RESPIRARE. BIFO BERARDI

Franco ‘Bifo’ Berardi tiene nuevo libro en castellano.

RESPIRARE. Caos y Poesía

En exclusiva, para www.purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis, la Introducción del libro que editó Prometeo Libros

El colapso respiratorio de 2020

La edición argentina de este libro, originalmente publicado en inglés por la editorial Semiotexte, en 2019, se produce en medio de una doble crisis respiratoria mundial.

La primera es la pandemia del Covid-19: un colapso del organismo social planetario, provocado por la asfixia hipercapitalista.

La segunda es la agresión violenta contra las condiciones de vida de la población, sobre todo de los jóvenes: el estrangulamiento metafórico y verdadero. Esta agresión está desencadenando una revuelta de los negros norteamericanos, junto con los latinos, los migrantes y los blancos precarios.

Síntomas del fin del capitalismo que deja en su lugar un abismo caótico.

Ya a comienzos de los años setenta era evidente que el capitalismo podría sobrevivir solo gracias a la violencia financiera y con una desesperada aceleración del extractivismo, de la explotación y de la distribución.

En 1972, el “Informe sobre los Límites del Crecimiento”, del Club de Roma, señalaba que la era de la expansión entraba en una fase de agotamiento y afirmaba que no era posible un crecimiento infinito en un planeta cuyos recursos son limitados.

Desde ese punto, la acumulación de capital podía seguir únicamente si se exasperaba la devastación de la naturaleza física y de las energías nerviosas de la humanidad. Se iniciaba la era de la globalización neoliberal.

Los últimos cuarenta años, los de la globalización tecno-financiera, y de la aceleración constante del ritmo, han convertido rápidamente al aire en irrespirable; han acelerado los ritmos de la competencia al punto de cortar la respiración.

Cuando digo que se trata de una crisis respiratoria, no es en sentido metafórico. La contaminación del aire en las metrópolis y la ansiedad de la precariedad, literalmente, han debilitado el organismo de los seres vivos, que respiran.

Sin embargo, al mismo tiempo, lo que realmente me interesa en este libro es el desarrollo de una metáfora: la respiración se volvió difícil, la voz ronca, el cerebro colectivo entró en un estado de pánico por la falta de oxígeno. En un momento, tras la convulsión de los últimos meses de 2019, de Santiago a Barcelona y de Beirut a Hong Kong, el organismo social entró en una fase de colapso en el primer trimestre de 2020.

Este colapso de la sociedad planetaria no se puede explicar solamente como la consecuencia de la epidemia de coronavirus. El organismo planetario ya estaba al límite del colapso y fue la pandemia lo que lo precipitó.

Desde el aspecto ambiental, la cosa es por demás evidente: los bosques ardiendo, los hielos derritiéndose, los desiertos avanzando, las metrópolis asfixiando y la economía mundial sostenida gracias a la constante intervención para salvar las finanzas, mientras se empobrecía a los trabajadores y al sistema público y, en primer lugar, al sistema público de salud.

En 2019, el colapso psíquico era inminente, y se lo podía entender por múltiples señales diseminadas en el comportamiento y puestas en el arte, en el cine. Porque, pocos meses antes de la explosión del coronavirus, algunos filmes marcaban que se había tocado un punto límite: las antenas sensibles de algunos grandes directores percibieron una especie de vibración patológica. La película de Ken Loach, Sorry we missed you, cartografió las condiciones laborales en las cuales el colapso psíquico resulta inevitable. El filme Joker, de Todd Phillips, cuenta la enorme expansión del sufrimiento psíquico extremo, en una sociedad a punto de estallar con disturbios psicóticos. Parasite, de Bon Joon-ho, pone en escena la frenética búsqueda de supervivencia, en un mundo donde cada estrato superior aplasta y entierra a los estratos inferiores, hasta que una epidemia de violencia altera cada una de las jerarquías.

En esa instancia, del magma de la materia nebulosa apareció un agente biosemiótico que ha provocado el bloqueo, la parálisis, el silencio. Y con él, procesos de mutación a partir de eventos que no guardan coherencia con el marco existente, que no son interpretables en términos racionales; eventos a-significantes.

Comienzan transformaciones profundas e irreversibles en la sociedad, a las cuales la voluntad no puede oponerse, ni la política puede oponerse y para las cuales el poder no tiene armas.

El virus actúa como un recodificador: el virus biológico recodifica todo el sistema inmunitario de los individuos y, tras ellos, de los pueblos. Luego, el virus opera un cambio del campo de la esfera biológica a la psíquica: produce miedo, distanciamiento. El virus modifica la reactividad al cuerpo de un otro, actúa en el inconsciente sexual.

Asimismo, se verifica una difusión mediática del virus: la información se satura con la epidemia, la atención pública está polarizada y paralizada. El propio tiempo transcurre con una sensibilidad de nuevo tipo: el pasado se empieza a percibir de manera diferente y, sobre todo, el futuro se ve como inquietante, mientras que la respiración colectiva se torna difícil y, finalmente, se bloquea.

¿Entonces? Entonces se hace necesario modificar el ritmo, para retomar la respiración.

Nos hallamos en un umbral. El umbral del pasaje de la luz a la oscuridad. Pero también el pasaje de la oscuridad a la luz.

Este umbral es el punto en el que se verifica lo que Gregory Bateson llama esquimogénesis. No es una revolución, ni un nuevo orden político, sino la emergencia de un nuevo organismo que se separa del organismo viejo, que respira con un nuevo ritmo.

Para que este proceso esquimogenético pueda desarrollarse del modo menos doloroso y, sobre todo, de manera consciente, es imprescindible un trabajo de elaboración colectiva que tiene lugar a través de signos, gestos lingüísticos, propuestas subliminales y convergencias subconscientes. Es precisamente el campo para la poesía, porque esa actividad modela nuevos dispositivos de sensibilidad, y nuevos ritmos respiratorios.

Está en marcha una búsqueda colectiva a gran escala, que tiene un carácter psicoanalítico, político, estético, poético.

En los últimos meses, asistimos a una profundísima laceración del sentido de la acción, de producir y de vivir. No es solo una cuestión médica, claro que no: las bases mismas de la civilización que hemos heredado (que la sufrimos, pero que también gozamos) están cuestionadas. ¿Seguiremos aceptando recortes al gasto público? ¿Seguiremos aceptando que el tráfico automovilístico vuelva irrespirables a las ciudades? ¿Continuaremos aceptando que energías descomunales se gasten en los sistemas militares? Y así, muchas otras cuestiones.

Pero, también, ¿seguiremos mirándonos de reojo, tal como estamos obligados con el tapabocas, y los guantes y el miedo? ¿Seguiremos besando en la boca a una persona que hemos conocido hace una hora, tras una recíproca y deliciosa seducción?

En esta laceración tremenda que se verifica en la trama del sentido, se ha puesto en marcha la máquina de escribir de un inmenso poema esquimogenético: pretende, aunque no esté dicho, producir la forma armónica de la mutación, asimilar el ritornello viral que induce mutaciones y concatenarlo con los ritornelli individuales, con los de los grupos pequeños, con los ritornelli de las grandes masas y los de los cuerpos sociales capaces de superar ese umbral de oscuridad, para escribir el programa informático, y el poético, de la actividad social. Porque la escritura, claramente, puede ser actividad cosmo-poiética: la energía que haga posible atravesar ese umbral.

Este libro, escrito en los años precedentes al colapso respiratorio que toma el nombre de Covid-19, explica la metáfora de la respiración, de la asfixia, del colapso respiratorio y, finalmente, de la búsqueda de un nuevo ritmo.

Creo que el largo confinamiento del primer semestre de 2020, al que probablemente sigan otros confinamientos, marca el pasaje del horizonte moderno de la expansión, que ya hace tiempo venía frenándose, al horizonte de la extinción.

En ese horizonte estamos ahora, y solo si sabemos respirar a otro ritmo, un ritmo que sabe de la extinción, sabremos sobrevivir y, tal vez, vivir nuevamente.


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