Uno de los mandamientos de la globalización es aumentar el consumo de los productos -cualquiera de ellos – de modo que consumir pase a ser sinónimo de existir.
Se percibe el consumo de medicamentos como sinónimo de salud. De este modo, se fue instaurando lentamente lo que podría llamarse la «Patria Pastillera», un modelo en el que embutirse medicamentos es visto como saludable, y el fármaco, la automedicación y la prescripción se hallan ligados de manera indisoluble a cualquier acto posible de la vida.
Estamos frente a nuevas formas de adicción, dado que consumir y empastillarnos configuran una nueva, y aséptica forma de sumisión. ¿Qué dimensión cobra el ‘empastillarse’ en una sociedad que vive en crisis o en la cual su población percibe que tiene que hacer ‘cualquier cosa’ para cumplir metas y objetivos que no son otra cosa que los impuestos por el sistema? Con las cifras de ventas en la mano ¿podemos concluir que hay una vinculación entre la explosión financiera y el derrumbe del trabajo (y hasta la pérdida de la vivienda) de 2007 a hoy?
Ahí aparecen entonces dos dimensiones: la del poder en general y la del poder de las farmacéuticas y sus vastos tentáculos. La estrategia de la automedicación es un guante que calza perfecto para ambos objetivos. E la nave, va…
En 2007, se conocían cifras del INDEC-Sedronar que mostraban que más del 10% de las personas de entre 16 y 65 años, el 8% de los universitarios y el 4,4% de los estudiantes secundarios usaban sedantes o estimulantes sin prescripción médica. «Es todavía más grave, porque esos datos hablan del consumo sin receta y hay muchos que, aun accediendo a los psicofármacos por indicación médica, los usan indebidamente. La cifra es aún mayor», aseguró en aquel momento Diego Alvarez, director del Observatorio de Drogas de Sedronar.
Aunque la ley establece que los psicotrópicos deben venderse bajo receta, según la Sedronar «gran parte del consumo se resuelve sin prescripción y otra gran parte se da en el marco de una relación insuficiente con el profesional». Es decir: aún en los casos donde hay un seguimiento por parte de un médico, «el criterio sobre cuándo y por qué medicar con psicotrópicos no parece estar formalmente instituido».
Las Farmacéuticas desarrollan estrategias empresariales salvajes para aumentar el consumo. Las diez primeras empresas del mundo facturaron en 2012 un total de 335.000 millones de dólares. La totalidad de estas empresas están en los países más desarrollados: 5 tienen su sede en Estados Unidos (50%), 2 en Suiza (20%), otras dos en el Reino Unido (20%) y 1 en Francia (1%), aunque también hay empresas japonesas, europeas nórdicas, alguna alemana con importantes niveles de ganancias.
En julio de 2014, según cifras del Observatorio de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA), se vendieron 4.560 cajas más (1,5%) de remedios para la disfunción eréctil que el promedio mensual del último año; 47.840 unidades más (4,1%) de tranquilizantes; 55.063 unidades más (7,3%) de antidepresivos y 27.581 (6,2%) de antipsicóticos. Si tenemos en cuenta que sólo se trata de la variación de un mes del año, podemos hablar de incrementos en la venta de estos psicofármacos de entre un 18 y un 88% anual. “El consumo de psicotrópicos crece día tras día de manera alarmante”, reveló Graciela Luján, presidenta del Colegio de Farmacéuticos de La Plata y para quien el fenómeno se inscribe “en una sociedad que necesita todo rápido y de modo acelerado, urgente”, por lo que “no asombra entonces que las edades de los consumidores sean también cada vez más bajas”.
El aumento en el consumo de pastillas compuestas por sustancias que actúan sobre el sistema nervioso central -llamados psicofármacos- es palpable y los números oficiales preocupan. Según datos de la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) en nuestro país entre 2004 y 2012 el consumo de psicofármacos aumentó un 25%.
Todos los relevamientos (que también hay que decirlo, enfrentan variadas dificultades para su concreción) muestran mucha prescripción sin seguimiento-tratamiento. El propio esquema tiene una figura de creciente peso que es el ‘médico recetador o médico amigo”, quien se limita a hacer la receta y el paciente autorregula su medicación. Una tendencia último modelo. El discurso es “yo gradúo lo que tomo” lo que algunos en un análisis llamativamente liviano definen como automedicación responsable. En verdad, se trata de una estrategia de expansión del consumo general de fármacos, que va muy bien de la mano de las farmacias-supermercado.
En el universo de los psicotrópicos, el 51 por ciento son indicados por clínicos; el 39,3, por psiquiatras, un 4 por ciento, por neurólogos y un 5,1, por cardiólogos, dermatólogos, traumatólogos y gastroenterólogos. Resulta claro entonces que es de la mano de la Clínica Médica que estos productos se han generalizado, extendiéndose su uso en la práctica médica cotidiana a manos de profesionales con insuficiente formación para su manejo, y con un modelo de prescripción alejado del uso racional, y demasiado cercano al ejercicio del control social de la población asistida.
La estrategia es mundial
El informe que se hizo conocer en abril de 2015 en Londres emparenta demasiado lo que ocurre allí, lo que pasa en la Argentina y lo que viene sucediendo también en España.
Las últimas cifras del Public Health and Social Care Information Centre de Gran Bretaña llegan a hablar de una ‘epidemia de drogas siquiátricas’. Durante todo 2014, las recetas de antidepresivos sumaron 57 millones. El equivalente para darle una caja a cada niño, hombre y mujer de Gran Bretaña. Esto representa un 7,5% más que en 2013 pero un 500% más que en 1992. El salto en la prescripción de antidepresivos asombra porque la prevalencia de la ‘depresión’ como diagnóstico se mantuvo estable en la última década, lo que estaría evidenciando que la misma población toma depresivos casi de por vida.
En España, desde que se extendió el diagnóstico de depresión y de su prescripción en los centros de atención primaria en la década de los noventa, el uso de antidepresivos ha vivido una escalada constante y su uso se duplicó en la Península. “De las 30 dosis diarias de antidepresivos por cada 1.000 habitantes registradas en el año 2000, se ha pasado a 64 en 2011, según los últimos datos de la OCDE. Entre 2008 y 2009 la venta de antidepresivos aumentó casi el 6% y al año siguiente un 7,5%. O sea, aumentó un 14% en dos años llegando hasta los 37,8 millones de envases”. Los datos fueron publicados por la consultora de referencia del sector IMS Health. La prescripción aumentó también en otras drogas psiquiátricas, por ejemplo el paso de 9 millones 700 mil recetas para tratar sicosis en 2013 contra 10 millones 500 mil en 2014. Un 8% más en apenas un año. Una proporción exactamente igual que las que se emitieron para tratar los trastornos de hiperactividad.
En Argentina, según aquel relevamiento serio, realizado en 2007 sobre consumo de Psicofármacos, algunos datos impactaban y todavía impactan. El 13% de la población del Conurbano consume ansiolíticos. Digamos un millón de personas. Si analizamos esta población, el 35% tiene un alto grado de dependencia y el 81% declaró que le es indispensable la medicación para sentirse bien, solo que a la hora de proveerse, apenas el 22% lo hace con prescripción médica, el 33% logra comprarlo sin receta y el resto lo consigue a través de alguien que se lo recomendó. Todos los laureles se los llevan las benzodiazepinas (ansiolíticos), digamos el 85%.
Una exhaustiva encuesta de la Universidad de Palermo, permitió comparar los números de consumo de psicofármacos en Capital y el Gran Buenos Aires. Para sorpresa de los propios investigadores, se descubrió que los porteños consumen el doble que sus vecinos del Conurbano. Y que un buen porcentaje entra en la peligrosa categoría de «automedicación». La ausencia de controles, el «recetario fácil» de los médicos no especializados en trastornos psiquiátricos, las farmacias-supermercado, los laboratorios farmacéuticos, las estrategias de control social: un entramado perfecto.
Muy buena data. Desafortunadamente, es muy fácil comñrobar la magnitud del consumo en el conurbano bonaerense. Solo preguntando a los amigos en dos saltos se tiene una idea clara del problema.