todas las puertas, esa imitación es el recurso del albur para distraer o embaucar a la víctima. Beethoven, amenazado por la sordera, podía oír los golpes del destino porque, como testimonia su música, celebraba una conexión metafísica con los sonidos y eso lo sostuvo firme hasta el último día.
Entre las diferentes definiciones de destino que propuso Milan Kundera hay una que prefiero: llega un momento en que la imagen de nuestra vida se separa de la vida misma, pasa a ser independiente y, poco a poco, comienza a dominarnos[8]. El destino, al fin de cuentas, es una figura, una imagen para dar sentido a los deseos y las frustraciones. Mi madre cuando veía un benteveo lo asociaba, inmediatamente, con el anuncio de una desgracia que andaba cerca. Era una señal del destino que golpeaba a la puerta para preparar el terreno del duelo o del lamento.
Los sistemas opresivos encuentran el modo de preparar a sus víctimas mediante signos visuales o sonoros dispuestos a modo de advertencia. Todo régimen totalitario construye su estrategia de poder -para decirlo en los términos que venimos proponiendo en este escrito- sobre una afirmación concluyente: es muss sein. No hay margen para preguntar ni responder nada.
Los dictadores, y los conservadores encaramados en el poder, decretan y se erigen ellos mismos en una imagen del destino, el único destino posible. La Verdad totalitaria excluye la relatividad, la duda, la interrogación[9]…
Para los griegos de la Antigüedad, el poder del destino (ananké) ocupaba un escalón superior a los dioses. ¿Dónde ubicar entonces el poder del oráculo y de las sibilas que debían dilucidar destinos ajenos? Edipo interrogó a la pitonisa para que le revelara su destino y, una vez conocido, en el afán de burlarlo no hizo más que correr a su encuentro. De los tres caminos que tenía frente a sus ojos eligió justamente el que lo conduciría ante la caravana del Rey Layo, su padre, a quien asesinaría con una saña desconocida hasta entonces para él y, tras ese acto criminal, sellaría el encadenamiento causal que culminaría en la tragedia. Conocer el futuro no implica subyugarlo a voluntad. Contra el destino nadie la talla dice el tango “Adiós muchachos”.
El destino a veces nos visita en sueños como al Juan Moreira de Leonardo Favio que lo invita a discutirle a la muerte su poder mientras duda de que alguien como él merezca morir bajo la luz del sol. Quien haya visto el filme no olvidó jamás el rostro de Moreira, interpretado por Rodolfo Bebán, resistiendo a la muerte que lo apura hacia su hora sin clemencia, mientras el matrero perseguido murmura incrédulo: con este sol.
Kundera nos cuenta que el encuentro de Tomás y Teresa en La insoportable levedad del ser ocurre casualmente:
En la ciudad había cinco hoteles, pero Tomás fue a parar casualmente justo a aquél donde trabajaba Teresa. Casualmente le sobró un poco de tiempo para ir al restaurante antes de la salida del tren. Teresa casualmente estaba de servicio y casualmente atendió la mesa de Tomás. Hizo falta que se produjeran seis casualidades para empujar a Tomás hacia Teresa, como si él mismo no tuviera ganas[10].
La casualidad no se opone al destino, como muchos creen, es una variante elástica del es muss sein. A la casualidad se la puede interrogar aunque sea ocioso hacerlo. Las seis casualidades que menciona Kundera en La insoportable levedad del ser lo son porque evaden una respuesta racional para explicarlas y tampoco la hay para quienes sostienen la supremacía del destino. Siempre está al alcance del más crédulo la elaboración de fatigosas listas para probar su enfoque basado en la gracia de las casualidades o en la mano virtuosa de la providencia. Ambas categorías, la casualidad y el destino, cumplen la misma función: obliterar el afán de saber por qué se producen los hechos; ambas nos absuelven, también, de la responsabilidad o participación que cumplimos en la cadena de los acontecimientos.
La teoría de la predestinación subyuga a quienes desagrada la omnipotencia de la razón y abogan por la necesidad de las fórmulas mágicas. Los hechos que referimos como casuales o predestinados, no obstante, suelen gozar de mayor valor que esos otros donde resulta evidente el hilo causal. La predestinación es el recurso de quienes añoran las señales divinas en nuestras vidas demasiado humanas.
Suena en la penumbra de la tarde el Cuarteto N° 16 op.135 en Fa Mayor de Ludwig van Beethoven en la torrencial interpretación del Alban Berg Quartett.
La difícil decisión lo tituló el maestro, y mientras lo oímos nos acordamos de Kundera. El escritor checo definía al tema de una novela como una interrogación existencial[11]. ¿Esa definición es exclusiva del arte literario? Respondemos que no. Al fin de cuentas y luego de pensarlo bien, acaso lo único que nos mantiene vivos es el bendito arte de dudar.
[1] Leuchter Erwin, Beethoven, Buenos Aires, Ricordi Americana, 1943, p.107
[2] Idem, p.115
[3] Kundera, M. El arte de la novela, Barcelona, Tusquets, 2007, p.106
[4] Leuchter op.cit. p.66
[5] https://www.dw.com/es/tiene-que-ver-la-quinta-de-beethoven-con-el-destino/a-45401674#:~:text=El%20sobrenombre%20de%20Sinfon%C3%ADa%20del,que%20sufr%C3%ADa%20mal%20de%20amores.
[6] Leuchter E, op.cit, p.67
[7] Kundera M. La insoportable levedad del ser, Buenos Aires, Tusquets, 2005
[8] Kundera, M. El arte de la novela, p. 149-150
[9] Idem, p. 26
[10] Kundera M, La insoportable levedad del ser, op.cit. p.43
[11] Kundera M, El arte de la novela, p.106
GUSTAVO PROVITINA, nacido en La Plata, Argentina. Graduado en la Universidad Nacional de La Plata con el film El Sur de Homero, ensayo audiovisual centrado en el universo político y poético de Manzi. Provitina es guionista, director de cine y docente universitario en la UNLP y la Universidad Nacional de las Artes – UNA. Ganador del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2013) en la categoría ‘Ensayo’ por el libro El Cine-Ensayo. El Ministerio de Cultura de la Nación, en 2015, lo distinguió con una mención especial en el Concurso Federal de Relatos La Historia la ganan los que escriben. En 2017 estrenó La sombra en la ventana en el Cine Gaumont en el Festival de Cine Inusual de Buenos Aires. Publicó El matiz de la mirada (Curso de Cine Italiano); en julio de 2021 apareció su libro Nouvelle Vague, Bajo el signo de Lumière, y en marzo 2024 El cine italiano, (ed. La marca).
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REGISTRO ISSN 2953-3945
El artículo: perfecto y la. Música de Bet como siempre, cautivando.
La grabación y su llegada a mi cel es asombrosamente buena; a diferencias de otros audios que suelo escuchar
Gracias Celina por tu mensaje y por compartir nuestra publicación