Escribe Gustavo Provitina – Edición especial – 8 años de la revista web www.purochamuyo.com
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El compromiso de elegir. Un modelo de país en trance. El pan nuestro de cada día. Hay panes de los que nadie vuelve.
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“¿Pero al final todo lo que hay aquí para vos es una porquería? ¿Por qué no te quedaste en Italia, entonces?”[i] le pregunta Garufa a Badoglio en “El pan de la locura” una de las obras centrales del dramaturgo Carlos Gorostiza, estrenada hace 65 años.
El fatigoso conflicto de la identidad y los dilemas morales constituyen, acaso, el nervio medular que recorre las diferentes etapas históricas de la Argentina, y del teatro argentino.
La disyuntiva de la identidad nacional excede el sosiego de la respuesta práctica y lo que en verdad pretende instalar es el dilema de la legitimidad. ¿Será ése el juego inicial en el que se pierden los personajes de la obra de Gorostiza?
Garufa, porteño como el tango; Badoglio inmigrante italiano y José, hijo de polacos, repiten la querella entre nativos e inmigrantes. La pregunta del porteño al tano también salpica a José, que se siente más argentino que polaco.
Badoglio responde ejerciendo la defensa en nombre de ambos: “Los padres necesitaban un lugar para vivir, como yo, y aquí lo encontraron. Después tuvieron hijos…” La prole nacida en esta tierra heredará la falsa dicotomía del origen: “Vos del todo indio no sos. Tus padres habrán venido de algún lado”, concluye Badoglio.
Esa última frase no ha perdido vigencia. Alberto Fernández, en 2021, la repitió en su fórmula más ofensiva, frente a su entonces par, el presidente español Pedro Sánchez y lo hizo con una torpeza difícil de igualar, atribuyéndole a Octavio Paz una frase falible de la canción “Llegamos de los barcos” de Lito Nebbia: “los mexicanos salieron de los indios, los brasileros de la selva y los argentinos de los barcos”[ii]. Si sometiéramos ese enunciado a la teoría de los actos de habla de John Searle a nadie sorprendería que la intención de esas palabras equívocas, arteras y obsecuentes provocaran un efecto similar al que reproduce el altercado entre Garufa y Badoglio.
Hay un sector que orgullosamente se reconoce en esa imagen –la de los inmigrantes europeos fundando la Argentina- en oposición a quienes, sin negar la trascendencia de ese aporte, no cesamos de insistir en la reivindicación de los legítimos derechos de los pueblos originarios. La frase de Alberto Fernández no fue un acto fallido tal como tituló el diario “El País” en aquel momento, sino una postal escrupulosa de un esquema de pensamiento abundante pero no unánime, lastimoso pero no insólito, en el marco de referencia histórico y social del presidente.
La pregunta por la identidad no aspira a una respuesta afirmativa sino, al contrario, intenta responder qué es aquello que no somos.
Enrique Santos Discépolo, en uno de sus tangos, lo sintetiza en un solo verso: “somos la mueca de lo que soñamos ser”[iii]. ¿Qué hay detrás de la mueca? Un espejismo, nos apuramos a responder. No obstante, toda mueca está dirigida a otro, invitado o desafiado a interpretarla. Ese otro acaso también viva detenido en la perplejidad de su propia mueca y espere de nosotros una respuesta similar.
Este primer desacuerdo entre los panaderos de “El pan de la locura”, va más allá del problema de la legitimidad de origen, y se instala en los tejidos de la identidad nacional como paradigma conceptual de un modelo de país siempre en trance. No ser de aquí, ni de allá es la cuestión.
Garufa dice “mis padres eran de aquí”. Badoglio no se conforma con la respuesta y acicatea a su compañero preguntándole por los abuelos: “por parte de mi vieja eran españoles”, responde. Una victoria parcial no remedia la eurofilia del italiano. La pertinacia del tano Badoglio no se da por satisfecha y desafía la resistencia de Garufa a excavar las raíces de la genealogía familiar y ante su denegación exclama: “porque vos te llamás Benini, ¿no?”. El apellido, la sangre y el sentido de pertenencia para Badoglio configuran un mucílago viscoso y determinante.
Juana, la patrona, revela que Garufa es un mote impuesto por el Patrón, así también como a Lupo lo bautizó Badoglio (nombre de un militar asesino italiano de los tiempos de Mussolini).
La remoción de los nombres en beneficio del apodo es otro modo de recalcar la condición de subalternos que limita el vínculo entre los empleados y el Patrón, así, a secas, sin nombre propio ni mote burlón, decir Patrón es señalar la posición jerárquica del dueño de la maquinaria de producción.
En ese juego de desenmascaramientos también hay espacio para el antisemitismo: José es el seudónimo impuesto a Abraham, el polaco, que vive esa omisión con una incómoda resignación no ajena a las discusiones…hasta que aparece Mateo, el joven aprendiz llegado de Orense, dispuesto a espolvorear la fécula bíblica hasta infiltrarla en la conciencia de los trabajadores.
Un detalle a tomar en cuenta: cuando Mateo le pregunta a José si es judío, éste exclama con recelo “Sí, ¿por qué?”…Esa reacción defensiva conduce a Mateo a cumplir su función mística evocando la consabida prueba de fe a la que fue sometido Abraham: forzado a sacrificar a Isaac, su hijo, en el monte Moriah. El ángel que estorbó la mano de Abraham para impedir el crimen se transfigura, en la obra de Gorostiza, en la figura de Mateo, cuya pureza moral irrumpe en el negocio, con la fuerza del contraste. La omisión de la ascendencia judía de Abraham, rebautizado José por el Patrón y sus compañeros, llevada al paroxismo, cuestionará el linaje de Jesús. Badoglio afirma sin dudarlo: “Cristo era cristiano; así que no sé cómo podía ser judío al mismo tiempo”.
La apostilla religiosa es un subtexto intermitente en esta obra, ya sea para apuntalar la fe o para profanarla.
Giorgio Agamben, en su “Elogio de la profanación”[iv], aclara que “religio no es lo que une a los hombres y a los dioses sino lo que vela para mantenerlos separados, distintos unos de otros”. Si es posible pensar la religión, en los términos de Agamben, como una sustracción de personas, lugares o animales del uso común para religarlas en una “esfera separada”, Mateo sustrajo o puso en crisis la fécula tóxica de la conciencia de sus compañeros, aquello que los mantenía unidos en una complicidad nociva, para que puedan mirarse a los ojos y amasar un nuevo pan y, tal vez, sindicarse en una sociedad más humana.
Pero antes de llegar a ese ‘nuevo pan’ es conveniente detenernos en el dilema moral que se instala en la carencia de “sentido de clase” que le reprocha Garufa a sus compañeros, defensores a ultranza del sistema capitalista encarnado en la figura del Patrón, que parece no diferenciar entre empleados y pollitos.
Esa discusión, vinculada a la sumisión ante la autoridad, habilita el dilema moral que involucra a los personajes. Esconder o no esconder la cabeza frente a una injusticia es la segunda cuestión.
Borges, en su “Nota a un mal lector”, advierte: “hay mentes que proceden por imágenes y otras por vía silogística y lógica”[v]. La imagen que Gorostiza utiliza para formular el dilema moral de los personajes es la del pan envenenado, un pan de centeno infectado con hongos cuya ingestión produce locura.
Mateo, el aprendiz, es el enviado que porta la información del pan envenado destinada a provocar el cismo. Otro Mateo, el apóstol, en un famoso versículo indica: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra o disposición que sale de la boca de Dios”. San Mateo alude a la voz del mismo Dios que en el Génesis fustiga: “te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado”; en otro pasaje no menos célebre, del evangelio de Juan, Cristo declara “yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”; el Padre Nuestro parece un ruego reconciliador de los mortales frente al Dios colérico del Antiguo Testamento: “danos hoy el pan nuestro de cada día”.
Hay una multiplicación del sentido del pan, como vemos, en las sagradas escrituras. Está el pan de la santidad que eleva espiritualmente al hombre hacia el reino de los cielos y el otro que le recuerda el sacrificio como castigo y lo hunde en la tierra hasta volverlo polvo. Hay un pan metafísico y otro palmario, uno intangible y otro que pertenece al reino de las mercancías. Finalmente hay un pan sin retorno que conduce a la locura.
El dilema moral se vuelve ético cuando estos panaderos y sus patrones se enteran, por boca de Mateo, que acaso estén amasando un pan insalubre cuya ingesta culmina en una perentoria chifladura. Ahora, esta información somete a los tahoneros a la responsabilidad ética de impedir que ese pan llegue a las mesas de sus conciudadanos.
La responsabilidad de saber, de dejar de ignorar, inaugura el correlato ético de actuar en consecuencia. “Si me hubiera callado no habría pasado nada”, se lamenta Mateo. Pero habló y refirió la intoxicación masiva ocurrida en Pont-Saint Esprit, una pequeña población del sur de Francia, donde en 1951 se produjo el caso del pain maudit (el pan maldito). El efecto del moho del cornezuelo de centeno, que produjo la epidemia, al parecer es equivalente a la sustancia alucinógena dietilamida del ácido lisérgico. Las víctimas del pain maudit experimentaron síntomas de enajenación mental.
Antonio, el maestro de pala encargado del horno, le responde a Mateo: “Aunque no hubieras hablado la culpa estaba igual, desde antes”. Por eso Badoglio, Antonio y José se embarcaban en discutir la identidad o cualquier otra cuestión que desviara el foco del tema de la culpa. Hablaban para ocultar, a diferencia de Mateo que espolvorea lucidez con sus palabras. Una lucidez que fecunda la culpa de la inocuidad.
¿Qué hacer? ¿Arrojar la bolsa de harina de centeno corrompida o seguir amasando el pan de la locura? Antonio se niega a vender el pan emponzoñado y propone dar parte a las autoridades para consternación del Patrón, que piensa en las consecuencias económicas y no las humanas que la denuncia podría acarrear.
La discusión sube de tono hasta que Antonio le sugiere, irónico: “Vaya, Patrón, cómprese un mapa; mírelo hasta que se diga: yo soy uno nomás. Nada más que uno”. El uno frente a la multitud rugiente recuerda a la letra de aquel tango olvidado de Héctor Negro: “un lobo más/que tuvo que aprender/a no llorar/ y a saberse vender”.
Esos versos parecen escritos a la medida de estos personajes que no por ser particulares representan también paradigmas sociales reconocibles. Ser con los otros entraña una responsabilidad, un compromiso existencial que se vuelve piedra de toque para el solipsismo. Antonio, el maestro de pala, es categórico: “a veces pasa que lo que es asunto de uno de repente se convierte en asunto de todos…” El paso previo para que eso ocurra es reconocerse en el otro no reduciéndolo a la insignificante mirada del espejo sino observándolo en la medida de lo humano. El dilema de conciencia individual de los panaderos, una vez que evadieron el cerco de la propia conveniencia, se transforma en un acto de responsabilidad colectivo. “Hay que elegir”, dice Antonio, y al elegir nos elegimos, murmura Sartre desde algún rincón remoto de la memoria. El compromiso de elegir no siempre remite a la mecánica del pensamiento: “¡No es cuestión de preguntarse y de responderse todo! Se siente, y es bastante” (Antonio, dixit). Pero sentir sin estar despierto para hacer del sentimiento un pasaje al acto nos sujeta a la celda de la mera observación.
El foco del atolladero avanza vaporosamente y Mateo encuentra, al fin, el momento oportuno para recalar en el Sermón de la Montaña y el llamado a la renuncia a entrar por la puerta grande: “Entrad por la puerta estrecha. Porque la puerta grande y el camino ancho llevan a la perdición. El camino que lleva a la vida es angosto y difícil y tiene una puerta estrecha”. Estrecha pero no mezquina nos precipitamos a aclarar. La puerta estrecha obliga a focalizar en el sendero (voz emanada del vocablo semitarius que entre sus elementos léxicos incluye la palabra semita –cuyo significado es desvío, seguida del sufijo arius que admite ser traducido como ‘relativo a’…). En el origen del sendero está el desvío por eso es necesario atravesar la puerta estrecha y transitar por una senda ajustada y diáfana si se pretende llegar a algún lugar. Es un elogio frecuente decir: “entró por la puerta grande” o motivar a un aspirante recomendándole “entrar por la puerta grande”. El peaje de esa ambición incluye la fécula con que se amasa el pan de la discordia, tan remoto del pan hospitalario propio de los grandes acuerdos o aquel otro que Cristo compartió, después de la resurrección, con dos anacoretas que lo reconocieron en un camino ceniciento rumbo a Emaús.
Hay panes de los que nadie vuelve, como el de la locura, quien come de esa hogaza está condenado a repetir la suerte de los personajes de una farsa: “cuando el drama falla el público se ríe” anuncia Antonio. La risa es, a veces, la cara que asumen las derrotas.
El pan de la locura nos preocupa menos, en rigor, que la epidemia de lotófagos que flota a la deriva, por estos días, envueltos en los vapores de la amnesia y la apatía.
Quien haya leído ese pasaje de “La Odisea” recordará que los caprichos del viento y la correntada bravía desviaron la nave de Ulises de su cauce y la condujeron hacia la tierra de los lotófagos, una comunidad adicta a los frutos del Loto cuya ingesta los hundía en el sopor de la indolencia y el olvido. El de Ulises fue un trance pasajero, porque al fin fue rescatado por la tripulación inmune a los venenos del loto.
El pan de la locura quedó en los anales de la historia teatral y policial, pero las consecuencias tóxicas de la flor de loto se han metamorfoseado en diferentes tipos de sustancias, reales y virtuales, que amenazan con estirar y disolver el tejido social hasta el límite del paroxismo.
¿Quién nos rescatará del rancio pan del egoísmo, la ignorancia y el descontento colectivo que nos envilece, cada día, con las féculas del odio?
GUSTAVO PROVITINA, nacido en La Plata, Argentina. Graduado en la Universidad Nacional de La Plata con el film El Sur de Homero, ensayo audiovisual centrado en el universo político y poético de Manzi. Provitina es guionista, director de cine y docente universitario en la UNLP y la Universidad Nacional de las Artes – UNA. Ganador del Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2013) en la categoría ‘Ensayo’ por el libro El Cine-Ensayo, y el Ministerio de Cultura de la Nación, en 2015, lo distinguió con una mención especial en el Concurso Federal de Relatos La Historia la ganan los que escriben. En 2017 estrenó La sombra en la ventana en el Cine Gaumont en el Festival de Cine Inusual de Buenos Aires. Recientemente publicó El matiz de la mirada (Curso de Cine Italiano) y en julio de 2021 apareció su último libro Nouvelle Vague, Bajo el signo de Lumière.
Otras publicaciones de Gustavo Provitina en www.purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis:
[i] “El pan de la locura”, obra teatral de Carlos Gorostiza, Buenos Aires, Colihue, 1993.
[ii] https://www.pagina12.com.ar/347846-barcos-indios-y-como-pensar-quienes-somos
[iii] El título del tango de Enrique Santos Discépolo es “Quién más, quien menos” (1934)
[iv] Agamben, G. Profanaciones Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2005.
[v] Borges J. L. El texto “Nota a un mal lector” fue publicado originalmente en la revista cubana “Ciclón” en 1956. Integra la antología Textos recobrados (1956-1986) -Buenos Aires, Emecé, 2007.
Las fotografías son cortesía de Carlos Flynn, Carlos Furman, Alicia Rojo y del Complejo Teatral de Buenos Aires, sobre la puesta del año 2005, y del patrimonio del Teatro Nacional Cervantes (1958)
El material que publica la revista web www.purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis pertenece al Colectivo Editorial Crisis Asociación Civil. Los contenidos solo pueden reproducirse, sin edición ni modificación, y citando la fecha de publicación y la fuente.
REGISTRO ISSN 2953-3945
Saliendo de la adolescencia en mi san Antonio de Areco presentamos c un grupo teatral la mítica obra de Gorostiza… yo era uno de los tres empleados q trabajábamos en la cuadra … nunca olvide la frase “cuando el drama falla, el público se ríe…” gracias Gustavo por espabilarnos una vez más con tu sana , profunda y a la vez humilde erudición … oasis y recalada de todos quienes necesitamos de estos panes (los de tus párrafos) al visualizar el cornezuelo del centeno en medios masivos o en el subte o en la cola de la verdulería… tu nota suena a salbutamol para todos quienes no saturamos del todo bien desde el pasado 19 de noviembre…
Gracias Gabriel por tu lectura y difusión permanente de nuestra publicación