El domingo 2 de octubre Brasil elige presidente, con una renovada polarización, y un sorprendente piso de más del 30% para Jair Bolsonaro, el comandante de la ‘gripezinha’.
El periodista y analista brasileño, Breno Altman, entrevistó para su programa 20 minutos en Opera Mundi a José Dirceu, fundador y ex presidente del PT, y ex Jefe de Gabinete de Lula da Silva.
Material exclusivo cedido para www.purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis
JOSÉ DIRCEU: EL CEREBRO QUE TRABAJA AL LADO DE LULA
>Las encuestas muestran una fuerte polarización entre Lula y Bolsonaro, sin lugar para terceras vías como Ciro Gomes o Simone Tebet ¿Cree que ese escenario ya es definitivo o puede haber cambios?
«Puede haber oscilaciones, pero me parece improbable que cambie lo fundamental de este escenario político: Lula tiene hoy el 45% de la intención de voto consolidado y más del 50% en un eventual ballotage, y Bolsonaro tiene un gran problema, porque para la primera vuelta tiene una intención de voto del 32 a 35% y si hubiera segundo turno, no aumenta. Lo cierto es que 2/3 del país rechaza el gobierno y al presidente Bolsonaro.
En el Nordeste del país (NdeR: incluye los estados de Alagoas, Bahía, Ceará, Maranhão, Paraíba, Pernambuco, Piauí, Río Grande do Norte y Sergipe, donde se concentra el 30% de la población), Lula está muy consolidado, y en el Sudeste (NdeR: los estados de Espírito Santo, Minas Gerais, Río de Janeiro y São Paulo, y donde se concentra la mayor población del país) se espera un empate.
Bolsonaro perdió el electorado que tenía en 2018. Y es interesante comprender que no es que solo tiene una oposición de izquierda, socialista, democrática, sino también de derecha, liberal, cuya mayor expresión es la Red Globo, la GloboNews y parte de los medios corporativos, que buscan una tercera vía, y se oponen a Bolsonaro.
Por razones históricas, somos la alternativa de gobierno. Fuimos gobierno 4 veces. En 2018 el candidato del PT Fernando Haddad obtuvo 32 millones de votos en la primera vuelta y subió a 45% en el segundo turno. Hay un bloque político-social, un conjunto de ideales, un imaginario popular que tiende a un país soberano, democrático, y esto se da particularmente entre la juventud y las mujeres, entre los trabajadores desempleados, y entre los de ingresos más bajos. En todo ese sector la votación está consolidada a favor de Lula.
Es improbable que Lula no gane estas elecciones con una alianza de 7 partidos, con el apoyo de gran parte del PMDB (el partido del ex presidente Fernando Henrique Cardoso) y hasta inclusive con algunas disidencias de partidos de derecha.
Es una tendencia que se está manifestando en América del Sur que se acaba de fortalecer en Colombia con la victoria histórica e inédita de las fuerzas populares, que siempre fueron reprimidas.
Y es interesante, también, porque al igual que lo ocurrido en Brasil en las elecciones de 2018, apareció un candidato de extrema derecha populista, pero Gustavo Petro venció.
>Muchos analistas hablan de un auto-golpe encabezado por Jair Bolsonaro, con el eventual apoyo militar, para impedir o negar el resultado electoral.
«Tenemos que tomar en serio una tentativa de ese tipo si Bolsonaro cae en las presidenciales. ¡Tenemos el precedente histórico de Donald Trump en Estados Unidos y el asalto al Capitolio en Washington en enero 2020! Además, ese auto-golpe de Bolsonaro es posible también por lo que él viene haciendo, al haber capturado organismos como el ministerio de Justicia, la Policía Federal, y el Comando de las Fuerzas Armadas, esto último expresado en el Ministerio de Defensa, que insiste en cuestionar las urnas electrónicas y exige un recuento paralelo.
Esas instituciones no tienen esa atribución, y están lejos de lo que manda la Constitución, lo que es gravísimo. Por otro lado, no hay ningún indicio de que pueda haber fraude. Los propios partidos y el Tribunal electoral han venido haciendo un proceso para que evitar el mínimo riesgo de fraude, con transparencia y control.
Bolsonaro pretende desparramar que si él pierde es porque hubo fraude, y arrastrar en eso a las Fuerzas Armadas.
También sabemos que hay millares y millares de personas que él armó, con la política de libre portación de armas, sin hablar de la ‘promiscuidad’ de la familia Bolsonaro y las milicias criminales, en particular en Río.
Lo que está pasando en la Amazonia revela que el gobierno no hace ninguna acción concreta contra el crimen organizado; ese es un ejemplo, pero vale para todas las grandes regiones del país. Cuando hay organizaciones criminales, alguien tiene que lavar ese dinero, ¿no? Y eso se da a través de la droga.
En cuanto a una amenaza de golpe, creo improbable que las FF.AA se suban a una aventura golpista, tanto por la situación internacional como por la falta de apoyo dentro del país. El golpe de 1964 contó con los grandes medios, las cúpulas empresarias, el apoyo de varios gobernadores -en particular de San Pablo, Minas Gerais y Río- y de las clases medias conservadoras, pero hoy esas fuerzas se oponen al bolsonarismo, a su autoritarismo, oscurantismo, fundamentalismo religioso y negacionismo.
No veo que los militares vayan a oponerse al país y violar la Constitución. ¿Cómo se mantendrían en el poder en esas condiciones? Los militares según la Constitución no pueden hacer política, no pueden opinar sobre política, y esto vale para cualquier país del mundo, basta mirar a Uruguay, Argentina, Chile, Francia o incluso en Estados Unidos donde algunos fueron pasados a retiro por opinar de política. No puede haber una disputa política entre los que están con armas y el pueblo desarmado. La soberanía popular es desarmada, y se manifiesta en las urnas.
¿Cuál es la vacuna para frenar el golpismo en Brasil? La movilización de millones en las calles, de todas las fuerzas políticas y sociales, la solidaridad internacional y la alianza política en torno de Lula. Por supuesto que Bolsonaro tiene sus bases de derecha que se movilizan, no es que no están en las calles. Tiene el 30% de los votos y su militancia activa de derecha, no es apenas que manejan las redes sociales.
> ¿La elección de Geraldo Alckmin, una figura emblemática de la burguesía, como candidato a vice de Lula, no es acaso repetir estrategias de tipo institucional controladas por los viejos partidos, cuando recientemente y con un escenario donde también había que derrotar al neofascismo en Colombia, la apuesta fue por una mujer claramente de izquierda y negra?
«No, porque los últimos acontecimientos en Brasil, desde 2013 a 2019, son diferentes a lo que pasó en Colombia. Allí hubo amplias movilizaciones nacionales, que prácticamente paralizaron el país. El nivel de organización y de fuerza política que se vio en Colombia y se expresa en liderazgos políticos como el de Francia Márquez, Petro, y otras, no existe hoy en Brasil.
Nosotros venimos de derrotas importantísimas: no solo el golpe parlamentario-jurídico llamado impeachment que sacó del poder a una presidenta electa sino algo peor, un quiebre constitucional y social.
Ese fue el trampolín para desmontar muchos derechos conseguidos en la Constitución del ’88 después de 70 años de lucha. ¡Luchas que comenzaron en 1917 con la gran huelga de San Pablo y de Rio! Trabajadores y capas sociales que fueron votando a diversos partidos a lo largo del siglo con un sentido histórico, hasta llegar a votar masivamente por el Partido de los Trabajadores.
La alianza con Alckmin es lo que el momento histórico nos exige y nos permite, y el objetivo prioritario es derrotar el bolsonarismo, porque él quiere implantar una dictadura en el país y quiere extirparnos del país a nosotros, a las fuerzas políticas progresistas y de izquierda; y con ello, llevarse puesta cualquier libertad sindical, cualquier derecho de huelga, cualquier libertad de información. No tenemos dudas sobre eso, y actuamos en consecuencia. Hay un avanzado proceso de desconstitucionalización y de destrucción de los derechos sociales.
Esta coalición de 7 partidos, y la propuesta central que presentamos, es una alianza más grande que de la izquierda y la centro-izquierda: tenemos que entender que no vamos a elegir a Lula para hacer el programa del PT o de izquierda.
El programa tiene puntos fundamentales para nosotros, para la izquierda, pero las circunstancias históricas nos dicen que llegar al gobierno es un verdadero desafío, que vamos a tener que trabajar por tramos, por etapas.
La primera es derrotar a Bolsonaro y conseguir una base de 200 diputados propios y aliados para comenzar a gobernar, y también gobernadores propios o aliados. El primer año es crucial y define los próximos años. Ya no estamos en 2003, cuando Lula ganó su primera elección. El país y el mundo es otro.
> Cuando Lula ganó aquella primera elección, en los primeros ciclos de gobiernos petistas, fue posible mejorar mucho la vida de los más pobres, principalmente a través de la inclusión presupuestaria y su efecto multiplicador sobre el empleo e ingresos. Pero eso ocurrió sin enfrentar las reformas estructurales que podrían modificar más profundamente tanto la desigualdad del ingreso como la concentración de la riqueza. Es decir, no se hizo una reforma tributaria, ni financiera ni agraria. En este marco, ¿van a conseguir logros como los de hace 20 años solo poniendo a los pobres dentro del presupuesto o hace falta seguir otro camino?
«En 2023 nos vamos a encontrar con más hambre, más desorganización, más desempleo, con un Banco Central independiente del gobierno, con el techo fijado para los gastos, y por eso precisamos una mayoría en el congreso para implantar otra matriz fiscal. Precisamos más recursos, y esos recursos pueden venir de la renta petrolera, de la reorganización del Presupuesto actual, o de una reforma tributaria.
Esto último, una reforma tributaria, significa gravar la renta, las propiedades y la riqueza, y disminuir los impuestos indirectos, regresivos. Hoy no se cobra impuestos como se debe sobre la renta petrolera, ni menos sobre las mineras, y el agro-negocio prácticamente no paga nada. En Brasil los que pagan impuestos son las clases medias, las Pyme y las clases trabajadoras.
Tras la reciente presentación de los lineamientos del programa de gobierno de Lula, surgieron críticas que dicen que no quedó manifestado que pretendemos una reforma tributaria. No es cierto. Tenemos muy claro que no es posible que un tercio del país tenga el 1% de la renta y que el 10% más rico -unos 20 millones-, se apropie del 50% de la renta nacional, mientras que del otro lado, los 20 millones más pobres ni siquiera se quedan con el 1% de la riqueza nacional.
¡Con esa concentración no hay crecimiento!, y no hay crecimiento porque no hay demanda, hay subconsumo. La mayoría del pueblo no tiene poder adquisitivo. ¡Es un escándalo!
Hay una concreta transferencia de ingresos de los sectores que menos tiene hacia 20 grupos económicos. Por eso creo que sin desconcentración del ingreso y de la riqueza, el país no es viable.
La primera victoria del PT es que nunca antes siquiera estuvo en debate que Brasil era un país desigual, y hoy hasta las elites dicen que hace falta una reforma tributaria, que hacen falta cambios para combatir la desigualdad de género, racial y la pobreza. ¡Esa es una victoria histórica, más allá de los 60 millones de votos que Lula tiene asegurados según las encuestas!
>En los documentos más relevantes, fundantes del PT en los años 80, uno de cuyos autores principales fue usted, se decía que la contra-revolución burguesa es la respuesta ‘inevitable’ de las clases dominantes en Brasil y en América Latina contra los gobiernos populares cuyas reformas afecten aunque sea moderadamente la sobreexplotación de los trabajadores, la dependencia externa, el monopolio de las tierras y el oligopolio de las finanzas. Eso pasó en el golpe contra Janio Quadros en 1964, que no era ni siquiera socialista sino reformista, y volvió a pasar en 2016 cuando derrocaron a Dilma. Fue una contra-revolución burguesa que sacó a un gobierno que frenaba el neoliberalismo, y así como en 1964, otra vez hubo una pobre resistencia. ¿Qué debería hacer la izquierda para no ser incapaz de resistir victoriosamente esa ‘inevitable’ contrarrevolución?
Creo que hay que mirar el caso de Bolivia, que tuvo un golpe, y una revuelta popular que terminó llevando ahora a los militares y a la presidenta de facto a la justicia. Todo depende de la correlación de fuerzas, del nivel de organización, de la conciencia, de las clases trabajadoras. Nosotros mismos tenemos que auto-reformarnos, cambiar al interior de nuestros partidos, nuestros sindicatos, nuestras asociaciones. Fortalecernos.
Desde 2013 pasamos seis casi siete años a la defensiva, vivimos una derrota, y también represión. ¿Acaso solo tuvimos una guerra jurídica, la farsa del lava-jato, o un golpe contra Dilma que todas las elites apoyaron? No. ¡Hubo una represión política contra nosotros! Nadie podía salir con una remera del PT, ni del Movimiento Sin Tierra-MST, ni de la CUT. Por eso mismo tenemos que valorar que logramos iniciar el ‘Fora Bolsonaro’, un movimiento masivo con el que impulsamos su destitución. Pero las fuerzas de derecha que se oponen a Bolsonaro pactaron con él, y el impeachment no avanzó.
Dicho todo esto, evitar una ‘contrarrevolución’, una ofensiva de la derecha que paralice nuestro gobierno, implica también otro poder de comunicación, porque el presidente del país tiene un poder de comunicación inmenso. Hay que sostener la educación política. ¿Por qué el bolsonarismo centró sus ataques a la cultura, la educación y la ciencia? Porque es una batalla cultural y política. Y nosotros no habíamos hecho lo suficiente: cuidamos del gobierno y no cuidamos el proceso de fortalecer los movimientos que lo sostenían, las fuerzas defensivas populares, y hay que hacerlo. ¡Porque la derecha lo hace, se organizan para estas batallas! Pero nuestro enfrentamiento será con la Constitución, en la legalidad.
>Estamos asistiendo a una guerra, y persisten bloqueos, como el de Cuba
«Brasil es una potencia, tiene que mirar sus propios intereses, y tiene que mirar a América del Sur, antes de que el subcontinente se integre a China, que ya es el principal inversor en Sudamérica, y también el principal mercado de nuestros países. Pero el mercado internacional también abre posibilidades para Brasil, porque hay un nuevo mundo que está surgiendo: está China, está India, está Irán, está Turquía y Rusia, claro. La crisis de la hegemonía norteamericana y su presión sobre la OTAN es no reconocer que el mundo ya es otro. Tan es así, que los países extra-OTAN no se comprometieron con las sanciones que impulsó el bloque contra Rusia.
La guerra -por si quedaba alguna duda- es la política por otros medios. La guerra comercial, tecnológica y política que Estados Unidos inició hace varios años contra China, y ahora la guerra que la OTAN y Estados Unidos hacen contra Rusia es eso. Y precisamente, no hay nada más grave en el mundo que las sanciones económicas. Es imprescindible refundar las Naciones Unidas, la Organización Mundial de Comercio y todas las organizaciones moribundas posteriores a los acuerdos de 1944 en Bretton Woods.
Las sanciones económicas hay que denunciarlas y superarlas. ¿La gente sabe lo que significa vivir bajo sanciones económicas? ¿Logran entender lo que significa para un país pequeño como Cuba, bloqueado hace 60 años?
Es imperioso levantar el bloqueo y que el pueblo cubano decida su futuro, porque así no puede decidir nada. El bloqueo impone el hambre, implica cero provisión de energía, cero comida…eso hicieron con Venezuela, eso mismo hicieron con Irán.
Sabemos las consecuencias de esas políticas en Irak, en Libia, en Siria. Países destruidos. Libia misma hoy no existe como nación, son tres ejércitos peleando entre sí. ¡A Siria la devastaron, cuando era un país de clase media! Claro, sí, dirán “era una dictadura”. ¡Pero vamos! Y Arabia Saudita y todos los emiratos, ¿qué son? Teocracias, dictaduras religiosas.
No hay que subestimar a los Hitler.
Siempre hay que luchar por la libertad, porque la libertad se conquista, y por ella luchamos más de 70 años en Brasil. Y hoy no hay que subestimar a todos los Bolsonaro, lo que su ideología representa y los intereses que él representa.
Nosotros tenemos que sostener la histórica postura de no injerencia en los asuntos internos de otras naciones, Pero también hay un tema que nos preocupa. Todos los países están fortaleciendo sus empresas de energía, fortaleciendo sus industrias, reconsiderando sus cadenas productivas.
Brasil corre peligro porque su soberanía está en peligro. Un país con este tamaño y esta riqueza francamente corre riesgo si no puede autodefenderse…y por autodefensa no me refiero a la cuestión militar, sino principalmente a la cohesión social: que el pueblo se sienta parte de esta democracia.
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>El reportaje completo de Breno Altman fue realizado el 22 de junio de 2022, y puede verse en portugués en el siguiente link de OPERA MUNDI (todos los derechos reservados)<
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REGISTRO ISSN 2953-3945
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