Diversos países debaten si el trabajo va a sostenerse con los beneficios y derechos que, con más de un siglo de reclamos y luchas, consiguieron los trabajadores. El cuestionamiento a los Convenios Colectivos, topes a los salarios, formas flexibles de contratación y de despido…lo que un funcionario en Argentina definió como ‘comer y descomer’
Debates sobre el salario será una serie que purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis continuará analizando durante 2017.
Habíamos iniciado la serie con una reflexión del profesor Franco ‘Bifo’ Berardi (Bologna- Italia) y el análisis del profesor Julio Leónidas Aguirre (Mendoza-Argentina).
Hoy exponen el ingeniero Enrique Martínez, ex Presidente del INTI y actual coordinador del Instituto para la Producción Popular – I.P.P., y el doctor Miguel Benasayag, médico psiquiatra, filósofo, argentino residente en Francia, consultor de la red de cooperativas italianas y del Colectivo Malgré Tout
VENDER EL TRABAJO, COMPRAR LA VIDA.
El capitalismo ha configurado una sociedad en que el objetivo superior es acumular capital. Esto ha generado una contradicción de base con la búsqueda de calidad de vida, ya que en tal escenario la gran mayoría de los ciudadanos actúa a la defensiva frente al poder del capital, vendiéndole su trabajo a los capitalistas, como condición necesaria para construir un proyecto personal o familiar.
Lo anterior puede analizarse en dos planos:
- La posibilidad de transformación profunda, que altere la hegemonía del capital y por ende reduzca la necesidad de atender de modo casi excluyente la forma de vender nuestro trabajo.
- Sin abandonar la vocación que lo anterior suceda, discutir las condiciones para defender el precio del trabajo.
El primer camino es el de la producción popular, que nos convoca de manera casi obsesiva, buceando en canales casi inexplorados.
El segundo camino -que nos ocupará aquí- es el habitual para un ciudadano común. La forma de contar con ingresos –salariales o del trabajo independiente– que aumenten su valor real con el tiempo; la consiguiente preocupación por la inflación; la competencia en infinitas escaleras laborales en paralelo. Son temas que ocupan buena parte de las horas activas y que generan una importante fracción de las enfermedades sociales actuales.
El liberalismo lo hace fácil: el trabajo de cada uno se venderá mejor en la medida que se compita con mayores atributos en el “mercado de trabajo”. Quien demanda ese trabajo –el capitalista– es colocado en una suerte de estrado, es el juez que premia o castiga nuestro esfuerzo, sin que se le puedan asignar responsabilidades mayores, porque su misión es perseguir el objetivo superior: ganar plata.
Esa es una ficción construida por los ganadores del sistema. La realidad, por supuesto, es mucho más compleja.
Hay dos niveles de confrontación muy claros:
- Entre el capitalista y los trabajadores a los cuales contrata, alrededor del precio que se paga por el trabajo.
- Entre el trabajador y aquellos a quienes compra los bienes y servicios necesarios para su vida cotidiana. Hay multitud de ámbitos donde cada ciudadano debe decidir cómo aplica el dinero recibido al vender su trabajo.
El primer nivel es el hueso de los conflictos al interior del capitalismo, que en tanto no se logre dejar atrás este modo de producción, no deja dudas sobre la necesidad de operar acumulando fuerza a través de la organización y de la unidad de los trabajadores.
Está pendiente –casi ignorada– la evaluación de las maneras de superar esta controversia de la forma más virtuosa deseable: eliminar la condición de mercancía del trabajo; la necesidad de vender trabajo.
El segundo nivel, en el que el trabajador se pone el sombrero de consumidor, necesita ser profundizado en forma especial. En efecto, habitualmente se traslada aquí una suerte de resignación defensiva, que es propia de otro vínculo, el del empresario con sus trabajadores dependientes.
Es que la concentración capitalista se ha instalado en todas las facetas de la economía y por supuesto también en la comercial. Ideas como la soberanía del consumidor son cada vez más asimilables a un chiste de pésimo gusto.
Por lo tanto, a pesar de que el consumidor tiene la libertad formal de aplicar su dinero de la manera que mejor le plazca, termina dependiendo (hasta groseramente) de la publicidad, de las decisiones de los hipermercados sobre qué productos exhiben en las góndolas, de las formas de financiación que otros establecen. Su posibilidad de elegir se adormece inexorablemente y se podría decir que entra en una hibernación prolongada.
Sin embargo, es necesario prestar especial atención al hecho que los ciudadanos tienen objetivamente más libertad de elegir cuando se asumen como consumidores que cuando son trabajadores. Recuperar en términos efectivos esa libertad, es un componente necesario para trasladar la demanda de libertad y democracia al mercado de trabajo y finalmente para conseguir el derecho de pensar y actuar sobre la viabilidad de la producción popular.
¿Cuáles serían los criterios que ayudarían a los ciudadanos a mejorar su autonomía como consumidores?
La acción micropolítica: tomar distancia de los componentes más típicos del capitalismo en cada cadena de valor. Aquellos que tienen como interés muy dominante y hasta excluyente ganar dinero, para vincularse de la manera más cercana a quienes producen los bienes y servicios, quienes son capaces de enamorarse de tareas que les sirven para acceder al mercado, pero con las que atienden necesidades comunitarias.
Sostener la importancia de la relación cercana entre productor y consumidor, no apunta simplemente a que éste último consiga una hortaliza más fresca o barata, o pueda indicar algo sobre su vestimenta antes que ella se termine de confeccionar. Es, además de eso, agregar sentido al uso del poder de compra; fortalecer al generador del bien, en lugar de quienes el capitalismo ha permitido que se constituyan en decisores de nuestra calidad de vida, simplemente comprando y vendiendo, a puro poder económico.
De un modo que se va ordenando, aunque falta bastante, hay mucho material en www.produccionpopular.org.ar
Una consigna como Más Cerca es Más Justo -que es la que tomamos como nombre de uno de nuestros proyectos-, se convierte de tal modo en una propuesta de libertad de decisiones para los consumidores, que a su vez fortalece a un tipo de productores a los cuales el capitalismo obliga a retroceder de manera sistemática, hasta llegar a la desaparición. Aplicada con continuidad y método, una consigna así genera una espiral virtuosa y dinámica que suma trabajadores convertidos en consumidores, que a su vez se piensan de otra manera como trabajadores y convocan a otros consumidores, en una sucesión que no se detiene.
Subirse a este carro significa aumentar el control sobre nuestras vidas, lo que invita luego a continuar ese camino. Así va.♦♦
HAY TRABAJO. ES MALO. Y NO ESTÁ EN OCCIDENTE
Pienso, como punto de partida, que lo que hay que abolir es el pensamiento de la meritocracia. Lo que llamamos meritocracia es esta idea individualista y moralista en el peor sentido de moral, de que alguien tiene lo que merece. Yo creo que esa es una idea contraria a la verdad de los procesos de la vida, en el sentido biológico, cultural y afectivo. En los tres niveles. Porque la vida es un proceso de contexto, donde alguien que es fuerte para algo es totalmente débil para otra cosa. Y eso sucede de forma articulada. Alguien es fuerte para trabajar, estudiar, pero no decidió ser así. Es así, y si no fuera, no podría hacerlo.
Incluso el margen de cambio que permite tener más potencia de actuar, ese margen tiene que ver con lo aleatorio de los encuentros, la mismísima disposición de quien va al encuentro de estar disponible o no.
Hay que oponer al ideal reaccionario de la meritocracia, del libre arbitrio, etcétera., los procesos contextualizados e intricados. Porque si uno ‘merece’ algo, justificaríamos que el chico africano que en este instante se está muriendo de hambre ‘merece’ eso.
Y en verdad no es así, tanto como que uno no merece lo que tiene. Somos lo que somos en una evolución concatenada. Hay que desarticular y desenmascar la meritocracia. Y en simultáneo advertirle a quien puede hacer cosas en la vida que saca pecho y dice ‘yo hago’, que si hace es porque puede: que no lo haga y lo diga de manera patológica, sino que haga consciente que hay una sobredeterminación que es lo que hace que pueda hacer.
Si ponemos dos extremos donde, de un lado alguien dice “yo merezco esto porque me maté trabajando, o porque soy más inteligente o más fuerte, y lo tengo, me lo gané”, y del otro el ideal -que para mí sigue siendo el ideal- de la solidaridad social “cada uno de acuerdo a sus posibilidades y a cada uno de acuerdo a sus necesidades”, yo abono a esto último. Lo primero que descartaría es que alguien lo merezca ‘porque’. Naturalmente, entiendo la urgencia de los más necesitados y frente a eso concuerdo con la Renta Básica Universal.
También considero que hay una ilusión en torno a la Renta Básica Universal.
Atrás de la cuestión de la Renta Básica también aparece esa idea de que con eso se soluciona todo, cuando en verdad podría ser un movimiento del propio capital para asegurarse el consumo de todas las porquerías que produce, y mantener la rueda en movimiento.
Entonces, no cambiando el modelo, no cambiando el paradigma de que lo importante es ser un ciudadano que consume…considero que hay que poner un alerta en lo del Salario Ciudadano, como que es algo naif, que todo el mundo tenga un poco de dinero. Es indispensable hacer un cambio de paradigma, en el cual primen las prácticas colectivas, cooperativas, comunitarias; sin un trabajo militante, sin prácticas que puedan desarrollar solidaridades concretas, al individuo serializado, aislado, individualista de hoy en día, inmerso en el todos contra todo, el Salario Ciudadano no lo va a sacar de la pobreza de nadie, va a hacerlo consumir porquerías y aumentar la contaminación, y no va a cambiar en absoluto la distribución injusta de la riqueza.
Estimo que esta propuesta así peca de su carácter de “globalidad”, y no creo que puedan pensarse políticas en términos globales, tipo “salario universal”. Si mañana hubiera un plebiscito votaría que sí, que se ponga en marcha, porque hay que hacer la diferencia entre esto que está pasando y una cosa más de base.
Coyunturalmente podría servir, así como sirvió lo que hicieron los gobiernos Kirchner en la Argentina, donde sin cambiar la estructura se repartió un poco más de plata.
Me resultaría muy complicado imaginar alguna razón para que no se distribuya un poco más de plata entre la gente que está muy necesitada. Pero luego de eso, luego de la coyuntura, así como ha ocurrido en Venezuela, si no se cambió nada estructural…Claramente, en el caso de Venezuela está siempre el tema de los norteamericanos. ¡pero los americanos forman parte de la cosa! Si quiero hacer un cambio en mi país tengo que tener en cuenta esa variable que forma parte del sistema-mundo.
Digo, entonces, que la distribución de dinero sin cambiar estructuras es no solo pan para hoy y hambre para mañana, sino desesperación para mañana porque la gente perdió años defendiendo proyectos que no cambiaron nada en la base, en la distribución real de la riqueza nacional. En síntesis: las experiencias distributivas, incluido el Salario Universal, no son el eje central de la política.
Sí creo que el eje central de la política debe ser las experiencias múltiples, cooperativas, comunitarias de cambio de paradigma de consumo, de distribución, de compartir.
LA DESAPARICIÓN DEL TRABAJO ES LA DESAPARICIÓN DE LAS REGLAS QUE PROTEGÍAN AL TRABAJADOR
En el mundo se crea trabajo, en los países centrales o los países periféricos más próximos a esa centralidad, como es la Argentina, se crea trabajo hacia la tercerización, los servicios, etc. Y se deriva el trabajo fabril hacia China y la India. Estamos hablando de donde viven dos tercios de la humanidad, donde están los esclavos que producen sin ninguna protección laboral.
No hay que olvidarse entonces, que la desaparición del ‘trabajo’ es la desaparición de toda regla de protección del trabajo, y que el trabajo en ese sentido continúa. Eso por un lado; por el otro, sostengo que si no hay ‘trabajo para todos’ el que se genere tiene que surgir de experiencias locales, limitadas, comunitarias que piensan el trabajo y el ingreso de otro modo.
En países como China, India, y otros de Asia, millones y millones trabajan como esclavos para producir mierda. O sea que con lo del fin del trabajo hay que tener cuidado: es cierto que en zonas del planeta protegidas, donde las luchas sociales lograron conquistas que protegían al trabajador, donde el costo del trabajo es muy pesado para los capitalistas y que además al capital financiero no le importa nada producir, y producir bien, cosas buenas, de calidad, y con obreros bien pagos…todo eso para el capital financiero es una aberración.
Digamos que ese ‘fin del trabajo’ se verifica en una parte de América Latina, Europa y Norteamérica. Lo que está terminando, entonces es el trabajo como lo conocimos en una parte del mundo que es desde el punto de vista cuantitativo archiminoritaria.
El cambio geopolítico y geoeconómico mundial hace que el capital prefiera que esa población esté desocupada o que incluso una parte se convierta en turista y que algunas zonas se conviertan en Disneylandia o se vuelvan a los servicios.
Los que trabajan como esclavos en el comunismo, o mejor dicho, en el fracaso del comunismo chino o vietnamita, o en el fracaso del nacionalismo hindú, y en el resto de los países de Asia, no tienen la protección social que tenían los trabajadores en Occidente. Esos regímenes han fracasado en proteger a sus habitantes y a sus trabajadores y eso es un hecho histórico. Esos trabajadores viven mayoritariamente en condiciones de horror produciendo zapatillas o coches, o lo que sea.
En los países donde se desarrollaron luchas y cohabitaron con regímenes democrático-burgueses, hubo avances para los trabajadores. En los países donde se hicieron revoluciones en nombre del proletariado y los trabajadores, pero con burocracias y vanguardias que tomaron el poder y que se convirtieron en zares o en mandarines, se reprodujo el orden feudal.
Con el derrumbe del trabajo en esa parte del mundo, con la desarticulación que conocemos, hace emerger la desaparición de la clase media.
¿Y qué pasa ahí? La clase media es portadora de paz: la paz social depende de la clase media, en el sentido de que emplea y da de comer a un montón de gente. Las pyme son de la clase media y son las mayores generadoras de trabajo en términos relativos y absolutos. Y esto vale para Francia, Estados Unidos, Alemania, Canadá, Argentina, etc. La clase media precisa de la paz social (no por ideología sino porque la necesita para comerciar, vender, producir). La desaparición de la clase media empujada por el vértigo del capital financiero en esos países, aumenta la pobreza, y genera una disparidad descomunal de ingresos, con una acumulación de riqueza impensable. En esos países es donde aparece el razonamiento que tenemos en debate: ‘¿qué vamos a hacer con toda esta gente, ahora que desaparece la estructura social que habíamos ganado con las luchas?’ En esos países, sea al modo Cristina, o al modo Chávez, o al modo Lula, o como propone el candidato socialista para las presidenciales francesas, que habla de Salario Ciudadano, estoy de acuerdo con el Salario Universal.
EL SALARIO UNIVERSAL NO SERÁ UNIVERSAL
Sin embargo, dos tercios de la humanidad viven en situación de esclavitud laboral y para ellos eso no es nada. Es un asunto de los países centrales de occidente y de la periferia, donde se debate cómo conservar un cierto nivel de vida y de consumo. Toca a muchos millones de personas, pero a la vez, mirando el mundo total, es mínima. ¡Pensemos incluso que es mínima en relación al problema de los refugiados y de los migrantes! Porque a ellos no les tocaría ni de cerca… y eso sin ponernos muy pesimistas en cuanto a que los procesos de desertificación y de carencia o contaminación del agua impulsará a que haya muchos millones de migrantes más.
Abono a la idea de dejar de pensar soluciones. Las soluciones traen brutalidad o estupidez. Impotencias que quieren ‘cambiar el mundo’.
Creo que hay que renunciar a esa idea de pensar por dónde pasa ‘la solución’ y darse cuenta de que hay que desarrollar una miríada de experiencias alternativas, entre las cuales puede considerarse el Salario Universal.
Pero lo interesantes no eso, sino pensar si en un barrio, en un pueblo, pueden emerger formas de compartir ese salario, para producir cosas, para vivir de otra manera. Si no se desarrollan experiencias intensivas -no extensivas-, que muestren que se puede vivir de otra manera, el Salario Universal para una minoría mundial de los países centrales y periféricos, no es ni una solución ni nada. Lo único que va a hacer es continuar sirviendo a una producción mundial de baratijas que es pura contaminación, que no da ni felicidad, ni salud a nadie. Hay que tener mucho cuidado con esas consignas que son de desesperación política: no tienen nada que ver ni con el reparto de la justicia social, ni con el ataque a la plusvalía, ni la socialización. Son soluciones de desesperación porque estamos en un momento muy especial donde ni los individuos ni los grupos pueden pensar la globalidad. No se puede pensar la globalidad. Si uno la piensa o se deprime o se mata, o se vuelve un egoísta contumaz. O peor: nos ponemos a pensar ‘a la Badiou’ y sus seguidores que dicen ‘hay que hacer esto, o hay que hacer aquello’, como si la humanidad después de un siglo de haber probado lo que ya probó, fuera un conjunto de imbéciles. Creo, sí, que hay que capitalizar la experiencia. Una cosa es el trabajo revolucionario de Lenin, Trotsky, Mao, Fidel…Uno se pregunta ¿se equivocaron? ¿Qué es lo que no anduvo? Que siempre se pensaron soluciones de globalidad. No se equivocaron, hicieron la experiencia (una experiencia por otro lado que costó millones de muertos). Insisto: eso de ‘hay que ir para allá, hay que ir para acá’ es una taradez.
SALARIO UNIVERSAL SOCIALIZADO, GLOBALIDAD Y LA IDEA DE ÉXODO
El Salario Universal podría ser una experiencia, sin pensarla como totalizadora. De ninguna manera pensarla como una cuña en el sistema. No hay cuñas. Porque el sistema no tiene agujeros. Lo que hay que hacer son desarrollos a nivel cooperativo, a nivel solidario, a nivel de sabotaje del sistema -como cientos de jóvenes que viven hace años en campos donde se pretenden hacer aeropuertos, o un basurero nuclear, viviendo en comunidad, en resistencia-. De eso la prensa se cuida muy bien de hablar, de registrarlo. Cuando un grupo de indignados pequeño-burgueses se juntan en alguna plaza para protestar cinco noches seguidas, todo el mundo habla. Pero de lo otro no se hace la más mínima mención. ¡Viven ahí hace años!
Entonces yo creo que la vía no es una sola, son muchas. Hay que defender el trabajo cooperativo, hay que defender las experiencias: y si hay Salario Universal que no vaya a individuos o familias sino ver cómo se comparte en cooperativas.
Estamos en una época donde hay que tener el coraje de asumir que no sabemos lo que va a pasar, de pensar conceptualmente en la globalidad. Y el capital tampoco sabe qué hacer con la globalidad: es un accidente histórico que devino solo, que se le escapó al capital, que transformó el capital financiero con la tecnología avanzada. No hay ninguna medida que por sí sola sea ‘la’ medida, y que empiece una marcha. Lo único que empieza una marcha son experiencias concretas de solidaridad diferente, de consumo diferente, de sociabilidad diferente.
Nosotros en el Colectivo Malgré Tout, en 1987 escribimos que el poder es gestión y la política está en las bases. Y desdeñábamos la toma del poder porque la toma del poder es el camino a la impotencia. Para algunos pareció un exabrupto. Pero pasaron 30 años y ahora se puede entender mejor. Y en aquel momento tomábamos dos ejemplos: el de la Revolución Francesa que tomó el poder cuando todo había cambiado en la base, y el feminismo que cambió el mundo sin tomar ningún poder. Hoy más que nunca abono a la idea de desarrollar experiencias sin ningún pensamiento del poder. Todo lo que uno pueda presionarlo, mejor.
No hay que esperar nada del poder, no hay que apuntar al poder, y hay que bancarse la angustia de no saber cómo va a salir todo esto. Porque la gente quiere promesas, y salir de las misas purificados, o salir de los consultorios con ‘la solución’. Una delegación del poder en la máquina….la gente tiene ganas de delegar el poder, de delegar su potencia.
Uno no puede obligar a la gente a desear otra cosa. El leninismo de hoy en día pretende empujar en una dirección, que… en fin. La gente desea ‘bajarse los pantalones’, la gente desea delegar su potencia en la máquina. Y hacer ese impulso hacia el poder es cobarde. El coraje exige actuar en la oscuridad. El que no reconoce que actuamos en la oscuridad es un cobarde porque estamos en la oscuridad: yo acepto que una persona me diga ‘yo no puedo’. Lo comprendo y lo quiero porque es la fragilidad de la vida. El que dice ‘no hay oscuridad’, es temerario, y peligroso en potencia. Son los que dicen ‘no hay oscuridad, hay que ir por acá y ya van a ver’. El coraje exige hoy de una manera materialista y objetiva, reconocer que estamos en un momento de la humanidad de oscuridad, muy grande, de un ciclo muy largo. Y uno en la oscuridad no hace movimientos amplios, en la oscuridad uno no corre, uno no anda saltando: uno tiene que hacer acciones restringidas y ver qué se va produciendo.
Lo que sí puedo decir es que los períodos de ‘luminosidad’ que tuvimos fueron una futilidad, nos equivocamos. Creíamos que estábamos en la luz, y nos equivocábamos. Entonces, no hay que tener tanto miedo a la oscuridad, porque quizás sólo ahí podemos ser más prudentes, más serios, menos brutales que cuando pensábamos que teníamos claridad y se hacía cualquier cosa.♦♦