Escribe Rafael Bautista Segales
En medio de la disputa geopolítica del arco sudamericano, las elecciones presidenciales en Bolivia se presentan dramáticas, porque las opciones apuntan a beneficiar a la opción globalista, que no es otra cosa que salvar la decadencia imperial.
Por ello, todo el abanico de ofertas electorales se sostiene, en mayor o menor medida, en la muletilla del “Bolivia se nos muere”, que le supo servir al neoliberalismo para acabar con la soberanía nacional, mediante el shock de la inflación. Aquella argucia replica el típico consuelo de tontos: cualquier cosa será mejor que el actual gobierno (y éste dice amén).
Pero detrás de todas las ofertas de “salvar Bolivia”, no hay ninguna salvación sino darle continuidad espuria al círculo vicioso de un sistema y una cultura política agotados.
Pareciera una parodia absurda de lo que pasó en Argentina: la retirada de la izquierda progre cede el poder, otra vez, al fascismo revanchista. Paradoja democrática: el mal menor (que siempre suele ser el peor) nos conduce siempre al suicidio nacional, como para demostración de la hipótesis fingida, pues si se está proclamando la muerte de algo, ahora se generan las condiciones para hacerlo morir realmente.
En los últimos tiempos, a escala global, la retórica occidental ha consistido en dar por muertos a Estados que no sólo no han fenecido, sino que están generando un nuevo reordenamiento del tablero geopolítico. Es decir, la realidad es siempre distinta de lo que se inventa mediáticamente, porque un Estado no muere ni siquiera por insolvencia. Los motivos son otros y exceden la excesiva importancia que se le da a los fragmentarios diagnósticos economicistas.
Un Estado acaba cuando pierde todo sentido de existencia. Esto es lo que le conduce al desmoronamiento cultural, social, político y económico.
El abandono de las banderas del “proceso de cambio”, o sea, la no transformación estructural del Estado colonial-republicano-señorial para que sea un Estado plurinacional, iba a conducirnos al propio vaciamiento del sentido del cambio y, en consecuencia, a la reposición de las prerrogativas del Estado colonial y su disputa patrimonialista. Esto es lo que fue desinflando la mística inicial del “proceso de cambio”, que debió entenderse siempre como revolución democrático-cultural.
El MAS, en sus 14 años + 5, no supo comprender la incompatibilidad del concepto liberal de Estado-nación (concebido para mantener nuestra condición periférico-colonial), con las expectativas creadas por el nuevo óptimo nacional, encaminado a constituirse en poder popular. La disputa doméstica que estamos presenciando es consecuencia de que “el gobierno del cambio” jamás comprendió los auténticos desafíos que había que enfrentar y esto significó también que nunca advirtieron la crisis estructural del Estado-nación (y su versión criollo-mestiza) en su verdadera dimensión.
El MAS no lo hizo aun teniendo la posibilidad -desde el proceso constituyente-, de poder encarar la recomposición estructural del Estado y reconfigurarlo en torno al horizonte político propuesto por el nuevo sujeto plurinacional.
Lo cierto es que no solo cedieron esa posibilidad, sino que una vez aprobada la nueva Constitución en Oruro (porque las fuerzas oligárquicas de choque la habían expulsado de Sucre), el propio gobierno hizo posible que el orden instituido -el que debía ser sustituido– se sobreponga al nuevo poder constituyente.
Así, el Estado plurinacional quedó encadenado en las prerrogativas de otro ciclo estatal del Estado–colonial–republicano–señorial. Un golpe de Estado al Estado plurinacional, un autogolpe del “gobierno del cambio”. Eso sucedió en las mesas de concertación, en Cochabamba, el 2008
Creyeron que con reformas circunstanciales se podía asegurar el poder necesario para darle vigencia a la gestión gubernamental, bajo la demagogia señorialista que, con nuevo rostro -esta vez indígena- iba a reponer su anacrónica presencia.
Sin cambiar el carácter liberal del señorialismo estatal, sólo estaban administrando un cadáver. El Estado que había fenecido con la huida del último presidente neoliberal, era el mismo que se quería reponer, pero ahora solo por razones instrumentales: cooptar todo el poder que se pueda.
En parte, el golpe de 2019 fue consecuencia de administrar un cadáver que sólo regeneraba las condiciones bajo las cuales la disputa por el poder político era condición del ascenso social, o sea, del aburguesamiento clasemediero. Pues ese cadáver estatal, instituido como sistema político, se había extendido también como cultura política y social. ¡Por eso el neoliberalismo no se propone cambiar al Estado movimientista! Porque éste se sostenía en la corrupción hecha cultura política y social; de ese modo, se podía barrer continuamente con la soberanía de una nación ofertada a la gula transnacional.
Ese estado movimientista, tributario de la mitología democrática gringa, naturalizaba la obediencia social y política de su propio país a los valores liberales y burgueses. Anulado el sujeto, anulado el proyecto. Sólo así podía impedir la constitución del pueblo en bloque histórico y éste en sujeto político; lo que hemos denominado el pueblo en tanto que pueblo.
La improvisada gestión gubernamental de Luis Arce demostró que el MAS no tenía ni idea de cómo remediar los desvíos y regresiones que provocaron las apuestas de la elite masista y que habían coadyuvado al golpe del 2019. Ni siquiera tomaron en cuenta que la pérdida de legitimidad se transfiere, inevitablemente, hacia una derecha que fue y sigue recibiendo, sin merecerlo, la confianza de una sociedad urbana domesticada en la propaganda.
Un honesto, adecuado y necesario diagnóstico del estado del sistema político boliviano, debía de estimular la profundización del proyecto plurinacional y la adopción categórica del “vivir bien” como horizonte político. Porque el zombi político que, como cadáver, deambulaba entre los estertores del fascismo señorialista, era el Estado heredado del ‘52. Y decimos que se trataba y se trata de un cadáver porque, como sistema y cultura política, es la podredumbre que intenta reponerse en toda aventura emancipatoria que sólo tramita un mero cambio de elites.
Ahora que los evistas pretenden “salvar Bolivia”, no se dan cuenta de que, en realidad, preservar el actual orden instituido es seguir clavando la efigie del proyecto plurinacional.
¿Por qué fracasa el “modelo económico social-comunitario”? Porque nunca se removió nada del carácter liberal de la economía, y se dejó incólume la propia estructura colonial dependiente de Estado periférico. La nueva elite que desplazo al sujeto plurinacional se puso como sujeto sustitutivo: incluso ufanamente se puso a celebrar la fórmula espuria del “capitalismo andino” como proyección del “modelo económico”. En esas pretensiones ya se podía imaginar la tozuda insistencia en preservar un Estado que no tenía ninguna actualidad, sobre todo, en una crisis civilizatoria que presagiaba el fin del globalismo y la mitología del libre mercado que, ahora, ni USA está dispuesto a admitir.
El “modelo económico” fracasa porque insistir en la matriz de una producción para la exportación desconoce que las nuevas potencias emergentes como Rusia y China, no sólo alteran el diseño geoestratégico de los circuitos de suministros, sino que redirigen la economía mundial hacia otros destinos, lo cual implica una nueva cartografía de las rutas comerciales.
Todo ello significaba adelantar medidas de redirección del destino de nuestra producción, además por razones estratégico-geopolíticas. Por ello, antes que festejar ingenuamente el concepto de “industrialización con sustitución de importaciones”, lo que debía de pensarse era un nuevo concepto de industria, en la nueva escenografía postindustrial, con sustitución de paradigmas.
La derecha plantea que la cosa es simple…la realidad es que si pretenden producir una regresión al pasado, con sus nostálgicos esquemas señorial-republicanos, entonces serán los promotores de una guerra civil. El pueblo ya no va a renunciar a todos los logros que ha promovido y de los cuales se siente creador. Prueba de ello fue la resistencia y la recuperación democrática del 2019-2020. Un año pudieron asaltar impunemente el Estado los golpistas, pero eso les costó una pérdida de legitimidad que el MAS no supo administrar para retomar la iniciativa que hubiese significado una reforma moral.
Lo que está en juego es el futuro del Estado plurinacional. Es capaz que retorne la derecha con el voto, para deshacerse de toda soberanía estatal, porque esa es su agenda.
La derecha se unirá por la única razón que hace credo en sus valores oligárquicos: el juramento de superioridad ante los indios. Esto significa reponer el Estado republicano (una determinación cavernaria, como la pretendida reposición del orden unipolar en el mundo). Pero esa insensata y obstinada resolución, como dijimos, solo conducirá a una guerra civil porque el Estado plurinacional es obra del pueblo, que no va a renunciar a lo que considera fruto de su lucha histórica.
Y en todo esto, el litio.
¿Por qué la derecha busca auspicios de donde sea? Porque desde que Trump le quitó gran parte de su poder a la CIA y la USAID, buscan imponer la nueva “doctrina Trump” que, según su vicepresidente Vance, ya no tiene prioridad en mantener gobiernos, aunque sean títeres. Se acabó el soft power. Lo que se viene son injerencias e intervenciones groseramente abiertas y bélicamente directas.
Después del pretendido reparto del mundo (que es lo que le queda a USA), la colisión geopolítica por Sudamérica empezará por el ya deshecho “triángulo del litio”. En ese contexto, para sobrevivir políticamente, la derecha y, por pragmatismo, probablemente la izquierda también, cederá todo lo que sea posible ofrecer.
En ese marco, no es de extrañar que la ruta bioceánica que tanto insistimos como apuesta geoestratégica para un posicionamiento geopolítico de Bolivia en el corazón sudamericano, obvie a nuestro país. Para Brasil y China, parece que la conflictividad del Chapare ya está sellada para mal; lo cual les permite apostar por otra ruta para integrar Sudamérica a la economía del siglo XXI, o sea, al Pacifico, prescindiendo de Bolivia.
Los escenarios probables y posibles apuntan al inicio de un proceso de balcanización, como advertimos hace tiempo.
Estamos al borde de la disgregación estatal, con instituciones no creíbles y corrupción generalizada, con un gobierno que ya no sabe cómo capitanear un barco a la deriva y asediado por un amotinamiento interno.
Pero, como los yatiris y amautas de la Ceja de El Alto, siempre sobrevivimos, como pueblo, al borde del precipicio, sostenidos de milagro en milagro. Otra vez, no es que en Bolivia haya mucha política. Bolivia es la política.
Es el reflejo de un mundo que se derrumba, pero la mayoría sigue apostando por el mismo.
Rafael Bautista Segales, filósofo, ensayista y analista político boliviano.
BOLIVIA EN DATOS Y CANDIDATOS
Están habilitados para votar 8 millones de los 11 millones y medio de habitantes.
En Bolivia no está permitida la reelección indefinida. Evo Morales superó el límite constitucional para volver a postularse.
La izquierda gobierna desde 2006. Evo Morales ganó esas elecciones luego de postularse en la anterior y no lograr acceder al gobierno. Desde entonces, excepto el período del golpe de Estado de 2019 hasta noviembre de 2020, ha gobernado el MAS. El actual presidente, Luis Arce, resultó electo por mayoría.
El ala izquierda presenta dos candidatos: el actual presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, y el exministro de Gobierno, Eduardo del Castillo. Eva Copa, alcaldesa de El Alto (ciudad vecina a La Paz) retiró su candidatura.
En el arco de la derecha política se postulan el empresario Samuel Doria Medina, el expresidente Jorge Quiroga -un firme aliado del FMI y exasesor de la presidenta interina durante el golpe, Jeaninne Añez-.
También se postula el alcalde de Cochabamba, Manfred Reyes, el empresario Jhonny Fernández, Rodrigo Paz y Pavel Aracena Vargas.
Ninguno de los candidatos aliados -o exaliados- de Evo Morales logrará mantenerse en carrera presidencial para la segunda vuelta, y el proyecto plurinacional quedará en manos de los candidatos neoliberales.
El empresario Doria Medina, considerado uno de los 5 magnates más influyentes del país, obtendría hasta el 25% de los votos, en un empate técnico con Jorge Quiroga. En tercer lugar quedaría el intendente de Cochabamba, Manfred Reyes, quien debió vivir 10 años en Estados Unidos tras ser destituido en 2008 mediante referéndum.
Doria Medina propone un plan de privatizaciones. Jorge “Tuto” Quiroga afirma que Bolivia perdió 20 años y califica al ciclo del estado plurinacional como “nefasto”
El voto indeciso, en blanco o nulo supera el 31%. Evo llamó a la abstención para deslegitimar el triunfo de la derecha.
El ballotage se realizará el 19 de octubre.
En 2021 se realizaron las elecciones para departamentos (gobernaciones) y en 4 hubo segunda vuelta.
El MAS resultó ganador y gobierna en tres provincias (Cochabamba, Oruro, Potosí).
En el distrito de La Paz, la capital, gobierna un médico de 40 años, Santos Quispe.
En Pando y Chuquisaca, agrupaciones de centro, y en los otros la derecha.
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REGISTRO ISSN 2953-3945
Gracias por compartir en sus redes y sumarse a www.purochamuyo.com / Cuadernos de Crisis
Gracias por el artículo,es una nefasta realidad territorial,con claras visiones de avance geopolítico.
Latinoamérica unida,jamas será vencida!!
Cuanto nos alejan de la libertad…lá felicidad del pueblo.
Bolívia, pueblo nativo,pueblo colonizado y saqueado!
Excelente artículo!