Cuando ya pasaron 3 meses desde que comenzara la continuada y profunda sublevación social en Chile, las miradas se vuelven hacia la búsqueda de aquella ‘normalidad’. La expresión ‘hay que hacer algo’ se ha repetido en innumerables casos en la historia.
Había que hacer algo con Rosa Luxemburgo y la mataron; había que hacer algo con los republicanos españoles e instalaron la dictadura de la cruz y la espada franquista; había que hacer algo con los armenios y ocurrió la marcha hacia la nada del primer genocidio planificado; había que hacer algo con los judíos y crearon las cámaras de gas; había que hacer algo con el malón de los indios y convirtieron la Patagonia en desierto; había que hacer algo con los detenidos-desaparecidos de los campos de concentración en la dictadura argentina y maquinaron los vuelos de la muerte; había que hacer algo con el referéndum de 2015 en Grecia que por más del 61% dijo no al hambre plantado por el FMI, el Banco Central Europeo y los buitres acreedores, y la dictadura financiera de la Troika pisó la cabeza de la democracia griega. Una lista por cierto, innumerable.
La normalidad chilena ha sido el goce, en fragmentos y reversionados, de hechos que están en esos hechos descriptos más arriba. Una normalidad que se instaló con un campo de concentración en el mayor estadio deportivo del país, con cadáveres esparcidos en el desierto de Calama, con el sojuzgamiento y exacción de las propiedades comunitarias de los aborígenes mapuche, con la bendición en fila de cada uno de los organismos financieros y multilaterales de todo el mundo.
40 años de normalidad. En la superficie. No tiene nada de novedoso aseverar que la siembra y la instalación del terror es lo suficientemente poderoso como para domesticar la memoria y la organización. El perro castigado reiteradamente con un palo obedece y deja de gruñir ya no cuando lo castigan en el lomo sino cuando le vuelven a mostrar el palo.
Para descorrer el velo de esa a-normalidad amable hizo falta que en Chile se borrara la siembra del terror: mostrar el palo, al perro social, ya no le produce miedo. Eso es precisamente lo que dijo Cecilia Morel, la esposa del presidente Sebastián Piñera cuando afirmó ante las múltiples y sanamente violentas protestas del abatido cuerpo social chileno que había ‘como una invasión alienígena’ y que ‘lo que viene es muy, muy grave’, y que iban a tener ‘que compartir un poco sus privilegios’.
La filósofa esposa presencial -porque sus breves sentencias tienen un poder de síntesis magnífico- sentenció ‘lo más importante es tratar de mantener la cabeza fría’.
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Y en estos 90 días toda la clase empresarial-política-burocrática-propietaria-rentista ha venido buscando mantener la cabeza fría e intentar alguna(s) salida(s) de este laberinto de expropiación que ellos crearon y usufructuaron desde los años ‘70. Volver a los modos amables de la corte. Volver al verano del Festival de Viña del Mar. Volver al minuet chileno donde no ocurrían ninguno de los ‘despropósitos latinoamericanos’ que describían azorados los escribas de El Mercurio.
Pero la juventud más joven no quiere. No vivieron la instalación del palo en el lomo como política de estado (aunque saben que lo hubo y lo hay), y no bajan la cabeza cuando se lo muestran. Se hastiaron de las buenas formas de una normalidad forzada que funciona al precio de nacer y morir endeudados para poder dormir bajo un techo, curar una muela o aprender el abecedario. Se asquearon de los exámenes de ingreso, de la meritocracia que publicita la clase que comanda, cuyo muro de acero es impenetrable porque armó la (casi) perfecta in-movilidad social. No quieren más que les mientan que se cuida el agua de los glaciares cuando no cesan los proyectos mineros; no quieren más que les mientan que se cuida la magnífica naturaleza de la Patagonia chilena cuando se expanden los bosques-fábrica…no quieren más una Constitución pintada de verde-marrón militar pinochetista.
Para los extranjeros de cualquier extranjería, los nombres que tienen los partidos políticos locales o las coaliciones políticas locales son intrascendentes, además de mutantes. Mañana aquí o allá se rebautizan con otra sigla. Lo cierto es que casi todos los partidos políticos, y casi todos los políticos quieren la ‘normalidad’ que propone la primera dama Morel de Piñera. Izquierdas y derechas, de todas las tonalidades. Compartir algunos privilegios, manteniendo la cabeza fría, esperando que la invasión alienígena se calme.
Y por eso es que con extremos rostros compungidos debieron cancelar la COP25, la final de la Copa Libertadores y reflotar (oh sí, democracia chilena) una legislación para el derecho de reunión y crear por ley (oh sí, democracia chilena pinochetista) el uso de tropas para proteger los sitios estratégicos. Y mientras tanto, niegan y hasta aúllan por los sesudos informes del Instituto Nacional de Derechos Humanos y de los organismos internacionales que demuestran los miles de casos de violaciones a los derechos humanos, que incluyen disparos directos a los ojos de los manifestantes, manoseos, desnudamientos, apaleamientos, secuestros, encarcelamiento de niños, uso de soda cáustica en los chorros de agua de los camiones hidrantes para dispersar las concentraciones, presos políticos, causas armadas por Carabineros, etc., etc., etc.
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Pero la normalidad tiene sus mañas. Por mayoría desbarrancaron en el Congreso la posibilidad de un proceso constitucional asambleario, desoyeron la consulta pública que realizaron más de 200 alcaldes en diciembre de 2019 en la que más de 2 millones y medio de participantes optaron por es vía; desoyen que entre el 80 y el 90% de los encuestados rechaza al gobierno, a su gabinete, sus políticas y los partidos del Congreso. Buscan la normalidad…
Enero es época de exámenes de ingreso para la educación superior, la PSU o Prueba de Selección Universitaria, nacida en 2003 por mandato del Consejo de Rectores, y es el penúltimo paso de este minuet donde se sigue pretendiendo que no pasó nada, y no pasa nada. Y entonces la ministra o el ministro (tampoco importa cual) propone que si los manifestantes impiden que las PSU se rindan en las unidades educativas, entonces ¡que se rindan en los cuarteles!. En simultáneo inician una querella a los jóvencísimos dirigentes de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios-ACES que con acciones directas llamaron a boicotear la PSU.
Tal como consigna el Diario de la Universidad de Chile ‘la denuncia será investigada por Carabineros e invoca un artículo de la Ley de Seguridad del Estado, en concreto el artículo 6 letra C que tipifica las conductas “que inciten, promuevan o fomenten, o de hecho y por cualquier medio, destruyan, inutilicen, paralicen, interrumpan o dañen las instalaciones, los medios o elementos empleados para el funcionamiento de servicios públicos o de utilidad pública”, entre otros lugares. Y se agrega que también aplica para “los que, en la misma forma, impidan o dificulten el libre acceso a dichas instalaciones, medios o elemento”.
Una inmensa paradoja: quienes crean las condiciones cotidianas de la injusticia social y provocan la sublevación (léase, los que atentan contra la seguridad social de los chilenos y chilenas) acusan a quienes promueven una verdadera democracia no meritócrata y aristocratizada de atentar contra la seguridad del Estado.
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En ese marco, el de la normalidad chilena, comienza el ‘Congreso del Futuro’, un evento para ‘pensar a Chile’, que está por cumplir sus diez años. Uno de los invitados al debate 2020 era el filósofo, profesor y militante italiano Franco ‘Bifo’ Berardi, quien desistió de participar, con la carta que compartimos con todos y todas quienes leen www.purochamuyo.com/ Cuadernos de Crisis
«Al comienzo del mes de octubre recibí una invitación para participar en el “Congreso del Futuro” en Santiago de Chile, durante enero de 2020. Respondí que sí, que me parecía bien viajar a Chile para discutir con colegas de diferentes procedencias acerca de las perspectivas de la sociedad contemporánea.
Luego vino el 18 de octubre, y las demostraciones masivas en las calles del país.
He seguido con atención los acontecimientos chilenos, porque sé que este país tiene un papel especial en la historia de la modernidad tardía. Chile es el país donde el proyecto socialista encabezado por Salvador Allende, apoyado por la mayoría de la población, fue brutalmente sufocado por Augusto Pinochet, magnicida e instrumento de la dictadura financiera global, en una síntesis de tortura y de explotación.
La herencia de Pinochet no ha sido cancelada, porque la Constitución que el dictador promulgó -una mezcla de ideología neoliberal y de normas autoritarias- continúa vigente en el país. Debido a la Constitución de 1980 la violencia policial es legal, y el sistema de educación pública se halla remplazado por las costosas escuelas privadas de la elite.
Desde el 18 de octubre de 2019 millones de mujeres, estudiantes, trabajadores e intelectuales han marchado en las calles y en las plazas de Chile, declarando que quieren terminar con la Constitución de 1980 y escribir desde abajo una nueva, basada en los principios de libertad, solidaridad e igualdad social.
Según lo que he podido leer, el régimen de Sebastián Piñera reaccionó de manera brutal, declarando la guerra contra su propia sociedad. Más de 30 personas murieron en las calles, 300 han perdido un ojo por efecto de la acción policial, y miles de jóvenes han sido detenidos.
En este punto he decidido evaluar atentamente el sentido que el “Congreso del Futuro” puede adquirir, en el contexto de la situación pendiente, y he visitado con interés el website https://congresodelfuturo.cl/
La estética de la comunicación y su mensaje nos hablan de un brillante futuro que todos desearíamos: competencia sin frenos y éxito individual, un futuro de cielo luminoso donde los jóvenes corren felices por el verde del campo.
Por lo que sé, sin embargo, el cielo no se halla muy luminoso en estos días debido a la catástrofe climática global, y los jóvenes no son todos felices, porque muchos están obligados a afrontar la violencia económica, el desempleo y la precariedad salarial.
Hace algunos días, en el New York Times, he podido leer un editorial de Sebastián Piñera sobre la situación del país del que es presidente.
Olvidando la guerra que él mismo declaró a su propio pueblo, Piñera habla de democracia y de justicia con las mismas palabras hipócritas que usan los comunicadores del Future Congress.
Entonces, con mucha pena, he decidido no viajar a Santiago de Chile, porque soy consciente que los amigos que más me gustaría saludar durante mi estancia chilena no podría verlos, porque se encuentran detenidos o porque están sufriendo las heridas infligidas por los agentes de Piñera.
Visitando el sitio de promoción del “Congreso…” he podido escuchar la grabación de un discurso mío, donde hablo de libertad y de superación del trabajo asalariado. Naturalmente yo reconozco el sentido de mis palabras, pero hablar de libertad y de alegría de esta manera puede sonar ridículo en el contexto presente.«
Bologna, 4 de enero de 2020
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Texto: Darío Bursztyn – Sociólogo (UBA) y periodista argentino
Ilustraciones: Carla Soza, artista chilena, nacida en Santiago de Chile, graduada en Filosofía e Historia del Arte en la Universidad de Barcelona (ciudad donde reside desde el año 2000) – Serie: CHILE DESPERTÓ 2019 -Inspiradas en fotografías de José Fonseca y videos
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